Capítulo 9: Advertencia
Mientras el entrenamiento de los reclutas pasaba su fase más dura, los exploradores imperiales seguían realizando sus patrullajes habituales.
Este regimiento pequeño de caballería ligera, estaba compuesto por voluntarios jinetes amantes de la arquería y la velocidad. Como tal, el Imperio Cross no manejaba arqueros a caballo dentro de su ejército permanente, salvo algunas órdenes de caballería que elegían el arco montado como arma principal, esta disciplina era practicada por cazadores, campesinos y ricos extravagantes, que preferían disparar flechas en lugar de luchar cuerpo a cuerpo.
—Nada por ahora —comentó Alberto, uno de los jóvenes jinetes que tenía su primer año como explorador. El chico tenía solo 19 años, iba ataviado con una armadura de cuerpo color café, un arco pequeño situado en su espalda y un sable de caballería colgando sobre su cinturón de cuero.
El caballo que montaba era pequeño, pero veloz.
—Igual no podemos perder de vista nuestro horizonte ni un solo segundo. —Otro explorador, más veterano y canoso, centró su vista en los demás jinetes que cabalgaban alrededor del perímetro. Eran un total de 20 individuos distribuidos por todos los flancos del campamento imperial.
Ellos se encargaban de dar información del terreno, advertir de posibles ataques y de dibujar pequeños mapas para orientar a los generales. Una tarea de inteligencia muy útil.
—Ya lo sé, Rodrigo, no necesitas decírmelo. Cuando me uní a los exploradores imperiales, pensé que me esperaba una vida de aventuras y desafíos. Lo único que hago es cabalgar y entregar mensajes, que aburrido.
—Los mensajes ganan batallas, jamás lo olvides, muchacho. Además, es tu primer año como explorador, las emociones fuertes nunca faltan. —Los alrededores carecían de árboles, arbustos o maleza, el terreno plano era ideal para un enfrentamiento abierto, pero desventajoso para los amantes del sigilo y la táctica de guerrilla.
Rodrigo, por su parte, llevaba ya 25 años siendo un explorador y como tal, tenía muchísima experiencia en todo tipo de ambientes. Su piel morena, producto de estar horas bajo el sol, le daba un aspecto respetable. Muy distinto al peinado informal de Alberto y su armadura nuevecita.
—Si usted lo dice, jefe.
Pasaron las horas de la mañana y no sucedió nada.
Uno que otro pájaro volaba por los cielos, en búsqueda de agua o una rama para descansar. Por desgracia, no había ninguno de los dos.
Nada nuevo.
Solo la misma observación que realizaban cada día.
Alberto bostezó sobre la silla de su caballo, entonces, sacó de su bolsa un trozo de pan con jamón envuelto en una tela de lino, para conservar su sabor.
—Nada como el pan por las tardes —susurró Alberto, con una sonrisa tranquila.
—Supongo que merendaré algo también. —Rodrigo llevó sus manos a la bolsita amarrada sobre la silla de montar, sin embargo, se detuvo en seco —. ¿Eh?
A lo lejos, divisó a un solitario jinete que no pertenecía a los exploradores.
Su caballo era más delgado desde esta distancia, además, la proximidad del sol le hizo imposible detallar la figura lejana. Detrás de él, una enorme capa de humo se levantaba con el viento, algo extraño en un día soleado.
—Esto no es bueno, nada bueno. ¡Muchacho! —exclamó Rodrigo.
—¿Sí, señor?
—Querías adrenalina, la tendrás. No podemos perder el tiempo, daré una señal a todos los exploradores para acercarnos lo más que se pueda y luego daremos un vistazo. Cuando tengamos la información, cabalgaremos directamente al campamento, ¿entendido?
—A la orden. —Alberto guardó su torta y de inmediato, tomó las riendas de su caballo.
El resto de exploradores hizo caso a la llamada colectiva. Había 6 jinetes en esa parte del perímetro, el resto, se encontraba del otro lado, muy lejos de allí.
Alberto y Rodrigo cabalgaron a gran velocidad, con dirección a la nube de polvo. El jinete enemigo, sin embargo, desenfundó su arco compuesto y al cabo de 2 minutos, pidió refuerzos.
“Ellos no son exploradores, sino una avanzada” pensó Rodrigo.
