La Pobre Viuda, Y El Magnate Cruel

—Hola, campeón. Volví con tu mami como te lo prometí esta mañana —Ahora Adelaida entendió por qué su hijo lo saludó tan feliz. Y eso reconfortó su cansada alma. Que alguien se porte bien con su niño enfermo lo hace ante ella una buena persona.

—Y la trajiste muy hermosa. ¿Cierto que mi mamá es muy linda? —preguntó Francis con ternura, viendo a su mamá con amor.

—Sí, es la mujer más hermosa que he visto en mi vida —Kento, respondió, sin dejar de mirar a Adelaida.

En ese momento, de extrañas miradas, y preocupantes respuestas, entró el médico que está llevando el caso de Francis.

—Buenas tardes, familia. Amiguito, veo que estás ya con tu mamita. Eso está súper —saluda muy amable a todos —. Mucho gusto, señora. Soy el doctor Bernard, el pediatra de Francis.

—Mucho gusto, doctor, Adelaida DuPont —. Adelaida le iba a dar la mano y Kento, se puso delante de ella para impedir ser tocada por el médico, mientras le daba una mirada de advertencia. El galeno entendió y solo le dio una sonrisa al celoso; era claro, estaba marcando territorio con Adelaida.

Después de que revisó a Francis, le retiró la transfusión y les recomendó que esperaran dos horas para poder darle de comer al niño. Acto seguido pidió ser acompañado de Kento, a su consultorio. Adelaida los quiso acompañar, necesitaba saber qué se haría de ahora en adelante con el niño. Pero Kento, le explicó que era mejor que él sea el que reciba la información, después él le explicaría lo que el pediatra le diga.

A regañadientes se quedó con una Josefina muy curiosa, queriendo saber por qué llegó de la mano con ese apuesto caballero.

—Mi niña, ¿y eso qué fue? —Fina se acercó a Adelaida, para hablarle bajito y que Francis no escuche la conversación de las mayores.

—¿Qué fue de qué? —Adelaida se hizo la desentendida, pero al final sabía que no podía tener secretos con Fina.

—No te hagas. Mira cómo llegaste de bonita y de la mano de ese señor. ¿Es tu jefe? —Fina insistía.

Adelaida se la llevó a la salita auxiliar de la habitación, aprovechando que Francis estaba entretenido viendo la película de “Coco”. Le contó todo sin guardarse nada a la comprensiva Fina, que la escuchaba sin interrumpir, tomándola de las manos para darle valor para que Adelaida no le omita ni una coma.

Josefina no la juzgó, ella sabe que lo hace por Francis y es la única forma que tenía una madre desesperada por salvar a su hijo y la entiende. Lo que no entiende es a ese hombre. No entiende por qué Adelaida se debe parecer a alguien que no es ella. ¿Qué necesidad tiene que sea su prometida por un año? No entiende por qué, en apariencia, es un ogro, seco en su trato, grosero y autoritario, pero en la mañana se portó con tanta ternura con el niño.

Francis tuvo mucha empatía con el trato que Kento le dio, dándole a Josefina una profunda tristeza, pues ese trato jamás lo recibió de su propio padre. 

—Mi niña. No te sientas mal por lo que estás haciendo, pues lo haces por tu niño. A pesar de que se ve que es muy serio, el señor Kimura estuvo muy pendiente de Francis en su traslado a este hospital. Lo trato con tanta confianza que Francis se hizo amigo de él inmediatamente y tú sabes cómo es mi niño de receloso con la gente extraña. Este hombre, en unas solas horas, le dio más de lo que su propio padre le dio en sus seis años de vida. —Adelaida no aguantó el llanto, pues es verdad. Su padre, las pocas veces que lo veía, ni siquiera le dirigía la palabra.

En ese momento entró a la habitación Kento, y frunció su ceño malhumorado al ver a Adelaida otra vez llorando.

—¿Qué haces llorando? ¿Acaso no estás contenta de que a tu hijo se le está haciendo todo lo necesario para salvarlo? —Las dos mujeres quedaron sorprendidas por la forma tan grosera que se dirigió a Adelaida. Fina iba a decir algo, pero se arrepintió al Adelaida apretarle la mano.

—Kento, ¿qué dijo el pediatra? —Adelaida preguntó ansiosa sobre lo que hablaron al salir de la habitación.

—Mañana tienen el resultado de los exámenes que le hicieron hoy a Francis. De acuerdo con eso, nos dirá qué pronóstico tiene en su enfermedad y cuándo se podrá hacer el trasplante de médula. —Kento, no le quiso dar más preocupaciones a Adelaida. El doctor le dijo más cosas, por eso no quiso que Adelaida fuera con él a hablar al consultorio del pediatra. 

—Dios quiere que todo salga bien. Mi virgencita de Lourdes me va a hacer el milagrito con mi niño —Fina, tocaba con fervor la medalla que tiene en su cuello.

—Señora Josefina, ya se puede ir a su casa. Mi chófer la está esperando en el parqueadero. Yo me quedo con mi prometida y rato más, mañana nos vemos en la mañana cómo quedamos. 

De esa manera tosca, Kento despachó a la señora Josefina, la cual muy obediente se despide de Adelaida y luego de su niño Francis. 

Así quedaron solo ellos tres terminando de ver la hermosa película de “Coco”. 

Kento, reía junto a Francis y, como ya se sentía mejor, jugaron un rato hasta que cansado se quedó dormido en sus brazos. Delicadamente, lo acostó a dormir, y posteriormente se despidió de Adelaida, dándole de nuevo un beso en la boca. 

Esto desconcierta a Adelaida, ¿qué necesidad tiene de hacerlo si nadie los está viendo? 

Kento, salió de la habitación de manera muy imponente para ir a su solitaria mansión. Allí hace un recuento de todo lo que pasó ese día. Ya había empezado con su plan y estaba saliendo según sus cálculos. Mañana sería un grandioso día, y estaba seguro de que iría a caer un bombazo y esperaba ansioso de que todo se diera como quería. 

Madeleine se iba a arrepentir de haberlo traicionado, y va a sufrir como él lo hizo por ella. Aún la ama, pero es más lo que la odia. Aunque ya tenga su reemplazo, este será por solo un año. Jamás volverá a entregar su corazón, aceptará el omiai y será solo un matrimonio comercial entre dos familias poderosas.

Se toma otro vaso de su “whisky macallan” y llega a su mente el recuerdo de la chica que vio hace más de diez años actuando en “Les Hayes”. Nunca la volvió a ver hasta que vio en Madeleine una copia de aquella inolvidable “Eloísa” y ahora está más que seguro de que se trata de Adelaida. Es imposible que en un radio no más grande de 2000 kilómetros, haya tres mujeres tan parecidas. 

Menos mal, en el día contactó él mismo a un detective que le recomendó su mejor amigo Leroy. Si espera que el inútil que contrató Desiderio aparezca, va a perder su valioso tiempo al saber los secretos que esconde Adelaida. 

«¿Será que el verdadero Abelardo ya encontró a su Eloísa?»