Capítulo 14: La Batalla de los Mercenarios

Capítulo 14: La Batalla de los Mercenarios

No hubo ningún discurso motivacional, tampoco palabras bonitas antes de iniciar la contienda. Aquello era para los gloriosos soldados del ejército imperial y guerreros honorables. Sin embargo, los mercenarios no necesitaban eso, la gran mayoría no tenía ningún ideal que proteger, solo unos bolsillos que llenar.

Por lo mismo, la única palabra que recibieron, fue una orden directa.

—¡En formación! —Los lanceros ligeros de ambas compañías formaron una desordenada línea de escudos frente al enemigo. Tanto Pedro, como Sir Balian, acordaron trabajar en conjunto para no perder la batalla.

—Aquí vamos… —Isolde se puso justo al frente de ellos, con espada en mano y dispuesta para la batalla. Su estómago se revolvió ligeramente debido a los nervios, a pesar de su enorme experiencia como peleadora, el miedo a morir jamás desaparecía.

Si un soldado, guerrero, caballero o miliciano, decía que no tenía miedo… Mentía.

Una batalla era horrible, un evento triste que debía evitarse a toda costa, porque la muerte no distinguía entre clases sociales. Les llegaba a todos por igual y en su gran mayoría, de una forma violenta.

—¡Muerte!, ¡muerte! —Sangre Quemada, por su parte, no tenía mucho que decirle a sus tropas. Los traidores gritaron sonidos guturales, maldiciones y risas enloquecidas para mermar la moral de los mercenarios.

—¡Los vamos a matar!

—¡Muerte, muerte, muerte!

Uno tras otro, la horda enemiga se hizo más grande a la vista. Ellos no marchaban en formación, caminaban de manera desperdigada, con sus armas preparadas y un instinto asesino demoledor.

Sir Balian sintió la presión llegando poco a poco, lentamente, como una ola gigante que se formaba en lo más lejano del mar. El caballero bajó el visor de su yelmo, entonces, levantó el lucero del alba para dar la señal a la infantería de colocarse en posición.

—¡Ahora! —La formación se volvió más cerrada, los lanceros de Sir Balian imitaron el “hombro con hombro” del ejército imperial. Pedro, por el contrario, se limitó a decirles que no murieran tan rápido y que pusieran sus lanzas hacia el frente.

La típica barrera de lanzas que siempre había sido usada desde las épocas anteriores al Imperio Mena.

“Ya vienen”

2 minutos restantes.

Los primeros salvajes a la vista no lucían nada amistosos, iban casi desnudos, con garrotes, hachas y otras armas improvisadas. Corrían directo a su muerte, sin miedo, ni limitaciones, solo una pasión desenfrenada que no parecía humana en lo absoluto. Desde la distancia, Sir Balian apreció a esos pobres condenados sin ningún fragmento de lástima.

Un minuto restante.

Más y más traidores venían, los números aumentaron conforme pasaban los segundos y para Isolde, aquello significó solo una cosa… El inicio de una masacre.

10 segundos.

5 segundos.

Un segundo.

¡Colisión!

Isolde fue la primera en tener contacto con el enemigo.

La chica bloqueó un golpe de garrote con su escudo y de inmediato, atravesó su pecho con una estocada que terminó por matar al salvaje sin darle chance de contraatacar. El cuerpo cayó hacia atrás, ensangrentado y destruido en menos de 4 segundos, todo un record para la mercenaria elfa.

El resto de soldados también recibió lo suyo. La vanguardia traidora se enfrascó en combate cuerpo a cuerpo contra los irregulares mercenarios de ambas compañías.

Los Lirios Negros mantuvieron la formación pese al empuje inicial, ellos repelieron a los enemigos con sus escudos y lanzas. Cuando éstos intentaban empujarlos hacia los costados, los lanceros más largos atacaban desde atrás mediante estocadas coordinadas, ideales para mantener lejos a la infantería ligera.

Desde su destrero acorazado, Sir Balian calculó su siguiente movimiento.

Venían más tropas de infantería y no era muy inteligente mantener a los lanceros como la única fuente de defensa.

La espada contratada sonrió y luego, le echó un vistazo al otro capitán.

—Ya sabes que hacer —ordenó Sir Balian.

—Solo cállate. —Le respondió Pedro —. ¡Espadachines, pasen a lado de los escudos y ataquen!

La carnicería había empezado, ambos bandos se estaban matando con una saña que solo podía ser igualada por el instinto animal. Los lanceros clavaban sus puntas en las cabezas, cuello y estómagos de sus enemigos, mientras éstos decapitaban a los mercenarios que podían, destrozaban sus cráneos con garrotes contundentes y en el peor de los casos, terminaban las confrontaciones usando sus manos desnudas.

Un chorro de sangre corrió a borbotones cuando Isolde destazó a un hombre semidesnudo con la hoja de su espada. Todo sucedió tan rápido, que la pelirroja no pudo distinguir su complexión, cabello, rostro y estatura, simplemente vio la silueta corriendo hacia ella con un bracamarte listo para cortarla.

CLANK

En lugar de usar su escudo para bloquear el impacto, Isolde prefirió detenerlo con su propia espada. Luego, aprovechó ese breve momento de inercia para terminar el encuentro con un tajo mortal hacia la yugular del enemigo.

No podía considerarse un duelo.

El encuentro duró menos de 6 segundos. Sin tiempo para pensar o analizar las cosas que sucedían, así eran las batallas de crueles, rápidas e implacables.

—¡Abran paso, abran paso! —Las órdenes de Sir Balian fueron repetidas por los sargentos de armas.

Para los Lirios Negros, aquella orden significaba abrir las filas un metro entre cada individuo, para dar espacio a la infantería con espadas de pasar, sin perder el respaldo de la vanguardia. Los Saqueadores Musculosos tardaron un poco en acatar las órdenes, pero también lo hicieron sin rechistar.

Llegó el momento de la parte 2.

Las fuerzas armadas con espadas y escudos se mantuvieron juntas en formación cerrada. Si bien, aquel triste intento de testudo podía ser risible para un soldado veterano, era más que suficiente para mantener a raya a los salvajes que intentaban por todos los medios, tumbarlos y pasar a la siguiente línea de infantería.

Uno tras otro, los cadáveres comenzaron a dificultar el paso de la infantería ligera. Más de uno terminó por tropezarse con los cuerpos de sus aliados y entonces, los dos capitanes mercenarios ordenaron marchar hacia el frente, para quitarles terreno y disminuir su moral.

—¡Empujen los escudos, ellos no son soldados imperiales! —exclamó Sangre Quemada.

—Arqueros, ¡preparados! —Sir Balian llamó a los sargentos de proyectiles desde la distancia.

—¡Proyectiles! —Sangre Quemada hizo lo mismo.

En cuanto a poder de fuego, ambos bandos estaban igualados, en ninguno había tiradores realmente expertos y ahora, todo dependerá del buen uso de las salvas controladas.

—Preparados, apunten… ¡Fuego! —Los primeros en disparar fueron los arqueros mercenarios, ellos lanzaron una salva de flechas contra el grueso del ejército rival. Uno tras otro, las saetas incitaron un caos entre las filas traidoras, ya sea por heridas leves en los hombros, o muertes desafortunadas provocadas por flechazos en partes importantes del cuerpo.

