¿Hasta dónde estás dispuesto a olvidar por amor? ¿Mentiras, traiciones, o quizás... muertes?
Realmente, ¿es posible vivir con una venda en los ojos?
Bienvenido a un mundo donde los héroes no son tan valorados como se parece.
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Capítulo 15: De vuelta en la acción III
Al final si me habia servido de algo la escuela, muchas de las carpetas tienen títulos difíciles de leer, por no decir nada del contenido en ellas, no es que fuera un lenguaje desconocido, solo que las palabras y términos eran demasiado técnicos como para que alguien que no estuviera en la rama los interpretara.
«Como yo» porque Silvestre no parece tener el menor de problemas con ellos o eso he notado con el paso de los días, he contado tres, y por lo menos puedo decir que se más de lo que ya sabía sobre él.
«Buenas nuevas» la oficina luce mucho más decente que cuando empezamos a limpiarla, me siento orgullosa de ello, aunque no estoy seguro que el orden le dure por mucho tiempo.
Silvestre no parece ser el tipo de persona que se preocupe demasiado por el orden de las cosas, al menos no en lo que respecta del trabajo, ya he visto esa bola de papel por más de dos días en el suelo y aún creo firmemente que no va a levantarla pronto.
El hermano del Sargento piensa más rápido de lo que actúan sus manos, el bolígrafo ha perforado sus informes en más de una ocasión y a pesar de su buena caligrafía, las letras se veían más como garabatos cursivos y desesperados, aunque es bastante exhaustivo con ellos, ni un documento en malas condiciones sale nunca del despacho, no es como que alguien nos reprochara por ello, creo que simplemente es un «perfeccionista».
Tomo asiento a su lado, supongo que aunque quiera negarlo, lo de ser secretaria «se me da bien» tomo notas, hago llamadas, organizo la agenda y preparamos el café a la hora del descanso, con algo de suerte nos damos el lujo de dar la ronda a la cafetería.
A pesar de lo bien que han ido las cosas en los últimos años, no parece que hayan invertido demasiado en ella, el menú sigue siendo el mismo, las bandejas realzan el acabado metálico de siempre y algunas de las mesas se desnivelan cuando te sientas en ellas.
Aún así es cómodo y relajante, aunque también es cierto que no hemos ido en los últimos días, pues «el trabajo fácil» para el joven hermano del Sargento, es igual a lo que yo consideraría un abusivo trabajo de oficina: horas ilimitadas enfrente de un monitor y solo quince minutos de descanso. Pero eso sí, no sé equivocaba con la tranquilidad, porque nadie nos había molestado en todo el día.
Desde que amaneció hasta ahora, nos habíamos dedicado a la correspondencia (contestar cartas de quejas y sugerencias ) y mera burocracia (rechazar y aprobar procesos), las cajas de carpetas desfilan en nuestros escritorios, una montaña mía y dos más de Silvestre, es increíble la facilidad con la que bajan sus carpetas, supongo que ya tiene colmillo en el asunto, yo sigo leyendo con detenimiento los mensajes de adentro hacia afuera, no me gustaría aprobar o mandar algo que no debería ser aprobado o mandado por nosotros.
Es demasiada responsabilidad, pero también puedo decir que es un trabajo monótono.
-Vaya -exalta Silvestre, interesado con el contenido de una de las cartas-parece que volvieron a denegar la iniciativa de Mayers, ¡Lástima! Hubiera sido interesante verla a prueba.
Mis cejas se elevan curiosas.
-¿Y qué era? -digo ya presa del aburrimiento, no puedo creer que ese sea el único evento interesante del día
El chico científico rie y agita las manos al ver mi rostro desbordante de emoción.
-Nada, Jones. Otra sugerencia para cambiar el menú de la cafetería.
-Ah... -digo sin poder camuflajear la desilusión en mi tono
-Si, muchos se quejan de la comida, pero ya les dije que no puedo hacer nada al respecto, no es como que podamos estar cambiando a cada rato de cocinera...
-Si, eso sería horrible.
Digo y asiento con resignación a cada una de las palabras que salen de su boca -sin escucharlas ya- pues mi cerebro se revela firmemente contra la monotonía.
En definitiva no había cumplido con las expectativas de mi regreso victorioso a la SSMH y el cuerpo ya me exigía «¡Acción!» «¡Aventura!» «o al menos algo menos aburrido que archivar» definitivamente no soy una chica de interiores y la mente no pierde ni un solo segundo en recordarmelo.
