Su personalidad le permitió continuar con una vida que no recordaba.
Su fortaleza la ayudó a soportar situaciones que no comprendía.
Y su constante angustia la impulsó a afrontar lo desconocido; sobreviviendo entre una fina y delicada pared que separa lo inexplicable de lo racional.
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Un cuento y algo de contexto
— Érase una vez en las llanuras de un bosque, una princesa vivía custodiada por dos grandes magos; la aislaron en una cabaña para resguarla de quiénes buscaban su preciada reliquia.
Suspiré.
— Dagan.
Me ignoró. Centraba su atención únicamente en la pantalla dentro de la app musical; una bella y pequeña elfa tocaba el arpa con melodías medievales.
— Cierto día, los enemigos hallaron la fortaleza y hogar de la princesa...
Pues la cabaña no sería una fortaleza como tal.
— Antes de perecer, aquellos grandes magos encomendaron la protección de la princesa a un valeroso caballero de armadura dorada.
Habría sido mejor dejarla a manos de un príncipe.
— Él carecía de poderes mágicos, pero su compromiso y determinación por mantener a salvo a la princesa era más grande que cualquier poder.
No creo que deberían mantener viva a una princesa que necesita protección todo el tiempo. Tal vez, más adelante enamoraría a un príncipe y él derrotaría a los que buscaban dañarla, pero, ¿valdría la pena luchar por alguien así?
— ¿Y entonces qué? —pregunté aburrida—. Apuesto que ambos murieron.
La risilla que brotó de sus labios fue intrigante. La aburrida narrativa de cuento clásico pasó a ser vagamente curiosa.
— El vínculo con el hombre fue único, especial e irrompible —hizo una corta pausa para reírse de la mueca que había en mi cara—, prueba de ello fue su "lágrima", la reliquia de su linaje.
Me sabía mal decirlo, pero unas ansias desesperantes recorrían mis nervios por conocer el desenlace.
— ¿Y luego? ¿Huyeron lejos y vivieron felices por siempre?
— Él murió llevándose consigo la reliquia familiar de la princesa.
Lo dijo con obvia intensión de sorprenderme y cuando vio la extensa quietud en mi, supo que falló.
— ¿Murió? ¿Así sin más?
— Él no era el valeroso guerrero —sonrió usando esos aires de misterio en cada palabra—. Durante muchos años engañó a la princesa.
— ¿Y qué hay del guerrero?
Mi estrés por no conocer el final de ese cuento empezaba a manifestarse a través de mi pierna inquieta.
— ¿Él? Es una buena pregunta.
— ¿Así termina el cuento? —reí, levemente indignada—. Los magos mueren, el principe no existe, el guerrero desapareció y un impostor murió con la reliquia.
— ¿No te interesa saber qué pasó con la princesa? —preguntó con evidente curiosidad.
Extendí la mano para pausar el vídeo. Teníamos cosas más serias que hablar y Dagan no se concentraría con esa cautivadora melodía de por medio.
— Se suicidó.
Parpadeó, quizá incrédulo por mi respuesta así que decidí darle un final alternativo.
— O a lo mejor el caballero llegó por ella y la rescató —encogí los hombros.
— O a lo mejor ambos finales sean correctos —concluyó al imitarme.
En sincronía le dimos el último sorbo al vaso plástico con chocolate. Suspiramos dejando que nuestro aliento se transformara en pequeñas nubes blancas para ascender al iluminado cielo de media noche.
Compartimos miradas y él fue el primero en sonreír.
Mi día constó de actividades normales en la universidad. Iba rumbo al departamento de Dagan cuando nos encontramos de casualidad mirando a la misma panadería con ofertas especiales y sorteos próximos para navidad. Tras un abrazo nos dirigimos al estacionamiento abandonado donde Félix nos citó por divertidos mensajes con emojis.
Teníamos tiempo de sobra ya que el rubio de ojos brillantes tardaba.
— ¿Ya vas a contarme sobre eso?
Asintió.
— Antes que nada, necesito que prometas algo. No será una promesa conmigo, sino contigo.
Hice un sí con la cabeza y él, tras pensarlo un poco, continuó.
— No preguntarás ni escucharás nada de otras personas sobre tu pasado —lo dijo seriamente—. No porque no debas saberlo, sino porque será mejor que lo sepas por ti misma, ¿entendido?
Decirlo alimentó mi curiosidad, pero decidí prometerle de corazón que cumpliría con ello.
