— ¡Suéltame, me lastimas! —gritó Zaira mientras Marck la arrastraba hacia la casa que alguna vez fue de su familia.
— ¡Ibas a foll*rtelo! —rugió con rabia descontrolada, su voz temblando de celos—. ¡Estabas a punto de acostarte con ese imbécil cuando eres mi esposa! — Su agarre en el brazo de Zaira se hizo más fuerte.
— ¿Por qué no me dejas en paz? —gritó, sus palabras cargadas de rabia y dolor—. ¡Quiero el divorcio! Ya te vengaste de mi padre por todo el daño que le hizo a tu familia. Te quedaste con todos sus bienes, lo conseguiste todo... ¡Ahora déjame en paz! No entiendes que te odio por todo lo que nos hiciste. ¡Te detesto! —Las lágrimas brotaban de sus ojos mientras su pecho se llenaba de impotencia.
Las palabras de Zaira hirieron a Marck. Su miedo más profundo se hacía realidad: ella quería dejarlo, y eso lo aterraba. Con manos temblorosas, la atrajo bruscamente y la besó con desesperación.
— Aunque me odies —murmuró, con una voz rota y peligrosa—, siempre serás mía.
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Capitulo 6: En Italia
MARCK
Mientras me preparaba para partir a Italia, metiendo mis trajes en la maleta, escuché la puerta de mi habitación abrirse. Mi madre, entró con unas cuantas prendas en las manos, el rostro tenso pero suave, como siempre. Me ofreció las camisas, y yo las tomé, agradecido, aunque en silencio.
— Te voy a extrañar mucho, hijo —dijo, sentándose en el borde de la cama.
— Yo también, mamá —respondí, sin mirarla a los ojos, concentrado en cerrar la cremallera de la maleta. Sabía que me estaba observando, sintiendo su preocupación palpable en el aire.
El silencio se hizo pesado entre nosotros. Seguí empacando, tratando de evitar ese inevitable momento en el que ella intentaría convencerme de dejar mis planes de lado. Pero no pasó mucho tiempo antes de que rompiera el silencio.
— Te conozco, hijo. Sé que tienes otros planes aparte de la expansión en Italia.
Me detuve, soltando un suspiro largo y pesado. La miré a los ojos, sabiendo que no podía ocultarle la verdad.
— No te equivocas, mamá —dije, sintiendo el peso de cada palabra—. Voy a recuperar lo que por derecho nos pertenece. Fabián tiene que pagar por todo lo que nos hizo.
Ella me observó en silencio durante unos segundos, sus ojos llenos de una mezcla de comprensión y tristeza.
— Hijo, eso ya pasó hace bastante tiempo. Ahora estamos bien, gracias a Abel. Lo que quiero para ti es que te concentres en tu vida. Ya deberías estar pensando en casarte, en tener hijos... ¿Qué va a pasar con Tatiana?
— Ella y yo terminamos mamá.—respondí, un poco más frío de lo que pretendía— Hasta que no vea a Fabián en la miseria, no podré estar tranquilo. Necesito esa satisfacción, mamá. No me puedo engañar, no después de todo lo que nos quitó.
Vi el dolor en sus ojos, pero no podía contenerme.
— ¿Qué pensaría tu padre si te escuchara hablar así? —preguntó, su voz temblando.
— Él ya no está, mamá —contesté con una dureza que incluso a mí me sorprendió—. Pero esto lo hago también por él. Si no hubiera sido por ese desgraciado, papá estaría vivo. Y tú no estarías enferma, vigilada por una enfermera cada día para asegurarte de que no recaigas.
Me arrodillé frente a ella, tomando sus manos con firmeza, buscando algún tipo de entendimiento.
— Lo que voy a hacer en Italia no es solo por mí, mamá. Es por los dos. Debemos recuperar lo que es nuestro, hacer justicia por todo lo que nos hicieron sufrir.
Ella me miró con ojos cargados de preocupación y resignación, pero también con el amor que solo una madre puede ofrecer.
— Hijo, es mejor esperar. Tarde o temprano, ese miserable tendrá su castigo. La justicia divina siempre llega, no tienes que manchar tus manos con esa venganza.
Me levanté, alejándome un poco, reprimiendo la frustración. Sabía que ella solo quería protegerme, pero no entendía. Ya había esperado suficiente, toda una vida. No podía dejar que el pasado quedara enterrado sin que alguien pagara por ello.
— Ya me cansé de esperar esa justicia, mamá. He visto cómo la gente como Fabián sigue adelante, sin consecuencias. Perdóname, pero si no hago esto, nunca voy a estar en paz.