—Otra vez, preparen, apunten… ¡Fuego! —Una segunda ronda de disparos salió directamente desde los arcos imperiales (mercenarios), no obstante, Sangre Quemada dio una orden curiosa.

—¡Dispérsense! —La poca cohesión de los salvajes desapareció, en lugar de correr en filas desordenadas como lo venían haciendo, se separaron aún más y permitieron a los traidores pesados mayor libertad de movimiento.

Debido a ello, las flechas imperiales no causaron muchas bajas en la segunda salva. Una vez que los proyectiles cesaron, retomaron su trote inicial y siguieron embistiendo a la vanguardia imperial.

“El comandante enemigo no es ningún estúpido” pensó Sir Balian.

De vez en cuando, un salvaje o traidor nacía con ciertos dotes para el mando.

Sangre Quemada, a pesar de su furia interior y odio por todas las cosas vivientes, era uno de ellos.

—¡Proyectiles, disparen! —Los arqueros traidores atacaron también.

Sus flechas, sin embargo, no fueron dirigidas al grueso del ejército mercenario, sino a la vanguardia donde el melee desenfrenado se llevaba a cabo.

Una estrategia cruel, pues allí se encontraban varios de sus hombres luchando encarecidamente contra una fila imperial que se mantenía firme pese a los empujes contrarios.

“Le disparó a sus propias unidades, maldita sea”

Sir Balian odiaba reconocerlo, pero sus mercenarios no tenían la misma firmeza y valor que los soldados imperiales. El testudo irregular no resistió la primera salva de proyectiles, en su lugar, retrocedieron algunos metros con el escudo mirando al cielo y la espada hacia el frente. Una reacción tardía y llena de miedo.

Isolde no recibió ningún proyectil, pero vio morir a uno de sus compañeros por culpa de una flecha en el cerebro.

—¿Eh? —bufó ella, incrédula de la situación que experimentaba.

Un trozo de ceso rojizo  salpicó su cabello sin darse cuenta.

La joven elfa sintió un pequeño escalofrío recorriendo su columna vertebral, como una serpiente venenosa a punto de lanzar un mordisco.

—¡Viene una nueva salva! —Los proyectiles mermaron la moral de la infantería ligera más de lo que ella esperó, sus compañeros dejaron el melee y se refugiaron detrás de los escudos.

Caso contrario a la horda salvaje, cuya determinación incrementó con cada lluvia de flechas que caía del cielo. A ellos poco o nada les interesaba su propia seguridad, luchaban en frenesí asesino, la adrenalina inundó sus cuerpos hasta reventarlos de excitación.

—¡Mueran! —gritaron.

El primer empuje que lograron gracias a la disciplina y la formación cerrada se perdió.

Ahora las tablas yacían parejas de nuevo.

—¡No rompan la formación! —exclamó Isolde.

Pero no le hicieron caso.

Nuevamente, las flechas cayeron del cielo y ella para salvarse a sí misma, se vio forzada a retroceder también, junto al resto de la vanguardia mercenaria.

—Nuestros hombres son unos cobardes, parece que tu disciplina no fue suficiente para resistir. —Pedro sonaba tranquilo y hasta burlón, para él las cosas iban tal como lo planeó. Después de todo, no confiaba en sus hombres y ciertamente, le daba igual si morían.

—Puta madre —maldijo Sir Balian —. Esto no puede seguir así.

Mientras los capitanes pensaban, la infantería luchaba en desventaja moral y numérica. Isolde recibió un hachazo en el escudo y estuvo a punto de romperlo en dos partes. Para su buena fortuna, uno de sus compañeros se anticipó al suceso y sin más demora, clavó su lanza en el hombro derecho del salvaje semidesnudo.

—¡AHHH! —Los gemidos dolosos del traidor fueron música para sus oídos, Isolde aprovechó aquella abertura para lanzar un tajo final contra su garganta, matándolo sin piedad alguna —. ¡Vamos, vamos!

Toda su armadura yacía ensangrentada, incluso tenía restos de tripas colgando sobre sus ropas y melena espesa. No lucía bella, ni hermosa, como los cantos antiguos de las mujeres guerreras. Sino todo lo contrario.

Parecía un monstruo bañado en mierda.

Emitía un olor putrefacto que servía como advertencia para todos los salvajes que quisieran atacarla. Su piel blanca se tornó roja de tanta sangre que derramó durante la batalla.

—¡Manténganse firmes! —gritó Isolde, con la mirada puesta en la nueva embestida de salvajes que deseaba romper el cerco.

—¡Se acerca la muerte! —Los lanceros que la acompañaban colocaron sus escudos en formación cerrada, por fortuna, ellos eran miembros de su compañía y tras una rápida sorpresa, retomaron sus tácticas en pequeños destacamentos. Pues no podía pedirse la misma disciplina de los mercenarios que Pedro trajo al combate.

Unos luchaban ordenadamente, otros, por su cuenta.

El equilibrio inicial de la contienda se perdió y  ahora cada quien hacía lo que deseaba. No había sargentos suficientes para manejarlos a todos.

—Muy bien, arqueros, sigan disparando. ¡Infantería pesada, al ataque!

Sangre Quemada lanzó la orden a su segundo al mando, Giles, el criminal más buscado de la frontera.

Armado con una espada larga, escudo, cota de malla y casco de hierro, su equipamiento lucía mil veces mejor que los “soldados “que dirigía.

Detrás de él, cientos de hombres y mujeres medianamente acorazados, soltaron un grito belicoso. Iban más o menos pertrechados, armados con hachas, garrotes y mandobles, toda una verdadera explosión de hierro a su máximo esplendor.

—¡Mueran todos! —La infantería pesada salvaje se abrió paso entre la lluvia de flechas y la formación inestable mercenaria.

Isolde los vio cargar desde la distancia y de inmediato, se asustó.

Los lanceros formados junto a ella no tenían el poder ni la capacidad, de detener a semejantes guerreros.

—¡Retrocedan, retrocedan! —exclamó, pero fue demasiado tarde.

Una mujer musculosa y temible los alcanzó.

Medía casi dos metros, sostenía un hacha de guerra que probablemente robó a una guarnición imperial. Un primer lancero dio un paso al frente y lanzó una estocada contra su hombro derecho, pero la mujer fue más rápida.

—¡No! —Isolde no pudo evitar lo que pasó.

La cabeza del hacha cortó la madera del mango, antes de ser golpeada por la filosa punta de hierro. Los ojos del mercenario no pudieron creer semejante reacción, todo sucedió tan rápido que apenas tuvo tiempo de asimilarlo antes de recibir un hachazo mortal que le arrebató la vida.

Ni siquiera la veterana Isolde pudo salvarlo.

El hacha partió el cráneo del mercenario por la mitad, con todo y casco.

—¡Maldición! —Enardecida por la muerte de su aliado, Isolde atacó a la mujer con un golpe de escudo. Por desgracia, la sangre le salpicó en los ojos dada la poca distancia que había entre el cadáver y ella misma.

Debido a ello, Isolde no pudo conectar con toda su fuerza el impacto, dejándole a la mujer salvaje el camino libre para asestar un nuevo hachazo, esta vez contra su propio yelmo alado.

“No me matarás, perra”

El hierro afilado pasó rozando el ala izquierda del casco.

