Capítulo 16: El chico
Mientras la Batalla de los Mercenarios se llevaba a cabo, la vida dentro del campamento militar seguía su curso.
Roma se levantó temprano, al filo de las 6:00 AM.
Dejó durmiendo al pequeño Trevor y de inmediato, se puso un vestido de una sola pieza color café, botas del mismo color y luego llevó consigo un morral de cuero para comprar verduras.
Una caravana mercante llegó al campamento y como buena sirvienta personal, debía comprar los ingredientes frescos para cocinarle a Trevor sus 3 comidas al día. Por órdenes de Sir Balian, su hijo nada más podía comer alimentos frescos de alta calidad, no la basura que les daba a sus mercenarios para llenarse el estómago.
—Pediré carne de res, verduras y unas frutitas. Seguro a Trevor le encanta.
La jovencita vio que había muy pocas personas cerca de la caravana, pues los soldados imperiales yacían realizando sus entrenamientos de rutina y no les daba tiempo de venir a comprar personalmente. Los intendentes imperiales, en cambio, ya tenían acuerdos con mercantes y manejaban su propia línea de suministros.
Por esa razón, solo vio a unos cuantos refugiados haciendo negocios con moneditas de cobre y pequeños trueques.
—Parece que hay también una caravana de refugiados, pobre gente. —De no ser porque Sir Balian e Isolde la recogieron, ella misma habría terminado en esas condiciones tan malas.
Roma negó con la cabeza muchas veces, no quería recordar el pasado, ni imaginar situaciones hipotéticas que pudiesen arruinar su día. La niña compró unos kilos de carne fresca, verduras, frutas y finalmente pagó con las monedas que Sir Balian le dejó antes de irse. Luego, se dio la vuelta y caminó a paso firme de regreso a casa.
—Esto pesa… —Roma no pudo sostener el peso de la bolsa, su pequeño cuerpo cayó de sentón al piso y de milagro no tiró la comida —. ¡Ay!, e-eso me dolió.
—¿Necesitas ayuda? —De repente, la voz de un niño joven le llamó desde atrás.
Roma se paró rápidamente y miró al pequeño con cierto recelo.
No era ninguna novedad que los niños huérfanos se dedicasen al hurto para sobrevivir.
—No, gracias… —El niño era delgado, de cabello castaño, ojos café y ligeramente más bajito que ella. Aparentaba unos 10 años nada más, la misma edad que tendría su hermano fallecido si aún estuviese con vida…
—Ah, descuida, no soy un ladrón —comentó el pequeño. Su camisa de lino blanca y desgastada, en combinación con sus pantalones rotos, no le daba muy buena pinta —. Vengo con la caravana de refugiados y me preguntaba si podía conseguir trabajo con una compañía mercenaria.
A pesar de su edad, el niño hablaba muy bien.
Probablemente, estaba acostumbrado a lidiar con extraños.
—Es algo tarde, los mercenarios marcharon a la batalla. ¿Por qué no pruebas suerte en la ciudad?
—De allí vengo —contestó —. No hay espacio para nosotros en la ciudad, si vieras la cantidad de mendigos que se arrastran por las calles, seguramente opinarías lo mismo.
Roma se quedó callada.
Ella no había visto el deplorable estado de las ciudades, como se la pasó dentro de los campamentos mercenarios y sin salir de las casas que usaba Sir Balian en las campañas, jamás vio de primera mano el calvario de los sobrevivientes. Pero aquel niño sí, sus ojos reflejaban un pasado tan duro como el suyo y quizá peor.
—Comprendo, tal vez mi señor tenga trabajo para ti, pero deberías volver en unos días.
—¡Muchas gracias!, me daré un paseo por los campamentos a ver que puedo conseguir para comer. Tengo unas moneditas guardadas, lo suficiente para que un soldado me la cambie por algo de pan. —El pequeño no le pidió nada de lo que traía, ¿era orgulloso?, ¿o simplemente se hacía el fuerte?, sin importar la razón, a Roma se le hizo un tanto gracioso.
—Claro, ten cuidado, no todos por aquí son amigables.
—Lo sé, por eso vine a hablar contigo, fuiste la persona menos amenazante que vi mientras llegaba. —El pequeño volvió a sonreír, definitivamente debía ser hijo de algún comerciante, pues hablaba con una facilidad increíble para su edad —. Me llamo Jared, un placer.
—Yo soy Roma, el gusto es mío. —Tras presentarse, la niña se puso de pie y alistó sus cosas para volver a casa.
O eso intentó.
Segundos después, un hombre alto y desgarbado se interpuso en el camino de los niños. Tenía una espada de armas colgando en el cinturón, un escudo triangular sobre su espalda y además, traía un gambesón de mediana calidad. La típica apariencia de un mercenario.
—¿Puedo ayudarlo? —cuestionó Roma.
—Sí, dame tu maldita comida y nadie saldrá herido. —Roma se alarmó, de inmediato, cubrió la bolsa con su pequeño cuerpo y luego negó con la cabeza repetidas veces. El niño, en cambio, se hizo a un lado con las manos arriba.
—No haga esto, señor, si me lastima las cosas no irán bien para usted, soy la sirvienta personal de Sir Balian.
—Por mí puedes ser la puta del Duque. ¡Dame la maldita bolsa! —exclamó el mercenario desertor —. Los Saqueadores Musculosos y los Lirios Negros van a morir, ¿por qué debería preocuparme por un hombre muerto?, me fui al carajo, no pienso dar mi vida por esos imbéciles.
