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La Sucesora. [Los Hardy - I]

Capítulo 1

...KATHERINE...

Después de horas de largo viaje, por fin bajo del jet privado en compañía de mis hermanas, que con sorpresa observan la hermosa ciudad en la que estamos.

—Así que esto es Londres —murmura Dina, mi hermana menor; dando vueltas en un solo sitio, apreciando con una ancha sonrisa los inmensos edificios que nos rodean.

Leonel Hardy, el magnate, dueño de las empresas más prestigiosas de Inglaterra, murió hace dos días. Él me adopto a mí y a mis hermanas. Según él, nuestros padres murieron en un accidente automovilístico, por lo que nos dio una vida llena de lujos; aunque no podíamos estar cerca de él, ya que su esposa así no lo quería, no quería que unas pobretonas como mis hermanas y yo crecieran junto a sus hijos; los legítimos hermanos Hardy. Papá nos envió a New York para evitar cualquier tipo de problema, y por fin, después de dieciséis años, he regresado para reclamar lo que me corresponde. Ayer nos llegó una carta en la que un abogado nos citó a las tres para recibir la parte de la herencia de nuestro padre. Y aunque la Sra. Hardy se pudra del coraje tendrá que soportar nuestra presencia.

—Vamos chicas, la familia Hardy nos espera en la gran mansión —sonrío, imaginando la sorpresita que se llevará esa familia.

Los conflictos apenas empiezan, y vengo con todo.

...ARTHUR...

Sigo sin asimilar la muerte de mi padre, porque, aunque siempre discutíamos, lo quería y su repentina partida me dejó con la mente en blanco.

—El abogado acaba de llegar —me avisa Manuel, el menor de mis hermanos que descansa su mano en mi hombro—, nos está esperando en la sala. ¿Vienes?

Con pesadez asiento con la cabeza. Salgo de la habitación al cabo de unos minutos, para bajar las escaleras que llevan al punto de reunión; la sala.

—Buenas tardes, abogado —mi presencia ahuyenta la de las sirvientas que atendían amablemente a uno de los hombres en quien mi padre más confiaba—. Lo estábamos esperando. Por favor, tome asiento.

Esté o no esté mal, no dormí bien de pensar en hoy, en la repartición de herencia que demostrará si mi padre quería tanto a sus hijos. Pasado unos cinco minutos mi hermano y mi madre llegaron, dándole la oportunidad al abogado para comenzar con la lectura del legado que mi difunto padre dejó dicho.

—Ahora sí, abogado, puede dar inicio con la lectura del testamento —autorizo.

—No puedo comenzar hasta que lleguen sus hermanas, pues sus presencias son de mucha importancia.

No hace falta girar a ver la cara de Alexander y Manuel, mis hermanos, para notar que ellos están igual de confundidos.

—¿Hermanas? —preguntamos los tres al mismo tiempo.

—No se preocupe, abogado, ya llegamos. Puede proceder a leer el testamento de mi padre —habla una mujer que jamás se ha cruzado por mis ojos, y que con aires de superioridad entra en compañía de otras dos mujeres a la sala.

—¿Quiénes son ellas, señor abogado? —salto del sofá a un rincón del lugar, donde analizo a las tres chicas—. ¿Cómo que mis hermanas? ¿Qué carajos está pasando aquí? ¿De qué me perdí? ¿Se trata de una broma pesada? Quiero saberlo para ver si me rio o no.

—Ella son las hijas adoptivas de su padre, Sr. Hardy, y el motivo de sus infaltables presencias es porque sus nombres están en este testamento, con suma importancia.

—¿Hijas adoptivas? ¿He escuchado bien? —miro a mi madre—. Tú lo sabias… ¿Por qué se callaron todo este tiempo que tenía en algún lugar del mundo a tres mujeres que ahora nombran como mis hermanas?

—Le rogué a tu padre que no topara este tema con ninguno de ustedes, no quería que pasaran por la vergüenza de saber que él cometió el grave error de adoptar a unas muertas de hambre.

—Con el respeto que usted se merece, señora, le exijo aplicar sus “valores” con mis hermanas y conmigo. Nosotras no somos ningunas muertas de hambre —se defiende la que parece ser la mayor.

El abogado carraspea, limpiando con un pañuelo sus lentes, mientras espera a que el ambiente de riña desaparezca.

—¿Podemos comenzar ahora sí?

—Claro que sí, abogado —responde Alexander, como que si no le pareciera importar que compartiremos un porciento de nuestro legado con unas recién llegadas—. Por favor señoritas, siéntense.

No entiendo ni mierda de lo que sucede. Mi estrés aumenta de solo pensar en la estupidez de mi padre al adoptar como si nada a tres mujeres, ¡sin consultarlo conmigo por ser su hijo mayor! El abogado dio inicio con el testamento, llegando a lo largo de diez minutos a la parte que más importa; la repartición de la fortuna.

—“El 16% de mis bienes los dejo en manos de mi esposa”.

Mi madre ensancha una sonrisa en la esquina de su boca, oyendo atentamente al abogado que procede a continuar.

—“Mientras que el por ciento restante se les repartirá a mis hijos, por partes iguales… —esas palabras bastan para contentarme—, incluyendo a mis hijas”.

