🔥 JUEGOS PICANTES: Volver A La Soltería 🔥
Cuatro mujeres.
Un pacto:
Nada de lágrimas por idiotas.
Solo risas, copas en alto…
Y nuevas reglas en la cama.
El juego cambió.
Y ellas están listas para ganar.
JUEGOS PICANTES: Volver a la soltería.
Una novela para reír, gozar y recordar quién manda.
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10. Solo firma.
POV Leticia Casallas
Entro al edificio con paso firme, sosteniendo mi bolso con una mano y el café con la otra.
Nadie aquí sabe que yo soy la dueña. Para ellos, solo soy la esposa de Mateo Arrieta.
"¡El gran jefe! El hombre que, con su ingenio e inteligencia, ha llevado la empresa a la cúspide."
Me río por lo bajo. Si el idiota lo único que sabe hacer es estampar su firma sobre mis ideas. Pero, como los putos accionistas son unos viejos cavernícolas con la lápida pegada al culo, jamás aceptarían a una mujer como CEO.
Él se lleva los aplausos, los elogios, las entrevistas en revistas de negocios. Pero la verdadera mente detrás de cada estrategia, cada contrato, cada éxito... soy yo.
La recepcionista, una rubia que se pasa el día retocándose el labial, me sonríe con amabilidad impostada.
—Señora Casallas, buenos días. El señor Arrieta la espera en la sala de juntas.
Ahí está.
Sabía que esto iba a pasar. Mateo es predecible cuando su ego es herido, y después de la humillación en el motel, no va a dejarlo pasar.
—Gracias —respondo, dedicándole una sonrisa rápida antes de seguir caminando.
El ascensor sube en completo silencio. Miro mi reflejo en las puertas metálicas: cabello perfectamente peinado, maquillaje impecable, vestido elegante.
Todo en su lugar.
"Que el imbécil quiera intimidarme… ¡Ja! Me muero de ganas de verlo intentarlo."
Las puertas se abren y camino por el pasillo como la mujer empoderada que soy, hasta la sala de juntas.
La secretaria de Mateo teclea en su computador con una concentración fingida.
—Buenos días, Patricia —saludo sin detenerme.
Ella levanta la cabeza con una sonrisa incómoda.
—Buenos días, señora Casallas.
Abro la puerta sin molestarme en tocar.
Mateo está de pie junto a la mesa de conferencias, con los brazos cruzados y la mandíbula tensa.
—Leticia —dice en un tono bajo y calculado.
—Mateo —respondo con indiferencia, cerrando la puerta tras de mí.
Nos quedamos mirándonos por un segundo, midiendo el terreno.
Él espera que esté nerviosa. Que evite su mirada, que me disculpe o me explique.
Pero solo cruzo los brazos y me apoyo contra la mesa.
—¿A qué debo el honor de esta reunión tan urgente? —pregunto, arqueando una ceja.
Mateo esboza una sonrisa sin humor.
—¿De verdad necesitas que te lo diga?
—¡Oh, por favor! No me digas que sigues dolido por lo del fin de semana. —Levanto el vaso de café y doy un sorbo, disfrutando de su rabia.
Él aprieta los dientes y se acerca un poco.
—¿Dolido? —se burla—. ¡Tú me ridiculizaste, Leticia! ¡¡Me humillaste frente a medio mundo!!
—No, Mateo. Tú solito te humillaste cuando decidiste que acostarte con todo lo que respira era más importante que mantener las apariencias. —Dejo el café sobre la mesa y me acerco a él—. ¿Qué querías que hiciera? ¿Aplaudirte?
Mateo frunce el ceño, pero su mirada se oscurece con algo más que enojo.
—Sabes que este matrimonio no es real. Nunca lo fue.
—Exactamente. —Me enderezo, acomodándome el vestido—. Lo que significa que no tengo ninguna obligación de guardarte secretitos...
Enfatizo el doble sentido de la palabra con un movimiento de mi meñique.
—¿Qué crees que pasará cuando los accionistas descubran lo que hiciste? —dice con un tono amenazante.
Suelto una carcajada.
—¿Crees que sea peor de lo que pasará cuando descubran lo que tú hiciste? —respondo, ladeando la cabeza—. Porque si crees que voy a dejar que uses esto en mi contra sin devolver el golpe, es que no me conoces en absoluto.
Mateo me sostiene la mirada, pero su silencio me confirma lo que ya sé: no tiene nada con qué atacarme.
—Te quedarás calladito, seguirás firmando los papeles y sonriendo para las fotos. —Tomo mi bolso y me dirijo hacia la puerta.
Me detengo para agregar:
—Y la próxima vez que decidas acostarte con alguien —digo con ironía—, al menos asegúrate de hacerlo bien. ¡Qué vergüenza que me relacionen contigo!
