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"¿Qué pasa cuando la fachada de galán encantador se transforma en un infierno de maltrato y abuso? Karina Sotomayor, una joven hermosa y fuerte, creció en un hogar tóxico donde el machismo y el maltrato doméstico eran la norma. Su padre, un hombre controlador y abusivo, le exige que se case con Juan Diego Morales, un hombre adinerado y atractivo que parece ser el príncipe encantador perfecto. Pero detrás de su fachada de galán, Juan Diego es un lobo vestido de oveja que hará de la vida de Karina un verdadero infierno.
Después de años de maltrato y sufrimiento, Karina encuentra la oportunidad de escapar y huir de su pasado. Con la ayuda de un desconocido que se convierte en su ángel guardián y salvavidas, Karina comienza un nuevo capítulo en su vida. Acompáñame en este viaje de dolor, resiliencia y nuevas oportunidades donde nuestra protagonista renacerá como el ave fénix.
¿Será capaz Karina de superar su pasado y encontrar el amor y la felicidad que merece?...
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Matrimonio axfisiante...
Una tarde, Karina se acercó con cautela.
—Cielo… ¿crees que podría ir a visitar a mi madre? ¿O tal vez… ella podría venir? Desde que nos casamos…
Juan Diego la interrumpió con frialdad.
—No, cariño. No puedes, ni ella puede venir. Esta noche viajaremos a Arabia. Recuerda que tengo un negocio multimillonario que no puedo perder.
—Pero cielo… quiero verla. Además, no sabía nada del viaje. Mañana tengo la ponencia en la universidad. ¡Vendrán los arquitectos más importantes del mundo! No puedo perder esta oportunidad. Sabes lo importante que es para mí…
Juan Diego suspiró con falsa paciencia.
—Cariño, cariño… Has olvidado cuál es tu principal deber.
—No, pero…
—Pero nada, cariño. Tranquila, tu esposo ya resolvió lo de la ponencia. Tendrás otra oportunidad. Además, tampoco es que necesites la opinión de esos tipos. Cuando termines la universidad y te gradúes, seré yo quien te contrate. Así que no necesitas la aprobación de nadie más que no sea yo. Recuerda que siempre quiero lo mejor para ti. Ahora ve a decirle a Mirna que prepare las maletas con ropa adecuada para ese país. Ah, y tráeme mi café. No olvides cerrar la puerta al salir.
Karina salió de la habitación sintiéndose cada vez más ahogada en ese matrimonio. El amor que alguna vez creyó ver en Juan Diego ahora le parecía extraño, incómodo, invasivo. No había libertad. Solo control. Solo dominio. Solo posesión.
Pero aún no había visto lo peor.
Ese viaje sería el comienzo de un infierno que la haría sentirse la mujer más tonta y ciega del mundo. El magnate finalmente mostraría sus verdaderas intenciones, su verdadero rostro. Y aunque Karina intentara escapar, él no se lo permitiría.
Pasarían años de abuso, de invalidación, de sufrimiento en silencio… hasta que, finalmente, lograra liberarse de ese hombre que había destruido todo en su vida.
El avión privado despegó cerca de las siete de la noche. Para la madrugada, ya estaban aterrizando en tierras árabes. El cielo se teñía de tonos rojizos y dorados mientras el sol comenzaba a asomar en el horizonte, iluminando la vasta ciudad que se extendía ante ellos.
Karina, desde la ventanilla, observaba fascinada el paisaje. Minaretes imponentes, estructuras modernas que desafiaban la lógica, y mezquitas que brillaban como joyas bajo la tenue luz del amanecer. La arquitectura la cautivaba. Era como vivir en uno de sus sueños de estudiante.
Sin embargo, el asombro se vio opacado por la indiferencia de su esposo. Juan Diego, con el ceño fruncido y el celular pegado al oído, ya estaba sumergido en reuniones, contratos y cifras antes siquiera de que pusieran un pie fuera del aeropuerto.
Horas después, en la suite del lujoso hotel en el piso quince, Juan Diego salió del vestidor con prisa.
—Cariño, tengo un desayuno en dos horas en un lugar emblemático de la ciudad —dijo mientras se desabotonaba la camisa para meterse al baño—. Me esperarás aquí hasta mi regreso, que será en la tarde. Saca de la maleta uno de mis trajes grises, el de lana italiana, por favor.
Karina lo miró desde el sillón donde descansaba, agotada por el largo viaje y por el peso emocional que arrastraba desde casa.
—Cielo… entonces, mientras espero, ¿podría recorrer un poco el lugar y sus alrededores? Bastian puede acompañarme —preguntó con esperanza, pensando que al menos podría ver con sus propios ojos las calles y rincones que tanto le emocionaban.
Juan Diego salió del baño solo para mirarla con frialdad.
—No, Karina. No irás a ningún lado sin mí. Y mucho menos con el inútil de Bastian, que se distrae con cualquier cosa. Espérame aquí. Cuando regrese, iremos a cenar con unos clientes y sus esposas. Entonces podrás conocer un poco más del país —añadió mientras se acomodaba el cabello frente al espejo—. Karina Sotomayor, no olvides las reglas. Sabes lo mucho que me descoloca que te las saltes.
Karina asintió con la mirada baja, sin energía para discutir. Apenas Juan Diego entró nuevamente al baño, se dejó caer sobre el mullido sillón, resignada y agotada. El lujo que la rodeaba no lograba suavizar el vacío que sentía por dentro.
Al poco rato, él salió vestido de forma impecable: traje a medida, perfume caro, y esa presencia imponente que a otros podría parecer encantadora, pero que para ella ya se sentía como una sombra asfixiante.