—¡¿Qué?! —encaro al hombre que ha abierto su boca para decir una estupidez—. ¿Cómo que ellas también? ¡Qué absurdo! Por ser adoptadas deberían recibir solo el 5%. ¡Me niego a compartir la herencia con ellas!

—Arthur, cierra la boca y vuelve a sentarte. Si esta fue la decisión de papá, no hay que discutirla —dice Alexander que como siempre me habla como si él es el hermano mayor—. Continúe, abogado.

—“Como voluntad propia quiero que la mansión Hardy sea para el primero de mis nietos que lleve mi apellido; Hardy, siendo dado el poder de la residencia cuando cumpla sus 6 años de edad. Pero por mientras quedará en manos de mi gran orgullo; Katherine, teniendo todos los derechos sobre ella temporalmente”.

—Esto no puedo estar pasando, debe ser un chiste —susurro.

—“Y como última voluntad, la mansión la dejaré en manos de una persona que en todos estos años he aprendido a conocer y que ha destacado su inteligencia y responsabilidad frente a mis ojos; esta persona será mi sucesora y dueña absoluta de la prestigiosa empresa Hardy…

El silencio hace notar las ganas por terminar de oír al abogado que parece disfrutar de nuestras ansias con sus eternas pausas.

—… Esta persona es Katherine Hardy”.

—¡No lo acepto! —me pongo de pie, mirando a los ojos a la bastarda que no esconde su sonrisa—. ¡Esta mujer no se puede quedar con el sitio que me pertenece a mí como legítimo hijo! Nadie como yo podrá manejar una gran empresa. Mi padre debió haber cometido un error, yo lo sé.

—Lo siento, Sr. Hardy, pero estas son las voluntades de su padre y hay que respetarlas.

—¿Cuándo podré mudarme a mi casa, abogado? —pregunta Katherine con descaro.

—Hoy mismo, si así desea.

—Perfecto —esboza una provocadora sonrisita que me llena de fastidio—. Mis queridos hermanos, ¿no les darán una amistosa bienvenida a sus hermanas?

—Puedes llevar el apellido de mis hijos, sin embargo —arguye mi madre—, jamás serás como ellos. Nunca serás bien recibida adonde vayas porque me encargaré de hacerte la vida imposible, bastarda. Regresarás al mugroso lugar donde perteneces. ¡No les quitarás la fortuna correspondiente a mis hijos!

—Siento decirle que ya lo hice, y nadie me sacaré de aquí. Soy Katherine Hardy. Yo y mis hermanas tenemos los mismos derechos que ustedes. Exijo respeto absoluto.

—El puesto de sucesor en la empresa será mío —digo convencido en que será, y lo único que hago es que ría la muy bastarda.

—Bien dicen que soñar no cuesta nada. Le recuerdo, Sr. Arthur, que en el testamento está escrito en letras grandes mi nombre como sucesora. Así que vayan haciéndose la idea de que soy la más favorecida en la repartición de la fortuna, de que la dueña soy yo.

Capítulo 2

...KATHERINE...

Millones de familias hay en el mundo y justo el destino me puso en el camino de los Hardy. ¡Qué familia para más ambiciosa y con el ego en las nubes!, pero me divertiré poniendo en su lugar a todos. Será difícil de controlarlos, pero ocuparé todas mis armas para que las cosas sean a mi manera.

Arthur que no prefiere verme triunfar en esta ocasión se marcha empujando todo a su paso, y la bruja alcahuete de su madre va detrás de él. Son dos gotas de agua.

—Vámonos, chicas, debemos dar una vuelta por la mansión para conocerla.

Con desinterés veo a los dos hermanos menores de Arthur. Tienen cara de querer sacarnos a patadas.

Guio a mis hermanas enseñándoles las escaleras, y no pasado del minuto ya tengo lejos a esos hermanitos al haber llegado al segundo piso.

—Fue un error venir a esta mansión y apropiarnos de todo como si nada —las pesimistas ideas por parte de Grace nunca faltan.

—Tendré todo bajo control en mi nueva casa, no te preocupes —reprimo mis ganas de querer vociferar a los cuatro vientos mi victoria, todo lo que dije que nunca llegaría a tener—. “Mi casa” … quien lo diría.

...•••...

Ya es cosa diaria levantarme muy de mañana todos los días para desayunar junto a mis hermanas, y ver a los hermanos Hardy ocupando la mesa del comedor me revuelve las tripas. No es algo que dependa de mí caerles bien, así que ni modo, todos los días deberán maldecir mi existencia. Y en esta ocasión no les daré el gusto de salir, desayunaré al lado de ellos.

—Hoy es un radiante día, ¿no, chicos? Y muy lindo para pasar una mañana entre hermanos. —mi humor es tan irónico que causo siquiera una sonrisa.

La provocación malintencionada no es buena, pero vamos, sus caras de desprecio hacia mí y mis hermanas debo cambiar.

—Así que los hermanitos Hardy viven en la misma casa, con razón tan unidos, eh —juego con una cuchara encima de la mesa y acerco más la silla a la mesa para tenerlos más de cerca—. Tanto silencio sofoca. ¿Qué? ¿A la hora de comer en familia son tan aburridos que no hablan o es que los pongo de malhumor?

