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Embarazo Después Del Adiós.

Embarazo Después Del Adiós.

Status: Terminada
Genre:Completas / Embarazo no planeado / Embarazada fugitiva
Popularitas:32.3k
Nilai: 5
nombre de autor: Loloy

Tras un matrimonio, lleno de malos entendidos, secretos y mentiras. Daniela decide dejar al amor de su vida en libertad, lo que nunca espero fue que al irse se diera cuenta que Erick jamás sería parte de su pasado, si no que siempre estaría en su futuro...

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capítulo 9

La mañana siguiente

El timbre sonó con insistencia. Daniela apenas había terminado de cambiar a uno de los bebés cuando el mayordomo anunció con voz algo tensa:

—Señorita... el joven Diego ha llegado.

Antes de que pudiera responder, Diego ya había cruzado el umbral. Era alto, con un porte elegante y serio, pero sus ojos, idénticos a los de Sebastián, brillaban con una mezcla de ansiedad y desconfianza.

—¡Dani! —exclamó, abrazándola con fuerza—. ¿Estás bien? Me enteré cuando ya estabas de regreso. No debí irme...

—Estoy bien —respondió ella con una sonrisa cansada—. Solo fue antes de tiempo.

Detrás de Diego apareció Sebastián, cruzado de brazos, con el ceño fruncido como de costumbre.

—¿Y él? —preguntó Diego en voz baja, señalando hacia la cocina, donde se escuchaban pasos. Erick acababa de llegar con una botella de agua para Daniela.

—Hola, Diego —saludó Erick con cautela.

Pero Diego lo ignoró por completo. Caminó hacia la cuna, donde dormía uno de los gemelos, y con extrema delicadeza acarició la cabecita del bebé. Luego se sentó junto a su hermana y la ayudó a ajustar una manta sobre el otro niño, sin decir una palabra a Erick, como si ni siquiera estuviera allí.

De todos los hermanos de Daniela, Diego había sido el único que desde el principio se opuso al matrimonio. Incluso se enfrentó a su padre, Francisco, en una discusión que casi fractura la familia. Le rogó que lo reconsiderara, le presentó razones, le habló de la tristeza en los ojos de su hermana... pero Francisco, convencido de que estaba protegiéndola y asegurando su futuro, no lo escuchó.

Cuando Daniela huyó a Italia tras el divorcio, Diego no solo sufrió su ausencia: culpó a su padre directamente. Nunca perdió oportunidad de recriminarle que, de no haber insistido en ese matrimonio, todo ese dolor se habría evitado. Aquello había dejado una grieta profunda entre ellos dos.

—¿Y crees que eso basta? —preguntó Sebastián a Erick, aún con el tono áspero de la desconfianza.

—No —respondió Erick con calma—. Sé que tengo que ganarme de nuevo el derecho a estar aquí. Pero voy a hacerlo.

Diego no reaccionó. Solo se inclinó hacia Daniela, le tocó el hombro con suavidad y dijo en voz baja:

—Si lo dejas entrar de nuevo a tu vida, está bien. Pero si te hace daño otra vez... esta vez no lo dejaré pasar.

Daniela lo miró con una mezcla de ternura y culpa.

—Lo sé.

Por primera vez en mucho tiempo, se sintió protegida... aunque aún se respiraba tensión en el aire.

***

Esa misma tarde, en la terraza trasera de la mansión

El sonido del viento arrastrando las hojas acompañaba el silencio tenso entre padre e hijo. Francisco estaba sentado en su sillón favorito, con una taza de café a medio terminar. Miraba al jardín, como si allí encontrara respuestas a preguntas que llevaba años sin resolver.

Diego se acercó despacio, con las manos en los bolsillos y una expresión seria. Se quedó de pie unos segundos, hasta que Francisco habló sin mirarlo.

—¿Ya conociste a los niños?

—Sí —respondió Diego con tono seco—. Son hermosos. Igual que su madre.

Francisco asintió, y por un instante pareció que la conversación quedaría ahí. Pero Diego no estaba dispuesto a callar más.

—¿Alguna vez te arrepentiste, papá?

Francisco giró el rostro hacia él. Había arrugas nuevas en su frente. El tiempo y el peso de las decisiones pasadas lo habían marcado.

