Capítulo 1: Contrato
Para el orgulloso Gran Duque Carlos II, este debía ser el día más vergonzoso de su vida. Ataviado con sus mejores ropas: Un jubón morado y pantalones negros, botas blancas y un sombrero gris, Carlos giró su elegante rostro bien cuidado hacia los dos presentes que se encontraban con él.
El primero, era un hombre adulto de 28 años de edad, tenía el cabello rubio claro y la piel blanca manchada de tierra y sudor. Su complexión musculosa y atlética, contrastaba con el rostro bien cuidado que tanta envidia provocaba entre otros mercenarios. A diferencia de Carlos, este sujeto sí estaba acorazado, su imponente armadura de placas completa le daba un aire respetable, algo muy raro en gente de su calaña.
—Estamos aquí como lo ordenó, Gran Duque. —Las palabras educadas y firmes del guerrero dejaron confundido a Carlos por unos instantes, pero recuperó su compostura y volvió a tener el semblante calmado.
—Muy bien, Sir Balian, veo que usted asistió puntual. —Detrás del caballero rubio, había dos sujetos más. El primero, era un hombre grande, medía casi 2 metros de alto y portaba una cota de malla sobre un
tabardo viejo. Su rostro yacía tapado por una cofia de malla y solo podían verle la barba negra que salía como una araña gigantesca. La segunda persona era una mujer, mucho más bajita que su acompañante, pero no menos peligrosa. Tenía el cabello rojo como el fuego y los ojos violeta.
Vestía una cota de malla sobre su blusa de piel, minifalda de cuero y mallas de metal recubriendo sus delgadas piernas. Toda una belleza firme digna de halagar, pero lo más resaltante de ella, eran las orejas puntiagudas que se mantenían firmes hacia los costados…
Así es, la mujer que acompañaba a Sir Balian era una elfa.
—Menudo santurrón, ¿ya nos darás el contrato? —La voz del segundo invitado de honor llenó al Gran Duque de fastidio.
Si el caballero Sir Balian era la excepción definitiva a la regla.
Este hombre era el ejemplo perfecto de cómo se comportaba un mercenario.
Llevaba piezas de armadura sueltas por todo el cuerpo, algunas ni siquiera le entraban bien.
Su complexión robusta, barba desalineada y mirada egoísta, eran un verdadero insulto a la belleza.
—Ten más cuidado con tus palabras, gordo de mierda. —La chica dio un paso hacia adelante, pero Sir Balian negó con la cabeza.
—No estamos aquí para pelear, Isolde. —El mercenario educado hizo retroceder a su compañera, Carlos, por su parte, le lanzó una mirada fulminante al matón desarmado y a sus dos acompañantes: Unos gamberros con pinta de malotes, mal vestidos, mal equipados, pero dotados de un físico envidiable. Producto de una vida de constante violencia.
—Silencio. —El Gran Duque Carlos calló a los presentes con su expresión, luego, se puso de pie y observó a los dos capitanes mercenarios que citó para la audiencia —. Vivimos tiempos desesperados, en condiciones normales jamás me rebajaría a utilizar mercenarios para mis ejércitos, pero ya no tenemos alternativas. La mitad de mis fuerzas fueron arrasadas en el asedio de Villa Celeste y parte de mis tropas aún no ha visto acción, necesito rellenar mis filas con fuertes peleadores para enfrentarme al ejército celestial en el Valle Siniestro, por la frontera oeste del Imperio Cross. Nuestra misión consiste en repeler a la horda que nos ataca desde ese lado y levantar un fuerte para mantener el perímetro asegurado.
—Básicamente, quieres que expulsemos a los celestiales de tus tierras y luego formar un cerco defensivo para rellenar la guarnición. No es un mal plan. —Sir Balian estaba entrenado en las tácticas militares como cualquier otro comandante imperial, su visión de la guerra iba más allá de ganar batallas.
En un conflicto tan violento y cambiante, hombres como él valían su peso en oro.
—Como sea, vamos a matar a unos monstruos y ya. Nada del otro mundo. —El otro capitán mercenario ni siquiera intentó pensar.
La expresión de Isolde se llenó de repugnancia y odio.
No era la primera vez que se topaban con él y debido a lo sucio de su profesión, no será la última.
El capitán, de nombre Pedro, era un hombre muy astuto, flojo y abusivo con los más débiles. Pero tenía un carisma extraño que le hacía ganarse la confianza de las escorias más miserables del Imperio Cross.
El mismo nombre de su compañía mercenaria: Los saqueadores musculosos, era sinónimo de informalidad y estupidez.
Se emborrachaban y peleaban cada que podían.
Y claro, el saqueo era su actividad favorita.
Menuda bola de ratas imbéciles. Pero en tiempos desesperados, incluso basuras como ellos tenían su utilidad.
—Sus compañías mercenarias eran las más cercanas disponibles, por lo tanto, les ofrezco un contrato de 30000 monedas de oro a cada uno de ustedes por prestar sus servicios al Imperio Cross. —El Gran Duque sacó un pergamino de su bolsillo, éste poseía el sello real que le daba autoridad frente a otros contratos imperiales.
No quería perder tiempo con negociaciones largas, sobre todo, porque las hordas de monstruos se habían aliado con el culto del ángel blanco, una organización humana de forajidos y creyentes del nuevo Dios. Sus números crecían conforme pasaban los días y no consideró prudente darles más tiempo.
—¿Solo treinta?, quiero más, mis chicos y yo nos acabamos eso en una puta noche. Vamos, su alteza, ¿no puedes darnos algo más? —La mirada traviesa de Pedro era desagradable, sus ojos repletos de codicia estuvieron a punto de colmar la paciencia de Isolde, pero Sir Balian negó con la cabeza.