—Sentir que respiro el mismo aire que una víbora como tú basta para querer tenerte a kilómetros —espeta Arthur, bajando las mangas de su traje cuando se pone de pie—. ¿En qué idioma quiere escuchar la señorita que nunca será bien recibida y que por más derechos que tenga siempre la veré como alguien que no encaja en una vida de lujos? No te sientas muy importante, Katherine, apenas llegaste ayer, no quieras acoplarte a nosotros.

¿Por qué no me defendí y solo me quedo sentada viéndolo irse de la casa? ¡Es un imbécil! Sigue disgustado por no heredar la empresa, y si quiere iniciar una guerra no me negaré a utilizar las armas que tenga a mi alcance. No conozco a Arthur y puede darme un golpe bajo sin que me dé cuenta, es un tipo que no sabe perder, no me confiaré por más estúpido e indefenso que luzca ese tipo.

—Qué genio —refreno un insulto por más ardida que esté, sus hermanos están viéndome y no haré notar como si me afectaran sus palabras. ¡Todo lo que venga de ese idiota no me afecta en lo más mínimo!

—¿Cuál era el plan que tenía entre manos, Srta. Katherine? —me dirige la palabra Manuel Hardy, el menor de ellos.

Se me hace que los pleitos no serán solo con Arthur.

—¿Era quedarse con todo y venir a arruinar la felicidad de esta familia? Porque ya lo logró, ¿contenta?

Me quedo silenciosa y sonriendo por verlo también partir.

Qué sorpresas me he llevado con estos tipos en menos de un día, ¿en serio se enojaron porque abrí mi boca para alegrar el día?

—¿No le está yendo bien con mis hermanos, señorita? —se balancea el segundo de “esos” hermanos en la silla ubicada frente a Grace—. Adáptense a este indiferente trato, mis hermanos son unos inmaduros y ambiciosos que no se rendirán hasta verlas fuera de la mansión, y si es posible del país.

—¿Usted también se propone eso, Sr. Alexander? —aprieto mis labios.

—Tu aparición y la de tus hermanas me trajeron una extraña sensación, y más cuando oí la razón de sus presencias. Aún me siento perdido, sorprendido por la decisión de mi padre con respecto a la repartición de bienes y propiedades. Me das un aire a que no te dejarás doblegar por nadie, que eres una persona decidida a sacar adelante a la empresa y muy inteligente, tal vez esto fue lo que vio mi padre como para no dejar ni posibilidades de que Arthur sea el sucesor. Soy un hombre con principios y no discutiré con unas damas, al contrario, me propongo a ayudarlas en lo que necesiten; sobre todo a ti, Katherine, necesitas estar al día en muchas cosas de la empresa.

Me enderezo en cuanto termina de hablar.

Alexander es un tipo que me genera curiosidad, pero no desconfianza. Es decir, ¿quién me asegura que no sea un truco con fines malintencionados? Pero si está siendo sincero puede servirme de aliado, puedo utilizarlo para que me instruya a cómo llevar a cabo proyectos de gran importancia en la compañía.

—Entonces, ¿no le importaría estar en indiferencias con sus hermanos por estar de mi parte? —me inclino.

—Con respecto a esas cabezas vacías, me vale muy poco si me odian por ser justo. Mi vida me corresponde a mí, y las decisiones que elija nadie las cambiará. ¿Otra duda que quiera aclarar, señorita?

—No, ya oí suficiente.

—¿Irás a la empresa? Si estás de acuerdo, quiero empezar a enseñarte desde ya lo que debes hacer. Mis hermanos son capaces hasta de hacerte firmar un papel que te despoje de todo, y eso no sería bueno.

—Confiar en ellos sería como darle comida en la boca a un cocodrilo y esperar a que no me devore. Tranquilo, no soy ingenua ni tonta.

Según terminé de comer, salí de la mansión con Alexander que en todo el trayecto de ida a la compañía se limitó a hablar. Dejando a un lado lo guapo que es, tengo de mi lado a un caballero que sabe tratar a una mujer, es más, es alguien tan maduro y con la cabeza fría. Él sabe poner las verdaderas prioridades en su camino, y me gusta. Nos entenderemos bien, claro que sí.

En el lapso de dieciséis años que estuve en la ciudad de New York me rodee de muchos profesionales que con detalles específicos me hablaban y enseñaban de los sucesos en la empresa, de cómo sacarla adelante y qué hacer en caso de dar un mal paso en sentido de estar en la quiebra. Acepto que todas esas aburridas clases me han servido para no perderme en las explicaciones que Alexander me ha dado desde que llegamos a la empresa. Pero no jugaré a la empresaria. Será una tarea más o menos difícil responsabilizarme de la compañía Hardy.

