Abril Ganoza Arias, un torbellino de arrogancia y dulzura. Heredera que siempre vivió rodeada de lujos, nunca imaginó que la vida la pondría frente a su mayor desafío: Alfonso Brescia, el CEO más temido y respetado de la ciudad. Entre miradas que hieren y palabras que arden, descubrirán que el amor no entiende de orgullo ni de barreras sociales… porque cuando dos corazones se encuentran, ni el destino puede detenerlos.
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CAPITULO 06: Mudanza
Abril siguió a Alfonso hasta el imponente Bugatti La Voiture Noire, un auto que para cualquiera sería motivo de asombro… pero no para ella.
Su hermano tenía uno igual y, por su decimonoveno cumpleaños, su padre le había regalado un Rolls-Royce Ghost.
La opulencia no era novedad en su vida, aunque ahora su realidad fuese distinta: su padre le había cortado las tarjetas y la había obligado a trabajar como parte de su castigo.
Alfonso, acostumbrado a que sus conquistas reaccionaran con admiración al ver su automóvil, esperaba encontrar la misma expresión en Abril. Sin embargo, su secretaria no mostró ni el más mínimo interés. En silencio, ambos subieron al coche, y ella le indicó su dirección.
El trayecto transcurrió bajo un silencio asfixiante. Alfonso frunció el ceño cuando escuchó la dirección que Abril le dio, y al llegar, la sorpresa fue inevitable: su secretaria vivía en un exclusivo condominio de lujo. Lo que más lo desconcertó fue que ese complejo pertenecía a la familia Ganoza, la segunda más influyente de la ciudad después de la suya.
—¿Está segura de que vive aquí? —preguntó con voz fría, sin apartar la vista del edificio.
Abril lo miró con extrañeza. Por un instante había olvidado que ya no era la princesa mimada de la familia Ganoza, sino simplemente una secretaria.
Y con el sueldo que recibía, resultaba imposible justificar un lugar así. El alquiler de ese departamento costaba más que todo su salario mensual.
—Pues obvio, ¿por qué lo pregunta? —replicó con su tono de niña rica, olvidando la fachada que debía mantener.
Alfonso frunció aún más el entrecejo. Su secretaria siempre había sido arrogante, pero aquella manera de hablar lo desconcertaba. No parecía la Abril que conocía.
—¿Sabe dónde está parada? Una asalariada como usted no podría pagar jamás un departamento en esta zona.
Las palabras la indignaron. Abrió la boca y explotó con furia:
—¿Una asalariada? ¡Váyase al diablo! Yo vivo donde me da la gana, y cómo lo sustento es mi problema, no el suyo. Una simple asalariada también puede vivir aquí. ¿O acaso cree que solo usted tiene derecho? Se cree gran cosa, pero todo lo que tiene se lo debe a sus padres. No es más que un niño rico, convencido de que solo él merece vivir en lugares así.
Sin darle tiempo a responder, abrió la puerta, bajó del auto y se marchó con pasos firmes, el rostro encendido de enojo.
Alfonso se quedó inmóvil, con las manos aferradas al volante. Sus pensamientos eran un torbellino. No sabía qué lo alteraba más: las palabras llenas de desprecio de esa mujer… o el hecho de que viviera en un condominio de lujo sin que él pudiera entender cómo lo sostenía.
Un pensamiento incómodo surgió en su mente y lo irritó aún más: ¿Y si tiene marido?
Sacudió la cabeza con furia.
—No… no puede ser. Es demasiado joven —murmuró para sí mismo, aunque los celos lo atravesaban como cuchillas.
Con el pecho ardiendo, dio la vuelta, encendió el motor y salió a toda velocidad del condominio, rumbo a la mansión que compartía con su abuela, sus padres y su hermana.
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En la lujosa sala de la mansión Ganoza, como cada tarde, una anciana esperaba a su nieto con una taza de té. Apenas Alfonso cruzó la puerta, todo el coraje acumulado en el día se desvaneció; en su familia había una regla de oro: en casa no se hablaba de trabajo.
—¿Cómo está la abuela más linda del planeta? —dijo con una sonrisa mientras la abrazaba y recibía la taza humeante.
Doña María, como de costumbre, correspondió el cariño de su nieto y, con la picardía que la caracterizaba, volvió a tocar el mismo tema que desde hacía un mes no dejaba de mencionarle: Abril. Solo ella conocía la verdad sobre el origen de la joven.