Isolde soltó su escudo para tener mejor velocidad y en un rápido destello de habilidad, se desplazó diagonalmente, lejos de su alcance.

—¡Puta! —La traidora vio venir el espadazo que amenazó con decapitarla, pero ella se agachó y rápidamente tacleó a Isolde al piso, golpeándose fuertemente la cabeza. De no ser por el yelmo, la elfa pelirroja habría quedado inconsciente en pleno melee.

—¡Ahora! —Sin embargo, la fémina musculosa ignoró al segundo espadachín que acompañaba a Isolde. El pobre chico quedó paralizado del terror, pero el grito desesperado de su capitana le hizo reaccionar y sin mayor piedad, clavó su espada en la garganta musculosa.

—UH… —La traidora gimió débilmente antes de caer muerta encima de Isolde.

—¡Lo conseguí!, ¡AHHHH! —Desgraciadamente, la victoria le duró poco…

Una flecha cayó del cielo y se clavó justo en el corazón del muchacho, matándole sin darle oportunidad a Isolde de agradecerle.

—Maldición —volvió a murmurar, Isolde apartó el cadáver de un empujón y luego tomó el escudo del chico recién fallecido —. Gracias…

Así era una batalla campal, llena de muerte, sangre, vísceras corriendo por todos lados y sobre todo… De horror.

Un sentimiento tan familiar para los humanos, que parecía no terminarse nunca.

—Dile a tus hombres que se formen, podemos repeler el ataque de la infantería pesada. —Sir Balian se empezó a preocupar. La vanguardia casi había sido destrozada y los lanceros ligeros se refugiaban cada vez más detrás de los espadachines, cuando debía ser al revés.

—No, parece que no lo entiendes, ¿verdad?, somos mercenarios, escoria de mierda que se llena los bolsillos con sangre. Dependemos de las guerras para sobrevivir, incluso tus Lirios Negros lo saben…

—¿Y qué sugieres?

—Dejarlos luchar como saben… No somos soldados, ni milicianos, tampoco guerreros, ¡somos mercenarios!, ¡la puta escoria de mierda más grande del Imperio Cross! —Pedro se bajó del caballo y luego, desenfundó su espada larga —. Conozco a mis hombres, pelearán mejor si los dirijo en persona, ¡infantería pesada, conmigo!

—Muy bien, confiaré en ti.

—Ya lo verás.

Pedro y sus tropas pesadas cargaron directamente al melee desenfrenado.

Para el mercenario regordete no había nada más emocionante que luchar cara a cara contra el enemigo. Sus pasos apresurados no tardaron en llegar a lo más sucio y ruin del combate.

El melee tomó una nueva forma, la infantería ligera se vio inspirada por la llegada de la élite a pie. Los mercenarios dejaron atrás sus formaciones y órdenes superiores, pues ya no tenía caso seguir jugando al soldado, ellos recordaron sus verdaderas motivaciones: La ambición y el oro, nada más, nada menos. El hecho de querer formarlos como los soldados santurrones les pareció absurdo, pero aquellas eran las órdenes de su capitán.

—¡A la carga! —Pedro decapitó a un salvaje con la hoja de su espada, segundos después, chorros de sangre volaron de nuevo alrededor suyo. Sus hombres se abrieron paso entre la línea enemiga, ya sea cortando extremidades cada dos por tres, o aplastando cráneos con garrotes enormes y luceros del amanecer.

CLASH

PANK

El sonido de la carne siendo penetrada y los gritos dolorosos llenaron sus oídos de placer, como un canto matutino antes del desayuno. Para Pedro, no había mejor música que la balada del hierro caliente y la sangre derramada.

—¡Vamos, vamos! —exclamó el mercenario.

El apoyo de la infantería pesada permitió a Isolde retroceder con los heridos y retomar la batalla campal en solitario. A ella no le pareció buena idea separarse y dejar los destacamentos, pero nadie la escuchaba y de por sí, el rango de Pedro estaba por encima del suyo.

—¡Caballería ligera! —La hora decisiva llegó.

Sir Balian ordenó a los arqueros y ballesteros estar pendientes, pues vio a lo lejos como dos cuñas de caballería de proyectiles cabalgaba alrededor del melee. Entonces, finalmente entendió su plan: Escaramuzar desde lejos.

Los arqueros traidores no dejaron de disparar salvas alocadas, pero al cabo de 10 minutos más, sus municiones comenzaron a escasear y las escaramuzas se volvieron cada vez menos frecuentes. Ante este panorama, Sangre Quemada decidió emplear su mejor arma: La caballería ligera de proyectiles.

—¡Fuego! —Una lluvia de flechas montadas cayó encima de la vanguardia mercenaria. Isolde recibió un flechazo en la espalda y cayó de rodillas, pero se levantó rápido y sin más demora, se quitó el proyectil.

—UGH… —bufó, la cota de malla detuvo gran parte del impacto, pero de todos modos penetró su piel y le provocó un sangrado muy doloroso —. E-Esos arqueros saben disparar.

—Arqueros y ballesteros, ¡apunten! —Toda la fila ordenada de proyectiles giró su semblante hacia los costados. Allí, los jinetes disparaban y se movían a gran velocidad, dificultando así los pobres intentos de la infantería de cubrirse.

Si levantaban los escudos hacia el norte, una flecha les llegaba del otro lado y peor si se trataba de una jabalina voladora. La tensión de no saber por dónde llegará un impacto, provocó un bajón de moral repentino que Pedro combatió con gritos llenos de ira.

—¡No se dejen engañar! —gritó Pedro.

El mercenario mayor giró su espada hacia su costado derecho, al hacerlo, desvió una flecha que amenazaba con atravesarle la mejilla derecha.

¿Fue un golpe de suerte o él realmente calculó la distancia?

Independientemente de la razón, su éxito aparente hizo que la infantería pesada metiese más peso en sus ataques. El melee incrementó su brutalidad, ahora los muertos se contaban por centenares y hasta miles, las tripas inundaron el suelo y la sangre les llegaba ligeramente por los tobillos.

Lo único que mantenía cuerdos a los soldados en medio de la masacre, era el dolor de sus cuerpos y el terrible hedor que emanaba el sudor combinado con las vísceras podridas.

—¡Fuego! —Los virotes y saetas volaron por el cielo, en dirección a los jinetes que se movían en círculos.

De inmediato, el relincho de los caballos al ser impactados no se hizo esperar, como no tenían bardas ni armaduras para protegerse, los pobres equinos sufrieron un dolor horrible antes de caer y matar a sus jinetes en el proceso.

Uno tras otro, los jinetes a caballo fueron derrotados gracias a la fina planeación y al ahorro de los proyectiles mercenarios.

Sir Balian había esperado ese momento desde un inicio.

Pero el precio no fue barato.

Como no hubo salvas durante un tiempo, el ejército traidor golpeó a sus hombres más de la cuenta y las bajas en el melee eran más de las que calculó en un inició.

¿Valió la pena sacrificar a esos hombres solo para derribar al as enemigo?

¡Claro que sí!

El capitán mercenario recibió consejos de primera mano, acerca de cómo vencer a los tediosos escaramuzadores salvajes. Para ello, debía reservar una parte de sus proyectiles exclusivamente, aún si ello significaba dejar sin cobertura a la vanguardia principal. Su misma esposa estaba en esa contienda, se necesitaba un enorme valor para arriesgar a una persona amada en medio de una confrontación tan violenta.

