Al subirnos en el auto Rai, empezó a poner en marcha el automóvil, nos dirigíamos primero a mi trabajo luego al suyo, como todas las mañanas. Algo que fue distinto hoy es que me levo a una cafetería a desayunar, ya íbamos muy justo de tiempo, pero él dijo:
–Nunca es tarde para una taza de café, con el amor de tu vida.
Quizá fue justo eso que aceptara ir a tomar ese café, mientras conducía entrelazo mis dedos con los suyos, algo distraído, acaricia mi mano con el pulgar, frotándolo en círculos una y otra ves, como si necesitase de ese contacto. Al llegar a la cafetería era una distinta, la parte de la fachada era madera, tenia frases motivadoras, una de ellas: “Aprendes a volar dos veces una cuando extiendes las alas, tan alto que no temes a nada y la segunda cuando aprendes a extenderlas después de no a ver volado por un largo tiempo”. Era una frase bonita. De fondo se escuchaba las risas, repiqueteos de tacones, algunos pidiendo una café expreso, capuchino.
–Ve ocupando un lugar. – dijo Rai. Escogí el mejor que se me ocurrió frente aun ventanal, fuera de la cafetería todos corrían, apresuradas, había mucho tráfico, claxones sonando, nos veían y otros se iban, algunos corrían montadas en una bicicleta, otras en una moto.
–Aquí tienes cariño. Tú café simple – Dijo Rai, sacándome de mi trance. – ¿que miras con tanta atención?.
–A la personas allá afuera, míralos todos van corriendo sin detenerse, como si todo fuese eterno.
–¿Y acaso algo es eterno?.
–claro que si, el amor, la amistad, esas casas antiguas que no derriban por que es una reliquia nacional.
Rai empezó a reírse, negando con la cabeza ante mi ocurrencia. Me gustaba como el ceño fruncido se hacia presente en su rostro, la sonrisa que marcaba junto a dos hoyuelos. Voltee la mirada hacia el ventanal aún eran las ocho de la mañana y todas las personas que pasaban frente nuestro iban con prisas.
–Jhell…
–¿sí? – voltee la mirada, – ¿Qué pasa Rai? – acerque mi mano a su mejilla acunándolo. – Estas seguro que estas bien, que te ocurre. – pregunte.
–Nada, solo que de ahora en adelante quiero que vengamos aquí a desayunar o tomar un café.
Su respuesta no me convenció pero lo deje pasar. Por que era obvio que le sucedía algo. Pero no supe el que.
–No lo se habría que ver que tal es el café, para ver si vale la pena o no volver aquí. – dije distraída.
–En ese caso probémoslo.
–Trato hecho. – dije.
Al acercar mi taza a los labios aún seguía desprendiendo vapor. Le un primer sorbo, no estaba mal, estaba en su punto, quizá valía la pena volver aquí.
–¿Y que te parece? – me pregunto.
–No esta tan mal.
–Acéptalo está tan bueno que quieres repetir. – sonrió engreído ante su afirmación.
–Creído.
–Mentirosa.
Y nos quedamos ahí, justo así, mirándonos a los ojos, una sonrisa en los labios, disfrutando del café, digno de una fotografía de publicidad, una pareja normal, común y cualquiera, bueno común no, pero digna de aparecer en una de esa publicidades de café, que se toman por la mañanas.
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