Mi nombre es Isabel del Castillo y, a la edad de dieciocho años, mi vida experimentó un cambio radical. Me vi obligada a contraer matrimonio con Alejandro Williams , un hombre enigmático y de gran poder, lo que me llevó a quedar atrapada en una relación desprovista de amor, llena de secretos y sombras. Alejandro, quien quedó paralítico debido a un accidente automovilístico, es reconocido por su frialdad y su aguda inteligencia. Sin embargo, tras esa fachada aparentemente impenetrable, descubrí a un hombre que lucha con sus propios demonios.
NovelToon tiene autorización de Beatriz. MY para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
¿ Porque me odias?
༺ Narra : Isabel ༻
—Nos alegra mucho escuchar eso —manifestó mamá.
—Solo mírate; ya te has convertido en toda una mujer. Eres tan hermosa como tu madre. Estás finalizado tu carrera en medicina y, además, te desempeñas como modelo. Sin duda, estoy muy orgulloso de ti —comentó papá.
—Ustedes se esfuerzan considerablemente para brindarnos lo mejor a mi hermana y a mí, no puedo permitir que sus esfuerzos sean en vano —expresé.
—Siempre tan considerada.
—Dinos, ¿Cómo van las cosas con Alex, hija? —preguntó papá.
—Bueno... —comencé a decir, mientras movía la comida en mi plato con un tenedor—. Definitivamente rompí con él. La verdad es que no tenemos nada en común. Es un auténtico excéntrico, siempre presumiendo de cosas sin importancia. Además, es un patán y un verdadero hijo de mama, que no entiende la realidad fuera de su burbuja de privilegio. Y, para colmo, me atrevería a decir que es un total idiota... Sin ofender claro está eh.
—Oh, vaya. ¡Ja, ja, ja! Está bien, papá, entiende.
—¿Estás segura de que es solo por eso? —preguntó mamá.
—Mm, por supuesto, ¿por qué sería por otra cosa? Mejor díganme, ¿cuándo será la boda de mi hermana? Me gustaría conocer a mi futuro cuñado.
Me di cuenta de que algo extraño estaba ocurriendo con mis padres; papá bajó la mirada, como si estuviera tratando de encontrar las palabras correctas para responder.
—El... el compromiso ha sido cancelado, hija... ya no habrá boda —contestó, dejando entrever su profunda desilusión. Su voz temblorosa y su expresión facial reflejaban la tristeza que lo embargaba al pronunciar esas palabras.
—Papá, ¿puedes decirme por qué se canceló la boda de Giselle? —le pregunté, sintiendo una mezcla de curiosidad y preocupación en mi voz.
Él se detuvo un instante, bajando la mirada como si estuviera tratando de encontrar las palabras justas para explicarlo.
—Es un tema complicado, Isabel... —empezó a decir, dejando escapar un suspiro profundo—. Hija, lo que ocurrió es que tu hermana traicionó la confianza de su prometido.
Quedé atónita, incapaz de asimilar lo que acababa de oír.
—¿Qué? —exclamé—. ¿Con quién?
Mi padre se giró hacia mí, luciendo una expresión grave.
—Con el medio hermano... Frederick.
El silencio se apoderó de la habitación y mi mente se llenó de interrogantes.
—¿Por qué hizo algo así?
Leopoldo se encogió de hombros, visiblemente conmocionado.
—No lo sé, hija... simplemente no lo sé. Pero así es tu hermana.
Observé a papá, quien parecía sumido en sus pensamientos, como si estuviera en otro mundo, distante de la conversación que habíamos tenido. Tras un largo silencio, él fue el primero en romper la tensión que había en el ambiente.
—Creo que lo mejor será que comamos y dejemos este tema atrás, ¿te parece? —propuso, intentando suavizar la situación con su voz cálida y comprensiva.
—Está bien, papá —le respondí, aceptando su sugerencia.
—Vamos, come, come, hija —me animó con una sonrisa que iluminó su rostro—. La comida está realmente deliciosa.
Después de terminar la cena, cada uno de nosotros se retiró a su respectiva habitación. Subí las escaleras, sintiendo una calma poco habitual que me envolvía, como si todas las preocupaciones del día se desvanecieran con cada paso que daba.
Al ingresar a mi habitación, me dispuse a prepararme para descansar. Me cambié de ropa, me cepillé los dientes y me recosté en la cama, disfrutando de la suavidad de las sábanas. Tomé uno de los libros que tenía en la mesita de noche, con la intención de sumergirme en una narrativa que me permitiera escapar de la realidad.
Inicié la lectura, pero pronto me sentí frustrada con la protagonista. La historia giraba en torno a una mujer que, a pesar de haber sido traicionada, continuaba perdonando a un hombre que no lo merecía.
—¿Por qué es tan débil? —murmuré en voz alta, sintiendo cómo la ira comenzaba a ebullicionar dentro de mí, como si fuese un líquido a punto de hervir.
Cada página que leía parecía intensificar mi indignación. La historia se desarrollaba ante mis ojos, y con cada palabra, una frustración creciente se acumulaba en mi interior.
—¡Despierta, mujer! —exclamé, elevando la voz, como si la protagonista pudiera, de alguna manera, escucharme a través de las páginas—. ¡No puedes permitir que te trate de esa manera! ¡Es inaceptable!