“Mi Isolde no morirá tan fácil, confío en ella”

Aun así, su amada esposa no era una damisela en apuros, ni una chica débil que debía ser rescatada. Claro que no, ¡era una mercenaria total!

No todos los escaramuzadores murieron bajo la lluvia de flechas.

Los sobrevivientes decidieron retroceder hasta llegar junto a Sangre Quemada y su comitiva personal (el culto).

—Parece que han descubierto nuestro secreto, ¡maldita sea! —Gritó Sangre Quemada, el caudillo salvaje se bajó del caballo y miró a los demás jinetes —. No servirá de nada luchar a caballo, ellos no han terminado sus flechas todavía, se me hacía raro que no nos siguieran el juego de los disparos, ahora veo porque.

—¿Qué hacemos? —cuestionó uno de los salvajes.

—¡Atacar de frente!, ¡no perderemos frente a soldados inferiores! —Motivados por el odio y la frustración, los miembros del culto se prepararon para entrar a la batalla.

Desenfundaron sus espadas y sin más demora, se lanzaron de lleno al melee.

—¡Vengan, vengan! —Pedro seguía en lo suyo.

Su espada bailaba como prostituta recién contratada, llena de energía y hambrienta de carne. Uno tras otro, los traidores fueron cayendo a sus pies, eran moscas de mierda besando el suelo.

Y entonces, Pedro lo vio…

El criminal más buscado de la frontera se topó con él sin querer queriendo.

Giles hizo contacto visual con el capitán mercenario y luego de una pequeña sonrisa, entabló combate personal.

—¡Venga!

Las espadas se besaron 4 veces seguidas.

Por primera vez, un traidor era capaz de bloquear los temibles y engañosos tajos de Pedro. Cuya sonrisa excitada no desaparecía, al contrario, parecía estar teniendo una erección en este mismo instante, lleno de placer y energía inagotable.

—¡Vamos, vamos, vamos! —Ambas armas siguieron chocando, hasta liberar unas cuantas chispas debido a la fuerza de los impactos. Giles también se emocionó, nunca había sido rechazado con semejante fuerza y mucho menos, obligado a defenderse. Un duelo parejo, después de todo, tanto Pedro, como Giles, eran escoria acostumbrada a este tipo de enfrentamientos caóticos.

Los gritos se volvieron más fuertes.

Por cualquier flanco se veían pugnas violentas, la gran mayoría terminaba en muerte…

Sin disciplina, ni formaciones, el ganador de esta contienda se decidiría más que nada por la fuerza bruta y no el cerebro. Resignado a luchar como un animal, Sir Balian elevó su lucero del alba y luego, cabalgó unos cuantos metros hacia la derecha.

Con los arqueros montados derrotados, nada impedía a las espadas contratadas formar parte de la batalla.

—¡Caballería pesada, conmigo!, ¡caballería ligera, por el flanco izquierdo!

  Se formaron 2 cuñas, la primera, compuesta por caballeros (espadas contratadas) y jinetes pesados. Acorazados con armaduras de placas y cotas de malla, verdaderos tanques listos para la acción. La segunda cuña, sin embargo, estaba repleta de jinetes ligeros, en su mayoría, lanceros rápidos, ideales para ataques relámpago.

Sir Balian dirigió personalmente a las espadas contratadas y designó a Sombra como el encargado de comandar a la infantería en su lugar. La caballería ligera le fue asignada a un sargento montado que daba órdenes desde un caballo más delgado, ideal para carreras largas.

“Vamos a demostrar la fuerza de los Lirios Negros”

El capitán mercenario tiró las riendas del destrero y de inmediato, cabalgó 800 metros más. Una distancia suficiente para ganar impulso.

Las alarmas de Sangre Quemada se prendieron. Había luchado contra el Imperio Cross en el pasado y aquella jugada solo podía significar una cosa…

“Van a cargar con caballería pesada”

A pesar de ser un ejército irregular, compuesto de puros soldados de fortuna, no podían negar que los caballeros bajo el mando de Sir Balian, no tenían nada que envidiarle a los juramentados.

—¡Infantería del culto, a los dos flancos!

Los soldados profesionales pusieron sus lanzas y escudos al frente, pues querían detener la doble carga que Sir Balian planeó. Para la horda traidora, una oleada de jinetes era sinónimo de muerte inminente. Más de 1800 años peleando contra ellos les hizo entender lo aterradores que podían ser.

—¡Preparados! —Sir Balian volvió a levantar su lucero, al hacerlo, las espadas contratadas pusieron sus lanzas de caballería en ristre y aquellos que carecían de esta arma, hicieron lo propio con espadas largas y hachas de guerra.

—¡Ya vienen! —exclamó Sangre Quemada.

—¡A la carga! —Los caballeros mercenarios cabalgaron a gran velocidad contra el flanco derecho de los traidores. Ellos yacían sumidos en el melee y no podían darse la vuelta para recibirlos de frente, solo la infantería pesada del culto pudo darse esta imposible tarea.

La pequeña formación de lanzas cayó frente a la poderosa carga de caballería de Sir Balian y sus jinetes. Fue un espectáculo demoledor, los cadáveres salieron volando por los cielos, desmembrados y hechos mierda, al final, lo único que quedó de las pobres almas fue un pedazo de pulpa roja y sangrante.

Sir Balian hizo lo propio con su lucero del alba. Movió el garrote metálico de un lado a otro, destrozando cráneos y huesos por doquier. Otros caballeros empalaron traidores como si se tratasen de salchichas, después, soltaron sus lanzas y siguieron lanzando tajos desde las monturas.

En menos de 4 minutos, 200 espadas contratadas mataron a cerca de 600 traidores.

—¡Caballería pesada, conmigo! —Pero la cosa no acabó allí.

Sir Balian ordenó a sus jinetes seguirlo para una segunda embestida.

—¡Caballería ligera, al ataque! —Y entonces, ocurrió la sorpresa.

Los jinetes ligeros no cargaron al mismo tiempo que sus contrapartes pesadas, en su lugar, se quedaron viendo desde una distancia segura toda la matazón que ocurría. Sin embargo, cuando Sir Balian y sus espadas contratadas se retiraron para volver a ganar distancia, ellos empezaron a cabalgar más adelante.

Sangre Quemada ya estaba en medio del combate, su sable se rompió y ahora luchaba con un par de hachas de hierro que recogió del suelo. Peleaba como una fiera embravecida, cualquier rastro de razón e inteligencia ya había desaparecido dada la terrible situación de su ejército. Y por esta razón, nadie le advirtió del movimiento maestro de Sir Balian.

Los arqueros y jabalineros traidores apuntaron sus armas a la cuña de jinetes blindados. Querían tirar muchos para mermar el poder de la carga, una reacción inocente producto del pánico y el horror experimentado hace unos segundos.

De los envalentonados y locos salvajes, ya solo quedaba un recuerdo.

Un sentimiento tan humano como la vida misma apareció en el peor momento… El miedo.

Por más locos y devotos que fuesen al ángel blanco, jamás podrían abandonar al cien por ciento su humanidad. Y el terror que sintieron cuando los jinetes blindados hicieron trizas sus filas fue demasiado para ellos.

