Valeria y Alejandro, unidos por su amor al arte, la música, y las historias, vivieron un intenso romance en el bachillerato. Sin embargo, un malentendido los separó, dejando heridas sin sanar. Ahora, en la universidad, sus caminos se cruzan de nuevo. Aunque intentan ignorarse, Alejandro sigue luchando por reavivar lo que tuvieron, mientras Valeria se resiste a revivir el dolor del pasado. ¿Podrá el amor superar el tiempo y el rencor?
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Un encuentro inesperado
El lunes por la mañana llega más rápido de lo que esperaba, y vuelvo a la rutina diaria de clases. Estoy sentado en el aula de Histología, esperando que el Doc inicie la clase. La sala está llena de murmullos y conversaciones, pero, como siempre, mi mente sigue divagando. Es difícil concentrarse cuando tu cabeza está en otro lado, pero trato de enfocarme. El fin de semana fue una mezcla de emociones. La salida a la discoteca con Fer y Cristian me ayudó a despejarme un poco, pero no puedo evitar volver a pensar en Valeria y ese mensaje que me envió. Fue algo simple, pero significativo. ¿Debería darle más vueltas? Quizás estoy exagerando, pero, de alguna forma, ese mensaje me dio la sensación de que algo se está moviendo entre nosotros.
El Doc entra al aula, cortando mis pensamientos. Todos se callan rápidamente, y la clase comienza. Nos sumerge en un tema que, sinceramente, no logro captar del todo en este momento. Mis pensamientos aún están dispersos, y es como si las palabras no llegaran a mí.
Cuando la clase termina, salgo del aula y decido tomar un pequeño descanso antes de mi siguiente clase. Me dirijo hacia el jardín de la universidad, un lugar tranquilo donde a veces me siento a leer o simplemente a desconectar. Mientras camino, no puedo evitar preguntarme si Valeria estará por ahí, aunque no hemos quedado en vernos. Aun así, la posibilidad de toparme con ella siempre está en mi mente. Al llegar al jardín, me siento en una de las bancas y saco mi guitarra. La traigo conmigo a veces, para relajarme un poco entre clases. La música siempre ha sido mi refugio, la forma en la que expreso lo que siento cuando las palabras no son suficientes. Empiezo a tocar una melodía suave, sin pensar demasiado, simplemente dejando que mis dedos se muevan sobre las cuerdas. Es algo automático para mí, algo que me ayuda a ordenar mis pensamientos. Mientras toco, siento que el peso de la semana pasada empieza a disiparse, al menos un poco.
Pero entonces, como si el destino estuviera jugando conmigo, escucho una voz conocida.
—No sabía que seguías trayendo la guitarra a la universidad.
Levanto la vista y ahí está Valeria, de pie frente a mí, con una expresión curiosa. No esperaba verla aquí, y mucho menos que se detuviera a hablarme.
—A veces la traigo —respondo, un poco nervioso—. Me ayuda a relajarme.
Ella asiente y, sin pedir permiso, se sienta a mi lado. La veo de reojo mientras guarda su cuaderno en la mochila y luego se gira hacia mí.
—No sabía que aún tocabas esas canciones que componías —dice con una pequeña sonrisa—. Pensé que habías dejado de hacerlo.
—Nunca dejé de tocar —le contesto, sorprendido de lo fácil que está fluyendo la conversación—. Solo que ahora no lo hago tan seguido como antes.
Valeria se queda en silencio por un momento, observando mis dedos moverse sobre las cuerdas. La tensión entre nosotros, aunque aún está presente, parece menos abrumadora que antes. Tal vez sea porque estamos aquí, en este espacio familiar, sin la presión de una conversación profunda. Solo estamos juntos, compartiendo el momento.
—Siempre me gustó cómo tocas —dice finalmente, rompiendo el silencio—. Recuerdo cuando solíamos hacer esto más seguido. Tú con la guitarra y yo con mis dibujos.
Sus palabras me toman por sorpresa, pero trato de no mostrarlo demasiado. Es la primera vez en mucho tiempo que habla abiertamente de esos recuerdos compartidos.
—Sí, yo también lo recuerdo —respondo—. Eran buenos tiempos.
Valeria asiente, y por un momento parece que va a decir algo más, pero se detiene. La noto incómoda, como si no estuviera segura de si es prudente abrir ese tema o no. Me pregunto si está pensando lo mismo que yo: ¿qué pasó entre nosotros para que todo se volviera tan complicado?
Pero antes de que alguno de los dos pueda decir algo más, mi teléfono vibra en mi bolsillo. Lo saco y veo que es un mensaje de Fer.
Fer: Oye, ¿vas a ir a la discoteca esta noche? Cristian y yo vamos a hacer una pequeña reunión antes de abrir, por si te animas.
Lo guardo rápidamente, sin responder. Ahora no es el momento. Valeria me mira, y por un segundo, pienso que va a preguntarme algo, pero en lugar de eso, se levanta.
—Tengo clase en unos minutos —dice, y puedo notar que su tono ha cambiado un poco, volviéndose más distante
—. Nos vemos luego, Alejandro.
—Claro —respondo, tratando de sonar casual—. Nos vemos, Valeria.
Ella me dedica una última mirada antes de girarse y caminar hacia el edificio. Me quedo ahí, con la guitarra en las manos, sintiendo que algo se ha movido entre nosotros, pero no sé qué exactamente. Es como si estuviéramos dando pequeños pasos hacia algo, pero el miedo y la incertidumbre aún nos mantuvieran a raya. Respiro hondo y decido seguir tocando. Es lo único que puedo hacer ahora, mientras intento procesar lo que acaba de pasar. Siento que cada encuentro con Valeria nos acerca un poco más, pero al mismo tiempo, la barrera que nos separa aún es demasiado alta. Quiero derribarla, pero no sé si ella está lista para eso.
La música sigue fluyendo, y yo me dejo llevar. Tal vez, con el tiempo, las cosas se vuelvan más claras. Tal vez, con el tiempo, las respuestas lleguen por sí solas.