—Mi niño hermoso, esta vieja está bien. Pero ya sabes lo que espero de ti: un bisnieto. Y ojalá que sea de mi niña Abril —dijo con una sonrisa encantadora.
Alfonso suspiró profundamente. Abril, su secretaria altanera, llevaba semanas rondando sus pensamientos, y eso lo perturbaba. —Abuela, ¿de dónde conoces a esa mocosa malcriada? —preguntó con el ceño fruncido.
La anciana lo miró con astucia, como quien guarda un secreto.
—¿Es hermosa, verdad? —retrucó con una sonrisa traviesa.
Alfonso pensó en voz alta, sin darse cuenta:
—Sí, hermosa… pero berrinchuda, arrogante… y hace los peores cafés.
Doña María captó cada palabra y sonrió con complicidad. Dentro de su mente ya empezaba a maquinar cómo unir a esos dos tercos; le agradaba demasiado Abril y soñaba con verla convertida en su nieta política.
La conversación se interrumpió con la entrada de Aurora, la madre de Alfonso, acompañada de Catalina, quien se acercó con una sonrisa tímida.
—Alfonso, me alegra verte. Tu madre me habló y yo… —intentó decir, pero Alfonso la cortó de inmediato.
—No sé qué te ha dicho mi madre, pero deja de fingir ser alguien amable o tímida. Detesto la hipocresía. No deseo ningún tipo de relación contigo. Que seas la nieta de la nana de mi madre no me importa. Así que, por favor, abstente de dirigirme la palabra y no te hagas ilusiones.
El golpe fue directo y sin filtros.
—¡Hijo, no te eduqué así! —replicó Aurora, indignada. Ella estaba convencida de que Catalina era una joven humilde y sincera, lejos de ser una oportunista. Pero Alfonso no pensaba lo mismo.
—¡Basta, madre! —alzando la voz, Alfonso se irguió desafiante—. Te respeto y te amo, pero sabes que no soporto que se metan en mis asuntos. Creo que lo mejor será mudarme a mi departamento.
Con decisión subió a su habitación a preparar sus maletas. Hacía tiempo que había querido marcharse, pero la enfermedad de su abuela lo había detenido. Ahora nada lo retendría.
En la sala, todos quedaron helados con su reacción. Su padre, Néstor, que había estado atendiendo una llamada cerca, escuchó la discusión y decidió subir a verlo.
—¿Puedo pasar, hijo? —preguntó tocando la puerta.
Alfonso abrió y lo dejó entrar.
—Pasa, papá. Sabes que nada me hará cambiar de opinión.
Néstor sonrió levemente y le puso una mano en el hombro.
—Lo sé, hijo. Confío en ti. Si has decidido irte, no seré yo quien te detenga. Tu madre se equivocó, pero recuerda que siempre tendrás las puertas abiertas si quieres regresar.
Alfonso lo abrazó con fuerza y juntos terminaron de preparar las maletas.
Mientras tanto, en la sala, doña María fulminó con la mirada a su hija.
—Aurora, tu hijo ya es un hombre de treinta años. No es un niño al que puedas imponerle cosas. Si lo presionas, lo perderás. Alfonso es sensato y nunca necesitó que lo tuvieran de la mano. —Con esas palabras, se retiró a su habitación a preparar sus propias maletas; si su nieto se iba, ella también.
En el fondo sabía que era la oportunidad perfecta para acercarlo aún más a Abril.
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Cuando Alfonso bajó con sus maletas, se despidió de todos. Al disponerse a subir a su auto, escuchó la voz de su abuela a sus espaldas:
—Mi niño, ayúdame con mis maletas. Voy contigo… y ni se te ocurra contradecirme, porque no pienso quedarme aquí.
Alfonso suspiró resignado, mientras la veía acomodarse en el asiento trasero. No había previsto que su abuela lo seguiría. Ahora tendría que moderarse: menos fiestas, menos mujeres.
Sabía que hacerlo frente a su abuela, ella sería capaz de golpearlo y encerrarlo un mes entero.
Juntos partieron hacia su nuevo hogar: un lujoso departamento en uno de los condominios más exclusivos de la ciudad.
Alfonso sonrió con ironía al recordar las palabras de Abril, acusándolo de ser solo un “hijito de papi y mami”.
Ella no tenía idea de que él poseía un patrimonio propio, independiente de la fortuna familiar, y que no solo manejaba los negocios heredados, sino también los suyos propios.