Brenda Sanches es una mujer de 29 años que después de descubrir a su enamorado con quien pensaba ser madre decidí irse y hacerse madre mediante inseminación artificial lo que no sabe que el donante no es humano por error a ella le llegó su donación y el reclamara a sus hijos que pasara entre ellos ? estarán juntos por amor oh llegarán a un acuerdo por sus hijos ven a leer esta historia facinante
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capitulo 8
El almuerzo, el helado... y algo más
Ya en la hora del almuerzo, Alexa vino prácticamente trotando hacia mí, con su cabello rebotando y una sonrisa cómplice pintada en el rostro como si supiera más de lo que debía.
—¡Vamos ya a la cafetería! Me tenés que contar todo —dijo entusiasmada, tomándome del brazo como si no me fuera a dejar escapar.
Nos sentamos en nuestra mesa habitual. Pedimos café y unas medialunas recién horneadas que dejaban en el aire ese aroma cálido y familiar a manteca y azúcar. Alexa no tardó ni un segundo en lanzar su interrogante con tono acusador.
—Entonces... —dijo mientras me miraba de reojo, mordiendo su medialuna como si eso le diera paciencia.
—¿Entonces qué? —pregunté, fingiendo desinterés. Sabía exactamente a qué se refería, pero no iba a dárselo tan fácil.
—¡¿Querés que tu pobre amiga muera de la intriga?! —exclamó, llevándose una mano al pecho en un acto dramático digno de telenovela.
No pude evitar reír por dentro. Alexa no tenía remedio.
—Bueno, está bien —cedí con una sonrisa—. Estábamos en la habitación, y Santiago dijo que debíamos dormir en la misma cama. Elegimos lados y nos acostamos. En un momento sentí frío... así que, sin pensarlo, me fui acercando hasta que encontré algo que diera calor... y me acurruqué. Cuando desperté, estaba abrazándolo. Literalmente tenía la pierna entre las suyas, y él dormía como si nada. Quise alejarme... pero me jaló hacia sí y... me besó.
Hice una pequeña pausa, suspirando con una sonrisa tonta al recordarlo.
—Fue un beso muy tierno, suave... muy lindo, en realidad —admití, bajando la mirada, sin poder ocultar el rubor que me ardía en las mejillas.
Alexa me miró con los ojos bien abiertos, como si ella misma hubiera sido testigo del momento. Sonrió de oreja a oreja, incapaz de disimular su emoción.
—¡Ay no! ¡Sos una descarada y no me contaste antes! ¡Esto es enorme! ¡Él te besó! ¿Y vos qué hiciste? —preguntó ansiosa.
—Le seguí el ritmo, obvio —reí, llevándome la taza de café a los labios—. No me lo esperaba... pero se sintió tan natural.
Así pasamos el almuerzo, entre risas, confesiones y exageraciones de parte de Alexa. Hablamos de todo, pero siempre terminábamos volviendo a ese beso. Luego, nos separamos para volver al trabajo. Intenté concentrarme, aunque mi mente volvía una y otra vez a Santiago: a su risa, a sus ojos, a sus labios.
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Al terminar el día, regresé a casa sintiéndome cansada pero en paz. Todo se sentía distinto. Yo me sentía distinta. Fui directo a la cocina, donde la cocinera limpiaba la encimera con su habitual eficiencia.
—Hola, ¿podrías darme un poco de helado? —pregunté con una sonrisa traviesa.
—Claro, señora —respondió con dulzura, abriendo el congelador y sacando un recipiente de crema americana.
Me senté a la mesa de la cocina, con las piernas cruzadas y una cuchara en la mano, saboreando cada cucharada como si fuese un lujo prohibido. El dulce frío se derretía lentamente en mi lengua, y mis labios se humedecían con cada bocado. Cerré los ojos por un momento, disfrutando.
Hasta que una voz grave y peligrosamente cerca me sobresaltó:
—Si seguís comiendo el helado así, no voy a poder controlarme...
Levanté la vista. Santiago estaba allí, apoyado en el marco de la puerta, observándome con los ojos entrecerrados y un brillo oscuro en la mirada.
—¿Qué tiene de malo cómo como el helado, Santiago? Solo lo disfrutaba —respondí, sin entender del todo su reacción.
En cuanto pronuncié su nombre, su expresión cambió. Su mandíbula se tensó. Dejó escapar un gruñido suave, casi animal, pero lo reprimió enseguida. Se acercó con pasos lentos, como si se estuviera conteniendo.
—No tiene nada de malo —murmuró, con la voz más baja—. Pero cuando lo comés así... no me lo hacés fácil, Brenda.
Mi piel se erizó.
Me incliné apenas, sin dejar de mirarlo a los ojos. Había algo eléctrico en el aire, algo denso... cargado de deseo.
Él dejó escapar una sonrisa ladina.
—Te dije que no me llames así, cariño... —susurró.
Y antes de que pudiera reaccionar, sus labios se fundieron con los míos.
Fue un beso intenso, más profundo que el anterior. Sus labios se movían con urgencia, como si hubiera estado esperando todo el día para hacerlo. Yo le respondí con la misma entrega, dejando que mi cuerpo hablara por mí.
Me puse de pie, acercándome más, buscando su calor. Él me rodeó con sus brazos fuertes y, sin esfuerzo, me levantó del suelo como si no pesara nada. Caminó hacia la habitación sin romper el beso, sin vacilar.
Me depositó sobre la cama con una suavidad que contrastaba con la intensidad de su mirada. Se colocó sobre mí, pero sin presionarme, dejando espacio para que decidiera. Sus besos bajaron por mi cuello y yo gemí suavemente. Deslicé mis manos por su espalda, hasta el borde de su camisa. Él entendió al instante y se la quitó con rapidez.
Me miró profundamente, con el pecho subiendo y bajando. Sus ojos brillaban con ese tono azul-dorado que ya conocía.
—¿Estás segura de que querés esto? —preguntó, con voz ronca—. Porque si empiezo... no voy a querer parar hasta estar completamente contigo.
Su sinceridad, su autocontrol... me conmovieron.
—Estoy segura —le respondí en un susurro, acariciando su mejilla—. No pares.
Y no lo hizo.
Sus besos descendieron por mi pecho, deteniéndose en mis senos, donde me besó con devoción. Cada caricia, cada roce, era una promesa. Jugaba entre ternura y pasión, explorando cada parte de mi piel como si fuera un tesoro oculto. Yo me entregaba a él sin reservas, y él me adoraba con cada movimiento.
En algún momento, sentí que algo cambiaba.
Su energía se volvió más intensa. Sus ojos brillaron con fuerza. Ya no era solo Santiago... era él y su lobo. Mario estaba presente. Pero no luchaban esta vez. Eran uno. Una fusión perfecta de deseo, instinto y amor contenido.
Mario (pensando): Así me gusta, humano. Así se cuida a la mate. Así se adora...
Y Santiago no lo negó. Me sostuvo con fuerza, con amor, con reverencia. Como si mi cuerpo fuera su templo. Como si mi alma fuera su destino.
Esa noche fue solo nuestra.
Entre susurros, besos, caricias lentas y miradas cargadas de emoción, el tiempo dejó de existir. Éramos dos cuerpos uniéndose como uno. Dos almas reconociéndose. Dos corazones latiendo al mismo ritmo.
Y cuando, al final, caí rendida en sus brazos, supe que no había vuelta atrás. Santiago no era solo un hombre. Era mi hombre.
Y su lobo... también me había elegido.