La Mujer De Ovarios

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Todas las noches me despertaba, a veces incluso sollozando, porque la imagen de Eli no me dejaba en paz. Sus ojos azules, esos que siempre me habían dado esperanza y que parecían reflejar el cielo, ahora se veían opacados, como si una nube oscura hubiera cubierto toda su luz. Me quedaba ahí, acurrucada en mi cama, balanceándome de un lado a otro mientras las lágrimas caían sin cesar. Ya había pasado una semana desde su desaparición y no había respuestas. Habíamos colocado carteles por toda Tijuana e incluso ofrecido una recompensa de $100,000 por cualquier información. Esa suma, por supuesto, nos la proporcionó Don Francisco Pérez, el padre de Lorena, quien aunque parecía distante, de alguna manera que no comprendía del todo, nos ayudaba.

Los padres de Eli estaban completamente destruidos. Su padre, un alcohólico empedernido, parecía haber dejado de lado su vicio, completamente sumido en la búsqueda de su hija. Su madre no hacía más que llorar, permaneciendo en casa, mientras que él salía todas las tardes a colocar carteles. Yo lo acompañaba cuando tenía tiempo, y cuando no estaba, me encargaba de seguir pegando papeles por toda la ciudad. Ese hombre, con su rostro desfigurado por la angustia, me miraba a menudo y me decía, con voz quebrada:

—La extraño tanto, Cristina . Soy un estúpido. ¿Cómo pude haberle hecho esto a mi hija durante tanto tiempo?

Sabía que el padre de Eli no era perfecto. Era un hombre terrible, capaz de golpear a su hija, de despreciarla. Pero esa noche, mientras veía la devastación en sus ojos, entendí algo. Era un hombre roto. Sentía lo mismo que él, la misma devastación, la misma impotencia. Mi corazón estaba tan roto como el suyo, y la tristeza me aplastaba tanto que apenas podía sostenerme.

Durante esa semana, no fui a la escuela. El doctor me había recomendado reposo. En su lugar, Lorena iba a clases y me traía las tareas, o venía de vez en cuando a dejarme los papeles. Ella pasaba horas observándome, como si el dolor que compartíamos nos uniera en un silencio profundo. Aunque siempre habíamos sido amigas, esta situación nos había convertido en dos almas rotas, atrapadas en el mismo sufrimiento. Nos mirábamos fijamente, sabíamos que las dos extrañábamos a Eli, pero sentíamos que no había nada que pudiéramos hacer. Éramos dos chicas comunes, sin el poder suficiente para cambiar la situación. Aunque Lorena tuviera dinero, no tenía los contactos necesarios.

—¿Y cómo siguen los padres de Eli? —rompió el silencio Lorena mientras hacía la tarea que me había dejado.

—Su padre está completamente destruido. Su madre no para de llorar, no hace nada. Es sorprendente, ¿puedes creerlo?

—Es un milagro. Ese borracho era un caso perdido, y ahora parece preocuparse por su hija. Las cosas cambian.

—Sí... —suspiré, mi voz cargada de resignación—. ¿Y qué dice tu padre? ¿Ha hecho algo con el cartel Estándar?

—Solo dice que está de brazos cruzados, que es realmente complicado. Esos hijos de puta no quieren negociar.

—Es una mierda. Si yo tuviera el poder y el dinero que tiene tu padre, haría que todos me tuvieran miedo —respondí, con una seguridad feroz que hizo que Lorena me mirara curiosa.

—¿Y por qué no lo haces? —preguntó, su voz firme, mirándome con sus ojos negros y almendrados.

—¿A qué te refieres? —respondí, intrigada. No entendía por dónde iba con esa absurda propuesta.

—Sabes que siempre me ha gustado, Cris. Si tú fueras mi novia, o incluso mi esposa, seríamos aún más cercanas —dijo, con una seguridad inesperada y una picardía que me hizo sentir incómoda.

—¿Me estás jodiendo? ¿Realmente me estás jodiendo, Lore? ¿Sabes lo que estás diciendo? ¡Tu mejor amiga acaba de ser secuestrada y soy su novia, su novia! ¿Y tú tratas de seducirme? ¿Eres realmente tan estúpida?

—¿Qué quieres que haga, Cris? No voy a detener mi mundo por ella. Siempre te he dicho que consigo lo que quiero. —Su voz era firme, y su egoísmo se notaba en cada palabra.

—No digas estupideces. Ya sé lo que eres, Lore. No te importa Eli, ni nadie más. Solo te importa a ti misma. Incluso en una situación como esta, tratando de coquetear conmigo... ¿Realmente me consideras tu amiga?

—A tus ojos puedo hacer lo que quiera, pero es un hecho: piensa en esto, Cris. Yo tengo el poder, tengo el dinero. Tú podrías hacer lo que quisieras con todo eso, y aparte... soy hermosa, ¿no lo crees?

—Basta. Márchate de aquí. No quiero verte más. Me repugna lo que acabas de decir. No puedo creer que esas palabras salgan de tu boca.

—Relájate. Ven a casa cuando tenga una respuesta. Yo estaré esperando.

Lorena me lanzó una sonrisa, una sonrisa fría y segura de sí misma, antes de marcharse. Escuché cómo la puerta se cerraba detrás de ella, y me dejé caer en la cama, derrotada. ¿Cómo era posible que alguien que consideraba casi una hermana pudiera intentar seducir a la novia de su mejor amiga, en un momento tan devastador? Había crecido con privilegios, había tenido todo lo que quiso, y eso la había convertido en una persona egoísta, vacía, incapaz de ver más allá de su propio interés. Todo le importaba una mierda, salvo ella misma. Me pregunté, por un momento, si realmente era una persona en la que podía confiar. ¿O acaso el poder y el dinero que tenía su padre la habían corrompido de tal manera que ya no era capaz de comprender lo que significaba la lealtad? No lo sabía.

Todo me parecía una blasfemia. Pero una cosa era clara: Lorena tenía los medios para encontrar a Eli, y aunque no confiaba en ella, no podía evitar preguntarme si realmente podría hacerlo.

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