—Todos los días desde que se fue —dijo al fin—. Pensé que hacía lo correcto. Que al menos tendría estabilidad, una familia... pero olvidé algo esencial.

—¿Qué?

—Escucharla.

Diego apretó los dientes, sintiendo cómo la rabia contenida por años se removía bajo la piel.

—Te lo dije. Te lo grité. Me arrodillé si era necesario para que me escucharas. Pero te aferraste a tu idea como si supieras lo que ella necesitaba mejor que ella misma.

—Lo sé —admitió Francisco, bajando la mirada—. Y nunca te pedí perdón por eso.

El silencio volvió, pesado, hasta que Diego se sentó frente a él.

—Cuando ella se fue, la busqué. Hablé con abogados, con conocidos en Italia. Solo quería saber si estaba bien. Pero no me respondió... y supe que había fallado también. Porque no la protegí de ti.

Francisco lo miró, dolido.

—Diego, tú hiciste más por tu hermana de lo que cualquiera en esta casa se atrevió a hacer. Me enfrentaste, y tenías razón. Ella necesitaba apoyo, no presión. Libertad, no decisiones tomadas por otros.

—¿Y ahora qué? ¿Esperas que todo vuelva a estar bien solo porque volviste a tener nietos?

—No —dijo Francisco con voz firme—. Solo quiero que esta vez... no se sienta sola. Y si tengo que ganarme su perdón y el tuyo, lo haré.

Diego lo miró largo rato. Luego asintió con lentitud.

—No sé si estoy listo para perdonarte. Pero sí sé que ella nos necesita. A los dos.

Francisco extendió la mano, temblorosa pero decidida. Diego dudó... y finalmente la tomó.

No era una reconciliación completa. Pero sí era un comienzo.

***

Esa noche, en la habitación de los gemelos

La luz tenue de una lámpara bañaba con calidez el cuarto. Todo estaba en silencio, salvo por los suaves quejidos de uno de los bebés que comenzaba a despertarse. Daniela, que se encontraba acostada en su habitación contigua, se incorporó con la intención de levantarse, pero se detuvo al escuchar la puerta del cuarto abrirse suavemente.

Era su padre.

Francisco entró despacio, con pasos medidos, como si temiera romper la calma que llenaba el aire. Se acercó a la cuna sin notar que Daniela lo observaba desde la rendija de la puerta entreabierta.

Uno de los gemelos se removía inquieto, con el ceño fruncido y los labios a punto de romper en llanto. Francisco se inclinó con cuidado, lo cargó con una soltura que hablaba de tiempos pasados, y lo sostuvo contra su pecho. Comenzó a balancearlo despacio, murmurando apenas.

—Shhh... tranquilo, pequeño. Aquí está el abuelo. Ya pasó...

Daniela llevó una mano a sus labios. No lo recordaba así. Su padre siempre había sido una figura rígida, de voz firme y presencia imponente. Pero en ese momento, parecía otro hombre.

—¿Tú también soñaste feo? —susurró Francisco, acariciando la espalda diminuta del niño—. Yo también tenía pesadillas cuando era chico. Pero tu bisabuelo me decía que no había monstruos más grandes que los que uno se crea solo...

El bebé se fue calmando poco a poco, aferrado a la camisa de su abuelo. Francisco continuó arrullándolo, con una paciencia que desmentía la severidad de sus años.

—Tu mamá era como tú. Se despertaba por cualquier cosa. Tenía un llanto chillón y no se calmaba hasta que yo le cantaba. Y claro, a tu abuela no le gustaba cómo cantaba —sonrió con nostalgia—, pero funcionaba.

Daniela no pudo evitar reír en silencio, con lágrimas en los ojos.

Francisco miró al otro bebé, que dormía plácidamente, y luego a su nieto en brazos.

—Tienen su carácter. Como su madre. Y espero que un poco del mío, también... pero solo lo bueno.

Lo acunó un poco más y lo volvió a acostar en la cuna, con una delicadeza reverente. Después, suspiró, se quedó unos segundos contemplándolos y salió del cuarto, sin darse cuenta de que Daniela lo había escuchado todo.

Ella regresó a su cama, con el corazón apretado y una sonrisa suave.