Antes de irse, le dio un beso casto en la frente y le acarició el rostro con una ternura vacía, más posesiva que afectuosa.
Karina lo vio marcharse sin decir palabra. Se acercó a la ventana y contempló desde lo alto el bullicio de la ciudad. Desde el piso quince, todo parecía un sueño: los tejados dorados, las calles limpias, los jardines perfectamente diseñados, los autos de lujo. Quería perderse entre esas calles. Quería escapar, aunque fuera por un par de horas, de esa realidad que le robaba el aliento.
Su matrimonio no era lo que ella había soñado. Todo lo contrario: era una jaula de oro. Brillante por fuera, vacía por dentro.
De pronto, recordó que había un teléfono fijo en la habitación. Se acercó con timidez, como si hacer aquella llamada fuera un acto de rebeldía.
Marcó el número de su madre con manos temblorosas, deseando escuchar al menos una voz familiar en medio de tanta soledad.
—Hola, mami… soy yo, Karina.
—¡Hola, mi princesa hermosa! ¿Cómo estás? ¡Cuánto tiempo sin oír tu voz!
—Estoy bien, mami. ¿Y tú? ¿Cómo has estado? ¿Me has extrañado?
—Claro que sí, princesa, te he extrañado muchísimo. Pero supongo que estás feliz con tu nueva vida de casada. Por cierto, ¿cómo va tu matrimonio?
Karina suspiró. Cerró los ojos por un segundo, como si necesitara fuerza para hablar.
—No es lo que esperaba. A veces me siento abrumada, como si nada fuera lo que creía que sería. Sé que Juan Diego me ama… pero me asfixia su control, sus reglas, sus imposiciones. A veces… a veces quisiera salir corriendo.
—Es normal, princesa. Además, teniendo en cuenta que el señor Morales es un hombre muy reconocido, es comprensible que no tenga tanto tiempo para dedicarte o demostrarte lo que siente. Hace unos días los vi en una revista… estabas preciosa. Eres la envidia de toda España.
—En este momento no quiero ser la envidia de nadie… Quiero un poco de paz. Mami… creo que me equivoqué al casarme. Juan Diego me ha hecho hacer cosas que no considero normales. No sé si seré muy mojigata, pero… no lo entiendo.
—Hija, él es tu esposo. Él siempre sabrá qué es lo mejor para ti. Ya te acostumbrarás a sus gustos.
—Ay, mami… dudo mucho que eso pase. Dime una cosa… ¿mi padre alguna vez te obligó a verlo teniendo sexo con otra mujer? ¿Para enseñarte cómo debías hacerlo con él?
Hubo un silencio largo y tenso del otro lado de la línea.
—Karina… tú y yo no deberíamos hablar de esas cosas. La intimidad de una pareja es eso: algo privado, algo íntimo.
Karina sintió que el mundo le temblaba bajo los pies. Definitivamente, con su madre no podría aclarar sus dudas ni obtener comprensión. Trató de tragarse el nudo en la garganta y desvió el tema con torpeza.
—Y dime, mami… ¿Fernando volvió a pegarte?
—No, princesa —mintió la mujer, mientras con la otra mano acariciaba el cabestrillo que le sujetaba el brazo. Los moretones en su rostro, piernas y estómago eran testigos silentes de una verdad distinta—. Desde que estás casada con el señor Juan Diego, su humor ha cambiado. Los negocios de las empresas han mejorado mucho.
Karina apretó los dientes. Observó el anillo en su dedo con una mezcla de tristeza y rabia.
Por lo menos él se benefició, pensó.
—Hija, tu hermano Joel… al parecer está enamorado de la señorita Ibáñez. Tu padre desea que esa relación dé frutos, ya sabes, como la tuya con el señor Morales.
—Dudo mucho que una mujer tan empoderada, inteligente e independiente como Romina quiera enredarse con el patán de mi hermano —soltó Karina con fastidio, frunciendo el ceño y apretando los labios.
—Princesa, no digas eso. Quizás esa chica lo ayude a ser mejor hombre.
—Mami, que no te ciegue el amor por tu hijo. Si tú no has logrado que Fernando Sotomayor cambie con tu amor, tu cuidado y tu sumisión, ¿qué te hace pensar que Joel lo hará?
Las palabras salieron de su boca con una sinceridad que la golpeó a sí misma como un eco doloroso. Fue como si se escuchara por primera vez. Una alerta interna se encendió, y antes de que pudiera decir más, cortó la llamada con una excusa rápida:
—Debo alistarme… Juan Diego llegará pronto.
Colgó. Y entonces el silencio de la habitación cayó como una losa.
Karina se quedó sentada unos segundos, mirando un punto fijo en la pared. El pensamiento que se le cruzó por la mente era incómodo, casi insoportable.
No, Juan Diego no me golpea… nunca me ha levantado la mano, tampoco me ha forzado a hacer el amor. He vivido tanta basura al lado de mi padre y mis hermanos, que estoy viendo en mi esposo sus errores.
Sacudió la cabeza con fuerza, como si quisiera espantar esa idea de raíz. Se puso de pie, pidió algo de comer al servicio y encendió su laptop para continuar con sus trabajos universitarios.
Las horas pasaron, y ni una sola llamada de su esposo. Por lo menos, pensó, había tenido un respiro de su asfixiante vigilancia. Aunque claro, Bastián, el guardaespaldas, seguía apostado frente a la puerta como una sombra, con órdenes estrictas de no dejarla salir...