Capítulo 5: Vientos nuevos

Capítulo 5: Vientos nuevos

Esa misma tarde, Sir Balian volvió a casa con su familia.

Isolde se encontraba esperándolo en la puerta, con sus ropas normales y mirada preocupada.

—¿Cómo te fue? —preguntó su esposa.

—Conseguí el trato, no te preocupes.

—¡Genial!, ¡sí! —La chica se lanzó a sus brazos como una jovencita enamorada, a pesar de su edad, ella aún conservaba algunos gestos de su adolescencia, entre ellos, el lanzarse hacia Sir Balian para abrazarlo y darle un tremendo beso en los labios.

Al capitán no le molestó en lo absoluto, rodeó a su amada esposa entre sus brazos y le devolvió el beso exactamente con la misma pasión. De no ser por la sonrojada Roma que los veía desde atrás, bien pudo haberle quitado la ropa allí mismo y llevarla a la cama para celebrar.

Pero no.

Había una niña presente y debía comportarse como todo un hombre adulto.

Ya habrá tiempo durante la noche.

—B-Bienvenido, Sir Balian. —Roma tenía cargado al pequeño Trevor, este rápidamente abrió sus ojos en par al ver a sus padres juntos y como todo niño pequeño, estiró sus manitas para ser cargado por Sir Balian —. Parece que Trevor quiere unirse al festejo.

—Tráelo para acá, él es quien más ganará con esto. —Roma le entregó al niño con un ruborcito en las mejillas.

Cada vez que los veía besarse o darse muestras de afecto, ella sentía que estorbaba.

No merecía estar presente en sus verdaderos momentos de felicidad. O al menos, ese fue su pensamiento mientras se retiraba a su habitación.

Sin embargo, la ambición de Sir Balian no siempre fue tan grande.

Su familia pertenecía a la nobleza desterrada, un clan exiliado por haber ayudado al bando perdedor en una guerra civil hace más de 300 años. Con el poco dinero que les quedó, fundaron la compañía de los Lirios Negros y ganaron su fama con la fuerza de las armas.

Para Sir Balian, la vida de mercenario era lo único que conocía.

Creció entre peleas, majaderías y suciedad, pues así era la vida de los soldados de fortuna: Una ruleta de suerte que podía terminar en gloria, o en muerte.

Durante ningún momento de su adolescencia, Sir Balian pensó en cambiar las cosas, creyó que viviría luchando eternamente, en este calvario autoimpuesto de sus antepasados. A pesar de haber sido nombrado caballero, nunca se comprometió con la causa, para él, lo único que valía la pena era el dinero.

Aquel debió ser su destino.

Un mercenario más de los muchos que plagaban al Imperio Cross.

Pero todo cambió cuando la conoció a ella.

De cabello rojo y ojos violetas, Isolde llamó su atención de inmediato, una elfa luchando en una compañía humana no era algo novedoso. Muchos elfos aventureros salían de sus casas en búsqueda de fama y fortuna. Pero lo que hacía especial a Isolde, era su forma de pelear.

Luchaba con una determinación brutal, uno tras otro, sus enemigos caían muertos sin rechistar. Pero al terminar la batalla, ella se sentaba sola en la fogata, intentaba crear conversaciones, pero nadie la escuchaba realmente.

Los otros miembros de la compañía le tenían miedo. Pensaron en ella como una psicópata que no entendía nada más que la violencia.

Pero nada más lejos de la realidad.

Isolde quería hacer amigos, reírse junto a los demás, entablar conversaciones absurdas y simplemente, disfrutar la vida. Creyó que todo cambiaría, que las personas valorarían sus habilidades de combate y por ende, la aceptarían en un grupo.

Nada funcionó.

Los miembros de la compañía pasaban de ella, ni siquiera se atrevían a mirarla con lujuria, pues ella misma decapitó a los únicos tontos que trataron de atacarla durante la noche.

¿Y entonces cómo inició su historia de amor?

¿Qué motivó al joven Sir Balian a entablar conversación con Isolde por primera vez?

La respuesta no era nada del otro mundo, una mera trivialidad que, poco a poco, se transformó en algo más…

—Oye, ¿tus orejas están firmes o si las tocas se ponen aguadas? —Fue una pregunta tonta, irrespetuosa y absurda, pero Isolde lo único que pudo responder fue una carcajada llena de felicidad.

Por primera vez, alguien le hacía una broma.

Sin miedo, sin temor, ni frialdad, solo el simple sentimiento de camaradería.

Y para Sir Balian, esa sonrisa valía un millón de monedas, quizá más. Quedó perdidamente enamorado de la elfa, pues nunca había visto una sonrisa tan sincera en aquel campamento infernal.

“Ella será mi esposa”

Una cosa llevó a la otra.

Primero fueron aliados, luego amigos y al final… Amantes.

Tras la muerte de su padre, Sir Balian tomó las riendas de los Lirios Negros y al mismo tiempo, contrajo matrimonio con Isolde.

No llegó nadie a su boda, salvo la pequeña Roma, que en ese entonces apenas tenía 11 años de edad. Ella entregó los anillos y les preparó una cena sencilla dentro de la casa de campaña.

Y desde ese momento, la determinación de Sir Balian renació.

“Mi esposa e hijos no vivirán en estos campamentos de mierda. Voy a restaurar el honor de mi casa y me convertiré en Señor… “

Con ese pensamiento en mente, Sir Balian movió los hilos alrededor de la guerra y ahora, en el sexto año de hostilidades, por fin llegó la oportunidad que tanto había esperado.

—Esto apenas comienza, Isolde, tenemos que entrenar a esos reclutas lo suficientemente bien para que no los maten al inicio de la contienda.

—¡Yo ayudaré!, espero que esos chicos estén listos para mi entrenamiento riguroso, ¡no querrán volver a tomar una lanza! —La pareja de casados volvió a reír, se llevaban tan bien que su propio hijo también se unió a la carcajada, aun si no captaba nada de lo que decían.

—¿Yo entrenaré? —preguntó el pequeño.

—Cuando tengas edad, Trevor, te daremos el mejor entrenamiento de todos, nadie podrá vencerte. Por ahora, tu misión es crecer sano y fuerte, ¿lo harías por mí? —Isolde tomó los cachetitos del niño y los apretó despacito, ante dicho gesto, Trevor sonrió y estiró sus pequeños brazos hacia ella.

—Vas con tu mami, eres un consentido —bromeó Sir Balian.

Isolde cargó al niño con una deslumbrante sonrisa, para Sir Balian no habrá mujer más hermosa que su esposa, la amaba con todo su corazón y si debía mancharse las manos por la felicidad de Isolde y Trevor… “Que así sea”.

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