Capítulo 7: Entrenamiento marcial
Las cosas mejoraron ligeramente para los reclutas.
Ya no se cansaban tanto y aprendieron a ponerse el equipo en poco tiempo, una virtud esencial en campañas largas.
Sin embargo, Sir Balian aún no los consideraba listos para la siguiente fase, de tener más tiempo, habría seguido con el acondicionamiento físico por 2 meses más.
“Pero es lo que tenemos”
Luego de haber corrido 5 kilómetros con la armadura puesta, Sir Balian se reunió con los reclutas en el patio de armas. A su lado, yacían Isolde y Sombra, armados hasta los dientes y a las órdenes de su capitán.
—La parte más fácil ha terminado. —Con esa frase, la atención de los soldados quedó centrada en Sir Balian.
¿La parte más fácil?
Luego de haber corrido como locos y entrenado por semanas, aquella declaración parecía fuera de lugar.
—Lanceros, reúnanse con sus regimientos establecidos, espadachines, hagan lo mismo. —En el cuerpo de reclutas ya estaban asignados a ciertos regimientos de 60 individuos, comandados por un sargento de armas.
En total, los nuevos reclutas eran 7000 soldados, divididos en regimientos de 70 individuos cada uno. Formando así un total de 100 pelotones.
60 de ellos iban armados con lanzas.
30 cargaban arcos consigo.
Y solo 10 regimientos presumían tener espadas como arma principal.
—Proyectiles, ¡conmigo! —Isolde se llevó a los arqueros hacia el campo de tiro, después de todo, Sir Balian no tenía nada que enseñarles porque nunca fue un buen arquero, o ballestero. Claro, podía disparar con normalidad estas armas, pero jamás se consideró a sí mismo un experto.
—Escuchen, lanceros, los monstruos del ejército celestial, son un horror que ustedes no se imaginan. ¡No centren sus miradas en ellos por mucho tiempo!, sus masas amorfas pueden provocar ansiedad en las mentes débiles, por ende, manténganse firmes y juntos. En combate personal, únicamente guerreros entrenados pueden vencer a los monstruos, la mayoría de ustedes perderá si luchan uno contra uno. —Al haber demasiados presentes en un lugar muy amplio, otros sargentos y capitanes ayudaron a Sir Balian, estos transmitían exactamente las mismas palabras con unos segundos de retraso, para que todos los miembros pudiesen escuchar los consejos del mercenario —. Apunten sus lanzas hacia las extremidades, no al cuello, ni la cabeza, ellos no son humanos y aunque destrocen sus cerebros, tardarán un poco más en morir que cualquier otro ser vivo. Lo ideal es reducir su poder de ataque o movilidad, de esta forma, será más fácil destrozarles el cráneo y dejar que se desangren en el piso.
Sir Balian ya había luchado contra el ejército celestial.
No fue una experiencia placentera.
Los monstruos no sentían miedo, atacaban desenfrenadamente y carecían de cualquier disciplina marcial.
Las memorias de su encuentro continuaban frescas en lo más profundo de su mente, pues aquella batalla no terminó a favor de su compañía.
“Nadie está listo para pelear contra semejante caos” pensó Sir Balian.
—Espadachines, ustedes la tienen peor… Su tarea es pelear cara a cara contra los horrores del ejército celestial. Les doy el mismo consejo, ¡levanten sus escudos y ataquen juntos!, no luchen de manera individual, utilicen el muro de escudos como una masa ofensiva y cuando estén cerca de ellos, ¡lancen estocadas, no cortes! —La táctica del testudo era muy útil en el pasado, los legionarios del extinto Imperio Mena la dominaron a la perfección, pero en tiempos modernos, esos conocimientos se habían perdido desde hace siglos.
Ya no hacían escudos grandes y rectangulares, ahora tenían la forma de un triángulo, o una lágrima ovalada. No muy recomendables para cerrar formación de testudo, pero sí lo suficiente para crear un muro.
El plan de Sir Balian era una pésima imitación.
Sin embargo, era lo poco que podía hacer para mantenerlos con vida.
—Todos haremos el siguiente ejercicio: ¡Levanten sus escudos y luego lancen una estocada!, sean precisos, no rápidos… ¡Vamos!