Seguí empacando, mis movimientos más apresurados. Mamá me observaba en silencio, sabiendo que nada de lo que dijera podría cambiar mi decisión. Finalmente, se acercó, su voz llena de una suave advertencia.
— La venganza, hijo, no trae nada bueno. En ese intento de destruir a otro, siempre terminan lastimadas personas inocentes. No quiero que hagas algo que después pueda costarte demasiado.
Sus palabras me golpearon, pero el rencor en mi pecho era más fuerte que cualquier temor. Sabía que tenía razón en parte, pero la imagen de Fabián viviendo su vida de lujo, mientras nosotros sufríamos en la miseria, era una herida demasiado profunda como para ignorarla.
La miré, y aunque mis labios no se movieron para responder, mi silencio hablaba por mí. Estaba decidido. Necesitaba esa justicia. Necesitaba ver a Fabián caer.
Mi madre suspiró, resignada, sabiendo que no había nada que pudiera hacer para detenerme. La venganza ya había echado raíces en mi corazón, y no iba a detenerme hasta que esa deuda estuviera saldada.
Bajé las maletas con un peso en el pecho, más emocional que físico, y las dejé a un lado de la habitación. Sentía la despedida cada vez más cerca, y aunque sabía que debía hacerlo, no podía evitar el malestar que me causaba dejar a mi madre, ella estaba mejor pero al no llevarla al médico a tiempo le dejaron secuelas y hay ocasiones en donde tiene recaídas.
Entré al baño, me duché, dejando que el agua tibia lavara las tensiones del, peroe por venir.
Al salir, el olor familiar de la cocina de mi madre me envolvió. Me dirigí al comedor y ahí estaba ella, sirviendo con la ayuda de Liliana, la enfermera que trabajaba para cuidarla. Sabía que ella siempre se esforzaba por hacer que los momentos juntos fueran especiales, pero ver su tristeza me partía el corazón.
— Ya iba a llamarte —dijo, con una sonrisa tenue—. Hice tu comida favorita, ya que te vas mañana.
— Gracias, mamá —respondí, agradecido pero también con ese nudo en la garganta que me impedía decir mucho más.
Ella sonrió, aunque sus ojos reflejaban una tristeza profunda, y me invitó a sentarme. Me uní a la mesa, mientras Liliana servía con diligencia. Los tres comenzamos a hablar de temas variados: el clima, las noticias, hasta el jardín que mi madre intentaba mantener a pesar de su salud.
Mientras comíamos, no pude evitar mirar a Liliana y sentir la necesidad de asegurarme de que mi madre estaría bien cuidada.
— Liliana, de verdad le pido que cuide mucho a mi madre. Por favor, si llega a pasar algo, no dude en llamarme a mí o a mi tío.
La enfermera, con su semblante calmado y profesional, me miró y asintió con determinación.
— No se preocupe, joven. Voy a cuidar bien de la señora Clara. Le deseo un buen viaje —dijo, sonriendo con suavidad.
— Se lo agradezco —respondí, con una sonrisa débil. Sentía el peso de las responsabilidades tanto aquí como en el viaje que estaba por emprender. Terminé de comer en silencio, con la cabeza llena de pensamientos.
Al finalizar la cena, nos levantamos, cada uno dirigiéndose a su respectiva habitación. Sabía que mi madre estaba agotada, pero aun así se quedó en la mesa unos minutos más, pensando, quizás rezando, por lo que me esperaba.
Al día siguiente, partiría hacia Italia, y aunque físicamente estaría lejos, una parte de mí siempre estaría aquí, con ella.
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MARCK
La mañana llegó más rápido de lo que esperaba. El zumbido del despertador me arrancó de una noche de sueño inquieto. Me levanté y me vestí con la misma sensación pesada en el pecho que había tenido la noche anterior. Mi maleta ya estaba lista, esperando en la puerta. Era el momento de decir adiós.
Bajé las escaleras y encontré a mi madre en el salón, apoyada en el brazo de Liliana. A su lado estaba mi tío Abel, su expresión seria, pero con ese toque de firmeza y apoyo que siempre me había ofrecido.
— Hijo, no olvides lo que hablamos anoche —me dijo mi madre, su voz suave pero firme.
La miré, tratando de tranquilizarla con una sonrisa, aunque sabía que ella podía ver más allá de mi fachada. Nos abrazamos con fuerza, el peso de su fragilidad contrastando con la intensidad del momento.
— Cuídate mucho, mamá. Te llamo en cuanto llegue. — Le di un último apretón, sintiendo que, aunque estaba dejando su lado físicamente, una parte de mí siempre estaría con ella.
Luego me volví hacia Abel, que me observaba con ese semblante firme que tanto respetaba.
