Capítulo 10: Antesala
Sir Balian dejó a Isolde y Sombra a cargo del entrenamiento de los nuevos reclutas.
La noticia cayó como un balde de agua fría para todo el campamento imperial, en teoría, no deberían recibir ningún ataque en menos de un mes. La presencia de los traidores a pocos kilómetros de distancia no era un buen augurio.
El Gran Duque Carlos mandó a llamar tanto a Pedro, como a Sir Balian. Fue una reunión rápida, no les invitó vino, ni cortesías, el noble quería ir directo al grano para no perder más tiempo.
—Estamos aquí. —Pedro refunfuñó, muy molesto por el repentino llamado.
—A la orden. —Sir Balian dedicó una reverencia rápida, luego, tomó asiento frente al noble y al cabo de medio segundo, Pedro hizo lo mismo.
—Iré directo al grano, viene un ejército de traidores por nosotros. Nuestro único explorador reportó de siete mil a ocho mil unidades, sin monstruos celestiales a la vista. —El Gran Duque les entregó a los dos un sobre recién abierto, donde los heraldos imperiales informaban la llegada de un nuevo Temujin —. Los traidores han empezado a moverse antes de lo planeado, esto no era parte del plan.
—Un nuevo Temujin, ¿y qué?, los traidores son cobardes que huirán ante la mera presencia del acero. —Pedro se rascó la oreja derecha sin mayor preocupación; sus palabras, sin embargo, no estaban equivocadas. Los traidores eran salvajes cobardes, que huían ante la primera presencia de un ejército entrenado.
Una cosa era atacar caravanas y civiles y otra, muy diferente, luchar contra soldados.
—Estos no —complementó el Gran Duque —. Desde la escaramuza del camino fronterizo, los traidores han estado peleando con una determinación que no se había visto en siglos.
—Siguen siendo salvajes —comentó Sir Balian —. Los derrotaremos.
—Exacto, es aquí donde ustedes se ganan la paga. Escuchen, contando a los nuevos reclutas, mi guardia personal, caballeros juramentados (incluye órdenes de caballería) y los soldados profesionales, somos 34000 hombres. Un número demasiado elevado, no alcanzaremos a movilizarnos todos y si bien, podemos ganarles, sufriríamos bajas innecesarias. Esto debe ser parte de su plan, mandar una avanzada poderosa para causar bajas y luego rematar con su fuerza principal.
—Suena convincente —asintió Sir Balian.
—En pocas palabras, quieres que derrotemos a los traidores para que no pierdas hombres. —Pedro fue más directo, el mercenario regordete mostró una sonrisa despiadada y después, suspiró —. ¿Solo nos ves como basura de mierda, verdad?
—Sí —afirmó el Gran Duque —. No salieron nada baratos, es hora de que demuestren su valía en combate.
—Somos mercenarios, ese es nuestro trabajo. Mi compañía, los Lirios Negros, puede movilizar hasta 2000 hombres, ¿y la tuya, Pedro? —Sir Balian vio natural ese curso de acción.
¿Por qué arriesgar a sus propias tropas cuando podía mandar mercenarios al matadero?
Así eran las cosas.
—Tenemos cerca de 6000 efectivos, quizá más. —Los números de Pedro eran inexactos, pues muchos desertaban o se unían sin darse cuenta. Su compañía era un caos andante y una de las menos confiables de todo el Imperio Cross.
Recurrir a ellos era sinónimo de desesperación.
—¿Pueden ganar? —Tanto Sir Balian, como Pedro, se quedaron callados durante 3 segundos.
La pregunta del noble fue muy directa.
Entonces, ambos respondieron al mismo tiempo.
—Sí, podemos ganar.
—Excelente, muevan a sus hombres lo más pronto posible.
—Una última pregunta, jefe… ¿Podemos hacer lo que queramos con los prisioneros y sus pertenencias?
—Los traidores son escoria, no tengan piedad. Son libres de quedarse con el saqueo. Como se lo van a distribuir, depende de ustedes —concluyó el Gran Duque.
—Descuide, señor, los mercenarios tenemos nuestro propio código de ética en lo que respecta al saqueo. El que lo encuentre primero, se lo queda, los que no respetan esa simple regla, terminan muertos. —Ya sea una compañía educada, como los Lirios Negros, o una bola de rufianes, como los saqueadores musculosos, todos y cada uno de ellos respetaba al pie de la letra esa única norma.
Era lo único que los separaba de los ladrones comunes.
—Pueden retirarse, partirán al amanecer para enfrentar a este nuevo enemigo.
—Bien, dejaré unos cuantos sargentos para seguir el entrenamiento de los reclutas. Pedro, ¿te parece si nos reunimos en mi tienda para planear la estrategia? —A Sir Balian no le hacía gracia trabajar con un gamberro como él, pero los hombres de Pedro eran más numerosos y toda la victoria dependía de su desempeño.
—Bien —respondió el capitán, sin muchas ganas.