No alcanzo a dar dos pasos antes de escuchar la voz de Mateo.
—No te vayas tan rápido, Leticia. Tenemos cosas que discutir.
Ruedo los ojos antes de girarme. Mateo se ha movido hacia la mesa, donde un grueso folder de documentos está abierto.
—¿Qué quieres ahora, Mateo? —suelto, cruzándome de brazos.
—Nuestro divorcio. —Su sonrisa es afilada, triunfante.
Me quedo inmóvil por un segundo. No porque la idea me sorprenda, sino porque la satisfacción en su rostro me hace dudar.
Él no es de los que dan el primer paso a menos que tenga algo bajo la manga.
—¿Ah, sí? —digo con sorna—. Y aquí pensé que todavía te aferrabas a tu papel de esposo ejemplar.
—Por favor, Leticia. —Mateo niega con la cabeza—. Esto es lo que ambos queremos, ¿no? No tiene sentido alargarlo.
Empuja el folder hacia mí y saca un bolígrafo de su bolsillo, tirándolo sobre los papeles.
—Solo firma y terminemos con esta farsa.
Miro el bolígrafo. Miro los papeles. Luego lo miro a él.
—¿Por qué ahora? —pregunto con desconfianza.
—Después de lo del motel, nuestra imagen como pareja está destruida. Los accionistas lo saben, la gente habla. —Se encoge de hombros—. Y, siendo sincero, prefiero cortar esto antes de que empiece a afectar mi reputación.
Río, incrédula.
—¿¡Tu reputación!? —espeto—. ¡Qué conveniente! Primero me usas para conseguir esta empresa y ahora me desechas como una puta barata.
—¿Dices que yo te usé? —Se inclina hacia adelante, su sonrisa torcida—. Qué gracioso, Leticia. Porque hasta donde recuerdo, tú necesitabas un hombre para sentarte en esa silla. Yo fui el único lo suficientemente estúpido para aceptar.
Mi cuerpo entero se tensa.
—¿¡Estúpido!? ¡Sí, Mateo, estúpido... Pero también interesado, oportunista y rastrero... Y PITØ CORTO!
Su mandíbula se aprieta, pero la sonrisa no desaparece.
—Llámame como quieras. De todas formas, ya no importa. Firma los papeles.
—Qué afan por arrastrarte cuando te deje sin un centavo en el acuerdo de divorcio.
Mateo suelta una carcajada.
—Ah, Leticia… eso sería cierto si tú tuvieras la sartén por el mango. Pero… —Señala los papeles—. Hoy no es tu día.
—¡Eres un imbécil! —grito, golpeando la mesa con ambas manos—. ¡Un maldito imbécil!
Él solo se apoya en el respaldo de su silla, disfrutando cada segundo de mi rabia.
—Sabes qué, Mateo… —Tomo el bolígrafo y garabateo mi firma en la línea indicada—. ¡Aquí tienes tu maldito divorcio!
Firmo sin leer.
Sin pensarlo.
Empujo los papeles hacia él con tanta fuerza que casi se caen de la mesa.
Mateo los toma con calma, revisando mi firma con una sonrisa satisfecha.
—Qué rápido lo hiciste, Leticia. —Cierra el folder y se pone de pie—. Me encanta cuando tomas decisiones impulsivas.
Algo en su tono de voz me pone los pelos de punta.
—¿Qué hiciste? —pregunto, sintiendo un nudo en el estómago.
Mateo sonríe.
—Firmaste exactamente lo que querías, amor. Nuestro divorcio… y la entrega total de la empresa.
El aire abandona mis pulmones.
—No… —susurro.
Mateo ladea la cabeza con fingida compasión.
—Sí, Leticia. Es toda mía ahora.
El rugido de mi furia explotó dentro de mí.
—¡MALDITO HIJO DE PUTA…! —grito lanzándome sobre él.
Mi mano vuela antes de que pudiera razonar lo que estaba haciendo. La bofetada resuena en la sala como un disparo.
Mateo se tambalea, pero en lugar de molestarse, rie.
—Me encantaría quedarme a seguir disfrutando de esto, pero tengo una reunión con los accionistas… ya sabes, mi empresa me necesita.
Dicho esto, sale de la sala dejándome ahí, temblando de rabia y, por primera vez en mucho tiempo, de miedo.
Me apoyo en la mesa, sintiendo que el aire se me escapaba. Acabo de perderlo todo.
¡MALDITO HIJO DE PERRA… TE LLEVAS MI EMPRESA… PERO EL INTELECTO ES MÍO!
"¡Si que eres Bruta Leticia!" Me grita mi conciencia.
"Lo sé, estoy en la puta calle, con una mano adelante y otra atrás…"
LETICIA CASALLAS