En la mágica isla de Santorini, Dylan Fletcher y su esposa Helena sufren un trágico accidente al caer su automóvil al mar, dejando a Dylan ciego y con las gemelas de un año, Marina y Meredith, huérfanas de madre. La joven sirena Bellerose, que había presenciado el accidente, logra salvar a las niñas y a Dylan, pero al regresar por Helena, esta se ahoga.
Diez años después, las gemelas, al ver a su padre consumido por la tristeza, piden un deseo en su décimo cumpleaños: una madre dulce para ellas y una esposa digna para su padre. Como resultado de su deseo, Bellerose se convierte en humana, adquiriendo piernas y perdiendo su capacidad de respirar bajo el agua. Encontrada por una pareja de pescadores, se integra en la comunidad de Santorini sin recordar su vida anterior.
Con el tiempo, Bellerose, Dylan y sus hijas gemelas se cruzarán de nuevo, dando paso a una historia de amor, segundas oportunidades y la magia de los deseos cumplidos.
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Condenación.
Bellerose se encuentra en su habitación, dándole los últimos toques a su peinado. Sostiene con delicadeza un peine hecho de coral rosado, un obsequio de su madre, mientras se arregla frente al espejo de nácar. La habitación, que ella misma ha decorado con conchas marinas y delicadas algas brillantes, tiene un aire ordenado y armonioso. Ha pasado la tarde arreglando cada rincón, buscando en el orden externo algo de paz para su corazón inquieto.
En ese momento, su mejor amiga, Lyra, entra con expresión seria y ojos llenos de preocupación. Bellerose, al verla, sonríe suavemente, pero nota de inmediato que algo no está bien.
—Lyra, ¿qué sucede? —pregunta, intentando sonar tranquila, aunque su instinto le dice que las noticias no serán buenas.
Lyra traga saliva, sus ojos oscilando entre la compasión y el dolor. —Bellerose, hay algo que debo decirte… y lamento ser yo quien tenga que hacerlo —susurra, con un tono casi roto.
La princesa siente cómo su corazón se acelera. Deja el peine de coral a un lado y se gira completamente hacia su amiga, quien finalmente reúne valor para pronunciar las palabras.
—Tus padres… han decidido que la boda con Mirael se llevará a cabo en unos días. Han sido convencidos de que es necesario para la paz en el reino… y han dicho que será sin demora.
Al escuchar esto, Bellerose siente un golpe profundo en el pecho. Su respiración se vuelve irregular, y el brillo en sus ojos pronto se transforma en lágrimas.
—No… no puede ser… —susurra con voz temblorosa, mientras se lleva una mano al corazón. Mira hacia abajo, tratando de encontrar algo de estabilidad en el suelo de su habitación, pero todo parece tambalearse dentro de ella—. Esto… esto no puede estar pasando, Lyra. No lo amo… no de esa forma.
Lyra la abraza, sintiendo cómo Bellerose tiembla en sus brazos. —Lo sé, Bellerose. Conozco tus sentimientos mejor que nadie. Pero tus padres creen que esto es lo mejor para todos… y el padre de Mirael hizo todo lo posible para asegurar la boda.
—¿Por qué nadie me preguntó? —solloza Bellerose, con la voz desgarrada—. Yo… solo quiero ser libre, decidir mi propio destino. Y Mirael… él es mi amigo, pero nada más.
Lyra la acaricia en la espalda, intentando consolarla. —Lo sé, amiga. Es injusto. Pero aún tenemos tiempo… tal vez podamos encontrar una solución.
Bellerose se aparta, secándose las lágrimas que se mezclan con el agua salada a su alrededor, mientras intenta recuperar el control. Mira de nuevo su reflejo en el espejo, con el coral rosa todavía a un lado, y se siente como si estuviera mirando a una extraña.
—No quiero que la paz del reino dependa de algo tan cruel como esto —declara con determinación. Pero en el fondo, el miedo a desafiar abiertamente a sus padres la invade.
Lyra asiente, sujeta la mano de Bellerose y susurra: —Si decides luchar por lo que realmente deseas, estaré contigo, pase lo que pase.
