A sus 19 años, arina de lucas parece ser una estudiante común: bonita, callada y aplicada. Trabaja en la cafetería de su abuelo y aparenta ser una joven más de preparatoria. Pero bajo esa máscara se esconde la futura heredera de un poderoso imperio criminal. Entrenada en artes marciales, fría cuando debe serlo y con un corazón marcado por el rechazo de sus propios padres, dirige en secreto a los hombres de su abuelo, el único que la valora.
Del otro lado está ethan moretti, de 21 años. Inteligente, atractivo, respetuoso y aparentemente un estudiante modelo. Sin embargo, también arrastra un legado: pertenece a otra familia mafiosa rival, dirigida por su abuelo, que pretende heredarle el trono del poder. A diferencia de la chica, sus padres sí conocen la verdad, aunque intentan disimularlo bajo la máscara de ejecutivos ejemplares.
Lo que ninguno sospecha es que sus vidas están unidas por un destino retorcido: enemigos en la sombra, pero vecinos en la vida real.
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capitulo 10
—No vengo a quitarle nada a nadie —dijo Ariana—. Solo voy a clase.
Isabella rió, una risa breve y venenosa.
—No te hagas la inocente, De Luca. Ahora que todo el mundo sabe que tu abuelo te puso en un lugar de privilegio, no vas a pasar desapercibida. Y claro —advirtió— eso no se aguanta. No cuando hay quienes ponen la sangre y la historia detrás de lo que representa tener un apellido.
La frase iba dirigida a Ethan, y la intención de humillarla públicamente estaba clara. Nadie dijo nada; los profesores que pasaban por el corredor se detuvieron, observando la escena con el profesional indiferente de quien intenta no entrar en conflictos estudiantiles.
Ariana sintió que la rabia le subía por la garganta, ese fuego que en otras ocasiones la empujaba a devolver golpe por golpe. Pero el recuerdo del tobillo herido y la noche en la cabaña la amarraban a una prudencia nueva: no dar excusas, no alimentar el espectáculo. Aun así, justo cuando estaba por replicar con una frase que callara a Isabella, la rival perdió la compostura.
Con una decisión abrupta—quizá fruto de la humillación, quizá de la rabia acumulada—Isabella alzó la mano y, en un gesto cinematográfico, le dio a Ariana una cachetada sonora. El golpe resonó por el pasillo como un trueno; el rubor le saltó a Ariana en la mejilla y, por un segundo, todo pareció cinemático: la mano en el aire, la cara marcada, el silencio absoluto.
Los murmullos se convirtieron en un estruendo. Algunos chillaron; otros se quedaron paralizados. Ariana apretó los dientes y su mano tocó instintivamente la mejilla. No fue una reacción de sorpresa—sabía que podía ocurrir—sino una mezcla de vergüenza, rabia y una extraña liberación. Pero antes de que una gota de venganza se filtrara por sus labios, una figura se interpuso entre ella e Isabella con la velocidad y la presencia de alguien que no discute colores en el terreno de nadie.
Ethan Moretti no gritó. No necesitó gritar. Dio dos pasos hacia adelante, y la temperatura del pasillo pareció bajar. Levantó la mano, no para golpear sino para posarla junto al rostro de Ariana, en un gesto tan posesivo como protector.
—¿Qué te crees que haces? —preguntó, su voz baja, tan controlada que la gente cerca tuvo que acercarse el oído para oírlo. Y aun así, sus palabras cayeron con un peso antiguo, una orden.
Isabella retrocedió con ira. —¡No la toques! —escupió ella—. ¡Tu deberías estar conmigo!
Ethan la miró con una calma que asustaba, como si su tranquilidad tuviera filo.
—yo no soy nada tuyo —dijo—. Y si vuelves a tocarla, nadie en esta escuela va a reírse contigo.
Isabella, desencajada, quiso replicar. Pero antes de que pudiera proferir una palabra, varios profesores comenzaron a entrar al pasillo al notar el alboroto. La directora apareció primero, seguida por el subdirector y otro docente; sus rostros llevaban esa mezcla de autoridad preocupada que solo aparece cuando una situación puede salpicarlos institucionalmente.
—Señoras y señores—, comenzó la directora con voz firme—. ¿Qué está ocurriendo aquí?
Isabella, encendida por la humillación, no se contuvo. —¡Ella me provocó! —dijo, con la voz más alta y más chillona de lo que habría deseado—. ¡Va a arruinar todo! Está usando su apellido para tomar lo que no le corresponde. ¡Tiene que ser sancionada!
