La Sucesora. [Los Hardy - I]
...KATHERINE...
Después de horas de largo viaje, por fin bajo del jet privado en compañía de mis hermanas, que con sorpresa observan la hermosa ciudad en la que estamos.
—Así que esto es Londres —murmura Dina, mi hermana menor; dando vueltas en un solo sitio, apreciando con una ancha sonrisa los inmensos edificios que nos rodean.
Leonel Hardy, el magnate, dueño de las empresas más prestigiosas de Inglaterra, murió hace dos días. Él me adopto a mí y a mis hermanas. Según él, nuestros padres murieron en un accidente automovilístico, por lo que nos dio una vida llena de lujos; aunque no podíamos estar cerca de él, ya que su esposa así no lo quería, no quería que unas pobretonas como mis hermanas y yo crecieran junto a sus hijos; los legítimos hermanos Hardy. Papá nos envió a New York para evitar cualquier tipo de problema, y por fin, después de dieciséis años, he regresado para reclamar lo que me corresponde. Ayer nos llegó una carta en la que un abogado nos citó a las tres para recibir la parte de la herencia de nuestro padre. Y aunque la Sra. Hardy se pudra del coraje tendrá que soportar nuestra presencia.
—Vamos chicas, la familia Hardy nos espera en la gran mansión —sonrío, imaginando la sorpresita que se llevará esa familia.
Los conflictos apenas empiezan, y vengo con todo.
...ARTHUR...
Sigo sin asimilar la muerte de mi padre, porque, aunque siempre discutíamos, lo quería y su repentina partida me dejó con la mente en blanco.
—El abogado acaba de llegar —me avisa Manuel, el menor de mis hermanos que descansa su mano en mi hombro—, nos está esperando en la sala. ¿Vienes?
Con pesadez asiento con la cabeza. Salgo de la habitación al cabo de unos minutos, para bajar las escaleras que llevan al punto de reunión; la sala.
—Buenas tardes, abogado —mi presencia ahuyenta la de las sirvientas que atendían amablemente a uno de los hombres en quien mi padre más confiaba—. Lo estábamos esperando. Por favor, tome asiento.
Esté o no esté mal, no dormí bien de pensar en hoy, en la repartición de herencia que demostrará si mi padre quería tanto a sus hijos. Pasado unos cinco minutos mi hermano y mi madre llegaron, dándole la oportunidad al abogado para comenzar con la lectura del legado que mi difunto padre dejó dicho.
—Ahora sí, abogado, puede dar inicio con la lectura del testamento —autorizo.
—No puedo comenzar hasta que lleguen sus hermanas, pues sus presencias son de mucha importancia.
No hace falta girar a ver la cara de Alexander y Manuel, mis hermanos, para notar que ellos están igual de confundidos.
—¿Hermanas? —preguntamos los tres al mismo tiempo.
—No se preocupe, abogado, ya llegamos. Puede proceder a leer el testamento de mi padre —habla una mujer que jamás se ha cruzado por mis ojos, y que con aires de superioridad entra en compañía de otras dos mujeres a la sala.
—¿Quiénes son ellas, señor abogado? —salto del sofá a un rincón del lugar, donde analizo a las tres chicas—. ¿Cómo que mis hermanas? ¿Qué carajos está pasando aquí? ¿De qué me perdí? ¿Se trata de una broma pesada? Quiero saberlo para ver si me rio o no.
—Ella son las hijas adoptivas de su padre, Sr. Hardy, y el motivo de sus infaltables presencias es porque sus nombres están en este testamento, con suma importancia.
—¿Hijas adoptivas? ¿He escuchado bien? —miro a mi madre—. Tú lo sabias… ¿Por qué se callaron todo este tiempo que tenía en algún lugar del mundo a tres mujeres que ahora nombran como mis hermanas?
—Le rogué a tu padre que no topara este tema con ninguno de ustedes, no quería que pasaran por la vergüenza de saber que él cometió el grave error de adoptar a unas muertas de hambre.
—Con el respeto que usted se merece, señora, le exijo aplicar sus “valores” con mis hermanas y conmigo. Nosotras no somos ningunas muertas de hambre —se defiende la que parece ser la mayor.
El abogado carraspea, limpiando con un pañuelo sus lentes, mientras espera a que el ambiente de riña desaparezca.