—Señor, por favor, no haga esto… —Roma perdió la compostura, quiso darle la bolsa, pero sus músculos le fallaron y simplemente se quedó parada, con el preciado tesoro detrás de su espalda.
—Tome la bolsa, señor, pero no nos lastime… —Jared intentó convencerlo con su ágil labia, pero no tuvo mayor éxito.
—¡Cállate! —Y sucedió.
El mercenario golpeó a Roma en la mejilla izquierda con un puñetazo a todo poder.
—¡Ah! —exclamó —. T-Toma la bolsa… —murmuró la niña, llorando y muy mareada por el golpe.
—¡Roma! —Jared no sabía qué hacer, estaba desarmado y su tamaño era inferior al del asaltante. Su nueva conocida yacía tirada en el piso, incapaz de hacer algo para defenderse a sí misma.
No estaba acostumbrada al dolor.
Sir Balian e Isolde jamás le hicieron daño, por lo tanto, su resistencia era mínima en ese aspecto.
—Sabes que, no eres tan pequeña después de todo, creo que me divertiré contigo un momento. —Al decir eso, los ojos lagrimosos de Roma se abrieron en par. Lucía muy aterrada, su cuerpecito empezó a temblar e instintivamente, se abrazó a sí misma.
—N-No lo haga, señor, por favor, tome la bolsa y váyase.
—¡Y una mierda, eres mía! —Menudo animal.
El criminal inutilizó a Roma de las muñecas y se colocó encima de ella, impidiendo a la adolescente el poder patalear para tratar de resistirse. Luego, soltó su muñeca derecha y como la escoria humana que era, rasgó el vestido de Roma fácilmente, exponiendo sus hombros desnudos.
—¡Ayuda! —gritó Roma.
—¡Auxilio! —Jared hizo lo propio, pero nadie los vino a rescatar.
Los mercantes se hicieron de la vista gorda y ningún refugiado quería tener problemas con un hombre armado. Así de cobarde y débil se había vuelto la sociedad imperial.
—¡Cállate! —El horror se hacía más intenso, las lágrimas de Roma solo excitaron más al pervertido, cuya lujuria nubló su juicio. Para silenciarla, volvió a darle un golpe fuerte, esta vez en el abdomen.
—UGH.
Los tensos músculos de Roma se relajaron, ahora estaba a merced del mercenario…
¿O no?
—¡Ya basta! —En un acto de valor y estupidez, Jared tacleó al atacante usando todo el peso de su cuerpo como arma.
—¡Imbécil! —El mercenario no esperó ser tacleado por un niño, aquello le pareció estúpido y absurdo. Enardecido por su intromisión, se puso de pie y tomó al niño del cuello de su camiseta, alzándolo unos cuantos centímetros del suelo —. ¿Te crees muy gracioso?
—Uh… Déjala en paz.
—¿O qué?, ¿me matarás tú? —Para el mercenario, aquello era placentero, pues siempre había disfrutado abusar de los más débiles. Envalentonado por su posición de poder, aplastó el abdomen de Roma con fuerza para seguir haciéndole daño.
—¡AHHH! —Ya no sabía qué hacer, sus ojos amenazaban con cerrarse.
Dentro de su mente, ella rogó a Sir Balian o Isolde, para que vinieran a salvarla de un destino trágico.
—A-Alguien lo hará —bufó Jared.
—Lástima, no lo veo. —El matón arrojó a Jared hacia atrás, sin ninguna consideración por su seguridad.
La caída no fue grave y gracias a un beso del destino, el niño no se pegó en la cabeza cuando cayó.
—¡Ayuda! —volvió a exclamar, pero nadie vino en su auxilio y peor aún, se encontraba muy adolorido para realizar otra tacleada.
Por un momento, la idea de correr y dejar a Roma sola le vino a la mente, después de todo, no era su amiga, ni su pariente, tampoco alguien importante para él. Bastaba con tomar una de las manzanas que dejó caer y perderse en medio del campamento militar.
No obstante…
Aquello significaba romper la promesa que le hizo a su padre, antes de verlo marchar hacia las murallas de su pueblo natal.
“Prométeme que vivirás una vida honrada hasta el final”
—¡Ayuda! —volvió a exclamar, hasta lastimarse la garganta de tanto gritar.
—Nadie vendrá —bufó el maleante, mientras decidía por dónde comenzar la violación de Roma, cuyos ojos habían perdido el brillo y la esperanza.
—No puede ser… —Jared se quedó sin voz, decepcionado consigo mismo, cerró los ojos y aguardó el fatal destino de Roma.
Y entonces, el sonido de un caballo lejano se volvió más fuerte, más fuerte…
Hasta que se detuvo.
—Es suficiente, déjala ir. —Una voz valiente y cubierta de acero vino al rescate en el último minuto.
Jared abrió los ojos y fue allí donde lo vio, cubierto de una armadura negra, con el símbolo de un wyvern rojo grabado en el centro del peto.
Un caballero…
La mirada de Roma recuperó el color y, por otro lado, el asaltante se puso de pie.
—¿Y tú quién eres?, imbécil, ¿no ves qué estoy ocupado?
—No necesitas saber mi nombre, después de todo, eres un hombre muerto. ¡Te reto a duelo!
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