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EL APRENDIZ DE LA MUERTE

EL APRENDIZ DE LA MUERTE

Status: Terminada
Genre:Completas / Escena del crimen / Leyenda sangrienta / Casos sin resolver
Popularitas:3.4k
Nilai: 5
nombre de autor: José Luis González Ochoa

Haniel Estrada un hombre de 22 años lleva 1 año de aprendiz para detective su más anhelado sueño.

Cuando creía que todo iba a ser de lo más normal, empieza a recibir pistas que lo llevan a lugares extraños para solamente quedar en shock al descubrir cadáveres de mujeres adolescentes o jóvenes.

¿En que tipo de juego macabro estará involucrado y por qué a sido el el elegido para jugarlo?

NovelToon tiene autorización de José Luis González Ochoa para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

LA SOMBRA DE LA PUERTA

Monserrat abrió los ojos con un respingo, jadeando como si hubiera corrido una maratón en su sueño. La pesadilla aún resonaba en su mente, como un eco de terror que se negaba a desvanecerse. Se incorporó en la cama, con el corazón latiendo a mil por hora, y miró alrededor con una sensación de desorientación.

La habitación estaba en silencio, excepto por el tic-tac del reloj en la pared. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, proyectando un patrón de sombras en el suelo. Pero Monserrat no veía nada de eso. Su mente aún estaba atrapada en la pesadilla, reviviendo los momentos de miedo y desesperación que había experimentado con su ex esposo.

Con un esfuerzo, se obligó a mirar hacia la mesa de noche. Sus ojos buscaron las pastillas que siempre estaban ahí, pero no las encontró. Un nuevo brote de pánico la invadió. Se levantó de la cama y comenzó a buscarlas desesperadamente, revolviendo cajones y mesitas, pero no estaban en ninguna parte.

"Maldición", murmuró, con la voz temblorosa. "¿Dónde las habré puesto?"

Mientras buscaba, su mente seguía vagando por el pasado, recordando los momentos de dolor y sufrimiento que había vivido con su ex esposo. La pesadilla había sido solo un recordatorio de lo que había pasado, y ahora se sentía vulnerable y asustada.

Monserrat seguía buscando sus medicamentos con desesperación, revolviendo cajones y mesitas, dejando un rastro de desorden en la habitación. La cama, antes ordenada, ahora estaba revuelta, con sábanas y mantas esparcidas por el suelo. La mesita de noche estaba volcada, con libros y objetos personales esparcidos por todas partes. La habitación parecía un reflejo del caos que reinaba en su mente.

De repente, escuchó un ruido muy extraño que provenía de la puerta que daba al patio trasero. Esto lo hizo precaverse aún más, uniéndose a su temor por la pesadilla que había tenido. El miedo se mezclaba con el ruido que había escuchado y, enseguida, así como con la rapidez que buscaba sus medicamentos, se acercó a su clóset sigilosamente.

Sacó de él una caja metálica, cubierta de polvo y con un candado oxidado. La caja parecía no haber sido abierta en años, pero Monserrat la manejaba con una familiaridad que hablaba de una práctica anterior. Abrió el candado con una llave que guardaba en su bolsillo y levantó la tapa de la caja.

Dentro, sobre un lecho de terciopelo negro, descansaba la Magnum 357. Monserrat la miró con una mezcla de respeto y miedo. Recordó el día que había comprado el arma, después de la separación de su esposo, cuando se sentía vulnerable y sola. Recordó las horas de práctica en el polígono de tiro, aprendiendo a manejarla con precisión y seguridad.

Mientras tomaba el arma con firmeza y verificaba que tuviera las municiones en su lugar, pensó en Sofía y Daniel, sus hijos, y en la promesa que se había hecho a sí misma de protegerlos a cualquier precio. La Magnum 357 parecía un símbolo de esa promesa, un recordatorio de que estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para mantenerlos a salvo.

Monserrat se acercó a la puerta trasera, la Magnum 357 aún en su mano, y examinó la chapa de la puerta. Su corazón se detuvo al ver que estaba rota, como si alguien hubiera forzado la entrada. Un escalofrío recorrió su espalda mientras pensaba en la posibilidad de que alguien hubiera entrado en su casa.

Con la pistola lista, comenzó a buscar alrededor de toda la casa, revisando cada habitación con cuidado. Empezó por la suya, aunque ya había estado ahí, luego pasó a la habitación de Sofía, después a la de Haniel, que estaba vacía desde que se había ido de la casa. Luego revisó la sala de estar, la cocina, el patio frontal y el patio trasero. Pero no encontró señal de nada. No había rastro de intrusos, no había objetos fuera de lugar, no había nada que indicara que alguien hubiera estado allí.

