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El Silencio De Los Herederos

El Silencio De Los Herederos

Status: En proceso
Genre:Matrimonio arreglado
Popularitas:2.7k
Nilai: 5
nombre de autor: sonhar

Angela, una psicóloga promesa del país, no sabe nada de su familia biológica y tampoco le interesa saber, terminará trabajando para un hombre que le llevara directo a su pasado enterandose la verdad de su origen...

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CAPITULO 9

Angela bajó del taxi. Respiró profundo antes de mirar hacia arriba: la mansión Vivanco era incluso más imponente de lo que imaginaba. Una construcción moderna, sobria, sin excesos, pero con una elegancia que imponía respeto desde la primera piedra de la entrada.

Empujó la puerta principal después de que un guardia le diera paso. El interior estaba completamente en silencio, de orden... de historia. Apenas puso un pie adentro, una señora de rostro amable la recibió con una sonrisa discreta.

—Buenos días, señorita Angela. Soy Gloria, el ama de llaves. El señor Luc me indicó que la guiara a la sala de trabajo que hemos acondicionado para usted.

Angela asintió, intentando no mostrarse nerviosa.

—Gracias, Gloria. Es un gusto estar aquí.

Mientras caminaban por el amplio pasillo de mármol, Angela sintió que su respiración se acompasaba con cada paso. Estaba por entrar al corazón de una familia marcada por tragedias… y ahora su responsabilidad era una vida frágil: la de Matt.

—El niño aún no baja. Pero vendrá pronto. Está con el señor Luc.

—Perfecto. Aprovecharé para organizar mis materiales.

Gloria le abrió una sala luminosa, decorada con tonos neutros y una estantería nueva llena de cuentos y juguetes didácticos. La silla pequeña junto a una alfombra azul le pareció el lugar más honesto de toda la mansión.

Mientras Angela se acomodaba, en otra parte de la casa, Abigail entraba sin tocar la puerta al estudio de Luc.

—Buenos días, Luc. ¿Ya bajó Matt?

Luc alzó la mirada de sus papeles, visiblemente irritado por la interrupción.

—Buenos días, Abigail. No, aún no. Está terminando de vestirse.

—¡Qué bueno! Pensé llevarle unas galletas que hice yo misma.

Sin gluten, sin azúcar… especiales para niños sensibles.

Luc levantó una ceja.

—¿Desde cuándo sabes hornear?

—Desde ayer —rió con tono dulce y ensayado—. Quiero que Matt me quiera, Luc. Es importante para mí.

—¿Por qué te importaría tanto caerle bien a un niño al que conociste hace dos días?

Abigail no perdió la sonrisa, pero su voz bajó de tono.

—Porque quiero que nuestra relación funcione. Y tú ya eres como un padre para él. Si Matt me acepta… tú también podrías empezar a verme con otros ojos, ¿no?

Luc se puso de pie, firme.

—No estamos en una relación, Abigail.

Ella se acercó más, sin miedo.

—Todavía no. Pero lo estaremos. Ya verás.

Y sin darle más espacio para responder, salió del estudio con su bandeja de galletas. Justo cuando dobló por el pasillo principal, vio a Matt bajar por la escalera, acompañado por una joven de cabello castaño claro que no reconocía. Angela. Vestía sencillo, pero había algo en su forma de mirar al niño que le provocó una molestia.

Matt, en cambio, al verla, se detuvo por un segundo, evaluando la escena con sus ojos curiosos.

—¡Matt! —dijo Abigail con entusiasmo fingido—. ¡Mira lo que hice para ti!

Le ofreció la bandeja con exagerado cariño, inclinándose frente a él. Pero Matt no se movió. Siguió caminando… directo hacia Angela. Y cuando ella se agachó y le tendió la mano, Matt la tomó sin dudar. Sin mirar a Abigail.

Angela notó la incomodidad del momento, pero no dijo nada. Solo se volvió a Gloria y preguntó:

—¿Podríamos ir a la sala de trabajo?

—Por supuesto, señorita.

Abigail se quedó sola, apretando el borde de la bandeja, con una sonrisa congelada en la cara. El primer intento de su plan acababa de fracasar… y lo peor de todo, lo había visto Luc desde arriba, sin decir una palabra.

Angela cerró la puerta suavemente tras ella, allí solo estaban ella y Matt. El niño se sentó en la alfombra sin que nadie se lo pidiera, como si supiera que ese era su lugar seguro.

Angela se arrodilló cerca, dejando distancia. Sacó de su bolso una caja de tarjetas visuales y algunas figuras de animales de goma. También tenía un cuaderno nuevo, uno solo para él.

—Hola, Matt —dijo con dulzura, aunque sabía que no respondería con palabras—. Este es nuestro espacio. No vamos a hacer tareas, ni exámenes, ni preguntas complicadas. Solo quiero estar contigo un rato, ¿te parece bien?

El niño la miró de reojo, luego bajó la vista a los juguetes. Movía las manos con un leve temblor, pero no parecía tenso. Solo... alerta.

Angela sacó una figura de delfín y la deslizó lentamente hacia él sobre la alfombra.

—¿Sabías que los delfines se llaman entre ellos por su nombre? Tienen su propio lenguaje. Como tú, que tienes el tuyo.

Matt no tomó el delfín, pero lo observó con atención. Luego, estiró la mano y, de su bolsillo, sacó una de sus tarjetas. La extendió hacia Angela.

Ella la recibió con cuidado. Decía: "Amigo".

Angela sintió un nudo en la garganta, pero sonrió sin mostrar demasiada emoción.

—¿Me estás diciendo que soy tu amiga?

Matt no respondió, pero su expresión lo decía todo. La barrera que lo aislaba comenzaba a ser menos.