El expediente de Jena me saluda desde la papelera, me golpea en el estómago sin piedad, recordándome la verdadera razón por la que estoy aquí.
Por instantes lo observó, mientras giro con la silla, las ruedas chirrían con mi peso y yo solo intento descifrar lo que dice detrás de esas arrugas «Jena McCarthy» «Simpatizante» y no puedo terminar de leer la palabra, «extremista r...» otra arruga «Asuntos internos» y si, esa es una mancha de cafe, las hojas están maltratadas y el resto de las letras son demasiado pequeñas.
Las ansias me gritan que corra a tomarla, que me invente alguna excusa para sacar la basura, que aproveche la distracción de Silvestre cuando contesta cartas, pero no quiero arriesgarme a ser «sospechosa» otra vez.
Si tan solo encontrará la forma...
-¿Jones? -Silvestre ha atravesado su rostro entre Jena y yo
-¿Si? -digo rígida como una roca «¡¿Cuánto tiempo me había visto ver esos documentos?!» «¡¿Antes o después de mi monólogo interno?!»
-¿Qué es más interesante que Mayers pidiendo alimentos veganos para la cafetería?
«Literalmente, cualquier cosa» pienso, pero al final solo alzo los hombros.
-Nada, solo me distraje, ¿Qué decías del menú de la cafetería? ¿De Mayers?
-No seas condescendiente.
-¡No!, no, para nada, solo....
-Se que esto no es divertido para ti, llevas media hora viendo el cesto de la basura, mientras asientas como un zombie con la cabeza.
-Perdon, no quería ser grosera.
-Dilo entonces, por el amor de dios...
-Es que parecías muy emocionado con todo esto del trabajo de oficina.
-¿Y eso qué? Ni que fuera a matarte por no estar de acuerdo conmigo.
-Es bueno saberlo.
La ceja de Silvestre se arqueo con mi respuesta.
-Es bueno saber... ¿Qué?
Trago saliva y respondo con velocidad, como si algo me fuese a suceder de no hacerlo.
-Que no eres tan estricto como tú hermano.
-Hmm... Supongo que no. -dijo y su facción pareció relajarse
-¿Puedo echarle un vistazo?
-Si así lo deseas, adelante.
-¿Enserio?
-¿Porqué no? Así somos los felinos -aseguro bajando las orejas- tenemos la curiosidad en la sangre.
-Aunque seguimos siendo humanos.
Silvestre rechista entre dientes.
-Me gusta pensar que tenemos lo mejor de ambos.
Río un poco incómoda, no estoy segura lo que trata de decir con eso, tomo el expediente y me dejó caer nuevamente sobre la silla.
La carpeta está maltratada, pero se deja manipular, al abrirla me encuentro con la fría expresión de Jena: una foto tomada al parecer a las afueras de la ciudad, junto a ella la etiqueta «traidora» remarcada de manera insistente con tinta roja.
Hay unas cuantas fotos más; en la casa blanca, con un grupo de policías y otra tomando un latte con la hora del mediodía escrita a un costado -trago saliva y mis ojos siguen bajando- Jena con varios agentes del FBI, Jena en el discurso del presidente, Jena conduciendo a casa...
A nuestra casa, en la que yo vivía antes de viajar a Washington por el reclutamiento.
Mis palabras perdieron fuerza y Silvestre rompió mi silencio.
-¿No es lo que esperabas? -pregunto Silvestre alzando la mirada
Busco fuerzas desde dentro, me aferró a ellas y trago cualquiera de las respuestas imprudentes que pudieran salir de mi boca sin pensar, por primera vez me siento enfocada, aunque no sé si es por el miedo o mero instinto.
-¿Quién es ella? -pregunto con una ingenuidad que parece carcomer mis entrañas
-¿Ella?... Bueno, ¿Cómo decirlo? Es lo que papá llama un «borrego sin cerebro»
«Borrego sin cerebro»
Sus palabras parecen rebotar en mi cabeza, sin poder conseguir ser procesadas por ninguna de mis neuronas.
-¿Cómo dices?...
-Si, ya sabes «un borrego» una persona que junta grupos para hacer escándalos, convencer a otros de su filosofía o cosas así.
-¿Eh?...
Esta llamando a Jena, a mi hermana, «¡¿Un borrego descerebrado?!» «una persona escandalosa» sabía que no sería agradable, pero no era capaz de procesarlo, ella había sacrificado su vida para salvar a otros y para ellos era solo una semilla más para el costal.
Estaba claro, ese pensamiento no era individual, si no colectivo, por lo menos debió escucharlo de otra boca antes de repetir tales insultos, su padre, aún no tengo el placer de conocerlo y ya me hago la idea del despreciable ser que era.