Justo antes de lanzar la salva, una segunda carga de caballería los embistió por el flanco izquierdo. Los jinetes ligeros se movían más rápido, no eran buenos contra grandes masas de guerreros, pero sí ideales para destrozar a los proyectiles desperdigados.

—¡Eh! —gritaron los salvajes.

Se concentraron tanto en los caballeros, que olvidaron por completo al segundo regimiento de jinetes que los Lirios Negros manejaban.

Cuando quisieron responder la agresión con flechas, ya era demasiado tarde.

La caballería mercenaria huyó antes de recibir daños considerables y los proyectiles quedaron totalmente inutilizados. Los cuerpos ya se contaban por centenas, todo gracias a la embestida relámpago que planearon de antemano.

—¡A la carga! —Sir Balian volvió a golpear las filas traidoras con una carga mortífera, sus jinetes penetraron la retaguardia como cuchillo en mantequilla, dejando a su paso un montón de cuerpos cercenados y un río de sangre que casi volvía al piso resbaloso.

“Tenemos la ventaja, no podemos desaprovecharla” pensó el capitán mercenario.

—¡Empujen más! —Los dos últimos embates de caballería y la eliminación de los arqueros traidores aumentó la moral de manera desmedida. Sir Balian tiró las riendas una vez más, en su mente, una tercera carga sería lo indicado para terminar la pelea. La caballería ligera, por su parte, se dispuso a cazar a los sobrevivientes que huían por los costados.

No contaban con ellos, pero no les necesitaban.

“Vamos a ganar, vamos a ganar”

Entonces, el caballo de Sir Balian se quedó parado.

—¿Eh? —bufó el caballero, incrédulo por los movimientos de su animal.

Su montura no fue la única.

Había demasiados cuerpos tirados en el piso, todos desmembrados, sangrantes y con las tripas por fuera. Un espectáculo rojizo que provocó vómitos improvisados en los mercenarios más blandos desde hace rato.

Sin embargo, penetraron tan de lleno en el melee, que los jinetes ya no podían maniobrar entre tanto muerto. Los caballos se vieron inutilizados, el enorme peso de sus bardas les impidió saltar las pilas de cadáveres que les bloqueaban el paso. Y esto, naturalmente, no lo desaprovechó Sangre Quemada.

—¡La caballería pesada se atoró! —exclamó el caudillo.

—¡Mierda! —Sir Balian lanzó un golpe con su lucero desde la montura, al hacerlo, le rompió el cráneo a un salvaje que intentó tumbarlo de la silla. No obstante, otro traidor lo jaló desde el lado opuesto. Este mismo proceso se repitió muchas veces con las espadas contratadas que luchaban por salir del amontonamiento.

Fue allí donde nuestro protagonista entendió el terrible error que cometió.

“Jamás lleves a la caballería pesada a terreno lodoso”

Un error que se prometió no cometer. Y sin embargo, ahí estaba él, luchando por no ser desmontado del caballo, mientras éste tiraba mordidas, cabezazos y patadas desesperadas para no caer al suelo.

Someter a un destrero acorazado no era tarea fácil, apuñalarlo resultaba inútil debido a la barda de placas, por ende, los salvajes vieron más sencillo tumbar al jinete de la bestia y matarle en el suelo.

—¡No lo harán!

¿Quién diría que la sangre, grasa y entrañas serían un buen reemplazo del lodo?

Atrapados y sin poder maniobrar, los caballeros se vieron forzados a desmontar y luchar a pie. Una elección sensata que tardaron mucho en tomar.

Luego de matar al quinto traidor, Sir Balian hizo lo propio y se bajó del enorme destrero nervioso. El animal, ya sin el peso del jinete, salió trotando hacia la parte trasera de su ejército, una reacción normal para un caballo entrenado, de ese modo, evitaba ser robado por alguien más. Definitivamente valían su peso en oro.

“Bueno, ya nos quedamos sin caballería pesada”

—¡Caballeros, desmonten y luchen! —Sir Balian tiró el lucero del alba ensangrentado y desenfundó su espada larga. Ya no tenía su escudo consigo, pues lo perdió mientras era jaloneado por montones.

—¡A la muerte!

Mientras tanto, Pedro y Giles continuaban su duelo irregular.

No siempre luchaban, a veces llegaban más unidades por atrás y ambos se separaban para comandar personalmente a las tropas. Pero al terminar estos enfrentamientos, las dos escorias acorazadas volvían a encontrarse e intercambiaban golpes mutuos.

Ninguno quería morir allí, en medio de un mar de muerte y destrucción, donde la saña era lo único que los mantenía en pie.

—¡Eres duro de matar! —gritó Pedro, enardecido por la persistencia de Giles.

—¡Ya muérete, gordo! —Las dos espadas largas se dieron 3 besos más: Izquierda, derecha y al centro, sin importar a qué dirección tirase los cortes, Pedro lo bloqueaba con una maestría rara para su físico. No se le veía cansado, ni tampoco adolorido.

¿Cómo demonios un mercenario en tan mala forma física podía ser tan fuerte?

La respuesta era más simple de lo que aparentaba.

Pedro no era gordo como tal, sino robusto, su abdomen musculado era una combinación de grasa, con fuerza bruta y entrenamiento absurdo. Sin contar los enormes brazos que tenía y también, la experiencia de batalla.

Subestimarlo por su aspecto era el último error que todos cometían.

Giles se frustró, había tantos otros soldados que matar, tanta sangre que probar y aun así, él se veía incapaz de matar a un regordete de mierda. Sus ojos se centraron solo en Pedro, como un cazador a punto de lanzarse sobre su presa.

Y entonces, una sonrisa burlona apareció sobre sus labios.

—Imbécil —dijo Pedro.

Luego, el mundo se tornó oscuro y Giles dejó de sentir cansancio, dolor o cualquier otra cosa. Su cabeza salió volando medio metro hacia el cielo y cayó al suelo rojo.

—Gracias por la ayuda, hermosa. —Pedro le guiñó el ojo izquierdo a Isolde, cuya hoja ensangrentada ya ni siquiera parecía hecha de metal. En teoría, un arma tan desgastada no debería ser tan eficiente, pero la calidad del acero forjado en un castillo superaba por mucho al hierro pesado que blandían casi todos los mercenarios.

—Cállate, cerdo de mierda. ¡Avancemos ya!

—Pero que carácter, lindura, supongo que así gritas en la cama —bromeó Pedro.

De no ser porque luchaban en el mismo bando, Isolde ya le habría cortado la garganta por irrespetuoso.

Con Giles muerto, la infantería pesada enemiga retrocedió 20 metros en la vanguardia. Una cantidad considerable, dados los últimos acontecimientos.

—¡Arqueros, a la carga!

Sombra y el resto de los soldados pesados realizaron un último empuje total.

El gigante silencioso movió su mandoble de un lado a otro, destrozando a cualquier pobre salvaje que se pusiera en su camino. Parecía un verdadero monstruo, su enorme estatura, en combinación con la coraza desarreglada y la falta de sonido, mermaron aún más la moral de los traidores asesinos.

Sangre Quemada ya no veía por donde salir, ni escapar.

Entonces, como buen caudillo de su gente, decidió elegir la opción más honorable posible… ¡Cortar la cabeza de la serpiente!