—Gracias, Matt. Me honra mucho ser tu amiga.

Durante los siguientes minutos, no hubo palabras, pero sí juego. Angela no lo dirigía, solo seguía su ritmo. Matt eligió un tiburón, un pez payaso, una ballena... y los fue alineando sobre la alfombra en perfecto orden. Angela respetó su lógica, no intentó intervenir.

Solo cuando él le tendió otra tarjeta —esta vez decía “mamá”—, su corazón dio un vuelco.

—¿Quieres hablar de ella?

Matt bajó la mirada. Tocó el cuaderno vacío que estaba cerca.

Angela lo acercó.

—Este cuaderno es tuyo. Puedes dibujar lo que quieras. Lo que sientas.

Le ofreció una crayola azul. Matt la tomó. Dudó unos segundos... y empezó a dibujar. Primero una casa. Luego dos figuras. Una grande y una pequeña.

Angela no dijo nada. Solo observó. Estaba entrando, sin forzar la entrada. Como se debe con los niños rotos por dentro.

Al cabo de media hora, Gloria tocó suavemente la puerta.

—Señorita Angela, el señor Luc pregunta si todo está bien.

Angela miró a Matt, que seguía concentrado en su dibujo.

—Dile que sí. Todo va... mejor de lo que esperaba.

Gloria asintió y se retiró.

Antes de irse, Angela escribió en una hoja en su cuaderno de notas:

"El silencio de Matt no es ausencia. Es lenguaje. Y yo estoy aprendiendo a escucharlo."

Cuando finalmente se despidió de él, Matt no le dio una tarjeta… le dio un abrazo. Corto, torpe, pero sincero.

Angela salió de la sala con los ojos húmedos.

Luc la esperaba en el pasillo.

—¿Cómo fue?

Angela respiró profundo, con el corazón lleno.

—Fue un buen comienzo.

Luc la miró en silencio, y por primera vez en mucho tiempo, sonrió sin rigidez.

—Gracias. —¿Te puedo robar un minuto?

Angela asintió. Lo siguió hasta una pequeña sala con ventanales que daban al jardín. No era su oficina. Era un espacio más personal.

Luc se apoyó en la repisa, cruzó los brazos y la miró con intensidad.

—Matt te abrazó.

Angela lo observó con cautela, sin saber si esa afirmación venía cargada de duda.

—Sí… y créame, fue tan inesperado para mí como para usted.

Luc bajó la mirada unos segundos. Se frotó la nuca como si le pesara una pregunta que no sabía cómo hacer.

—Matt no hace eso. No desde que… —Se detuvo—. Bueno, no desde hace mucho.

Angela esperó. No lo presionó. Sabía que Luc no era un hombre que soltara palabras fácilmente.

—¿Él... habla contigo? —preguntó al fin.

—No. No con palabras. Pero eso no significa que no se comunique. Tiene un lenguaje propio. Las tarjetas, los dibujos, las miradas... me está permitiendo entrar. Y eso es un gran paso.

Luc la miró por unos segundos, luego se sentó en uno de los sillones. Estaba claramente agotado, pero no físicamente.

Había algo más.

—No sé qué tanto te ha contado Miguel sobre nosotros, pero… Matt perdió más que a sus padres ese día. Perdió su risa. Su infancia. La tranquilidad de dormir sin pesadillas.

Angela se sentó frente a él, sin interrumpirlo.

—La noche del accidente —continuó Luc—, yo estaba en una junta. Me enteré por mi secretaria. Cuando llegué, solo quedaba él. Tenía la ropa manchada, y una mirada vacía que me sigue persiguiendo hasta hoy.

Angela tragó saliva, conmovida por la crudeza de su voz.

—Lo que sea que haya vivido ese día... no lo dice. No lo dibuja. No lo señala.

—Y usted —dijo ella suavemente—, ¿cómo ha lidiado con todo esto?

Luc sonrió con amargura.

—Me convertí en su tutor legal. Vendí propiedades, rechacé negocios, me encerré aquí con él. No porque sea un héroe, sino porque era lo único que podía hacer bien. El resto… no sé si estoy haciendo las cosas como debería.

Angela inclinó la cabeza con empatía.

—Matt no necesita perfección. Solo necesita sentirse seguro. Y amado. Créame, lo nota. Lo siente. Usted está haciendo mucho más de lo que cree.

Luc se quedó callado por un momento. Luego levantó la mirada, más suave, más humana.

—Gracias… por no tener miedo de él. Muchos adultos y niños se alejan. No lo entienden.

Angela sonrió.

—Tal vez porque yo también fui una niña que nadie entendía. A veces, uno solo necesita que alguien se quede… sin tratar de arreglarlo todo.

Luc la observó con más atención. Como si acabara de ver algo que no había notado antes.

—¿Tú también tienes un pasado difícil?

Angela se encogió de hombros.

—No es tan importante ahora. Lo importante es Matt.

Un silencio cómodo se instaló entre ambos. Hasta que Luc se puso de pie.

—Si en algún momento necesitas algo… lo que sea, solo pídelo.

—Gracias —dijo ella, también levantándose—. Pero por ahora, lo único que necesito… es otra sesión con Matt mañana.

Luc sonrió levemente. Un gesto pequeño, pero real.

—Está bien. Te veré mañana, Angela.

Ella asintió y salió de la sala. Mientras bajaba por las escaleras, no pudo evitar mirar de reojo el enorme retrato familiar que decoraba el recibidor. Había un espacio vacío en esa pintura. Como si algo —o alguien— faltara.

Y aunque aún no sabía por qué… sentía que estaba empezando a formar parte de esa historia.

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