— Recuerda por qué vas, pero también ten la cabeza fría. La oportunidad está ahí, pero no pierdas el control —me aconsejó con su típica calma.
— Lo sé, tío. Te prometo que haré lo necesario.
Nos dimos un abrazo corto, pero significativo. Después de intercambiar un par de palabras más, tomé mi maleta y salí hacia el auto que me llevaría al aeropuerto.
El trayecto hasta el aeropuerto fue silencioso, interrumpido solo por los pensamientos que rondaban mi cabeza. Tenía un plan, y sabía que no sería fácil. El vuelo fue largo, pero no podía dejar de pensar en la nueva sucursal de Textil Bonelli en Italia y la oportunidad que esto me daba para acercarme más a Fabián, el hombre que había destruido la vida de mi familia.
Cuando finalmente aterrizamos en Italia, el aire cálido y fresco de Florencia me recibió. Sentí una mezcla de emoción y ansiedad al bajar del avión, pero sabía que todo estaba a punto de cambiar. En la sala de llegadas, vi a Marco, el contacto de Abel en Italia, esperándome. Era un hombre alto, de porte elegante, con una sonrisa amistosa que me ofreció cuando nuestras miradas se cruzaron.
— ¡Marck! Bienvenido a Italia —dijo en un español con fuerte acento italiano, extendiéndome la mano.
— Gracias, Marco —respondí serío, estrechándola con firmeza.
— Vamos, el auto nos espera. Debemos hablar de muchas cosas en el camino —agregó mientras caminábamos hacia la salida.
El viaje hasta la casa donde me quedaría fue breve, pero suficiente para que Marco me pusiera al tanto de la situación con la nueva sucursal de Textil Bonelli. Mientras el coche avanzaba por las estrechas y adoquinadas calles de Florencia, Marco comenzó a hablar.
— La sucursal en Florencia es nuestra puerta de entrada al mercado europeo, Marck. No solo vamos a fabricar aquí, también vamos a establecer alianzas con diseñadores locales y explorar nuevas tecnologías textiles que están surgiendo. Es una oportunidad única.
Asentí, mirando por la ventana. La ciudad tenía un aire majestuoso, lleno de historia, pero mi mente estaba en otro lugar.
— ¿Cómo van los preparativos? —pregunté, volviendo mi atención a Marco.
— Todo está casi listo. Hemos asegurado el edificio, un viejo almacén en las afueras, pero lo estamos transformando en algo moderno, funcional, acorde con la imagen de Textil Bonelli. El equipo está ya en camino desde España, y estamos trabajando con arquitectos locales para los detalles finales.
Hizo una pausa y me miró con seriedad.
— Pero aquí es donde entras tú, Marck. Necesitamos alguien con tu habilidad para cerrar los tratos con los proveedores. Esta ciudad está llena de oportunidades, pero también de competencia. Fabian Ocampo ha estado moviendo hilos en la industria local desde hace tiempo. Muchos le tienen miedo, pero nosotros debemos entrar con fuerza, demostrar que somos la nueva generación.
"Fabián", el nombre resonó en mi cabeza como un eco distante. Estaba más cerca de él de lo que había estado en años. Marco continuó:
— Además, tenemos la presentación oficial. Será un evento grande, con gente de la industria, diseñadores, y prensa. Necesitamos causar impacto, no solo con la fábrica, sino con la visión de la marca.
— ¿La visión de la marca? —pregunté.
— Exactamente. Queremos que Textil Bonelli sea sinónimo de lujo sostenible, de innovación sin perder la elegancia. para eso te necesitamos en la sala de juntas, Marck. Tienes esa habilidad innata para leer a las personas, para entender qué es lo que quieren y cómo podemos ofrecérselo mejor que nadie.
Asentí lentamente, procesando cada palabra. Marco tenía razón, pero mi mente estaba dividida entre la estrategia empresarial y la venganza personal. Todo lo que decía encajaba perfectamente con mi plan, pero también sabía que debía mantener la cabeza fría y no dejar que el odio nublara mi juicio.
— Entonces, lo primero es asegurar a los proveedores y tener todo listo para la inauguración —dije, volviendo al presente.
— Exacto —respondió Marco, sonriendo. — Pero no te preocupes, estaré contigo en cada paso. Con tu habilidad para los negocios y mi conocimiento del mercado local, haremos que esta sucursal sea un éxito rotundo.
Cuando el coche se detuvo frente a la casa donde me quedaría, respiré profundamente. Había muchas piezas en movimiento, y cada una era crucial para mi éxito, tanto profesional como personal. Marco me ofreció su mano antes de salir del coche.
— Bienvenido a Italia, Marck. Este es solo el comienzo.