La directora se volvió hacia Ariana, con un gesto de reproche que hacía dudar a Ariana por un segundo si la institución ya la miraba como una intrusa o como una víctima. Antes de que la directora pudiera formular un dictamen, Ethan habló. No alzó la voz, no hizo un teatro. Habló con esa calma cortante que llevaba en la mirada.
—Si alguien tiene la intención de dañarla de nuevo —dijo Ethan—, que lo diga ahora. Que lo diga alto delante de toda la escuela y delante de la administración: que intente acusarla de algo que no hizo. Porque si lo hacen, yo sabré quién fue, y sabré cómo hacer que esa persona pierda algo importante—y no me refiero a un castigo menor. Me refiero a sus trabajos, a las posiciones que los mantienen en confort, a su reputación. Si alguien se atreve a inventar, a agrandar o a mentir para lastimarla, me encargaré de que se quede sin nada. Incluido quien esté parado con gafas ahora mismo.
La directora frunció el ceño. —Señor Moretti —dijo con voz oficial—. No aceptamos amenazas en esta institución.
Ethan levantó la barbilla sin que se le moviera la voz. —No es una amenaza. Es una advertencia. Usted puede pensar en sanciones disciplinarias, en protocolos, en reglas. Y eso está bien. Pero si alguien—alumno, padre, o incluso miembro del personal—decide manchar su nombre y tratar de destruir a Ariana con historias para conseguir algo, yo me encargaré de que las consecuencias lleguen hasta donde haga falta. Incluido su puesto.
Hubo un murmullo helado entre los profesores: la mención de un puesto y una reputación fue como tocar un nervio. La directora palideció apenas; en el fondo, la falta de voluntad para enfrentarse a alguien como Ethan, que tenía recursos y una red de influencias, quedó a la vista. No por valentía, sino por cálculo. Ninguno de los profesores quería ver su carrera en peligro por un enfrentamiento mal planteado.
Isabella, furiosa y humillada, gritó. —No voy a quedarme así. ¡Me vengaré!
Ethan no contestó. Solo tomó del brazo a Ariana con suavidad—no para marcarla, sino para contener el incendio—y la llevó hacia un sitio menos expuesto. Las cámaras de los celulares seguían grabando, pero la imagen que quedó para muchos fue distinta: no la chica vapuleada, sino un muro que la cerraba, que la resguardaba.
En la oficina del director, la confusión y el temor se mezclaron con la formalidad. La directora pidió a ambos que entraran; los profesores se retiraron con la tarea de redactar un informe. Ethan caminó de la mano con Ariana, evitando miradas, evitando preguntas, pero su postura no flaqueó.
Puertas cerradas tras ellos, la directora Olivia –porque en esa institución la directora era Olivia Benítez—tomó el tono que esperaba que diera la autoridad:
—Señorita De Luca —dijo con la placa en su escritorio reflejando la luz—. Lamento lo ocurrido, pero tenemos que esclarecer los hechos. ¿Es cierto que provocó a la señorita Romano?
Ariana respiró hondo. Podría haber contado la verdad sin adornos, o podría guardarla y permitir que el asunto derivara en más calumnias. Eligió la verdad, fría y precisa:
—No provoqué a Isabella. Con ella hubo palabras, sí, pero ella empezó a insultarme en público. Me golpeó.
La directora palideció. La evidencia audiovisual —cientos de celulares— comenzaba a ser una prueba. No era un testimonio contra otro; era la percepción pública, y la percepción mandaba poderes en estos tiempos. Olivia, intentando mantener la compás institucional, preguntó:
—¿Tiene pruebas de ello?
Ariana asintió y, con la ayuda del profesor de informática, se proyectó el video de los celulares en la pantalla del despacho. La cachetada quedó grabada, el movimiento, la reacción, el silencio que siguió. No había manipulación posible. Los rostros de los presentes se transformaron: algunos en alarma, otros en incomodidad, otros en cómplice temor de lo que podría pasar después.
Isabella, convocada por la directora, no pudo negar lo que el video mostraba. Dudó, buscó alianzas visuales con sus amigas, pero la evidencia le cerraba la boca. La directora, obligada por su rol, anunció medidas temporales: una sanción a Isabella por agresión verbal y física, y una investigación disciplinaria.
