Capítulo 2: Familia
El campamento mercenario estaba compuesto por diferentes casas levantadas con madera y telas de seda. La de Sir Balian no fue la excepción, su casa temporal se componía de 3 habitaciones comunes.
La primera tenía 2 camas, una grande que pertenecía a la pareja de casados y una más pequeña, ideal para un niño menor de 5 años. En la otra habitación, había 5 camas individuales distribuidas por todo el cuarto, pero actualmente, solo una estaba en funcionamiento. Más atrás, tenían un cuarto extra que acondicionaron para fungir como cocina.
El suelo yacía decorado con hierbas aromatizantes para camuflar la pestilencia que venía de afuera. Aun así, tanto Sir Balian como Isolde ya estaban acostumbrados al sudor y la falta de higiene que se vivía en los campamentos mercenarios.
—Buen día, señorita Isolde, Sir Balian. —Cuando entraron a la casa fueron recibidos por Roma, la niña que rescataron hace 4 años. Ella tenía el cabello negro y los ojos azules, su piel morena era un rasgo muy extraño entre los imperiales del norte, por esa razón, Sir Balian era algo sobreprotector con ella.
Vestía una falda blanca y un camisón negro, las típicas ropas que usaban todas las criadas de gente noble.
—Tan linda como siempre, pequeña Roma, ¿Trevor no te causó problemas? —Isolde le sonrió con dulzura, muy diferente a las expresiones de disgusto que hizo hace unos minutos.
—No, señorita, es un niño bueno y lleno de energía. Dice que está ansioso de aprender a usar la espada.
—¿Y cómo no estarlo?, es nuestro hijo. —El pequeño Trevor reconoció la voz de su madre y de inmediato, corrió hacia sus brazos.
Fue una escena adorable.
Sir Balian se cruzó de brazos y sonrió.
Ellos eran las personas más importantes para él y pensaba protegerlos a cualquier costo.
—¿Todo bien, hijo? —preguntó Sir Balian.
—Papá, sí —contestó el pequeño híbrido —. Aprender espada, aprender espada.
—Muy pronto empezaré a entrenarte, por ahora, debes centrarte en crecer bien para que no tengamos problemas.
—Okay…
—He limpiado las habitaciones y la ropa también, ¿necesitan algo más?, ¿quieren que haga la comida? —Roma era una chica muy servicial, luego de haberla rescatado del infierno, ella mostró un agradecimiento casi desmedido por la pareja.
Limpiaba sus ropas, ordenaba las camas, se encargaba de mantener bien organizada y agradable la casa. Toda una criada especial.
—No, pequeña, descansa un poco, yo me encargaré de la comida, ¡no puedo perder el toque! —Isolde se quitó la cota de malla y dejó el cinturón de cuero a un lado.
Sin sus armas, ni yelmo, ella entraba en lo que autodenominó el modo esposa.
—Vamos a ver como te queda la comida.
—¡He mejorado mucho, cariño! —Isolde no quería recordar sus primeros intentos de cocina.
Como había dedicado casi toda su vida a la virtud marcial, nunca se dio el tiempo de explorar otras áreas de conocimiento, como la cocina, el bordado y distintas disciplinas que normalmente eran enseñadas a las mujeres de su especie (y humanas también).
La primera vez que cocinó algo, Sir Balian no pudo comerlo ni por compromiso.
Sabía terrible, toda una ofensa hacia todos los cocineros del planeta.
Y dicho recuerdo aún la perseguía hasta el día de hoy.
—Papá, ¿mami no es buena cocinando? —Las palabras de Trevor penetraron el pobre corazón de Isolde.
—Ella se esfuerza mucho, vamos, hay que darle ánimos. —El capitán mercenario sujetó al niño en sus brazos y luego lo colocó sobre sus hombros, para darle mejor visión —. Anda, apoya a mamá.
—¡Lucha, mami! —La voz suave del niño inspiró la determinación de Isolde, ella preparó un estofado de carne con arroz blanco y verduras recién desinfectadas por Roma.
No era nada del otro mundo.
Pero su comida por fin podía comerse sin rechistar.
—Lo está haciendo muy bien, señorita Isolde. —Roma, por su parte, era una cocinera experta. Pese a su edad, ella aprendió algunas recetas que Sir Balian le compró y debido a su capacidad de leer, no tuvo mayores problemas para memorizarlas.