Sus años de experiencia no podían mentirle, aquellos jinetes tenían como objetivo ser los primeros en pelear, no rastrear información, ni tampoco cazar alimentos.
¿Cómo lo supo?
Muy sencillo.
Los jinetes no huyeron al verlos.
Era costumbre de cualquier explorador, sin importar la civilización, evitar el combate a toda costa, salvo en situaciones extraordinarias. Y para desgracia de los imperiales, ésta era una de ellas.
—¡Vamos! —Otros 30 jinetes cabalgaron contra los solitarios batidores montados, de inmediato, Alberto apuntó con su arco al primer jinete que amenazó con lanzarle una jabalina directo a la bestia. Fue un proceso veloz, Alberto disparó su primera flecha contra el cuello del salvaje, un hombre alto, delgado y calvo. No alcanzó a ver sus facciones faciales, o algún detalle adicional, pues cayó abatido por el proyectil, antes de siquiera lanzar su jabalina.
Un jinete muerto, pero quedaban 29 y ni loco podía contra todos ellos.
—¡Acerquémonos más! —ordenó Rodrigo.
El explorador veterano cabalgó a toda velocidad, la adrenalina subió a tope y sus cinco sentidos explotaron de valor. Primero una flecha pasó cerca de su montura, pero logró salir ileso, luego, desenfundó su arco pequeño y sin pensarlo dos veces, lanzó una flecha contra la pata de la montura enemiga.
Pero falló.
A semejante velocidad y tan larga distancia, solo un arquero maestro podría acertar el tiro.
Resignado por la dificultad del tiro, Rodrigo centró su atención en obtener la información del enemigo. No podía ver nada todavía, pero más al fondo, cerca de un pequeño montículo, seguramente podría darse una idea de cuántos venían.
—¡Cúbreme, novato! —Rodrigo tiró la rienda más fuerte y como respuesta, el caballo corrió a toda máquina, hasta el punto de tirar espuma por la boca.
Pobre animal.
El primer batidor imperial cayó muerto, víctima de una jabalina que atravesó su pecho y le hizo caer del equino. Quedaban 5 jinetes nada más…
Bueno, 4.
Otro pobre explorador no pudo controlar la velocidad y como resultado, se cayó de la silla y terminó muriendo de una forma verdaderamente patética.
Su rostro quedó estampado en el piso y debido a ello, los salvajes semidesnudos se burlaron con una carcajada grupal.
—¡Atrápenme si pueden! —Alberto siguió disparando contra los 5 perseguidores que saboreaban su cabeza. Eran hombres fuertes, con pinturas en el pecho, arcos compuestos y jabalinas antiguas.
Equipamiento viejo, en mal estado, pero eficiente-
Ya no tuvo la misma suerte de la vez pasada, sus proyectiles pasaban de largo y apenas servían para intimidar a los traidores. No obstante, aquello no le molestó, su misión era ganar tiempo.
Nada más, nada menos.
Rodrigo esquivó una segunda jabalina por pura suerte.
El palo le pasó rozando la costilla derecha, pero no alcanzó a golpearlo, ni hacerle daño a la montura.
Quedaban pocos metros antes de llegar al montículo…
“Voy a conseguirlo…”
Entonces, lo vio…
A lo lejos, alcanzó a ver a toda una horda de puros humanos…
Eran menos de lo que esperaba, pero suficientes para poner en aprietos a la compañía fronteriza imperial. Rodrigo apenas tuvo 5 segundos para hacer cálculos, estimaciones y detallar la composición del ejército enemigo.
Muy poco tiempo, casi nada.
—¡Vámonos! —Pero fue demasiado tarde, una flecha se clavó sobre su hombro derecho, provocándole un dolor abrumador que le hizo perder el control del caballo antes de poder acelerar. La bestia sintió los nervios del jinete y en respuesta, arqueó su cabeza hacia arriba —: ¡No!
—¡Jefe! —Alberto le disparó a otro montador que cargó contra Rodrigo, pero falló y se vio forzado a moverse, de lo contrario, los otros 4 perseguidores podrían alcanzarlo y darle fin junto a su mentor.
—7000 a 8000 hombres, no hay monstruos, ¡vete y da la información! —La suerte se terminó.
Luego de 25 años sirviendo al Imperio Cross, Rodrigo por fin encontró su final.
Sin embargo, no iba a rendirse así nada más.