—Mi deber de explicarte paso a paso tus nuevas tareas ya ha terminado —se sirve Alexander una taza de café, aprovechando mi distracción al detenerme a observar la ex oficina de papá que ahora me pertenece—. ¿Pasa algo, Katherine? ¿Sientes que este es un espacio muy estrecho para ti? Puedes decirme con confianza y si quieres mando a cambiar lo que no te guste de aquí…

—No es nada de eso. La oficina es perfecta, incluso es hasta muy grande para mí. Lo que pasa es que… no sé qué habrá pasado por la cabeza de nuestro padre cuando me nombró como la sucesora de esto y no te dio este puesto a ti que tienes unas capacidades muy altas…

—Estas cosas me estresan, él lo sabía más que nadie —se rasca la barbilla.

Su espontaneidad me causa gracia en ciertas ocasiones.

—Irma será tu secretaria —sus ojos me señalan a una delgada y simpática rubia de traje elegante. En el lado izquierdo de su vestido está el logo de la empresa.

Cuando volví a ver a Alexander capté su mirada fija en el reloj de su muñequera. Una vez cayó en cuenta de su tardanza al no llegar aún a su oficina, me dejó a solas con unos documentos que me indicaban las próximas mercancías que llegarán de otros países vecinos y con los que están asociados la compañía.

La mayoría de la tarde me la pasé anunciando mi nueva presencia a los empleados y relacionándome con ellos, aunque solo pude conocer a un diez por ciento de los que forman parte de este lugar.

—¿Por qué yo, papá? —me dejo caer en mi silla rodante, observando por milésima vez el retrato de mi padre—. ¿Por qué me hiciste esto a mí? Fue muy cruel de tu parte dejarme este cargo solo a mí —reniego.

No quiero darle el gusto a Arthur de verme derrotada y estresada, de que crea que por ser mujer no tengo las capacidades de sacar adelante esta compañía. Me prometo dar lo mejor de mí.

Agito la cabeza, volviendo en sí, chocando la mirada con los hechizantes ojos de Arthur que me estudian detenidamente. ¿Desde cuándo ese tipejo me observa, ahí parado en media puerta?

—¿Se te ha perdido algo en mi oficina, Arthur?

Abandono la silla y reclino mi cuerpo en el escritorio. En completo silencio se enfoca en mí y en el montón de documentos recopilados en una esquina de la mesa.

—¿“Tu oficina”? Vaya —bufa, ladeando la cabeza—, eres rápida tomando posesión de las cosas, ¿no?

—¿Volverás a celarme y a sollozar como un niño porque no estás en mi lugar? ¿Me declararás la guerra? ¿O por qué estás aquí?

—No te creas tan interesante, no eres la única dueña de esta empresa, yo también trabajo aquí, tengo el segundo cargo más destacado. Desgraciadamente, no solo nos veremos en la mansión, también en este lugar, adoptada.

—Es de admirar tus vacías palabras. ¿Cuántos años tienes? La inmadurez lleva tu nombre, Arthur Hardy. Desde que llegué no has hecho más que darme risa, por eso es que nunca hiciste sentir orgulloso a papá. Tu reputación es tan mala.

—Óyeme bien. Una recién aparecida no me vendrá a hablar como se le dé la gana. Y los conflictos o disgustos que haya tenido con el hombre que me dio la vida no es asunto tuyo. Además, ¿quién te dijo a ti que no era un orgullo para él?

—Me tomé la tarea de investigar ciertas cosas, ¿hay algo de malo en eso?

Se da prisa en acortar la distancia que hay entre los dos.

—Solo vine a decirte que disfrutes tus primeros y cortos días adueñándote de lo que me pertenece. Juro que pronto te sacaré a patadas de este lugar, de esa silla, Katherine.

—Ya quiero ver —paso a su lado rozándole el brazo—. Ahora hazme el favor de salir, hermano mío. ¿O prefieres ser tú el primero en irte de la empresa por no cumplir con tu horario de trabajo? ¿Qué le parece si mejor se va y realiza un plan maestro para embarazar a una mujer y quedarse con la mansión?

—Tú…

—Adiós, Arthur —le abro la puerta.

Por más resistencia que puso para salir cumplí con mi objetivo de sacarlo de mi oficina y de quedarme a solas.

No solo es un hombre grosero y maleducado, también un tipejo orgulloso que cree que el mundo gira a su entorno y que se saciará de caprichos solo por estar forrado en billete. ¿El karma me llegará si le doy una lección? Si la vida no le enseña el lugar que se merece yo lo haré, pero nada ni nadie me quitará el gusto de verlo comiendo de mi mano. Aprenderá a respetarme.

...•••...

Permanecer en la mansión ha traído cosas buenas y malas. No hace mucho disfruté ver a la madre de Arthur abandonar la casa para mudarse un buen tiempo en Francia. Esa señora me odia más de lo que imaginé, tanto ella como sus dos hijos quieren verme en la miseria y fuera de sus alcances.

Estuve de pie media hora frente a mi ropero, seleccionando y probándome vestidos al azar, pero ninguno me convencía para esta noche y a la final preferí quedarme con el primero que me probé; un largo vestido blanco, muy sencillo para la ocasión. Tengo una cita con los socios de la empresa, me conviene negociar con ellos los porcentajes de ganancias en las mercancías que se distribuyen en ciertas ciudades. Tenía que salir hace diez minutos, pero esto de escoger un vestuario me robó el tiempo.

