Austin lleva una vida envidiable y llena de éxito: es un médico de prestigio y forma parte de una hermosa familia. Sin embargo, tras su fachada impecable, guarda secretos y lleva una doble vida que mantiene en absoluto silencio. Todo cambia cuando conoce a una mujer misteriosa, cuyo carácter enigmático lo seduce y lo impulsa a explorar un mundo de placeres prohibidos. Este encuentro lo confronta con una profunda encrucijada, cuestionándose si la vida que ha construido y anhela realmente le brinda la felicidad genuina o si, en realidad, ha estado viviendo una ilusión.
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Pasiones Fuera de Control
Austin
La noche de la gala era una de esas ocasiones en las que el mundo que construí con tanto esfuerzo parecía desmoronarse a mi alrededor. El lujoso salón destellaba con luces doradas, y el murmullo de las conversaciones se mezclaba con risas, brindis y el suave jazz que sonaba desde el escenario. Todo debería ser perfecto, pero mi mente estaba en otro lugar, con Sofi y mi esposa, Kate.
Mientras sostenía una copa de vino, la pantalla de mi teléfono vibró. Era un mensaje de Kate. “Sofi está un poco mejor” Un leve alivio me atravesó, pero la culpa me golpeó de inmediato. Sabía que no debía estar allí, disfrutando de esta velada cuando mi pequeña estaba enferma. Así que, sin pensarlo dos veces, abrí el chat y escribí: “Pronto estaré con ustedes”; lo envié despacio, mi pulso acelerado mientras miraba la pantalla y con esta angustia en el que me debatía si debía ir tras ellas.
—¡Austin! —me llamó un conocido, rompiendo mi trance. Era Marco, un viejo amigo. “¡Felicidades! La recaudación ha superado todas nuestras expectativas y en parte es gracias a ti”.
—Sí, es increíble —respondí, intentando ocultar la mirada perdida.
Miré a mi alrededor, la sala cada vez más vacía indicando que la noche estaba terminando, la recorrí con la mirada hasta que mis ojos se fijaron en una figura que destacaba por encima de las demás. Allí estaba ella, Sara, justo mientras daba un paso hacia la conversación que llevaba a cabo con un grupo de rucos millonarios, nuestras miradas se encontraron. Esa conexión, electrizante y peligrosa, hizo que el aire se volviera más denso.
—¡Austin! ¡Ven aquí! ¿No es increíble lo que hemos logrado esta noche? —exclamó una de las organizadoras, arrastrándome de vuelta a la charla de la gala. Pero mis pensamientos estaban lejos.
Finalmente, encontré la oportunidad de escapar. La excusa fue sencilla: un deseo de tomar aire fresco, pero mis pasos me llevaron a la terraza del hotel que había sido escenario de la gala, y allí estaba ella, esperándome.
—¿No está bien aquí? —dije mientras la encontraba contemplando la vista en la distancia.
—Perfecto, pero hay cosas que están mucho mejor en compañía… o en la intimidad. —Sus ojos brillaban con un insinuante desafío.
—¿Intimidad? ¿Crees que eso es lo que busco esta noche? —La tensión que había entre nosotros llenaba el aire.
—No lo sé, Austin. No he visto al hombre que hay dentro de ti. Creo que tal vez solo necesitas salir de tu caparazón. —Se acercó un par de pasos, la distancia entre nosotros se desvanecía lentamente, y su perfume fresco me envolvió.
—¿Y tú, qué sabes de mí? —La provocación era innegable, pero reconocía que me atraía, como un imán hacia un abismo oscuro.
—Sé que no estás satisfecho. Veo el fuego en tus ojos. Todas esas aventuras en el hospital son solo un juego de niños comparado con lo que puedo ofrecerte. —Sonrió, y una chispa de curiosidad se encendió en mí. ¿Qué era lo que realmente había detrás de esa seducción constante? ¿Y qué tanto sabía de mí?
Tomó mi mano y la deslizó por su brazo. El roce, aunque sutil, había encendido dentro de mí una maraña de emociones desenfrenadas. Me pregunté por un segundo si estaba a punto de caer en su juego.
—¿Qué más hay? —mi voz casi un susurro, cuidando que nadie más pudiera oír nuestras intenciones.
—Un mundo que está más allá de tus límites. Imagina lo que sería tu vida si decidieras dejarte llevar. —Ella hizo una pausa, y nuestras miradas se encontraron. La electricidad entre nosotros se podía palpar.
—Dímelo —retó mi voz, incapaz de resistir.
Pero antes de que pudiera contestar, la puerta que daba a la terraza se abrió de golpe. Dos figuras entraron riendo, como si supieran que interrumpían algo que no debían haber presenciado. Ella se dio la vuelta tan rápido que no alcancé a pronunciar ni una palabra. Sara, con una última mirada llena de promesas, giró hacia mí y sus labios calaron en los míos con un ardiente beso que me dejó sin aliento. La calidez de su mano recorriendo mi pecho me llenó de frustración cuando dio un paso atrás y se perdió en la multitud.
Sentí una ráfaga de ira deslizarse por mi interior. Mi frustración creció de inmediato. Todo en mí quería más. Esa mujer jugaba y me dejaba siempre al borde del abismo. Me volví hacia la entrada, volviendo a la fiesta en busca de una salida más segura de esta tensión en mis venas.
Así encontré a Laura. Siempre presente, siempre dispuesta, me observó, y apenas cruzamos miradas, supe que comprendía. —¿Estás buscando algo? —preguntó, su tono revelador.
—Sí, un poco de... alivio —dije, y sin más preámbulo, la seguí sigilosamente cuando se dirigió al baño de damas. No había nadie alrededor y el ambiente clamaba por socorro.
Entré y cerré la puerta. Me acerqué a ella que se retocaba frente al espejo, ya sabía lo que iba a suceder, y el deseo palpitaba en mis venas. Un segundo después, la atrapaba por el cuello y la atraía hacia mí.
—Austin... —su voz fue un leve quejido antes de que mis labios se estamparon contra los suyos, una explosión de pasión contenida.
Las manos de Laura se movieron con destreza y ardor, buscando mi cuerpo, y la venganza hacia mi frustración empezó allí. Ella se arrodilló ante mí, acariciando el borde de mi pantalón y bajando la cremallera. Liberando aquella presión, me di cuenta de que no podía contenerme más.
El mundo alrededor desapareció, solo quedamos nosotros dos en esa pequeña celda. Mi cabeza cayó hacia atrás mientras la sensibilidad me invadía, ríos de placer fluyendo en cada caricia, cada roce de sus labios. Mi cuerpo reaccionaba a cada movimiento, y lo supe. Lo quería todo.
Cuando llegué al clímax, observé cómo ella devoraba cada gota de placer, sus ojos fijos en mí con una mezcla de complicidad y deseo. La sensación de haberme liberado de las cadenas que me ataban era intoxicante.
Me apresuré a arreglarme y vi a Laura frente al espejo, su imagen reflejando el desenfreno que acabábamos de vivir. Me lanzó una mirada traviesa.
—¿Nos vemos en mi apartamento? —dijo con una sonrisa coqueta, realmente tentadora.
Yo solo podía pensar en que, a pesar de haber liberado un poco esa presión, las sombras de Sara aún me mantenían al borde. Al salir, la irritación regresaba, como un recordatorio constante de que en este juego, ella tenía el control.