En lugar de aceptar su muerte, el batidor imperial desenfundó su sable de caballería y cargó contra los 3 traidores que se lanzaron con sus garrotes improvisados. Ellos no eran estúpidos, querían matar al jinete nada más y dejar viva a la bestia para usarla contra el Imperio Cross.
El primer enemigo lanzó un golpe contundente desde su silla de montar, pero Rodrigo lo bloqueó y de inmediato, clavó la punta de su sable sobre el pecho de su adversario, matándolo instantáneamente. A pesar del dolor que le destrozaba los nervios, pudo mantenerse firme durante sus momentos finales.
—¡Venga! —Otro jinete armado con una lanza ligera cargó de lleno contra su hombro izquierdo, empleando la táctica del ristre. Rodrigo no tenía tiempo de guardar el sable y disparar otra flecha, por ende, recibió de lleno el impacto que terminó por empalarlo alrededor de la extremidad.
“Todavía no estoy acabado”
Rodrigo dejó de sentir el brazo izquierdo, sus dedos se volvieron inertes y un montón de sangre escurrió alrededor de la lanza enemiga. Aun así, el batidor utilizó su mano disponible (la diestra) para rebanar el cuello del jinete a corta distancia.
El enemigo no pudo escapar, cometió el error de intentar sacar su lanza de la extremidad carnosa.
Cualquier jinete imperial sabía que la lanza en ristre solo podía ser usada una vez. Y al parecer, esos desgraciados no copiaron del todo la técnica.
—¡Muere! —El tercero, sin embargo, fue más listo.
Lanzó una jabalina por la espada del explorador y sin mayor dificultad, penetró su cuerpo. Al no tener un peto, o una cota de malla para resistir el impacto, Rodrigo perdió las fuerzas y se dejó caer hacia el lado derecho.
Su caballo gimoteó y salió corriendo en dirección a la horda, dejando al imperial a pocos segundos de morir.
—E-Es el fin… —Ya ni siquiera intentó pararse, a su alrededor se formó un asqueroso charco rojo que poco a poco, inundaba el piso café y lleno de piedras. Los salvajes no se detuvieron a rematarlo, simplemente lo observaron desde sus sillas de montar y sonrieron. Poco después, uno de los más flacos y desnutridos jinetes tomó su sable para sí mismo, el encargado de asesinarlo no quiso reclamarlo.
El último pensamiento de Rodrigo fue incoherente, hace menos de 20 minutos su única intención era merendar y ahora yacía muerto, en medio de la nada y a punto de ser pisoteado por miles de traidores.
Menudo destino cruel.
Alberto no vio el último combate de su aliado, pues salió disparado como un misil de vuelta al campamento imperial.
Detrás venían 7 jinetes persiguiéndolo y disparándole flechas.
—¡Rápido! —Los otros batidores fueron abatidos también, Alberto no vio cómo, ni cuando cayeron, simplemente dejó de observarlos en la huida general.
Ahora todo dependía de él.
Si la información no llegaba rápido al Imperio Cross, las cosas podían ponerse feas.
La sensación de adrenalina se hizo más fuerte, su ritmo cardiaco incrementó y debido a ello, no sintió tanto dolor cuando una de las flechas se clavó sobre su espalda.
—UGH. —La sangre escurrió por todo el cuero de su armadura, Alberto tiró las riendas con más fuerza, hasta sobrecargar la capacidad del caballo. Su bestia relinchó una vez, pero no lo tumbó y tampoco se detuvo —. ¡Más allá del límite!
Las cosas empeoraron cuando una segunda jabalina penetró su hombro izquierdo, por fortuna, la punta metálica no entró por completo debido a la distancia entre su perseguidor y él.
“Todavía siento el brazo, eso es bueno”
Transcurrieron otros 30 segundos llenos de acción, en ese lapso, decenas de proyectiles pasaron rozándolo, pero ninguno volvió a darle o a su caballo de ninguna manera. Definitivamente acertar a un blanco en movimiento era una proeza que no se repetía muy a menudo, incluso para tiradores expertos.
Y al final, Alberto consiguió la misión.
Llegó ensangrentado y moribundo al campamento imperial, pero antes de desmayarse, dijo las palabras mágicas a los centinelas.
—Viene una horda, 7000 a 8000 unidades, no hay monstruos ni más información.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 82 Episodes
Comments