Alonzo es confundido con un agente de la Interpol por Alessandro Bernocchi, uno de los líderes de la mafia más temidos de Italia. Después de ser secuestrado y recibir una noticia que lo hace desmayarse, su vida cambia radicalmente.
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Saga: Amor, poder y venganza.
Libro I
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Capítulo 09. Sin dejarlo ir.
Alessandro observaba atentamente la pantalla del celular que había sido confiscado a Alonzo. La fotografía que aparecía en el dispositivo lo dejó tan perplejo como cuando sus hombres le informaron que el nombre de Elio Mancini figuraba en la lista de contactos. "Elio", pensó. "Mi querido Elio". A pesar de que intentaba alegrarse por él, el rechazo seguía causando una punzada en su pecho. La imagen mostraba a Elio tal como lo había visto la primera vez: un joven sin preocupaciones, sonriente, feliz, y, sobre todo, alguien que no estaba enamorado de un idiota como Di Marco.
No obstante, Alessandro tenía que concentrarse en asuntos más urgentes: el desconocido que intentaba enviarlo a prisión. Aunque estaba claro que Alonzo no tenía ninguna relación directa con esa persona, había sido utilizado como carnada, y él había caído en la trampa. Sin embargo, como siempre, Alessandro estaba tres pasos por delante de sus adversarios.
El golpeteo en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Apagó el celular rápidamente y, con voz firme, dijo:
—Adelante.
Asher, su leal mano derecha, entró al despacho. Su expresión era imperturbable, como siempre.
—¿Pasa algo? —preguntó Alessandro, mientras guardaba el celular en un cajón.
—Señor, el prisionero se ha negado a comer. Dice que tiene náuseas y dolor de estómago.
—¿Huelga de hambre? —Alessandro soltó una risa sarcástica—. Déjalo, veamos cuánto tiempo puede aguantar. Su vida o su muerte no me importan.
—Entendido —Asher asintió, pero permaneció en su lugar—. Señor, el agente que enviamos a la Interpol ha dejado de proporcionar información. Parece que ha desaparecido sin dejar rastro.
—Sigue investigando. Cuando lo encuentres, asegúrate de que te diga quién fue el malnacido que filtró la información.
—A sus órdenes.
Asher hizo una pausa, preparándose para marcharse, pero Alessandro lo detuvo con una pregunta inesperada.
—¿Crees que Alonzo esté realmente enfermo?
Asher parpadeó, sorprendido por el interés inusual de su jefe. Alessandro Bernocchi no era conocido por preocuparse por nadie, mucho menos por un rehén. Sin embargo, tras una breve reflexión, contestó:
—Bueno, su rostro se veía pálido. No parece estar mintiendo, aunque es posible que lo esté fingiendo para que lo dejemos ir. No podemos confiar plenamente en él.
Alessandro asintió lentamente. Sabía que Alonzo había sido compañero de Elio y que compartían una amistad cercana, algo que le hacía confiar en él un poco más. Sin embargo, también comprendía que, en este mundo, nada era lo que parecía, y las apariencias engañaban.
—Hasta que no tengamos la certeza de su estado, que haga lo que quiera.
Asher inclinó la cabeza en señal de acuerdo y salió del despacho. Alessandro, tras un instante de silencio, saco el celular y volvió a mirar la pantalla. La imagen de Elio, radiante y despreocupado, seguía ahí, intacta. Elio había sido la única persona que verdaderamente le había importado, la única por quien habría hecho cualquier cosa. Y, sin embargo, aunque era posesivo, jamás habría pensado en mantenerlo a su lado a la fuerza.
Ahora tenía en sus manos a alguien que formaba parte de su círculo íntimo. Alonzo, su antiguo amigo, podría convertirse en una ficha clave en su juego. Sabía bien que Elio haría cualquier cosa por proteger a sus seres queridos. ¿Sería capaz de venir en su auxilio? Sin embargo, estaba Vicenzo, el idiota al que Elio había elegido como esposo. Provocar a Vicenzo significaría una guerra con los Di Marco y los Mancini, una confrontación que Alessandro no quería escalar.
Suspiró, deslizando su dedo por la pantalla para hacer zoom en la foto. Allí estaba también Alonzo, sonriente y aparentemente feliz. Creía en las palabras de Alonzo, pero no podía permitirse el lujo de correr riesgos. Dejarlo ir sería potencialmente catastrófico.
Guardó el celular en el cajón nuevamente y se permitió un momento de reflexión. La compasión nunca había sido una de sus virtudes. Aunque Alonzo pareciera inofensivo, era necesario tener precaución. Levantó el teléfono fijo y marcó un número de memoria.
—Kai, ven a mi oficina —ordenó, colgando de inmediato.
Cinco minutos después, el habitual golpeteo en la puerta anunció la llegada de Kai. Entró con su rostro imperturbable, esperando las instrucciones.
—¿En qué puedo ayudarlo, señor?
—Prepara un departamento. Quiero cámaras de seguridad en cada rincón, pero que no sean visibles —indicó Alessandro—. Debe estar cerca del bar.
—¿A quien va a vigilar, señor? —preguntó Kai, aunque rara vez solicitaba detalles.
—Alonzo —respondió Alessandro con indiferencia—. No es una amenaza directa, pero es una carnada muy valiosa. Quiero tenerlo vigilado. Quizá eso nos lleve al bastardo que nos traicionó.
Kai asintió con comprensión.
—Lo tendré listo para pasado mañana.
—Perfecto. No hay prisa, lo mantendremos aquí unos días más. Puedes retirarte.
Después de que Kai se marchó, el despacho quedó en completo silencio. Alessandro encendió la computadora, revisando los datos extraídos del celular de Alonzo. Ningún mensaje sospechoso, ninguna llamada comprometida, solo una decena de contactos habituales. Nada que lo conectara con la Interpol o con algún enemigo. Alonzo era, sin lugar a dudas, un cebo, un señuelo utilizado por otros para acercarse a él.
Suspiró con frustración. Lo que más odiaba de las personas era su habilidad para manipular a otros como si fueran simples piezas en un tablero. Y sin embargo, él estaba a punto de hacer lo mismo. Con una pequeña diferencia: Alonzo tendría idea de lo que estaba ocurriendo.
Consultó el reloj. Pasaba de la medianoche. Se levantó y caminó hacia la habitación donde mantenían a Alonzo retenido. Abrió la puerta en silencio, encontrando a Alonzo profundamente dormido. Se acercó sigilosamente, observando su rostro relajado.
Era extraño ver a alguien tan tranquilo, ignorando el peligro en el que se encontraba. Alessandro se detuvo a su lado, observándolo de cerca. Los recuerdos de aquella noche volvieron a su mente. Estaba dolido por la boda de Elio, y en su desesperación, no había resistido la tentación de acercarse a Alonzo.
Había jurado mantenerse alejado de cualquier relación hasta poder olvidar a Elio, pero esa noche, Alonzo se había mostrado tan sumiso, tan vulnerable, que había despertado algo en él. Sin embargo, mientras lo besaba, su mente no estaba con Alonzo, sino con el chico que en esa noche probablemente se entregaba a su esposo de la misma manera.
Alessandro suspiró, sus emociones oscilaban entre el deseo, la frustración y el control. Aunque no quería lastimar a Alonzo, sabía que no podía dejarlo ir tan fácilmente.
Gracias por compartir una de tus pasiones.
Y hacerme adicta a tus historias.
suerte gracias de nuevo a seguir con las historias .
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