-Bien -dijo al ver la confusión que todavía permanecía en mi rostro- a lo mejor no era demasiado claro, la palabra correcta es que: era espía.
-¿Una espía? -supongo que esa era una mejor definición
-Si, lo sé, es surrealista -menciono bastante entretenido con la explicacion- o al menos eso pensaba antes de trabajar aquí...
Silvestre mece su silla por el cuarto mientras su mente divaga la idea, luego se rasca la barbilla y alza el índice izquierdo.
-En la vida había imaginado que existía tal cosa fuera de los cómics, aunque ahora que lo pienso... Es lo mismo con los superhéroes, en verdad que cada día nos volvemos un poco más locos.
-Supongo que si... -digo y parecemos estar de acuerdo por un instante
«¿Cuándo habían cambiado tanto las cosas?» ni siquiera podía recordar un momento en el que me hubiera preguntado lo mismo que ahora, al parecer hemos normalizado lo suficiente el asunto, «¿En qué momento en especial?» alguien llegó y pensó que ponerse un antifaz y golpear criminales sería una buena idea, es gracioso, porque ni yo misma puedo responder esa pregunta.
-Un mundo de cabeza. -los pensamientos se me escapan antes de que pueda pararlos
-Es difícil de creer ¿Verdad?
-Totalmente...
«¿En qué momento te pusiste la capa Jena?»
Me pregunto por dentro, sabiendo que no obtendré respuesta.
Nunca dijo sus motivaciones en voz alta, supongo que si lo hubiera hecho, yo no estaría aquí sentada en este instante, junto al hermano del Sargento, en la SSMH, a un dedo de archivos tan importantes.
-Aunque es fácil ponerse reflexivo sobre el tema, solo piénsalo, "¿Tú ayudas por tener poderes, o tienes poderes para ayudar a los demás?"
Las palabras de Silvestre son precisas y filosas como agujas, casi puedo sentir como me perforan la piel, como buscan una reacción en mi cuerpo, no es la primera vez que lo hace, puedo ver ese curioso brillo en su mirada.
Intenta ver más de mi.
«Porque querías que estuviera aquí, Jena» antes estaba tan segura de ello, ahora, lo dudo, no creo ser tan fuerte, aunque eso no significa que ya me haya rendido. El chico tiene un buen punto, no puedo negarlo, aunque me quedo con lo último, en verdad creo que tenemos poderes para ayudar a los demás, tu lo sabías bien.
Porque viste sus caídas, las vueltas de página, las miradas cansadas, las caídas, nuestras heridas, y te alzaste tan fuerte ante todo, me miraste decidida y confiada en lograrlo. Reconociste el potencial en tus manos y te dijiste «¿Porqué no usarlo?» desde la muerte de papá... Creo que yo aprendí lo mismo, a no quedarme con los brazos cruzados.
Las palabras de Silvestre inundan el aire, las escucho y no puedo evitar, no sentirme atraída por ellas, es una melodía que nunca había tenido la oportunidad de escuchar.
Eran temas de los que nadie hablaba.
Me interesa a pesar que también me duele, porque sabía, yo reconocía que posiblemente esa carpeta confirmaba su participación con lo sucedido con Jena.
Aunque también era cierto que la venganza y coraje no me llevarían a ningún lado.
Así que me deje atrapar nuevamente por el ritmo de la plática, porque solo escuchando esa melodía, aprendería a como tocarla.
-Nadie decide cómo y cuando nacer, solo sucede, efímero e instantáneo, abres los ojos por primera vez y respiras ¿Cómo lo hizo? Nadie le enseño a hacerlo, es lo mismo con las habilidades, solo «nacen» en algún momento, es tonto pensar que se gane tanta responsabilidad por algo tan impredecible.
-Porque pueden hacerlo, supongo, a veces los más fuertes sienten que pueden proteger a los débiles.
El joven científico parace muy entretenido con la dirección de la plática, se acomoda en el respaldo de la silla y cruza los dedos antes de hablar:
-¿Y cómo aprenderían a cuidarse los debiles, si siempre son protegidos?
-No siempre sería así, a veces las personas necesitan alguien de quien apoyarse, para luego encontrar su propia voz y defenderse.
La sonrisa de Silvestre se amplia.
-Buena respuesta, Jones.
-¿Continuamos el debate? -digo ciertamente entretenida
-Nah, aunque odie las encrucijadas, creo que tendremos otro momento para hablar de eso.