Ambas amigas se quedan en silencio, mientras el peso de la decisión parece rodear la habitación, tan denso como el océano mismo.
Bellerose se sienta en el borde de su cama, su corazón latía acelerado. Pensaba en la reciente conversación, mientras Lyra permanecía a su lado, brindándole su silencioso apoyo.
—No entiendo por qué el padre de Mirael haría esto —murmura Bellerose, con la mirada perdida—. Mirael es un buen amigo… pero jamás me dio indicios de que me quisiera de otra manera.
—Tal vez no fue idea de él —susurra Lyra, aunque su voz tiene un tono de duda—. Quizás su padre está presionando por razones políticas.
Bellerose suspira profundamente, incapaz de encontrar consuelo en esa posibilidad. La decepción y la impotencia la abruman. Se pregunta cómo Mirael podría haber dejado que su padre manipulara la situación sin decir nada.
—Y ahora… no tengo elección, ¿verdad? —pregunta en un susurro casi inaudible, más para sí misma que para Lyra.
Su amiga aprieta su mano con fuerza, en un intento de transmitirle algo de esperanza.
—Bellerose, siempre tienes una elección. Nadie puede obligarte a hacer algo que no deseas. Eres la princesa del reino; tu voz es poderosa.
Pero en su interior, Bellerose sabe que desafiar la autoridad de sus padres podría tener consecuencias que no solo la afectarían a ella, sino a todo el reino. Aun así, una chispa de determinación se enciende en su pecho.
—No puedo dejar que se me arrebate mi vida… mi felicidad… —susurra, alzando su mirada para encontrarse con los ojos de Lyra—. Si esto va a suceder, será porque yo lo elijo, no porque otros decidan por mí.
Al escuchar esto, Lyra sonríe ligeramente, reconociendo la fuerza renovada en su amiga. —Entonces haremos lo que esté en nuestras manos para que se escuche tu voz, Bellerose.
Justo en ese momento, un suave golpe en la puerta las interrumpe. Ambas se tensan; pocas personas se atreverían a irrumpir en la habitación de la princesa sin previo aviso. La puerta se abre, revelando a Nerida, la madre de Bellerose, que entra con una expresión entre apaciguadora y preocupada. Sus ojos verdes, serenos y llenos de sabiduría, recorren a las dos jóvenes.
—Bellerose… necesito hablar contigo, mi niña —dice la reina, con su voz suave y maternal, pero con una firmeza que denota seriedad.
Lyra, al comprender que este es un momento privado, se retira después de darle una mirada alentadora a Bellerose. La princesa observa a su madre en silencio, preguntándose si esta conversación será otra imposición más o si, por primera vez, podrá expresar lo que realmente siente.
La reina se sienta junto a su hija y toma una de sus manos entre las suyas. —Hija, sé que todo esto es difícil para ti. Pero… es importante para la paz y estabilidad de nuestro reino.
—Madre, he hecho todo lo que han esperado de mí. Pero esto… esto es mi vida, mi futuro. No puedo aceptar casarme con alguien que no amo —expresa con voz temblorosa, pero decidida.
La reina suspira, mirando a su hija con ternura y preocupación. —Bellerose, sé que es duro, pero a veces, las decisiones que tomamos no son solo por nosotros. Te estoy pidiendo que confíes en que esto es lo mejor para todos.
Bellerose siente una mezcla de tristeza y desesperación. —Madre… ¿y qué hay de lo que yo siento? ¿No es importante?
La reina baja la mirada por un momento, como si sopesara las palabras de su hija. Finalmente, le acaricia la mejilla y dice con dulzura:
—Tienes el corazón de una verdadera princesa, Bellerose. Y esa fortaleza es lo que espero que te guíe, incluso cuando las decisiones sean difíciles.
Sin decir más, la reina se levanta y sale de la habitación, dejando a Bellerose en un torbellino de emociones. Ahora, más que nunca, sabe que debe encontrar una manera de hacer escuchar su voz, de luchar por su derecho a decidir su propio destino.
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