Por primera vez, vio al hombre que la crió no como el severo Francisco Montero... sino como un abuelo lleno de amor, dispuesto a enmendar lo que el tiempo y sus errores no pudieron.

***

Al día siguiente, en la terraza de la mansión

El sol apenas comenzaba a calentar las baldosas del piso cuando Daniela salió con una taza de té entre las manos. Se sentó en una de las sillas del rincón más tranquilo de la terraza, esperando que el silencio la ayudara a ordenar sus pensamientos.

Minutos después, escuchó pasos lentos. Era Francisco. Llevaba su habitual camisa blanca remangada y una taza de café humeante.

—¿Puedo? —preguntó, señalando la silla junto a ella.

Daniela asintió con una pequeña sonrisa.

—Te vi anoche —dijo ella después de un rato—. Con los bebés.

Francisco mantuvo la vista en su taza, pero su expresión se suavizó.

—No sabía que estabas despierta.

—Estaba. Escuché el llanto... y después te vi entrar. Papá, fuiste tan... —tragó saliva— tierno.

Él soltó una risa baja, un poco nerviosa.

—Supongo que los nietos suavizan hasta a los viejos como yo.

—Nunca te había visto así.

—Porque nunca me diste la oportunidad —respondió con honestidad, mirándola ahora—. Y porque... cuando eras niña, yo aún no sabía cómo ser padre sin ser estricto.

Daniela bajó la vista.

—Sé que hiciste lo que creías mejor, pero... no sabes cuánto deseé que me hubieras escuchado. Que hubieras creído en mí.

Francisco asintió despacio, con los ojos fijos en el horizonte.

—Lo sé. Y me lo reprocho todos los días desde que te fuiste. Pensé que ese matrimonio era lo mejor para ti. Vi en Erick un buen muchacho, y supuse que con el tiempo... —hizo una pausa— que el amor vendría después. Como en los tiempos de antes.

—Papá... —empezó Daniela, con la voz temblorosa.

—No tienes que perdonarme ahora, hija. Pero quería que supieras que, si pudiera volver atrás, habría actuado distinto. Me equivoqué contigo. Y pagaste un precio muy alto.

Las lágrimas comenzaron a deslizarse por el rostro de Daniela.

—Gracias por decirlo. Y gracias por lo de anoche. Fue... especial.

Francisco extendió su mano y la colocó sobre la de su hija.

—Quiero estar aquí, Dani. Para ti. Para ellos. Para lo que venga. Tal vez no supe cómo hacerlo antes, pero aún estoy a tiempo de aprender.

Daniela asintió, sin palabras, y apretó su mano con fuerza.

En ese momento, sin necesidad de muchas palabras, algo se reparó entre ellos. No todo. Pero lo suficiente como para comenzar de nuevo.

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Lermis Flores
Éste capítulo hermoso me ha conmovido tanto!!
Lermis Flores
Jajaja, quieren nacer en el País de sus padres!
Mirian Mendoza Gutierrez
felicidades autora muy bonita historia. bendiciones
Mirian Mendoza Gutierrez
hermoso capitulo
Tere Jimenez
gracias por compartir
Tere Jimenez
muy bonita historia muchas felicidades y bendiciones sabiduría y entendimiento para seguir escribiendo tan hermoso y compartir con nosotros felicidades estuvo increíble
Tere Jimenez
ojalá y ya lo dejen quedarse ahí
Tere Jimenez
que hermoso
Tere Jimenez
anoche estuvieron juntos según recuerdo
Tere Jimenez
muy interesante el capítulo
Tere Jimenez
muy pagados de si mismo los padres de el
Tere Jimenez
muy fuerte decisión la que tomaron
Tere Jimenez
que bonito capitulo
Tere Jimenez
que difícil situación convivir así por las criaturas
Tere Jimenez
ojalá y se lo lleve
Tere Jimenez
si muy cierto tal vez en el pasado nos sentimos los dueños del mundo pero tenemos que ser humildes
Tere Jimenez
que hermoso capitulo
Tere Jimenez
si muy hermosa novela
Tere Jimenez
que hermoso capitulo
Tere Jimenez
ésos bebés quiere llegar antes de tiempo
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