Huída fugaz

La monotonía de Carlos sentía que la apagaba y no la dejaba ser, no tomaba alcohol, no le gustaban las discotecas, no se reunía con amigos, tampoco tenía peñas o algún grupo social más que el trabajo, su hijo y su madre. No había diversión, lo que Julia ansiaba como toda joven era divertirse. Ella sentía que haberse convertido en ama de casa la estaba ahogando, no quería hijos y sin embargo se encontraba criando uno ajeno, con el cual tampoco tenía una relación óptima.

Fue una noche en la que esperó que Carlos se durmiera para llamar a Brigitte, que también estaba esperando su llamada.

¿Qué hacemos? Planeemos un viaje dijo Julia. Vamos a Mendoza.

Brigitte tenía la hija mayor viviendo allá, y le resultó conveniente, Julia podía inventar cualquier cosa que Carlos no lo iba a notar. Después de todo tenía a sus padres viviendo en Córdoba, y eso fue lo que dijo, - "Me voy a Córdoba a visitar a mis papás". Carlos se dio por notificado del viaje, Julia preparó su valija para irse el fin de semana, tenía una ansiedad que no podía manejar, quería llevar todo lo que pudiera para que no le falte nada.

Esa semana se vieron en el instituto como de costumbre, a veces estaba Carla y pasaban tiempo juntas y un día de esos Carla las invitó a pasar un día en su casa donde tenía una pileta. Fue un día muy agradable y distinto para Julia que después de su casamiento se sentía encerrada. Empezó a no darle explicaciones a Carlos. Después de todo tampoco las merecía. Luego de lo que hizo, no era lo mismo, en su interior algo se había quebrado.

El viernes a la noche tomó su valija y llamó un taxi, Carlos le preguntó si quería que la llevara a la terminal pero dijo que no. Ella iba a ir sola, ahí la esperaba Brigitte, y él no tenía que saber que iban a ir juntas, además del detalle del destino, que no era Córdoba.

Se subieron sin mirarse como dos extrañas, había más gente y habían pedido los asientos juntas. Era un viaje largo, salía a las 2 am. Iban a llegar pasadas las 10. Sentadas se miraban cómplices y reían, mientras miraban por la ventana algún moro en la costa pero no había nadie.

Emprendieron viaje. Se mimaban, y se besaban constantemente como si los labios de la otra fuera una droga a la que no podían renunciar. Julia era más impulsiva, Brigitte se sentía intimidada por el resto de los pasajeros de su misma ciudad.

Aún así, Julia le acariciaba los pechos por debajo del blazer estampado en rosas que llevaba Brigitte. Despacio, sin decir nada, reconoció esa mirada y ese rubor que la caracterizaba cuando lo hacían. Llevo su mano más abajo y le acarició el vientre hasta que le desabrochó el botón del pantalón. Abrió el cierre y la empezó a tocar, cada vez más, Julia sentía tanto placer con tal solo verla disfrutar. Estaban enamoradas y también la adrenalina que sentían cuando estaban juntas. Jugaban a que eran amigas pero a puertas cerradas eran otra cosa.

En pleno viaje, con las luces apagadas y los pasajeros durmiendo, a Brigitte de unos cuarenta y tantos, le hacía el amor Julia, de 19, la diferencia de edad entre ellas también hacía que sea más prohibido aún, pero nada le impidió a esa joven, amar a su mujer en cualquier lugar.

Llegaron a destino, con sueño, tomaron un taxi y se dirigieron al hotel que habían reservado, al llegar dejaron todo como estaba y se bañaron juntas. Se sentían libres y lejos de todo, una felicidad enorme. La luna de miel que no habían tenido se concretaba en ese momento.

El prejuicio de ambas por no ser descubiertas se hizo visible cuando pidieron la reserva con dos camas individuales, en vez de pedir una matrimonial.

Lejos de hacerse algún problema, juntaron las camas, durante un día entero no salieron de la habitación, pidieron comida y algunos vinos, había música y televisión, parecían dos adolescentes fundidas en una, se reían, jugaban, tenían sexo, y se volvían a bañar. Ratos largos debajo de la ducha, mirándose como nunca miraron a nadie. Brigitte era más dominante en el sexo, siempre sorprendía a Julia con algo nuevo. Julia más impulsiva, pero no podía resistirse a las propuestas o iniciativas de la señora diosa. El cuerpo no les dio más y tuvieron que dormir, durmieron desnudas entre caricias y sábanas. La luz de la mañana las despertó y fueron a desayunar en la restó del hotel, un calor infernal las esperaba afuera. Recorrieron peatonales, fueron a bares, museos, compraron ropa, visitaron un sex Shop y Julia se compró ropa interior. Caminaban de la mano, nadie miraba ni se asombraba, eso asombraba valga la redundancia, a la pareja.

¿Qué era lo que esperaba? ¿Qué les dijeran algo? ¿Qué les gritaran que dos mujeres no podían ir de la mano? Al principio se sintió raro, pero después esa libertad las llenó de felicidad que se olvidaron de aquellas preguntas insidiosas.

Estaban en un bar, sentadas tomadas de la mano con las bolsas de las compras que habían hecho, un viento empezó a soplar, Julia le contaba las pecas y por cada una le daba un beso. Brigitte reía feliz.

"Se viene la tormenta" Dijo el mozo. Estaban lejos del hotel, pagaron y empezaron a caminar para tomar un taxi. Todos los transeúntes caminaban apresurados, ellas, tomadas de la mano, con el reloj sin tic toc, con una tranquilidad imperturbable, las cubrió la lluvia.

No había taxis, llovía fuerte, para ir caminando al hotel quedaban varias cuadras. Después de todo era sólo lluvia, estaban empapadas y se reían, caminando encontraron un alero de una casa antigua, parecía que no hacía nadie, se quedaron ahí por un rato besándose y tocandose de nuevo, besos de lluvia, besos de viento y de libertad.

Casi llegando al hotel con las bolsas y carteras, Brigitte llevaba un vestido blanco empapado, Julia uno azul, corrieron una carrera a ver quién llegaba más rápido a la puerta y llegó Brigitte porque Julia se había tentado por la situación y la visualizó así, esa imagen quedaría grabada en su cabeza para el resto de su vida. Su maestra de pelo negro en un vestido blanco que hacía juego con sus dientes y sonrisa grande, la carcajada y la lluvia sobre ella. Hubiera hecho un retrato para inmortalizarla. Era perfecta.

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