Isolde ya los esperaba fuera de la tienda del Gran Duque, la chica pelirroja tenía una expresión nerviosa, pues ella misma escuchó la información de primera mano.
—Capitán, ¿cuál es el curso de acción?
—Isolde, nos han encargado a nosotros y a los saqueadores musculosos el combatir contra la horda. Iremos a la tienda militar para planear una estrategia, ven con nosotros por si tienes ideas que aportar.
—Como usted ordene. —Isolde le lanzó una mirada de desagrado a Pedro, le daba un asco tremendo estar cerca de él. Pero en un momento importante, no había tiempo de quejas o reclamos.
—Si no tuvieses unos ojos tan odiosos, serías más bella —comentó Pedro, con una sonrisa sarcástica y ganas de hacerla enojar.
—Solo cállate, animal, la razón por la cual no te he cortado la verga es porque mi capitán me lo impide. No tendrías oportunidad contra mí. —Isolde estaba a nada de castrarlo allí mismo, odiaba a los mercenarios como él: Saqueadores, malvados y brutales, todo lo contrario a su esposo.
—Oh, qué miedo, qué miedo, deberías controlar a tu gatita, Sir Balian.
—Suficiente. —El caballero detuvo la discusión con una sola orden, luego, el trío llegó a la tienda militar donde guardaban mapas, planos y demás instrumentos para comandar tropas —. Bueno, Pedro, ¿cómo están tus tropas?, ¿qué armas tienen?
—Mis hombres son igual de miserables que unos ladrones, tengo infantería ligera por montones, algo de infantería pesada, arqueros, ballesteros y no poseo caballería. De una vez te lo advierto, no esperes mucho de ellos.
—Nunca esperé nada en primer lugar, pero nuestros enemigos no son profesionales entrenados, únicamente salvajes que luchan mediante la violencia y la falsa sensación de gloria. Incluso tus hombres podrán manejarlo bien.
—Odio hablar de planes y estrategias, en la batalla solamente gana el que mata a su adversario. No hay gran ciencia en romperle la cabeza a un enemigo.
—Pero incluso tú entiendes que la fuerza bruta no lo es todo, ¿cierto?
—Ya cállate y dime tu plan. Hablas demasiado, Sir Balian.
—Muy bien, nuestro enemigo viene preparado para atacar, por lo tanto, vamos a recibirlo con una salva de proyectiles, luego, los enfrentaremos cuerpo a cuerpo en un combate de infantería ligera. Lanceros delante, espadachines detrás e infantería pesada en la retaguardia. Una vez que estén combatiendo, lanzaremos a mi caballería pesada en una carga por los flancos, demoledora y brutal. Los mataremos con todo lo que tengamos.
—Capitán, ¿cómo vamos a contrarrestar a su caballería ligera?, el informante traía heridas de jabalina y flechas. Es muy seguro que cuenten con un regimiento montado muy rápido.
—Tranquila, Isolde, hace tiempo conocí a un sobreviviente de la escaramuza del camino fronterizo y este me dijo el método para vencer a los jinetes montados… Usar salvas controladas de ballestas a media distancia, pero sin darles la oportunidad de que se muevan en círculos. Ya lo verás durante la batalla.
—¿Es todo?, ¿seguirás parloteando de lo mucho qué sabes?
—¡Guarda tu respeto! —gritó Isolde, la chica llevó su mano diestra al pomo de su espada, pero de nuevo, Sir Balian le detuvo con la mirada.
—Suenas muy confiado, Pedro, lucharemos en igualdad de condiciones contra un ejército salvaje. ¿Estás seguro qué no tienes miedo? —Sir Balian le mostró una sonrisa burlona al líder de los saqueadores musculosos.
—Para nada, probablemente sea nuevo para ti, pero al mundo le importa una mierda tu vida y tus ambiciones. Te comportas como si fueses diferente al resto de los mercenarios, pero no lo eres, somos escoria y así como vivimos, moriremos. Mis hombres lo saben, yo lo sé y en el fondo, estoy seguro de que tú también. No me importa si me matan mañana, o si matan a toda mi compañía… Hombres como nosotros jamás se acabarán, el mundo está lleno de miserables que buscan comer gracias a la guerra.
—Ya veo, supongo que tiene sentido, si estás acostumbrado a nadar en el lodo, entonces no tiene caso llevarte a tierra firme. Muy bien, ¿alguna duda con el plan?
—Ninguna —respondió Pedro —. Me voy a la mierda, los veré en el campo de batalla.
—Así será, capitán Pedro.
Tras despedirse, el mercenario regordete salió de la tienda con muchísimo fastidio sobre sus hombros. Su tarde se había arruinado y ahora solo quería emborracharse.
Isolde, sin embargo, suspiró resignada.
—¿Podemos confiar en él?
—No —contestó Sir Balian —. Pero no tenemos alternativa, este ataque de salvajes fue sorpresivo. Debemos esforzarnos con nuestras propias tropas y no depender de su número. Recuerda que la disciplina y el entrenamiento hacen la diferencia.
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