No me gusta salir en horas de la noche y por obligación dejar la casa, no quiero confiarme de Arthur y Manuel, esos locos pueden hacerles algo a mis hermanas y yo ni enterada. Pero la mansión ha estado tan silenciosa que me hace pensar que ellos no están en la casa.

Ya me encontraba en plena celebración por no tener a esos hermanos en mi casa, hasta que los escuché y vi reír en la sala. Guardan silencio cuando oyen mis tacones bajar las escaleras. ¿La razón de sus risas era yo?

Me acerqué sigilosamente a ellos, en un estado de paz.

—¿Disfrutando la noche, eh, chicos?

Juro que quisiera hacer las paces, pero es algo que no me nace del todo, que no sé hacer y que ellos confunden con burlas.

Los ojos de Arthur se posan en mí. Su mirada es cortante, pero ¿por qué eso lo hace tan seductor?

—¿Saldrás, Katherine? —la pregunta de Alexander me obliga a tener que sostener su mirada en lugar de la de Arthur.

—Eh, sí. Le prometí a mis socios que hoy nos pondríamos de acuerdo en los negocios, hay que tener todo calculado y pensar con la mente fría para no dar un mal paso. Ahora ellos han de estar esperándome en el restaurante que acordamos —de reojo veo a Arthur—. Tengo entendido que tú, Arthur, también tienes como tarea buscar soluciones en estos casos, pero es una lástima que las personas que trabajaron por años con nuestro padre y que te vieron ocupar un cargo desde temprana edad no confíen en ti, y sí en una recién aparecida como yo. ¿Ahora notas la diferencia entre ser el legítimo hijo de un poderoso hombre y trabajar en una empresa, y la de una mujer que pone de mucho empeño en una compañía en lugar de discutir por un puesto que no le quita la importancia ni el poderío a nadie? ¿Qué se siente ser un hijito de papi y mami que no sabe manejar bien los negocios?

Alza la cabeza y sonríe, poniendo una cara pensativa. El vino que hay en su copa lo riega en mi vestido, y con una mueca de burla el muy hijo de perra deja la copa en la mesa.

—Se siente muy feo —retoma nuestra conversa—, pero no tan feo como ha quedado tu vestido, Katherine. De nada te sirvió comprarlo… si de todos modos no podrás lucirlo esta noche. ¿O saldrás así a tu cita?

“Si lo mato iré a la cárcel”.

“Es un simple vestido por el cual no perderé los estribos”.

“No me exaltaré”.

—¿Cómo crees que les daré esta mala impresión a tan prestigiosos empresarios? —con mi pañuelo limpio las salpicaduras de vino que hay en mis piernas—. No soy tú, yo sí soy consiente de cómo actuar en este tipo de situaciones. Ya es muy de noche, no podré reencontrarme con ellos. Pero ¿sabes? Tengo bastante tiempo para divertirme, como por ejemplo… en verte pedirme perdón por lo que hiciste.

Suelta una carcajada.

—¿Y tú… adoptada, piensas que como un imbécil me humillaré a pedirte perdón?

—No sé, siempre actúas como tal. Pero si no quieres disculparte lo entenderé, es algo que no se obliga. —me siento en el sofá— Te doy una hora para que recojas tus cosas, las metas en una maleta, y te largues de mi casa.

Como si mis palabras fueran ofensivas mira a sus hermanos. No tiene que abrir su boca para hacerme saber que no he sido clara y necesita todo explicado con peras y manzanas. Le aplaudo a papá por haberlo soportado tantos años.

—¿Qué? —levanto una ceja—. La mansión me fue heredada hasta que alguno de nosotros tenga un hijo. Yo soy la dueña, yo decido quién entra y quién sale. Pero puedo dar marcha atrás si dejas tu ego a un lado y me pides perdón. Vamos, no pido mucho.

No me da un sí ni un no. ¿Será que lo está pensando? Bien, Katherine, le has dado donde le duele.

—Perdóname, Katherine. Lo que hice fue producto de una rabieta que no se repetirá —en sus palabras no existe sinceridad.

—¿Sabe qué, Arthur? Mejor… —bajo los ojos hasta el suelo— dímelo de rodillas.

—¡Estás re loca si piensas que haré lo que me pides! ¿Quién te crees para pretender una estupidez como esa? Yo no me arrodillo ante nadie… y no serás la excepción.

Ese tipo tiene una mirada retadora, y por más guerra que me dé, sé que me daré el privilegio de verlo en el piso. Es un idiota que intenta intimidar con sus palabras, pero nunca con acciones. No dejaré pasar por alto su acto inmaduro como fue impedir que vaya a la cita. Antes muerta que no hacerme respetar.

Me doy vuelta. Apartándome de ahí para subir a mi recámara, pero no sin antes decir algo más.

—El tiempo se te agota, Arthur. Ahora te quedan cuarenta y cinco minutos para abandonar mi casa…

—¡Está bien! —se para delante de mí—. Me disculparé de la manera en la que deseas. Pero que lo que esté por hacer no salga de estas paredes.

—Tienes mi palabra de que nadie sabrá que tú, el egocéntrico Arthur Hardy, estás por arrodillarte ante una “insignificante” mujer.