Sus guardaespaldas, hombres acorazados al estilo imperial, lo siguieron lejos de los enfrentamientos. El cabecilla de los traidores buscó al capitán con la vista y luego de unos segundos, lo encontró…

Sir Balian yacía destazando el cuerpo de un joven miembro del culto, armado con una espada corta y un escudo triangular. Para nuestro héroe, el combate a pie era igual de duro que montado, sus golpes llevaban toda la intención de matar y a diferencia de sus mercenarios, el entrenamiento del caballero se adaptaba a casi cualquier situación.

—Es un guerrero fuerte —susurró Sangre Quemada, mientras veía los cuerpos de sus compañeros acumulados cerca del adalid enemigo —. Voy a matarlo.

En una batalla campal no había tiempo para el honor, por lo tanto, Sangre Quemada fue acompañado de sus secuaces, a la cacería del peleador blindado.

—Vienen más, ¡venga! —No había compañeros cerca, Sir Balian se vio rodeado por 4 adversarios, entre ellos, el líder de la horda.

“3 de ellos están armados como los soldados imperiales, el restante porta una armadura laminada. Él debe ser el líder, de lo contrario, ¿por qué lo pondrían justo al medio?, cuando su poder ofensivo superaba al suyo por un amplio margen”

El razonamiento estuvo en lo correcto.

Solo un caudillo podía costearse una armadura laminada completa y si a ello le sumabas los guardaespaldas bien protegidos, la conclusión era obvia.

4 vs 1

Las cosas no lucían nada bien, debía reducir su número cuanto antes, o al menos, resistir hasta recibir apoyo. La distancia que los separaba era de 5 metros nada más, los guardaespaldas le rodearon hasta dejarlo justo en medio de un círculo.

Sangre Quemada tenía dos hachas en sus manos, armas poco eficaces contra la armadura de placas, pero ideales para atacar rápido. Sir Balian sujetó su espada larga con la guardia del dragón: mano izquierda en la hoja y la derecha, cerca del mango. Una postura que solamente los expertos en el estilo del caballero podían ejercer.

El primer guardaespaldas se lanzó al ataque con un mandoble de hierro bien forjado. La hoja pesada dibujó un arco descendente sobre el yelmo cerrado del mercenario, sin embargo, Sir Balian detuvo el ataque con un bloqueo frontal, entonces, el segundo miembro del culto aprovechó esa abertura para golpear a Sir Balian con su maza de acero.

CLANK.

El fuerte impacto tumbó a Sir Balian justo al suelo, una posición terrible contra numerosos enemigos.

“Todo de acuerdo al plan”

—Eres mío. —Los matones del caudillo sonrieron aliviados. Por más habilidoso que fuese un caballero, luchar contra demasiados adversarios era imposible. Confiado de haberlo derribado, el guardaespaldas elevó su maza hacia los cielos y después…

—AHHHHHHHHH. —Sir Balian pateó el tobillo izquierdo del cultista con la punta metálica de su greba. Un error muy común de los guerreros plebeyos, era dejar descubiertos los tobillos por no usar grebas, en este caso, el pobre diablo sintió como el acero penetraba su hueso y rompía sus músculos internos.

Agobiado por el dolor, cayó al suelo y rápidamente el matón del mandoble trató de rematar a Sir Balian antes de que pudiese reincorporarse. De nuevo, craso error…

Un mandoble requería espacio para maniobrar, a tan corta distancia no le daría el tiempo de levantar su arma e imitar el corte de un verdugo. Nada de eso, pues Sir Balian ya estaba de rodillas y antes de recibir el impacto letal, clavó la hoja de su espada en el abdomen bajo del guerrero. La cota de malla no era rival para una estocada cercana.

Con esto, el panorama era 2 vs 1.

—Eres fuerte, desgraciado. —La furia de Sangre Quemada le hizo sentir confuso, ¿acaso estaba enojado por haber perdido a 2 guardaespaldas?, ¿o simplemente odiaba la idea de ser protegido por debiluchos?

La respuesta, sin embargo, no importaba.

Su último guardaespaldas tenía un mangual a dos manos, un arma poco común entre las filas imperiales y más empleada en los Estados Utova.

—Maldición… —Su experiencia peleando contra manguales era casi nula, los mercenarios no lo usaban, tampoco las tropas imperiales y solo uno que otro caballero bien entrenado le daba uso. La cadena medía cerca de 60 centímetros y la cabeza metálica yacía cubierta de púas afiladas.

Sir Balian no quiso admitirlo, pero aquella cosa le daba miedo.

Instintivamente dio un paso en reversa, señal que aprovechó el cultista para atacar con un golpe lateral a su costado izquierdo.

“¡No!”

Pero falló.

El capitán mercenario retrocedió justo a tiempo, la cabeza metálica besó al aire y no conectó su fatal impacto. Desgraciadamente, la cosa no terminó allí, un segundo paso se efectuó y el mangual de nuevo voló hacia el yelmo de placas.

“¡Casi!”

Se salvó por un pelito de rana, el joven padre jaló su cuello hacia atrás para esquivar nuevamente la muerte.

Un mangual era temible, bastaba solo un golpe para causar daño mortal.

La única desventaja era que no podía usarse en lugares muy cerrados o en combates 2 vs 1, pues tenía el riesgo de golpear a un aliado. Sangre Quemada guardó su distancia, morir por fuego aliado no sonaba muy heroico para él.

“Si esa cosa me golpea, estoy bien muerto”

El guardaespaldas giró su mangual de abajo hacia arriba y como tercer embate, atacó al flanco derecho del peto.

—¡Ya! —Pero Sir Balian bloqueó la cabeza del mangual con su espada larga.

CLANK.

Ambos entes de metal colisionaron con tal fuerza, que la espada del caballero salió volando hacia el río de sangre. Ahora Sir Balian estaba desarmado, pero a corta distancia y sin riesgo de un segundo contraataque.

—¡No! —Fue todo lo que pudo decir el matón del culto, antes de recibir un gancho de boxeo directo al mentón.

La fuerza del golpe, sumado al guantelete de acero, le provocó un desmayo total que le hizo caer al suelo. Con esto, ya solo quedaba Sangre Quemada.

“Necesito un arma, un arma, un arma, mi compañía por un arma”

Nuestro protagonista buscó por todo el charco rojo algún arma u objeto para defenderse. Pero no logró encontrar nada, solo un montón de tripas esparcidas por el piso y enormes lagunas de sangre.

—¡Muere! —Sangre Quemada se lanzó al ataque, el caudillo atacó empleando sus dos hachas de mano contra los hombros de Sir Balian. Éste, al verse desarmado, confió en la dureza de sus hombreras y en lugar de esquivar, tacleó al traidor.

—¡AHHHH! —No fue una idea inteligente, las hachas se clavaron sobre su coraza, penetrando también la malla, el gambesón y en menor medida, sus huesos.

Un hilo de sangre escurrió por toda la coraza.

Sir Balian se sintió mareado por el dolor, pero al menos todavía podía mover sus brazos y para su buena fortuna (por fin), las hachas quedaron clavadas en la armadura. Un detalle que Sangre Quemada no esperó.

—¿Eh? —Por instinto, el salvaje intentó retirar sus hachas… ¡Terrible equivocación!