Sentí una creciente indignación hacia el protagonista, un hombre que aparentaba regocijarse en el dominio que ejercía sobre ella.
—¡Eres un completo idiota! —exclamé, permitiendo que mis emociones se expresaran libremente—. ¡No mereces ni un instante de su tiempo, hombre tan despreciable!
A medida que la trama se desarrollaba, mi frustración se transformó en una forma de catarsis. Al concluir la lectura, cerré el libro con firmeza, sintiéndome un poco más aliviada.
—No puede ser... ¡Todavía trae a su ex a dormir en casa de su esposa, qué descaro! —exclamé con enojo. —Tranquila, Isabel, es solo una historia. ¿Por qué te enojas? Mejor voy a traer agua.
Me levanté de la cama y, con pasos cautelosos, me desplacé por el pasillo, sintiendo el frío del suelo de madera bajo mis pies descalzos. Al llegar a la cocina, encendí la luz y me dirigí al grifo, llenando un vaso con agua fría. Al elevarlo, experimenté un alivio inmediato, como si el líquido cristalino pudiera no solo saciar mi sed, sino también disipar las sombras que me acompañaban.
Mientras sostenía el vaso de agua, un crujido resonó en la casa. La puerta principal se abrió de repente, y una sensación de frío recorrió mi espalda. Nerviosa, opté por investigar el origen del sonido, pero antes regresé a la cocina y tomé un sartén.
—Mujer precavida vale por dos —murmuré para mí misma, convencida de que era mejor estar preparada.
Con la sartén en mano, me dirigí hacia la sala. Al llegar, levanté el utensilio, lista para enfrentar cualquier eventualidad en el otro lado. En ese instante, vi entrar a Giselle. Al reconocerla, bajé el sartén y llevé mi mano al pecho, sintiéndome aliviada.
—¡Eres tú! ¿Qué haces fuera a esta hora, Giselle? ¡Ya son casi las 12 de la noche!
Observé cómo se tambaleaba mientras ingresaba, lo cual me llevó a pausar un momento y analizar su estado.
—Estás... muy tomada. ¿Cuántas copas has tomado? —pregunté, con cierta preocupación.
—¿Te importa? —respondió, su voz temblando de rabia—. Mi querida hermanita... Siempre has sido la niña perfecta, la consentida de la familia. ¿Qué tienes de especial?
Su mirada era feroz, y sentí cómo el aire se volvía denso a nuestro alrededor.
—Giselle, ¿por qué me odias tanto? ¿Qué te he hecho? Solo deseo llevarme bien contigo. ¿Es tan difícil para ti?
Ella soltó una risa amarga, una risa que me dejó sin aliento.
—¿Difícil? ¡No! Es sencillo. Eres la persona ideal, aquella que jamás comete un error. Y yo… soy el huracán de esta familia, la que desata todos los desastres. ¿Por qué existes? Solo para recordarme lo que nunca llegaré a ser.
Su voz estaba impregnada de veneno; cada palabra era como un puñal.
—Eres una carga, siempre con tu sonrisa absurda, como si todo estuviera bien. Pero no es así. ¡Nunca lo ha estado!
—Giselle, por favor, tranquilízate. Estás muy ebria, no sabes lo que estás diciendo —le respondí, mientras me acercaba a ella.
Pero ella me empujó con fuerza.
—¡No, puedo ir sola! —exclamó.
Ella avanzó, apartándome de su camino, pero en un momento, perdió el equilibrio y cayó al suelo. Sin pensarlo, me acerqué para ofrecerle mi ayuda.
—Vamos, te llevaré a tu habitación —dije, intentando mantener la serenidad.
—¡No! —protestó, mientras la sujetaba del brazo y la ayudaba a levantarse—. No quiero que me toques.
—Giselle, mi intención es ayudarte. No es necesario que hagas esto más complicado.
A pesar de su resistencia, la conduje hacia su habitación. Ella continuaba gritando y proferiendo insultos.
—Eres una hipócrita, siempre simulando que te importa —me lanzó con desprecio, sus ojos reflejando una intensa ira—. ¡Eres la favorita! ¡La que siempre recibe el cariño!
—No es cierto, Giselle; nuestros padres nos quieren a ambas de igual manera —repliqué.
— ¡Eres realmente intolerable!
Al llegar a su habitación, la solté por un instante y ella se dejó caer sobre la cama, respirando con dificultad.
—Por favor, trata de calmarte. Estás muy agitada —dije, intentando que pudiera reflexionar.
—No necesito que me digas qué hacer.
—Giselle, nadie es perfecto. Lo único que deseo es que podamos comunicarnos mejor.
—¿Comunicarnos...? —repitió, riendo con desdén—. No comprendo cómo puedes ser tan ciega. Tú eres la razón por la que me siento así.
—Eso no es verdad. Te aprecio, Giselle. Solo deseo que estés bien.
Ella se dio la vuelta, eludiendo mi mirada.
—No me toques. No necesito tu compasión.
—Entiendo, no te tocaré. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti, incluso si no lo crees.
—No necesito a nadie. Mucho menos a ti.