—Muy bien, yo sí acepto el pago. —La mirada de Sir Balian contrastaba con la de Pedro, sin embargo, existía algo más en su interior que no denotó a los demás presentes. Una intención oculta que muy pronto saldría a la luz.
—Me alegro de ver a alguien con sentido común —comentó Carlos.
—Tus hombres se cansarán de ti, idiota, ¿no ves que pudiste pedir un precio mejor? —Pedro sacó la lengua y miró hacia otro lado, visiblemente molesto.
—El idiota eres tú, nuestro país se cae a pedazos, no es el momento de ponerse exigentes con las monedas. Después de todo, ¿en dónde las gastaríamos?, si ya no quedan ciudades en donde vivir. —Sir
Balian no era un caballero tan honorable como aparentaba, pero en sus palabras solo había verdades.
De nada servía el dinero en un mundo destruido y colapsado.
Lo que menos quería era la caída del Imperio Cross, pues aquello significaría el final de sus ambiciones.
Dicho de otro modo, la salvación de la civilización era solo un paso más para llegar a la cima.
—Da igual, me anoto.
—Muy bien, firmen aquí y el contrato estará terminado. No tenemos tiempo que perder. —El Gran Duque les entregó a los capitanes un pergamino repleto de letras.
Sir Balian lo leyó atentamente: “Este contrato afirma que la compañía mercenaria “Los Lirios Negros” (en el otro contrato viene el nombre de los saqueadores musculosos) se compromete a luchar contra los enemigos del Imperio Cross por el costo de 30000 monedas de oro. Como tal, se ponen bajo las órdenes del comandante en turno y cualquier desobediencia será castigada con el mismo reglamento del ejército imperial. Este contrato protege a los ciudadanos de cualquier abuso cometido por parte de los mercenarios y estos serán responsabilidad de su capitán. El contrato expira cuando el conflicto haya terminado y en caso de incumplimiento por parte del benefactor, la compañía tiene derecho a una determinada compensación por el Emperador de turno. Cualquier saqueo, sin embargo, será considerado un acto de traición y el capitán a cargo será arrestado y ejecutado. Si el capitán llega a morir, el sucesor seguirá las mismas reglas. Este contrato no puede ser anulado, salvo por el mismísimo Emperador. “
Nada del otro mundo.
Un contrato sencillo y bien hecho.
Pedro lo firmó como si nada, ni siquiera se molestó en leerlo.
Sir Balian dejó su firma poco después, luego, el Gran Duque recogió los papeles y se puso de pie.
—Muy bien, la compañía de los Lirios Negros y los saqueadores musculosos ahora están bajo mi servicio. Esperen nuevas órdenes, se pueden retirar.
—A la orden.
—Lo que sea.
Ambos comités mercenarios dejaron la tienda de campaña y se dirigieron a sus respectivos campamentos.
Pedro no paraba de respingar y quejarse con sus guardaespaldas.
Sir Balian, por su parte, volteó a ver a sus dos guardaespaldas (o acompañantes, porque ciertamente no los necesita) con una sonrisa triunfadora.
—Tenemos el contrato, la fase uno del plan está terminada. —Sin la formalidad ni la presión, Sir Balian se vio por fin con la libertad de suspirar.
—Pero ese tonto Pedro casi lo arruina, ¡como me dan ganas de clavarle mi espada por el hocico! —Isolde infló sus mejillas muy fastidiada por el comportamiento del otro capitán, luego, la mujer puso sus manos sobre los hombros de Sir Balian y éste simplemente la dejó ser.
Después de todo, era natural para una pareja de casados tener contacto físico.
El anillo de compromiso que adornaba los dedos índices de ambos, era la prueba irrefutable de su matrimonio.
Por otro lado, el mercenario gigante se mantuvo en silencio, no era un hombre muy hablador, muchos lo acusaban de tener inteligencia limitada. Pero nada más lejos de la realidad.
“Sombra”, como le llamaban, solo hablaba cuando era realmente necesario y no veía mayor interés en mantener
conversaciones irrelevantes.
Nadie sabía su nombre, ni su origen.
Cierto día, Sombra llegó al campamento de los Lirios Negros, llenó el formulario para inscribirse y luego marchó a la guerra. Con el pasar de los años, se ganó la confianza de Sir Balian y ahora era su guardaespaldas personal.
Habían platicado en muy pocas ocasiones durante los últimos 11 años.
Pero al momento de la acción, Sir Balian le podría confiar su vida sin ningún problema.
—Evitemos peleas por el momento, mañana empezaremos la siguiente parte del plan. Sombra, te encargo que vigiles a los muchachos, cualquier cosa estaremos en nuestra casa de campaña.
El gigante acorazado solo asintió con la cabeza, luego, se retiró para cumplir sus órdenes.
—¿Quieres que te cocine algo?, Roma y Trevor seguro están hambrientos. No es fácil para un niño crecer en medio de una compañía mercenaria. —Roma era el nombre de la niñera de su hijo Trevor, un pequeño de solo 3 años de edad.
Un híbrido humano/elfo, con una oreja puntiaguda y la otra normal.
Roma, por otro lado, era una simple jovencita de 14 años que recogieron de una aldea saqueada hace 4 años. Sus labores consistían en limpiar la casa de campaña, los cubiertos y cuidar a Trevor mientras sus padres trabajaban.
Cualquier miembro de la compañía tenía estrictamente prohibido ponerle un dedo encima. Si alguien intentase hacerle algo malo, sería ejecutado por el mismísimo capitán y debido a ello, Rosa apenas tenía contacto con los mercenarios (los matones, al menos).
—Si nuestro plan tiene éxito, Trevor no tendrá que vivir como un mercenario…
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