Me muerdo el labio. Mis neuronas están procesando este extraordinario instante en el que veo a Arthur posar sus rodillas sobre el suelo y disculpándose entre dientes.

—Perdóname por el maldito suceso de hace poco, Katherine.

—¿Si ves que es tan fácil obedecer? —mantengo agarrado su mentón—. Te perdono. Despreocúpate, puedes seguir viviendo aquí. Solo evita algo similar a lo que pasó, porque si hay una próxima tomaré fuerte represalias. Buenas noches.

Se doblegó, logré bajarle los humitos a Arthur. Poco a poco dominaré a ese idiota. Conmigo conviven amándome u odiándome, no existen más opciones.

Ni estando metida en mi habitación paro de escuchar a Arthur. Está como loco gritando histérico desde hace cinco minutos que cortamos con el problemita de la disculpa. Apego la oreja en la puerta, para oír claramente lo que habla.

—¡Es una maldita! ¡No deja pasar oportunidad para aprovecharse! —vocifera.

—Baja la voz, Arthur, te puede escuchar —un sabio consejo de Alexander.

—Como que me llamo Arthur Hardy, ¡juro que en menos de tres meses esa… adoptada estará fuera de esta casa!

—¿Y qué es lo que tienes entre manos para conseguirlo? —cuestiona Manuel.

—La enamoraré.

Su “seguridad” en ese estúpido plan de envolverme me da risa. ¿Sabrá que soy la rechaza hombres de la familia? Amor para los cuentos de hadas. No será tarea fácil para Arthur librarse de mí, la tiene muy difícil… imposible.

—Nunca me enamoraría de un infeliz como lo eres tú, Arthur —susurro.

Capítulo 3

La discusión de anoche no me quitó el sueño, pero sí me tiene pensando en mucho. Ya estoy prevenida para ver en cualquier momento a Arthur abrir la puerta de mi oficina para dar marcha a su plan, el más idiota del que haré parte gracias a él.

Lo primero que hice al poner un pie en la empresa fue correr a la sala de juntas donde me esperaban disgustados los inversionistas. No sé cómo lo hice, pero me las ingenié para llegar en poco tiempo a un contrato, uno que no se llegó la noche de ayer. Fue un trato exitoso por el que estoy sonriendo desde hace horas, y festejando a solas.

Reclinada en mi silla recibo en contra de mi voluntad a Arthur que sin tocar la puerta entra como si se lo hubiese autorizado. Ni para seguir un plan sirve el muy bruto.

—Buenos días, Katherine.

Acerca una silla, se sienta y le da un sorbo a su capuchino. Se balancea en el asiento mientras conecta nuestras miradas.

—Quería venir hace horas, pero no quería interrumpirte en horas de trabajo.

—¿Y quién te ha dicho que ahorita no estoy trabajando como para que irrumpas en mi jornada laboral? Ponte de pie, sal, y quítame un motivo de estrés.

—Pongámonos a meditar un segundo… ¿si mi padre estuviera con vida, también nos pelearíamos como perros y gatos a diario? Me consta que él hubiese querido un ambiente de armonía.

—Si él estuviera vivo yo no tendría motivos para estar aquí, él no quería que supieran de la existencia de las hermanitas Hardy hasta su muerte. Te doy un minuto para que digas a lo que viniste, después de eso te largas, ¿sí?

Suspira y seguido se refriega los ojos.

—No quiero que peleemos más —agacha la cabeza y empieza a jugar con sus manos—. ¿Podemos vivir como verdaderos hermanos; sin odios y estúpidas disputas?

Vaya, se ha tomado muy en serio lo de hacer todo lo necesario para sacarme de su vida. ¿En dónde le dejo su Premio Óscar?

Rio casi en silencio para no pasarme de imprudente.

—¿Cuál es el porqué de tu risita, Katherine? ¿Te parece graciosa mi sinceridad? ¿Es eso?

—¿Y cómo quieres que confíe en tus… palabras después de lo de anoche?

—Entiendo… Es complicado fiarte de alguien como yo.

—Imposible —lo corrijo.

—Pero quiero cambiar.

En el escritorio pone una rosa sacada de su terno y en la que dejó el roce de sus labios.

—Para ti. No es tan linda como tú, pero te la doy con tanto cariño.

—Gracias —la recojo para olerla.

—¿Ese “gracias” quiere decir borrón y cuenta nueva?

—Aun no confío plenamente en ti, pero si es cierto lo que hablaste, felicidades por darte cuenta de que no íbamos a acabar bien. Y sí, por mi parte “todo” quedará en el pasado.

Me estira una mano para que la acepte agarrándola.

—¿Hermanos?

—Hermanos —le confirmo, sellando la promesa que ninguno de los dos cumplirá.

Pobre imbécil.

...ARTHUR ...

La estúpida Katherine ya cayó. Es muy tonta como para aceptar un perdón que surgió de la noche a la mañana. Aunque pareció que me costaría ganármela, cedió rápido. Ya me veo celebrando mi próxima victoria que veo a unos pasos.

