Diana Johnson, una mujer exitosa pero marcada por la traición, muere a los 36 años tras ser envenenada lentamente por su esposo, Rogelio Smith, un hombre frío y calculador que solo la utilizó para traer de vuelta a su verdadero amor, Maribel Miller. Sin embargo, el destino le da una segunda oportunidad: reencarna en el cuerpo de Mara Brown, una joven de 20 años sin hogar, desamparada pero con una belleza natural escondida tras la suciedad y la miseria. Con todos los recuerdos, habilidades y contactos de su vida pasada, Diana (ahora Mara) planea retomar lo que le arrebataron y vengarse de quienes la traicionaron.
Pero en su camino de venganza, conoce a Andrés García, un seductor mujeriego que parece tener más capas de las que muestra. ¿Será Mara capaz de abrir su corazón al amor otra vez, o la herida de su traición pasada será demasiado profunda?
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Un Adiós y un Nuevo Comienzo
La habitación estaba en penumbras, pero Diana Johnson podía sentir el aire pesado y opresivo que la envolvía. Sus extremidades apenas respondían, su cuerpo estaba débil, cada respiración le dolía como si pequeños cuchillos se clavaran en su pecho. Sabía que estaba muriendo. Lo había sabido desde hacía semanas, pero se había convencido de que todo era culpa de su frágil salud. Había confiado ciegamente en Rogelio, el hombre al que había amado con toda su alma, el hombre con quien había prometido pasar el resto de su vida.
Él estaba allí, sentado en una silla junto a su cama, observándola con una frialdad que ahora le resultaba imposible de ignorar. En sus ojos no había rastro del hombre cariñoso que una vez había prometido protegerla. Había algo más: satisfacción.
—¿Por qué? susurró Diana con las pocas fuerzas que le quedaban. Su voz era apenas un hilo de sonido, pero Rogelio la escuchó claramente.
Él se inclinó hacia ella, con una sonrisa que hacía que su piel se erizara.
—Porque siempre fuiste un medio, Diana, nunca el objetivo. Todo esto, todo lo que construimos juntos, era solo un paso hacia lo que realmente quería.
Ella sintió que el mundo se tambaleaba a su alrededor. Cada palabra era como un golpe directo a su corazón.
—¿Maribel? preguntó, aunque ya conocía la respuesta.
Rogelio asintió lentamente.
—Siempre fue ella. Tú eras solo el puente, Diana. Tenías la fortuna, la posición… pero nunca el alma que yo necesitaba. ¿Sabes cuánto tiempo he esperado para traerla de vuelta?
Diana intentó mover sus manos, golpearlo, hacer algo, pero estaba demasiado débil. Todo lo que podía hacer era mirarlo con lágrimas en los ojos mientras las piezas del rompecabezas encajaban. Los constantes abortos, la debilidad que la había consumido durante los últimos meses… no era su cuerpo el que había fallado. Era él. El hombre que había prometido amarla, el hombre que había jurado compartir su vida, la estaba matando lentamente.
—Eres un monstruo… susurró con su último aliento.
Rogelio se levantó y la observó por última vez antes de salir de la habitación.
—No te preocupes, Diana. En otra vida, tal vez encuentres la felicidad.
Y entonces todo se oscureció.
Cuando Diana abrió los ojos de nuevo, no reconoció su entorno. Lo primero que notó fue el frío. Estaba acostada sobre algo duro y húmedo. Su cuerpo temblaba, y un olor a suciedad y mugre la envolvía. Se sentó bruscamente, sintiendo un mareo inmediato que la obligó a apoyarse en el suelo. Miró sus manos. No eran las suyas. Eran más jóvenes, delgadas, con uñas rotas y sucias.
—¿Qué… qué es esto? murmuró, su voz apenas audible.
Miró a su alrededor. Estaba en un callejón estrecho, rodeada de bolsas de basura y cajas de cartón apiladas. El sonido distante de los autos y el murmullo de la ciudad llenaban el aire. Trató de levantarse, pero su cuerpo estaba débil y sus piernas temblaban.
Fue entonces cuando lo recordó todo. Su muerte, las palabras de Rogelio, la oscuridad que la había envuelto. Y ahora esto… este cuerpo que no era suyo.
Caminó tambaleándose hasta un charco cercano, el único reflejo que podía encontrar. Lo que vio la dejó sin aliento. La mujer que la miraba tenía el rostro cubierto de mugre, pero bajo todo eso, podía distinguir una belleza oculta. Ojos grandes y expresivos, pómulos altos, labios llenos. Pero era joven, mucho más joven que ella.
—¿Quién eres? preguntó al reflejo, aunque ya conocía la respuesta.
Una ráfaga de recuerdos invadió su mente. Este cuerpo pertenecía a Mara Brown, una joven huérfana que había crecido en la calle. Sin familia, sin amigos, sin futuro. Mara había muerto sola en este callejón, invisible para el mundo. Y ahora, de alguna manera, Diana estaba aquí, ocupando su lugar.
Por un momento, se dejó caer de rodillas, sintiendo el peso de la situación. Había perdido todo: su fortuna, su posición, su vida. Pero luego algo dentro de ella despertó. Una chispa, un fuego que había estado apagado durante mucho tiempo. Esto no era solo una segunda oportunidad. Esto era un regalo.
—Rogelio… susurró, sus labios curvándose en una sonrisa peligrosa.
No importaba cuánto le hubiera quitado, Diana no iba a rendirse. Si había algo que su vida pasada le había enseñado, era que tenía la inteligencia, la astucia y la determinación para recuperar lo que era suyo. Y ahora, con una nueva identidad, podría acercarse a él sin que sospechara.
Se levantó lentamente, apoyándose en la pared para mantener el equilibrio. Sus pensamientos ya estaban en marcha, elaborando un plan. Necesitaba limpiar este cuerpo, transformar a Mara en alguien que pudiera enfrentarse a Rogelio y su mundo. Necesitaba recursos, aliados… y, sobre todo, tiempo.
Mientras se alejaba del callejón, vio su primera prueba de lo que sería este nuevo camino. Un grupo de hombres la observaba desde la esquina, con miradas lascivas y sonrisas maliciosas. Antes, como Diana Johnson, jamás habría enfrentado algo así. Pero ahora, como Mara Brown, era vulnerable, una presa fácil.
—Hey, preciosa, ¿a dónde vas con tanta prisa? —dijo uno de ellos, dando un paso hacia ella.
Diana se detuvo, sintiendo cómo su corazón se aceleraba. Por un momento, el miedo amenazó con apoderarse de ella. Pero luego recordó quién era.
—¿De verdad quieres intentar algo conmigo? —dijo, su voz firme y peligrosa, muy diferente de la imagen que proyectaba su apariencia desaliñada.
Los hombres se detuvieron, sorprendidos por su tono. Uno de ellos incluso retrocedió ligeramente, pero otro se rió.
—Mucha boca para alguien como tú.
Diana sonrió, un gesto frío y calculador.
—Recuerda este rostro. Pronto desearás no haberte cruzado conmigo.
Y con eso, se giró y continuó caminando, dejando a los hombres confundidos y, aunque no lo admitirían, algo inquietos.
Esa noche, mientras se acomodaba bajo un puente, Diana juró que no descansaría hasta ver a Rogelio caer. Había perdido una vida, pero no perdería esta.
Había renacido, y el mundo entero iba a enterarse.