Dayana, una loba nómada, se ve involucrada con un Alfa peligroso. Sin embargo un pequeño bribón hace temblar a la manadas del mundo. Daya desconcertada quiere huir, pero termina en... situaciones interesantes...
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Cap. 21 ¿Cómo era posible?
Cinco días después, Dayana seguía trabajando sin descanso, corriendo de un lado a otro, realizando tareas agotadoras. Llegaba por las noches rendida, pero ahí estaba su bebé esperándola sonriente, listo para que lo arrullara hasta dormir. Estaba agradecida con la nana Alicia, quien lo cuidaba bien: Óscar siempre estaba saludable, sonriente y de buen ánimo. Parecía adaptarse con tranquilidad a la nueva vida.
Sin embargo, un día llegó más temprano debido a una tormenta que imposibilitó seguir limpiando los patios interiores. Empapada y con frío, corrió hacia su cuarto, pero al entrar se encontró con que estaba vacío. Se paralizó al instante.
—¿Dónde está mi hijo? —murmuró, con el corazón latiendo desbocado.
Salió del lugar a trompicones, totalmente confundida y aún mojada hasta el último cabello. Corrió hacia el despacho de Lycas; si alguien podía encontrarlo rápido, era él. Entró de repente, como un huracán, sin pedir permiso ni tocar la puerta, con ese ímpetu salvaje que la caracterizaba como omega.
Y entonces lo vio.
Ahí estaba su niño, jugando en una alfombra mullida, rodeado de mesitas, cuadrados de colores, juguetes y carritos de todos los tamaños. La mitad del estudio de Lycas se había convertido en una pequeña guardería. Y ahí estaba él, Lycas, sentado cerca del pequeño en un sillón mullido, mientras Óscar le pasaba juguetes para que terminara de armarlos.
En esos días, Lycas se había aprovechado de la ausencia de Dayana para llevarse al bebé a su estudio. Había armado todo un espacio de juegos e incluso una camita suave y cómoda para sus siestas. La nana Alicia miró a Dayana con el rostro pálido de espanto; luego miró al alfa y de nuevo a Dayana, sin saber qué hacer. No le había dicho nada porque Lycas se lo había prohibido: sabía que Dayana era extremadamente protectora con Óscar y no permitía que nadie se acercara a él si ella no estaba presente.
Fue entonces cuando Dayana comprendió: Lycas estaba creando un vínculo con su hijo. Un temor helado se arremolinó en su pecho. Si el niño se adaptaba a su presencia, ¿ella podría ser descartada? Tal vez el pequeño ni siquiera sufriera demasiado… Pero antes de que pudiera terminar de pensarlo, Lycas se puso de pie y se acercó a ella. La miró de arriba abajo, con esos ojos que parecían perforar su alma.
—Cámbiate de ropa —ordenó con voz firme.
—Hoy termina tu castigo, pero aún te queda una última sanción —su tono era amenazante mientras se dirigía de vuelta a su escritorio
—El niño se queda aquí. Y cámbiate ya —añadió con severidad.
Dayana miró a su bebé, quien estaba feliz, con una gran sonrisa en los labios, saludándola con emoción:
—¡Mami, mami! Mira estos juguetes. ¡Los trajo el papá alfa ayer!
Una estaca de dolor le atravesó el corazón.
¿Ahora le decía «papá alfa»?
¿Cómo era posible?
¿Cuándo había pasado todo esto?
Dayana abrazó a su bebé, totalmente conmocionada. Óscar le dio un besito en la mejilla y le sonrió, dichoso.
—¡Mira, mira! Armé esto, mami. ¡Papi alfa, mira, ya lo terminé! Soy muy inteligente, ¿verdad? —dijo, corriendo hacia el sillón de Lycas.
Dayana se quedó paralizada. Con toda la suavidad del mundo, Lycas tomó al pequeño y lo sentó en su regazo. El hombre, tan imponente y severo, acarició con ternura la cabeza pelirroja de su hijo y, con una suavidad que parecía desconocida para todo el planeta, le dijo:
—Cariño, está muy bien armado. Mi Óscar es el más inteligente.
Dayana sintió que sus piernas perdían la fuerza. Se tambaleó un poco, pero trató de mantenerse íntegra ante la situación. Lycas se volvió hacia ella y le lanzó una mirada de advertencia.
—¿Quieres seguir castigada? ¿Me vas a seguir desobedeciendo? —dijo con severidad.
Dayana, confundida y con sentimientos encontrados, salió inmediatamente del lugar. No entendía qué estaba pasando. Cuando llegó a su habitación, se quitó la ropa mojada de manera descuidada. Buscó calzones limpios y se puso una polera holgada. En ese momento, sintió que la puerta se abría.
Lycas entró, mirándola con una ligera burla en los ojos y una mueca de seguridad, como quien va a terminar algo que había querido hacer desde hace mucho tiempo. Dayana se paralizó e intentó alargar un poco más la blusa que llevaba puesta. Aún estaba en calzones; no sabía hacia dónde mirar.
Aunque tiempo atrás habían compartido una noche íntima, esa conexión se había roto durante todo este tiempo. Pero la atracción seguía ahí, latente. Ella se sentía avergonzada, como una adolescente delante del chico que le gustaba, pero que jamás admitiría. Primero muerta antes que perder la vida, pensó, aunque en el fondo sabía que Lycas siempre había sido su destino… y su perdición.
*_*
Mientras tanto, en otra habitación, Octavia conversaba con Lucian, el padre de Lycas. A sus 65 años, Lucian ya presentaba varias afecciones y una mente frágil, pero en ese momento gozaba de lucidez. Hablaban de la futura Luna de la manada.
—Octavia, no te metas en las decisiones de los niños —dijo Lucian con calma.
—Lycas es independiente; sabe lo que hace. Yo confío en su juicio.
Aunque cansado, el hombre aún conservaba el porte imponente de su juventud.
—Lucian, no es que quiera meterme, pero esa niña es… un enigma. Temo que se convierta en un problema —respondió Octavia con preocupación.
—No importa si lo es. Al menos no tendremos que lidiar con la maldición de la diosa Luna por rechazar a su destinada. Con el carácter de mi hijo, es capaz de emprender una guerra contra la deidad si cree que la manada está en peligro —dijo Lucian con una risa baja, aunque Octavia no pareció entender el chiste.
—Bien, que así sea. Solo estoy siendo cuidadosa. Ahora me retiro; descansa. Voy a conseguir pomada para los golpes. Mi nuera debe estar adolorida —comentó Octavia con un dejo de complicidad.
—No permitas que ese troglodita la lastime. Dile que tiene que ser cuidadoso —reaccionó Lucian con firmeza.
Octavia levantó una ceja, un gesto cargado de ironía y reproche.
—Me hubiese gustado tener un suegro tan considerado cuando tú me dabas nalgadas para castigarme.
Lucian esbozó una sonrisa inocente y negó con la cabeza.
—Yo jamás te he dado nalgadas. No lo recuerdo. Eso no pasó.
Octavia se quedó con las ganas de estrangularlo. Cuando le conviene, usa su falta de memoria, pensó, exasperada. Algunas cosas nunca cambiaban.
pienso que de poder rechazarlo lo puede hacer ,pero temo por la vida de su loba Akira y por la misma Dayanna porque tal vez no resista al rechazo pero siento que si ella es una loba de rango superior puede resistir cualquier cosa de parte de Lycas....