LA HISTORIA DE UNA ESCLAVA

Nica pasó una de las noches más incómodas que alguna vez pudo tener.

Además de la frustración que tuvo al no poder contarle a Lilianne lo que los esclavos confesaron de Antonio, tuvo que dormir en el establo de la hacienda, con frío y humedad. Fue su única opción si quería dormir bajo un techo, porque cuando llegó a las barracas se encontraban cerradas.

Pero apenas amaneció, Nica corrió desesperada hacia el interior de la casa grande en dirección a la habitación de Lilianne. Contaba con que todos en la casa estarían dormidos, incluido el señor Héctor, lo que aprovecharía para hablar con su prima.

No obstante, su suposición fue falsa cuando de repente chocó con alguien a mitad del pasillo.

—Lo siento, lo siento...—Se lamentó Nica en voz baja, no quería llamar la atención.

—¡Ah! ¡Ten más cuidado la próxima vez, tonta esclava...! —El hombre con el que chocó se calló la boca al ver mejor a la chica. —Pe-Perdóneme señorita, pensaba que era un miembro de la servidumbre...

—Y no se equivoca. —Nica dibujó un rostro serio al ver a ese hombre cara a cara.

Antonio Hurtado.

—¿Quién eres? Nunca te había visto por aquí. —Preguntó él, curioso.

—Soy una esclava de la familia Montalván. —Respondió cortante. —No quiero ser grosera con usted, pero necesito que me seda el paso.

—¿Tú? ¿Una esclava? —Cuestionó Antonio, incrédulo. —¿Estás bromeando, verdad? Las esclavas son de piel negra, feas, con dientes torcidos... en cambio tu, eres blanca y sumamente hermosa.

—¿¡Cómo osa hablar así de la mano de obra!? —Exclamó Nica, indignada. —¡Mientras usted holgazanea, las esclavas somos mujeres leales que trabajan duro por la estabilidad y el orden de la hacienda, no merecemos tal insulto!

—Solo digo la verdad, si lo ves como un insulto no es mi problema. —Respondió el hombre con cierta arrogancia.

—Con permiso, joven.

Nica quiso esquivar al muchacho y él, como primer instinto, la sujetó del brazo. No obstante, de un forcejeo brusco la esclava se liberó del agarre y corrió apresurada hacia la habitación de Lilianne. Disgustado, Antonio la vio irse. Más grosera no pudo hacer sido.

El joven se juró que nadie, mucho menos una esclava, lo iba a humillar de esa manera. No lo iba a dejar pasar a la ligera...

Apenas entró en la habitación, Nica despertó a Lilianne y se apresuró a explicarle como era el verdadero Antonio Hurtado: un mujeriego bastante peligroso que podría convertir su vida en un infierno. El encuentro de aquella mañana solo terminó por confirmarlo.

—¡Por Dios, Lilianne! ¿Quién mejor que los esclavos que han vivido toda su vida aquí para decirnos como es el joven Antonio?

—Algunos pueden tener resentimientos, o quizás solo hablan por los rumores. —Lilianne se mostró en negación ante las palabras de su prima. —Además, que seas esclava no significa que debas estar de su lado todo el tiempo, Nica.

¿Disculpa?

La esclava quedó boquiabierta por aquella frase. Nica sufría bastante al no ser suficiente esclava para ser aceptada por los esclavos, ni lo suficientemente blanca para relacionarse con los blancos...

¿Entonces, qué era? ¿A dónde pertenecía una mestiza como ella?

—Mi familia se irá hoy, será mejor que me ayudes a vestirme para despedirlos. —Pronunció la rubia, ignorando por completo como sus palabras afectaron a su prima.

Nica asintió en silencio. Ayudó a su prima a vestirse y a peinarla. Durante todo el proceso, Lilianne se aferraba al collar qué le había obsequiado Antonio, y lo hacía con tanto regocijo qué la esclava supo al instante que no podría luchar contra la ceguera enamoradiza de su prima.

...🌺...

Lilianne bajó al primer piso de la casa Hurtado, impecable y reluciente gracias a Nica. Ambas se cruzaron con las dos esposas de los líderes de familia conversando respetuosamente entre ellas.

—Buenos días, madre. —Saludó Lilianne, educada. —Buenos días señora Laura.

—¡Oh, hija! Justo hablábamos de ti. —Exclamó la señora Gwendoline. —Doña Laura está trabajando en un proyecto de la iglesia para darle educación cristiana a los niños desamparados.

—Quería saber si podría ofrecerse como voluntaria, señorita Lilianne. —Añadió la señora Laura de Hurtado, con sus distintivos ojos cansados.

Lilianne reaccionó con una mueca de disgusto qué supo ocultar de inmediato. Nica estaba segurísima de que lo rechazaría, pues las palabras "Lilianne, niños y paciencia" en una sola habitación solo podía traer caos.

—Claro, no veo porque no. —Lilianne aceptó.

¿Pero qué acababa de escuchar?

¿Lilianne siendo maestra? Esta era una mala idea. Pero ni Lilianne o Nica pudieron refutar ante el entusiasmo de ambas mujeres. Mucho menos cuando aparecieron Héctor y don Armando Hurtado junto al resto de la familia para despedir a los Montalván.

Lilianne y sus padres comenzaron a sentir la nostalgia de la separación otra vez. Nica en cambio, empezó a asimilar el hecho de vivir distanciada de las órdenes y los maltratos de su tío.

¿Eso sería algo bueno?

–Muy pronto se realizará la boda de mi primogénito, espero que acuda compadre. —Insistió el señor Héctor.

–Allí estaremos, se lo puedo asegurar. —Afirmó don Armando.

Finalmente, con una disimulada mirada asesina, Héctor llamó a su sobrina hacia un lugar privado. Nica tragó saliva nerviosa y dejó el lado de Lilianne para conversar con su tío.

—Te vas a quedar con Lilianne. —Habló Héctor, rígido. —Te encargarás de mantenerla vigilada, ¿Entendido?

—Todo estará bajo control, señor. —Dijo la castaña, cabizbaja.

—Si me entero de alguna queja o falta que cometa Lilianne... ¿Sabes lo que haré contigo, cierto?

«Matarme a latigazos. Lo sé bien.» Pensó Nica irónicamente, tratando de reírse de sus desgracias.

Una última amenaza fue suficiente para despedirse de su tío, y aunque quiso despedirse mejor de doña Gwendoline o Aquiles, tenía inminentemente prohibido mantener un vínculo afectivo con ellos.

Los Montalván se fueron, y los demás volvieron a sus asuntos en la casa grande. No obstante, Nica se sorprendió, y a la vez se preocupó, por perder de vista a su prima.

Lo primero que le ordenaron fue mantenerla vigilada y ya había fallado.

Entró a la casa grande donde se encontraban algunos esclavos trabajando, y estos no tardaron en verla de forma despectiva. Nica intentó ignorarlos y seguir buscando a su prima.

De repente, la escuchó gritar desde la cocina. Preocupada, Nica corrió de prisa hacia el lugar donde encontró una escena horripilante y alarmante.

Lilianne estaba discutiendo con Antonio, quien la obligaba a darle un beso a la fuerza.

—¡Suélteme! —Rogó Lilianne, asustada. —¡O lo acusaré con mi padre!

—Adelante, dícelo. —Rió Antonio con cinismo. —Él estará de mi lado.

Nica no supo que hacer, cuando pensó en pedir ayuda se fijó en los esclavos que veían la situación y simplemente se hacían de la vista gorda. No tenía otra opción, debía actuar antes de que Antonio perjudicara a Lilianne sin estar casados.

Y entró a defenderla.