Desesperado e impulsado por un destello de adrenalina, Sir Balian empujó al caudillo directo al suelo. Una vez allí, se montó encima suyo y en lugar de molerlo a golpes, sumergió la cabeza del villano bajo la sangre y extremidades cercenadas que flotaban cerca.

No por piedad, ni crueldad, simplemente sus brazos ya no podían permitirse golpear otra vez. Las hachas causaron más daño del esperado, de no ser por la armadura de placas, pudo haber sufrido una rotura mortal.

—AUGHHHH UHHHHH. —Sangre Quemada pataleó, empujó, arañó y golpeó a Sir Balian como pudo, luchó por su vida con toda la determinación posible para un ser humano. Para su desgracia…

Sir Balian tenía el yelmo puesto y por ese motivo, sus golpes y arañazos no surtieron ningún efecto. Bien pudo golpear a otro lado, pero en ese momento, presa del horror y la desesperación de morir ahogado, no se le ocurrió.

¿A quién podría ocurrírsele?

—¡Muere de una vez! —exclamó el capitán.

Pasaron 20 segundos que parecieron eternos, toda una odisea entre la vida y la muerte. El caudillo luchó, luchó y luchó al borde de la locura, movió sus músculos y columna como un pez fuera del agua.

Pero no lo consiguió.

Sir Balian puso toda la fuerza que le quedaba en ese empuje final, hasta que los pulmones del enemigo se llenaron de sangre y su fuerza disminuyó, después, la vida desapareció en un último suspiro.

Menuda justicia poética, Sangre Quemada murió ahogado en sangre.

—Finalmente…

La realidad parecía distante, Sir Balian se puso de pie y con un jalón tan doloroso como el primer impacto, se retiró la primera hacha de su hombrera.

—¡UGH! —Con el arma sobre sus dedos, el caballero mercenario caminó unos cuantos pasos hacia el guardaespaldas que se arrastraba por sobrevivir. Su tobillo destruido y gritos ahogados no le dieron ni un poco de piedad, total, ellos no pensaban perdonarlo —. Con esto, he ganado.

—¡Espera, espera, espera! —Le gritó, con la débil esperanza de que su honor le impidiese matar a un oponente desarmado y herido.

Por desgracia para él, Sir Balian era una espada contratada…

—No esperaré. —Y tras decir eso, clavó su hacha en la cara del enemigo, matando al instante. Luego, se retiró la segunda hoja con el mismo calvario y caminó de regreso al guerrero noqueado. Al menos, su muerte no será dolorosa.

SPLASH.

Clavó la hoja del hacha en su garganta, salpicando más sangre a su armadura y manchando su yelmo de rojo.

“No me siento bien… Necesito descansar”

Sir Balian derrotó al caudillo enemigo y también a su guardia personal, todo un logro digno de elogiar. No cualquiera podía presumir tal hazaña y aun así, en la mente del caballero no había ni una pizca de grandeza.

¿Cómo podía sentirse orgulloso de ver este río de muerte?

Menuda masacre.

Ambos bandos se pegaron con todo, pero la balanza se equilibró hacia el lado de los mercenarios.

Isolde y Pedro rompieron la línea traidora. El combate se terminó y ahora empezó la parte favorita de todos los esbirros, sin importar su compañía, o entrenamiento: El saqueo.

Corrieron como locos hacia los cuerpos, saqueando cualquier cosa de valor, desde prendas, hasta armas y joyas. Un espectáculo lamentable, pero entendible, ellos no recibían sueldo, se les pagaba por pelea y también por contrato. Diferente a la estabilidad económica del ejército imperial, a los lanzas libres no se les tenía ninguna consideración y por ello, vivían de los saqueos a enemigos.

Sir Balian solo asintió levemente a los pocos mercenarios que se dignaron a detenerse para preguntarle si podían saquear. Total, se habían ganado el botín con la batalla de hoy.

Pedro fue de los primeros en apoderarse de una espada larga en buenas condiciones. Debido a su rango, nadie le dijo nada y en vez de admirarlo, continuaron navegando por los cadáveres, en búsqueda de algún tesoro de valor. La misma regla para todos: Quien lo encuentre primero, se lo queda.

—¿Isolde? —Terminada su misión como capitán, Sir Balian se dedicó a buscar a Isolde entre los mercenarios que caminaban por el desolado campo ensangrentado. Sus tobillos estaban empapados del vital líquido y sus ojos amenazaban con cerrarse a cada paso que daba. No quería perder el conocimiento hasta encontrarla.

Se levantó el yelmo entero, mostrando así sus cabellos rubios con tintes rojos por el enfrentamiento pasado.

Giró sus ojos una y otra vez, en búsqueda de su preciada esposa.

“¿En dónde estás?”

No quiso perder la calma.

Se mantuvo firme, como buen caballero, pero no encontrarla le provocó una ansiedad más fea que su duelo anterior.

—UGH. —Sir Balian se aguantó las ganas de vomitar.

Se sentía débil por el dolor en los hombros y quién sabe cuánta sangre perdió durante el melee.

—¿Cariño? —Por detrás, la voz que tanto buscó finalmente le llamó con una incredulidad hermosa.

—¿Isolde? —Sir Balian se volteó rápidamente, fue allí donde la vio.

Recubierta de sangre, rodeada de tripas, sesos y demás sustancias horripilantes. Su piel blanca apenas lograba distinguirse, caminaba sujetando una herida en su hombro izquierdo y un peligroso chorro de sangre venía escurriendo por debajo del yelmo alado.

Aun así, sus adorables ojos violetas no perdieron ni un poco de su belleza.

—¡Cariño! —exclamó Isolde.

—¡Isolde! —Le respondió Sir Balian.

Ambos se juntaron en un dulce abrazo pasional, sin importar el hedor a muerto y las ganas de vomitar que ambos tenían. Sobrevivieron a la masacre y aquello era suficiente para ser felices por un día más.

Con este reencuentro, la Batalla de los Mercenarios llegó a su fin.