Los ojos de Isabella se llenaron de un odio que prometía guerra, mientras Ethan miraba desde la esquina con esa calma que intimidaba: un muro. Al salir del despacho, las miradas en el pasillo ya no eran solamente de chisme; estaban cargadas con un nuevo ingrediente—respeto intimidado, la sensación de que las cosas habían cambiado de forma irreparable.
—Ariana se llamó así a sí misma en silencio— sabía que esto no terminaba en una sanción: la guerra apenas comenzaba. Y ahora que había hecho su entrada como heredera pública y protegido por alguien con poder e influencia, el tablero se movía en direcciones peligrosas: alianzas, resentimientos, amenazas acomodadas detrás de sonrisas civilizadas.
Mientras caminaban hacia El patio trasero de la escuela, estaba tranquilo. Ariana había buscado ese rincón para respirar, lejos de las miradas y los comentarios que no paraban desde la mañana. Se acomodó contra la pared, cerrando los ojos un instante, hasta que una voz interrumpió su calma.
—¿Ariana? —la voz suave, casi preocupada, de Jhonar.
Ella levantó la vista. Ahí estaba, con ese gesto dulce y comprensivo que tanto engañaba a todos. Jhonar dio unos pasos hacia ella, inclinándose un poco para mirarla de cerca.
—¿Estás bien? Me enteré de lo que dicen… y no podía quedarme sin preguntarte.
Ariana frunció el ceño, confundida, pero antes de responder, escuchó unos pasos pesados acercarse. Ethan apareció, como si la sombra misma lo hubiese traído. Su mirada oscura se posó en ambos, y la tensión se volvió casi palpable.
Jhonar se enderezó, cruzando los brazos con un aire protector frente a Ariana.
—Aléjate de ella, Moretti. Por tu culpa todos dicen que Ariana pasó la noche contigo. —Se giró hacia ella, con tono suave, casi convincente—. Y yo sé que no quieres verlo cerca.
Ethan se quedó inmóvil unos segundos, como si la acusación no lo afectara. Luego, con una calma que rozaba lo peligroso, se giró lentamente hacia Jhonar.
—Ese no es tu problema.
Jhonar lo miró con rabia contenida, pero Ethan añadió, dejando escapar una sonrisa ladeada que hizo vibrar el aire:
—Y si te crees lo que dicen… mejor para mí.
Se giró apenas hacia Ariana, inclinando la cabeza con un gesto frío, calculado.
—Nos vemos, Ariana.
Y se marchó, sin prisa, como si la tormenta que dejaba atrás no tuviera importancia.
Ariana se quedó helada. Jhonar, al verla así, aprovechó para acercarse más, como si quisiera envolverla en su falsa calidez. Pero dentro de Ethan, mientras se alejaba, la verdad era clara: todo lo que hacía Jhonar era una farsa, un disfraz barato para engañar a Ariana… aunque él, por ahora, prefiriera no decir nada.
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Más tarde, en el baño de chicas, Ariana se encontró rodeada por sus amigas. Valentina fue la primera en soltarlo, directa como siempre:
—A ver, Ariana, dinos la verdad… ¿es cierto que pasaste la noche con Moretti?
Se miraban entre sí, expectantes, con los ojos brillando de curiosidad. Ariana se mordió el labio, evitando sus miradas.
—No pasó nada —dijo al fin, con firmeza, aunque por dentro le dolía mentir—. Alguien me mandó a secuestrar… y él solo me salvó. Eso es todo.
Las chicas se quedaron en silencio, procesando sus palabras. No parecían convencidas, pero Ariana sostuvo la mirada con fuerza, como si la verdad estuviera grabada en piedra.
Lo que nadie sabía era que esa mentira era su única protección. Porque admitir que la noche en la cabaña había dejado marcas más profundas que un simple rescate… era algo que ni ella estaba lista para enfrentar.
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2 horas después se volvió a encontrar con Ethan en los pasillos.
—Ethan se acercó a ella y se inclinó apenas y susurró, sin dramatismo pero con firmeza:
—Mantente cerca. No voy a dejar que nadie te humille otra vez.
Ella le devolvió la mirada, y por un instante sus ojos dijeron lo que las palabras no podían: que aquello los ataba en mil maneras distintas, que la línea entre protector y enemigo se volvía cada vez más difusa.
El pasillo regresó a su rutina ruidosa, pero ahora con un rumor añadido: donde hay poder, hay precio. Y el precio, para muchos, iba a empezar a marcar vidas.
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continuará...