Para no hacer esperar a mis hermanos que me esperan afuera de la empresa, acorté mi plática con Katherine. Llego al estacionamiento donde veo a Alexander y a Manuel conversando dentro de mi auto.

—¿Y? ¿Cómo te fue con esa adoptada? —cuestiona Manuel.

Me recuesto en la cabecera del asiento del volante y me pongo el cinturón de seguridad, sin encender el carro.

—Cayó redondita. Te dije que no había cosa difícil para mí.

Festejamos con risas, y como era de esperarse, el amargado aguafiestas de Alexander nos juzga con un simple repaso de mirada.

—A veces me pregunto cómo pudieron ser los primeros en llegar al óvulo de mi madre. ¡Par de inmaduros! —agita Alexander su cabeza y contemplo su disgusto—. ¿No les da vergüenza hacer este tipo de estupideces con una mujer? Es nuestra hermana…

—¡Es una adoptada! —lo contradigo—. Mi padre cometió la estupidez de adoptar a esas bastardas hermanitas. ¿Qué te traes, Alexander? ¿Por qué te empeñas en protegerlas? ¿Te enamoraste de Katherine o de alguna de sus hermanas?

Evita darme la cara desviándola hacia la ventana del automóvil. “El que calla otorga”. Lo miro desde el retrovisor con una torcida sonrisa de labios cerrados.

—¡Eso fue muy imbécil de tu parte, Alexander! —lo encaro—. ¿De quién fue? ¿De esa adoptada? ¿De la chiquilla de 18 años o de la otra tonta?

—Grace, se llama Grace.

—Sí, esa misma —abro los ojos de par en par cuando caigo en cuenta—. ¿Fue de esa? ¿Te gusta esa chiquilla de 20 años?

Agita despacio su cabeza. Me preocupa la manera tan tranquila en la que acepta sus sentimientos por Grace. ¿Qué tiene en la cabeza?

—Un problema se añadió a la lista de mis dolores de cabeza. ¿Quién derrumbará esta familia primero? ¿Katherine o tú? Es que, ¿qué le viste a esa chica? Ni está tan buena —bromeo con Manuel.

Para no perder la cordura en golpearme sale del carro. Observo como va a la empresa, apuesto a que será para encontrarse con Katherine; no me beneficia la amistad de esos dos. Si Alexander abre su boca y le habla de mi plan a Katherine ya estoy muerto.

—¿Tú también me darás un golpe similar al de Alexander, enamorándote de una de esas adoptadas, Manuel?

—¿Qué clase de maldición intentas traerme con esa pregunta? ¿Me ves cara de querer serle fiel a una sola mujer en lugar de poder tener diferentes cada noche? Ni esas hermanas ni ninguna otra mujer me llaman la atención.

—Gracias por hacérmelo saber. ¿Vamos al club a tomarnos unas copitas?

Se encoje de hombros.

Partimos de la compañía y fuimos a uno de los tantos lugares en donde brindan un excelente servicio para que hombres libertinos como yo se diviertan, viendo bailar en el tubo a lindas chicas.

Ya tenía tiempo que no venía, y sin exagerar, desde que mi padre murió. Era hora de venir a un lugar donde olvidar lo inolvidable, lo que tengo presente a diario.

Con un particular caminar se me acerca mi rubia favorita, mi bailarina preferida, mi mejor amiga y la única mujer en quien confío; Madison.

—Ya se te extrañaba en este solitario sitio, Arthur —se me adelanta a llenar mi vaso de whisky.

—¿Solitario? ¿Bromeas? Qué solitario va a ser este lugar, estando en una zona esencial de la ciudad.

—¿Qué te trajo aquí?

—Moría de ganas por verte.

—Entonces, ¿tienes tiempo para mí?

—Siempre —estampo mi boca en sus rojos labios pintados, y que por cierto saben muy rico.

La traslado en mis brazos a una desocupada habitación, la que utilizamos en estos casos en los que la calentura nos gana y nos lleva a devorarnos placenteramente.

Siempre he considerado conservar mi soltería; Dios me libre de caer rendido a los pies de una mujer. Pues, ¿para qué caer en estupideces si puedo caer en diversas y bonitas tentaciones llamadas mujeres cada noche?

...KATHERINE ...

—Te agradezco por traerme a casa, Alexander. Me ahorraste el trabajo de venirme manejando.

Saco las llaves de la mansión y entramos juntos, cruzando la sala en donde Grace y Dina están conversando. Ambas se van a dormir temprano habitualmente que me extraña verlas a la media noche despiertas.

—¡Katherine! —con prisa Dina se levanta del sofá—. ¿Acabas de llegar?

—Sí, ¿por? —no espero su respuesta—. ¿Qué haces despiertas a estas horas, Dina? Mañana tienes universidad y necesitas estar con las fuerzas suficientes para que en medio de las clases no estés durmiéndote.

—Lo sé, y de eso quería hablarte. Mira, lo estuve pensando y creo conveniente y necesario elegir una carrera con relación a la empresa…

—Dina —la interrumpe Grace—, ¿no ves lo exhausta que se ve Katherine? Ya mañana podrás platicarle lo que me dijiste.