Los regimientos hicieron caso a las indicaciones de Sir Balian.
Uno tras otro, los escudos se levantaron en tiempos desiguales y las estocadas parecían teclas de piano que se movían de manera individual y no colectiva.
Menudo fracaso.
Hacía falta trabajar coordinación.
—¡No, no! —Exclamó Sir Balian —. Contaré hasta tres, en cuanto diga ese número ustedes levantarán su escudo y de inmediato, darán su estocada. Quiero que griten al atacar, ¡hasta que su grito no sea uniforme no los dejaré comer!
Y así fue.
El sonido de los escudos al levantarse continuaba siendo torpe.
Unos reclutas tenían más fuerza que otros, además, el cansancio ya hacía mella en ellos.
—¡Uno, dos, tres! —Escudos levantados, lanza/espadas moviéndose sin coordinación alguna y gritos repletos de cansancio.
—¡Vamos, vamos, vamos!, ¡si no quieren morir más les vale que dominen esta técnica básica! —Los capitanes y sargentos dieron de su parte para apoyar a los reclutas fulminados, estos lo intentaron al máximo de su habilidad, pero en un día no iban a dominar una técnica que podía llevar semanas aprender.
Los arqueros la tuvieron más fácil.
Isolde simplemente les puso a disparar salvas controladas y en orden, el típico ataque de los proyectiles imperiales. Una estrategia fácil de realizar, hasta por los arqueros más novatos.
Luego de 2 semanas, los resultados del entrenamiento por fin se notaron en menor cantidad: Las lanzas ya parecían estar unidas y los escudos más o menos daban una imagen firme. Si bien, no podían rivalizar contra una verdadera formación imperial, estos reclutas ya eran capaces de mantener el terreno contra cualquier adversario.
Un logro brutal, dado el poco tiempo que se les dio para dominar sus formaciones.
Fue un proceso apresurado, doloroso y complicado, pero nunca imposible.
Sir Balian les hizo pasar un infierno en vida, para no tener que sufrirlo en muerte.
—¡Escudos arriba, lanzas al frente! —Tras su comando, los soldados verdes se movieron con sincronía mediocre y a una velocidad relativamente lenta.
“Algo es algo, dijo un calvo”
Sir Balian les mostró técnicas de combate individual. El caballero tomó prestado un escudo de infantería y después dio una pequeña embestida hacia el frente.
—El escudo también sirve para pegar, no obstante, solo usen esta técnica si requieren empujar al enemigo. En una formación cerrada, los escudos solamente se deben emplear como armas si el sargento a cargo lo indica, de lo contrario, podrían perder la cohesión.
Las palabras de Sir Balian estaban llenas de razón.
En un combate personal, el escudo era un arma eficaz para desestabilizar al oponente, pero dentro de una formación cerrada, su efectividad se venía abajo, ya que perdía el elemento más importante de un muro: La masa conjunta.
Hasta el agujero más pequeño de una formación podía terminar desbandando al resto de los soldados.
Y aquella lección la había aprendido Sir Balian por las malas…
—¡Espadachines, atención! —Nuevamente, la espada contratada dio consejos útiles para sobrevivir en medio del caos —. Una espada es buena para cortar y tajar, pero si se ven en la necesidad de escapar, no duden en arrojarla hacia el enemigo y utilizar el tiempo del shock para huir. Sin embargo, no empleen este remedio contra enemigos humanos.
Un monstruo era torpe y lento, en cambio, los soldados humanos que luchaban a favor del ángel blanco sí tenían nociones militares y peor aún, inteligencia bien desarrollada.
El truco de arrojar el arma no funcionaba con humanos.
Tal vez podías matar a uno si la espada se quedaba clavada en la garganta, pero en la mayoría de los casos, acertar allí era imposible para soldados medianamente entrenados. Ni siquiera Sir Balian podía considerarse un lanzador capaz de matar al primer proyectil.
—¡Vamos, vamos!
Con base en disciplina, constancia y algo de crueldad, Sir Balian convirtió a los reclutas verdes en soldados competentes.
Una hazaña digna de halagar.
Y en un buen momento…
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