Isolde, por su parte, era analfabeta.
Los trabajos mentales no eran lo suyo.
Como se crió en un ambiente marcial, siempre invirtió su tiempo entrenando con la espada larga y destazando enemigos sin piedad. Hasta hace unos años, ella jamás se había imaginado tan feliz en una cocina, rodeada de sus seres amados y con un futuro prometedor.
“Las vueltas que da la vida” pensó.
Isolde era la hija bastarda de un elfo noble, fruto de una aventura indeseada y producto del deseo. Como tal, su madrastra nunca la tomó en cuenta, no le enseñó el idioma común y tuvo que aprender de manera empírica.
Su padre tampoco le prestó atención.
Debido a las intrigas de la corte, jamás estuvo presente en ninguno de sus cumpleaños y tampoco tenía permitido ver a sus hermanastros. Su única compañía era una espada de madera vieja, un regalo que le dio el maestro de armas del castillo.
Y probablemente, el único obsequio que recibió durante su infancia.
Al cumplir 15 años de edad, Isolde compró una cota de malla, un yelmo alado y una espada larga forjada en un palacio. Utilizó todos los ahorros que ganó en torneos juveniles de combate, limpieza de establos y otras actividades poco memorables que solo le traían recuerdos amargos.
Estuvo a nada de volverse una prostituta.
Pero no lo hizo.
Decidió guardar su cuerpo para el verdadero amor, pues aquel sueño infantil era todo lo que la mantenía lejos de convertirse en una ladrona.
Finalmente, abandonó su hogar y se enlistó en la primera compañía mercenaria que pasó por la frontera entre los reinos elfos y los Estados Utova.
“La compañía de los Lirios Negros”, comandada en ese entonces, por el padre de Sir Balian, le dio la bienvenida con los brazos abiertos. No le preguntaron sus orígenes, ni su historia previa, simplemente la vieron bien equipada y anotaron su nombre en la tesorería grupal.
“No fue un camino fácil”
Isolde tuvo que ganarse el respeto de sus compañeros a base de sangre.
No pasó ni un año, antes de haber asesinado a su primera víctima a sangre fría.
Todavía podía recordarlo como si fuese ayer.
La compañía fue contratada para eliminar a una banda criminal que se había apoderado de un pueblo pequeño. El Señor no quería desperdiciar sus propias tropas con el crimen organizado, por ello, reunió dinero de sus pobres campesinos hasta dejarlos al borde de la famina y sin pensarlo dos veces, mandó a los Lirios Negros a cometer una masacre.
Por más malvados y asquerosos que fuesen los asaltantes, no tenían ninguna posibilidad contra un ejército profesional.
La compañía entró al pueblo y mató a todos los presentes sin preguntarles nada.
Isolde clavó su espada larga en la garganta de un criminal que había soltado su arma, en señal de rendición.
No tuvo pena, ni tampoco tristeza, después de todo, sus órdenes fueron claras: “Mátalos a todos, no dejen sobrevivientes”
“El mundo es un lugar muy violento…”
Isolde negó con la cabeza varias veces, hasta sepultar los recuerdos de su adolescencia en lo más profundo de su memoria.
—Eso quedó atrás, ahora tengo un mejor motivo para seguir peleando. —La pelirroja simplemente sonrió.
Ver a su amado esposo y al pequeño niño rubio jugando, le hizo sentirse afortunada.
Toda la violencia.
Toda la sangre, el horror, las pesadillas…
Todo había valido la pena.
—¿Cuánto falta? —cuestionó Sir Balian.
—Ya está lista, vayan poniendo la mesa mientras yo termino de ajustar detalles. Ven, come con nosotros, Roma, mereces una recompensa por todo tu trabajo duro.
—¿Eh?, ¿segura?, n-no es digno que una criada comparta la mesa con sus jefes…
—Tonterías, anda, ve y siéntate, tenemos mucho de que hablar.
Una comida tranquila, en compañía de su familia.
¿Qué más podía pedir?
Si el plan de su marido tenía éxito, entonces pronto podrían olvidarse de los apestosos campamentos y el olor a sudor por las mañanas.
Por el futuro de su hijo y el de la familia entera, la Guerra del Cielo Rojo debía inclinarse en favor del Imperio Cross.
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