—¿Podemos comenzar ahora sí?
—Claro que sí, abogado —responde Alexander, como que si no le pareciera importar que compartiremos un porciento de nuestro legado con unas recién llegadas—. Por favor señoritas, siéntense.
No entiendo ni mierda de lo que sucede. Mi estrés aumenta de solo pensar en la estupidez de mi padre al adoptar como si nada a tres mujeres, ¡sin consultarlo conmigo por ser su hijo mayor! El abogado dio inicio con el testamento, llegando a lo largo de diez minutos a la parte que más importa; la repartición de la fortuna.
—“El 16% de mis bienes los dejo en manos de mi esposa”.
Mi madre ensancha una sonrisa en la esquina de su boca, oyendo atentamente al abogado que procede a continuar.
—“Mientras que el por ciento restante se les repartirá a mis hijos, por partes iguales… —esas palabras bastan para contentarme—, incluyendo a mis hijas”.
—¡¿Qué?! —encaro al hombre que ha abierto su boca para decir una estupidez—. ¿Cómo que ellas también? ¡Qué absurdo! Por ser adoptadas deberían recibir solo el 5%. ¡Me niego a compartir la herencia con ellas!
—Arthur, cierra la boca y vuelve a sentarte. Si esta fue la decisión de papá, no hay que discutirla —dice Alexander que como siempre me habla como si él es el hermano mayor—. Continúe, abogado.
—“Como voluntad propia quiero que la mansión Hardy sea para el primero de mis nietos que lleve mi apellido; Hardy, siendo dado el poder de la residencia cuando cumpla sus 6 años de edad. Pero por mientras quedará en manos de mi gran orgullo; Katherine, teniendo todos los derechos sobre ella temporalmente”.
—Esto no puedo estar pasando, debe ser un chiste —susurro.
—“Y como última voluntad, la mansión la dejaré en manos de una persona que en todos estos años he aprendido a conocer y que ha destacado su inteligencia y responsabilidad frente a mis ojos; esta persona será mi sucesora y dueña absoluta de la prestigiosa empresa Hardy…
El silencio hace notar las ganas por terminar de oír al abogado que parece disfrutar de nuestras ansias con sus eternas pausas.
—… Esta persona es Katherine Hardy”.
—¡No lo acepto! —me pongo de pie, mirando a los ojos a la bastarda que no esconde su sonrisa—. ¡Esta mujer no se puede quedar con el sitio que me pertenece a mí como legítimo hijo! Nadie como yo podrá manejar una gran empresa. Mi padre debió haber cometido un error, yo lo sé.
—Lo siento, Sr. Hardy, pero estas son las voluntades de su padre y hay que respetarlas.
—¿Cuándo podré mudarme a mi casa, abogado? —pregunta Katherine con descaro.
—Hoy mismo, si así desea.
—Perfecto —esboza una provocadora sonrisita que me llena de fastidio—. Mis queridos hermanos, ¿no les darán una amistosa bienvenida a sus hermanas?
—Puedes llevar el apellido de mis hijos, sin embargo —arguye mi madre—, jamás serás como ellos. Nunca serás bien recibida adonde vayas porque me encargaré de hacerte la vida imposible, bastarda. Regresarás al mugroso lugar donde perteneces. ¡No les quitarás la fortuna correspondiente a mis hijos!
—Siento decirle que ya lo hice, y nadie me sacaré de aquí. Soy Katherine Hardy. Yo y mis hermanas tenemos los mismos derechos que ustedes. Exijo respeto absoluto.
—El puesto de sucesor en la empresa será mío —digo convencido en que será, y lo único que hago es que ría la muy bastarda.
—Bien dicen que soñar no cuesta nada. Le recuerdo, Sr. Arthur, que en el testamento está escrito en letras grandes mi nombre como sucesora. Así que vayan haciéndose la idea de que soy la más favorecida en la repartición de la fortuna, de que la dueña soy yo.
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Comments
Samarit G
uffff devoro🫦
2024-08-21
0
Graciela Peralta
recién la empiezo a leer y me gusta mucho la novela
2024-01-25
0
Eliana Jorquera Soto
Me encanto el comienzo del libro, como siempre los ricos, mirando por sobre el hombro a los demás. ¡Ya caerán a tus pies Katherine!
2024-01-24
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