Monserrat se sintió confundida y asustada. ¿Quién podría haber forzado la puerta y luego desaparecido sin dejar rastro? ¿Y por qué? La Magnum 357 en su mano parecía un consuelo débil frente a la sensación de vulnerabilidad que la invadía.

Mientras buscaba, su mente comenzó a llenarse de preguntas y suposiciones. ¿Y si era alguien que conocía? ¿Y si era alguien que quería hacerle daño? ¿Y si...? La lista de posibilidades parecía interminable, y Monserrat se sentía cada vez más atrapada en una red de miedo y incertidumbre.

Monserrat se llevó una mano a la cabeza, intentando calmar el dolor agudo que la había golpeado de repente. Era como si un cuchillo le estuviera atravesando el cráneo, y ella se sentía desesperada por encontrar alivio. El dolor era interminable, y ella sabía que solo sus medicamentos podrían calmarlo.

Pero, mientras se acercaba a la cocina, su mirada cayó sobre la mesa y vio algo que la hizo detenerse en seco. Allí, junto a un desayuno preparado con cuidado, estaba la nota de su hija Sofía, y junto a ella, sus medicamentos, ordenados en cantidad y tipo. Monserrat se sintió un mix de emociones: alivio por haber encontrado sus medicamentos, gratitud hacia Sofía por su consideración, y una punzada de culpa por no haber confiado en su hija.

Se acercó a la mesa, tomó la nota y la leyó, sintiendo un nudo en la garganta. Sofía le decía que se había ido al colegio, pero que no se preocupara, que había dejado todo listo para ella. Monserrat se sintió abrumada por la ternura de su hija, y se dio cuenta de que había estado tan centrada en su propio dolor y miedo que no había considerado la posibilidad de que Sofía pudiera estar preocupada por ella también.

Con las lágrimas en los ojos, Monserrat tomó sus medicamentos y se sentó en la silla, sintiendo un gran alivio al saber que Sofía estaba pensando en ella. Pero, mientras miraba la chapa rota de la puerta, no pudo evitar preguntarse qué había pasado realmente, y si Sofía sabía algo que ella no sabía.

Monserrat se miró el puño lleno de pastillas, listas para ser tragadas en un solo movimiento desesperado. El dolor en su cabeza era casi insoportable, y solo quería alivio. Pero justo cuando estaba a punto de meterse las pastillas en la boca, algo hizo que se detuviera. Una sensación de confusión la invadió, como si algo no estuviera en su lugar.

Miró la cantidad de pastillas en su mano y frunció el ceño. Eran demasiadas. No era la cantidad habitual que tomaba. Se preguntó si su hija Sofía había cometido un error, pero dudaba de eso. Sofía era una chica muy lista y precavida, sabía que no cometería un error tan grave como ese.

Con una sensación de alarma creciente, Monserrat alejó las pastillas de su boca y las volvió a poner en la mesa. Las separó nuevamente por cantidad y por tipo, intentando entender qué estaba pasando. ¿Por qué había tantas pastillas? ¿Y por qué Sofía no había dejado una nota explicando la cantidad?

Monserrat se sintió un escalofrío en la espalda. Algo no estaba bien. Y de repente, la chapa rota de la puerta y la nota de Sofía tomaron un nuevo significado. ¿Y si no había sido un error de Sofía? ¿Y si alguien había intentado hacerle daño?

Monserrat marcó el número de la farmacia y esperó a que el farmacéutico respondiera. Cuando lo hizo, se identificó y le dijo: "Tengo una duda sobre mis medicamentos. Me prescribieron dos megavitaminas, dos analgésicos, cuatro clomipraminas y cuatro renzac. ¿Está bien así?"

El farmacéutico respondió de inmediato, con una voz llena de preocupación. "No, no, no, no, no, no, no, señora Monserrat. Las vitaminas están bien, incluso el doble de analgésicos no es un problema, pero la clomipramina y el renzac son muy fuertes, son medicamentos muy potentes. Eso es demasiado, una de cada, ni una más. Esto es muy importante".

Monserrat se sintió una sensación de angustia. "O sea, que cuatro de cada uno sería...".

El farmacéutico la interrumpió, con una voz firme. "Probablemente la mataría, señora Monserrat. Cuatro de golpe sería muy peligroso, sobre todo si los mezcla con los analgésicos".

Monserrat se sintió un escalofrío en la espalda. ¿Quién había intentado hacerle eso? ¿Y por qué? La chapa rota de la puerta, la nota de Sofía, todo tomaba un nuevo significado. Alguien había intentado envenenarla.

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