Capítulos
1 Introducción
2 Capítulo 1: Contrato
3 Capítulo 2: Familia
4 Capítulo 3: Guerra del Cielo Rojo
5 Capítulo 4: Negociación
6 Capítulo 5: Vientos nuevos
7 Capítulo 6: Entrenamiento físico.
8 Capítulo 7: Entrenamiento marcial
9 Capítulo 8: Malas noticias
10 Capítulo 9: Advertencia
11 Capítulo 10: Antesala
12 Capítulo 11: La noche
13 Capítulo 12: La Batalla de los Mercenarios, preludio.
14 Capítulo 13: La Batalla de los Mercenarios, contendientes.
15 Capítulo 14: La Batalla de los Mercenarios
16 Capítulo 15: La Batalla de los Mercenarios, consecuencias.
17 Capítulo 16: El chico
18 Capítulo 17: Caballero Negro
19 Capítulo 18: Miedo
20 Capítulo 19: Daños
21 Capítulo 20: Sueños
22 Capítulo 21: Vida en el campamento militar
23 Capítulo 22: Un día con Isolde
24 Capítulo 23: Un día con Sir Balian
25 Capítulo 24: Refuerzos Imperiales
26 Capítulo 25: La otra cara de la moneda
27 Capítulo 26: Tensión aliada
28 Capítulo 27: Comunicación
29 Capítulo 28: Motivos y curiosidades
30 Capítulo 29: Capitán
31 Capítulo 30: Torneo
32 Capítulo 31: Caballero vs Mercenario
33 Capítulo 32: Orden Blanca
34 Capítulo 33: Información no clasificada.
35 Capítulo 34: Nobles
36 Capítulo 35: Paraíso perdido
37 Capítulo 36: Escape desesperado
38 Capítulo 37: Futuro
39 Capítulo 38: La Orden del Ala Rota
40 Capítulo 39: El corazón de Temujin
41 Capítulo 40: Partida
42 Capítulo 41: La Batalla del Infierno Sangriento/preludio.
43 Capítulo 42: La Batalla del Infierno Sangriento/Contendientes.
44 Capítulo 43: La Batalla del Infierno Sangriento/Vanguardia
45 Capítulo 44: La Batalla del Infierno Sangriento/Falange imperial
46 Capítulo 45: La Batalla del Infierno Sangriento/Contraataque
47 Capítulo 46: La Batalla del Infierno Sangriento/ Al límite
48 Capítulo 47: La Batalla del Infierno Sangriento/Héroes Bajo Fuego
49 Capítulo 48: La Batalla del Infierno Sangriento/Conclusión
50 Capítulo 49: La Batalla del Infierno Sangriento/Consecuencias
51 Capítulo 50: Heridas imborrables
52 Capítulo 51: Ascenso forzado
53 Capítulo 52: Otra cara
54 Capítulo 53: Viejos pecados
55 Capítulo 54: Primera cita
56 Capítulo 55: Mercenarios negociando
57 Capítulo 56: CAOS
58 Capítulo 57: Muerte inminente
59 Capítulo 58: Asedio, resentimiento y silencio
60 Capítulo 59: Ironía
61 Capítulo 60: Estrategia celestial
62 Capítulo 61: Las semillas de un conquistador
63 Capítulo 62: Camino sangriento
64 Capítulo 63: Alzamiento definitivo
65 Capítulo 64: Paz futura
66 Capítulo 65: Sueño cumplido
67 Capítulo 66: La última sonrisa
68 Capítulo 67: La elección más importante
69 Capítulo 68: Conocer los riesgos no es lo mismo que aceptarlos
70 Capítulo 69: Estrategia de batalla
71 Capítulo 70: La Batalla de la Carga Definitiva/Preludio
72 Capítulo 71: La Batalla de la Carga Definitiva/Contendientes
73 Capítulo 72: La Batalla de la Carga Definitiva/Asalto Final
74 Capítulo 73: La Batalla de la Carga Definitiva/Duelo de Ingenio
75 Capítulo 74: La Batalla de la Carga Definitiva/Avanzar o morir
76 Capítulo 75: La Batalla de la Carga Definitiva/Duelos a muerte
77 Capítulo 76: La Batalla de la Carga Definitiva/Resolución
78 Capítulo 77: Venganza
79 Capítulo 78: …
80 Capítulo 79: Consecuencias finales
81 Capítulo 80: Derrota y muerte
82 Epílogo: Una vida sin ti
Capítulos

Updated 82 Episodes

1
Introducción
2
Capítulo 1: Contrato
3
Capítulo 2: Familia
4
Capítulo 3: Guerra del Cielo Rojo
5
Capítulo 4: Negociación
6
Capítulo 5: Vientos nuevos
7
Capítulo 6: Entrenamiento físico.
8
Capítulo 7: Entrenamiento marcial
9
Capítulo 8: Malas noticias
10
Capítulo 9: Advertencia
11
Capítulo 10: Antesala
12
Capítulo 11: La noche
13
Capítulo 12: La Batalla de los Mercenarios, preludio.
14
Capítulo 13: La Batalla de los Mercenarios, contendientes.
15
Capítulo 14: La Batalla de los Mercenarios
16
Capítulo 15: La Batalla de los Mercenarios, consecuencias.
17
Capítulo 16: El chico
18
Capítulo 17: Caballero Negro
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Capítulo 18: Miedo
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Capítulo 19: Daños
21
Capítulo 20: Sueños
22
Capítulo 21: Vida en el campamento militar
23
Capítulo 22: Un día con Isolde
24
Capítulo 23: Un día con Sir Balian
25
Capítulo 24: Refuerzos Imperiales
26
Capítulo 25: La otra cara de la moneda
27
Capítulo 26: Tensión aliada
28
Capítulo 27: Comunicación
29
Capítulo 28: Motivos y curiosidades
30
Capítulo 29: Capitán
31
Capítulo 30: Torneo
32
Capítulo 31: Caballero vs Mercenario
33
Capítulo 32: Orden Blanca
34
Capítulo 33: Información no clasificada.
35
Capítulo 34: Nobles
36
Capítulo 35: Paraíso perdido
37
Capítulo 36: Escape desesperado
38
Capítulo 37: Futuro
39
Capítulo 38: La Orden del Ala Rota
40
Capítulo 39: El corazón de Temujin
41
Capítulo 40: Partida
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Capítulo 41: La Batalla del Infierno Sangriento/preludio.
43
Capítulo 42: La Batalla del Infierno Sangriento/Contendientes.
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Capítulo 43: La Batalla del Infierno Sangriento/Vanguardia
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Capítulo 44: La Batalla del Infierno Sangriento/Falange imperial
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Capítulo 45: La Batalla del Infierno Sangriento/Contraataque
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Capítulo 46: La Batalla del Infierno Sangriento/ Al límite
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Capítulo 47: La Batalla del Infierno Sangriento/Héroes Bajo Fuego
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Capítulo 48: La Batalla del Infierno Sangriento/Conclusión
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Capítulo 49: La Batalla del Infierno Sangriento/Consecuencias
51
Capítulo 50: Heridas imborrables
52
Capítulo 51: Ascenso forzado
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Capítulo 52: Otra cara
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Capítulo 53: Viejos pecados
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Capítulo 54: Primera cita
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Capítulo 55: Mercenarios negociando
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Capítulo 56: CAOS
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Capítulo 57: Muerte inminente
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Capítulo 58: Asedio, resentimiento y silencio
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Capítulo 59: Ironía
61
Capítulo 60: Estrategia celestial
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Capítulo 61: Las semillas de un conquistador
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Capítulo 62: Camino sangriento
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Capítulo 63: Alzamiento definitivo
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Capítulo 64: Paz futura
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Capítulo 65: Sueño cumplido
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Capítulo 66: La última sonrisa
68
Capítulo 67: La elección más importante
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Capítulo 68: Conocer los riesgos no es lo mismo que aceptarlos
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Capítulo 69: Estrategia de batalla
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Capítulo 70: La Batalla de la Carga Definitiva/Preludio
72
Capítulo 71: La Batalla de la Carga Definitiva/Contendientes
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Capítulo 72: La Batalla de la Carga Definitiva/Asalto Final
74
Capítulo 73: La Batalla de la Carga Definitiva/Duelo de Ingenio
75
Capítulo 74: La Batalla de la Carga Definitiva/Avanzar o morir
76
Capítulo 75: La Batalla de la Carga Definitiva/Duelos a muerte
77
Capítulo 76: La Batalla de la Carga Definitiva/Resolución
78
Capítulo 77: Venganza
79
Capítulo 78: …
80
Capítulo 79: Consecuencias finales
81
Capítulo 80: Derrota y muerte
82
Epílogo: Una vida sin ti

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