Suspiro. No sé si será el sueño que me cargo, pero no entiendo ni un carajo de lo que mis hermanas hablan.

—Alexander —lo veo de reojo—. Encárgate de hacer que mañana de mañana traigan mi auto a la casa.

—Claro, cuenta con eso —me responde sin mirarme a los ojos, y tengo la leve sospecha de que algo tiene que ver Grace; no ha apartado sus ojos de ella desde que cruzamos la puerta de la mansión.

—Buenas noches.

Me voy de ahí antes de considerar dormir en el sofá. Llevo mis tacones guindando de mis manos y camino descalza hacia mi pieza a donde llego cansada. Me tiendo en la cama boca abajo.

Si continúo trasnochándome por trabajar me enfermaré, y si llega a pasar Arthur se aprovechará. Pero hay un cien mil de trabajos pendientes sin resolver en la compañía; Arthur puso en mi contra a algunos de los empleados de la empresa, que tonterías les habrá dicho como para que quieran verme fuera del lugar que me heredó mi padre.

Despojo las prendas de mi cuerpo para meterme a bañar y descansar, para ver si así se me quita el insoportable dolor de cabeza.

...ARTHUR...

—¡Juro por mi padre que en paz descanse, que nunca más volveré a acompañarte a algún club si vuelves a emborracharte de esta manera, Arthur!

¿Cómo le explico a Manuel que me tiene harto con sus gritaderas? En todo el camino rumbo a casa no ha parado de regañarme. Se me parte la cabeza, acepto que sí me pase de copas y que los tragos están haciendo estragos en mi cabeza.

Manuel me empuja al sillón. No me había percatado de que ya estábamos en la mansión.

—Por hoy te quedarás ahí, Arthur, ¿entendido? —me mira de pies a cabeza, con esa intensa juzgadora mirada que heredó de mi padre—. Pero cómo me vas a responder si en ese estado no sabes ni cómo te has de llamar.

Muy buen hermano y todo, pero lo observo yéndose en su habitación. ¿Me ha dejado solo en la sala? ¡Genial!

—Claro que sé cómo me llamo, yo me llamo… ¿Cómo carajos me llamo? —rio.

Por mi cuenta subo las escaleras que llevan al segundo piso, donde están las habitaciones principales; la de Katherine y la mía… Katherine…

—¿Por qué me odiaste tanto, papá?

Tiro la puerta con fuerza cuando entro al cuarto. Veo todo nublado. No sé ni en donde estoy parado, mi equilibrio se está perdiendo.

—¿Por qué dejaste la mayoría de tu herencia en manos de Katherine? ¡¿Eh?! ¡¿Por qué pusiste a esa adoptada como sucesora de la empresa?! —tropiezo con una mesita, y el brusco movimiento hace que el florero que estaba sobre ella, caiga al suelo—. Ya veo el porqué; te diste cuenta de lo imbécil que soy, ¿cierto?

Escucho un ruidito proveniente de la ducha, como si alguien estuviera bañándose. Voy en dirección al baño y restriego mis ojos cuando abro la puerta. Desde cierta distancia corroboro que alguien está en la ducha, pero no contaba con ver un femenino cuerpo siendo empapado por pequeñas gotas que se deslizan por el dorso.

—¿Este es el paraíso? —balbuceo.

...KATHERINE ...

¿Enamorarme? ¿Por qué a Arthur se le ocurrió esa grandísima ridícula idea? ¿Esperaba que me tragara el cuento de su arrepentimiento? ¡¿Parezco tener cara de imbécil?! Toda esta situación me indigna.

Un gran sobresalto que me doy cuando unas heladas y anchas manos arropan mi cuerpo de una manera en la que me siento indefensa, con la mente en blanco. Un cuerpo varonil y desnudo hacen contacto directo con mi piel erizada. Siento una respiración en mi nuca, un miembro masculino rozar mis muslos. Y aquí estoy, de pie, sin entender lo que está pasando en mi baño.

—No hace mucho nos vimos, ¿y estás nuevamente tentándome, Madison?

¿Arthur? Quiero razones para saber por qué se atreve a invadir mi privacidad.

Mi impulso de bofetearlo se pasmó al momento de ser estimulada por sus dedos que les dedican suaves masajes a mis pechos.

—¿De un momento a otro los senos te crecieron? —me sonrojo.

¿Cómo tiene el descaro de confundirme con alguien que se ha de tratar de una prostituta barata?

Un inexpresable placer crece desde lo más profundo de mis entrañas. ¿He perdido la cordura? Un momento, ¿qué es la cordura?

—¿Deseas compañía esta noche, linda?

¿Qué tipo de propuesta indecente es la que escucharon mis oídos?

Se apropia de mis caderas con fiereza. En sus intenciones hace notar cuando baja su mano por mi vientre, de camino a una peligrosa zona que si llegara a tocar perdería totalmente el juicio.

“Tu dignidad ¿dónde ha quedado?” Me ataca la razón.

Emito un sonido similar al de un gemido, y con esto último doy por detener este cosquilleo que con su mano me hace sentir entre las piernas. Con un valor inexistente lo empujo, dando media vuelta hasta tenerlo como quería; cara a cara, mirando solamente a sus ojos.

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