— Podemos pasar a lo siguiente —una sonrisa volvió a iluminarle el rostro—. Te contaré lo extraño.
***
Ventiscas suaves y el canto de grillos decoraban el parqueadero mal iluminado y, aún así fueron visible las hierbas crecientes entre el cemento del suelo. Retornando al tema inicial, lo básico fue ir en orden de cómo sucedían las cosas.
Empezó explicando que la madre de todas las habilidades son manifestadas desde los primeros meses de nacimiento, los padres suelen notar situaciones anormales con los menores. Si bien, las habilidades son selladas automáticamente a los cinco años, hay casos en los que no solo no desaparecen, sino que desarrollan características especiales y es así como se convierten en Rieles.
Se les otorgó ese nombre ya que, se convierten en guías de los espectros sobre nuestro plano.
Lo más interesante radicaba entre la conexión de civil común o un Riel contra un espectro. Si un espectro consumía energía mental de una persona normal, simplemente prolongaba su existencia en este plano. Por el contrario, si un espectro consumía energía de un Riel, adquiría suficiente poder que podía ir desde posesiones hasta desarrollar un cuerpo espectral en nuestro espacio.
— ¿Los espectros tienen libre paso?
— Pasemos al siguiente tema.
Los portales.
El quiebre que daba paso a la formación de portales eran causados mayormente por los dolores surgidos en la oscuridad. Dicho en otras palabras, si alguien experimentaba emociones negativas con intensidad estando aislado de luz, era propenso a causar el quiebre, sin importar si poseía habilidad o no.
— Leí en un vlog que la maldad habitaba en la oscuridad, no creí que fuera literal.
— En versos poéticos exaltan su belleza y la tranquilidad que sienten rodeados de ella —alejó su mirar en busca de la esfera blanca en el cielo—. Me pregunto cuan muertos debieron sentirse para hallar refugio en un sitio así.
La conversación tomó abruptamente un rumbo diferente.
— Ying Yang. A lo mejor encontraron luz dentro de la oscuridad —sugerí como respuesta.
— Eso funciona en temas emocionales o experiencias personales, Eli —parpadeó y regresó su mirada a mi—. Recuerda esta regla de nuestro mundo, es absoluta e indiscutible: allí no hallarás belleza, luz, mucho menos refugio.
Lo acepté inmediatamente sin cuestionarlo ni dudarlo. Además, por las palabras que usó, aquella regla debió ser impuesta por Félix.
La regla que transmitió complementaba sin problema a mi propia regla: sin excepciones. Recordé fugazmente la tarde en que la rompí y el colapso visual entre el espacio donde estaba y el escenario donde estaba la misteriosa mujer llamada Maestra, me permitió ver el espeluznante parecido que compartíamos.
— ¿Hay otra forma de crear portales? —pregunté.
— No, es única. Pero debe juntarse ambas situaciones para que suceda.
— ¿Tú y yo somos Rieles?
— Sobre eso.
Toda persona poseedora de una habilidad recibe aquel nombre. Sin embargo, quienes tienen conexión con El Anexo, reciben el nombre de Anexados. A diferencia del resto de Rieles, los Anexados ejercen sus habilidades como si se tratase de una profesión y reciben una paga según su labor.
El Anexo es el puente comunicativo entre el Gobierno de Hiuston y la iglesia del Vaticano; las medidas para combatir actividades paranormales y la existencia del Anexo son confidenciales.
Fue interesante saber que contaban con una organización dedicada a combatir lo paranormal. Aunque, ¿por qué simplemente combatir y no exterminar? ¿Cómo pudieron adaptarse a lo desconocido a tal grado de ver las habilidades como profesiones? Las dudas solo me dejaron una frase que luego no recordaría.
Un cocinero no teme al platillo preparado por su mano.
— Felicitaciones por el resumen Dagan, lo hiciste muy bien.
Ya pasada la media noche Félix apareció llevando una cadena enrollada al brazo derecho en forma de espiral ascendente.
— Estoy lista —le entregué el vaso plástico a Dagan y sacudí los hombros, una acción popular entre los boxeadores al subir al cuadrilátero.
— Esa es la actitud Lia —sonrió y me despidió con la mano—, no hagas esperar a mi chiquillo.
Sonreí y llevé mi mano sobre la frente a modo de militar.
— Daré lo mejor de mi, capitán —bromeé.
La cadena alrededor de su brazo se tensó y casi por arte de magia —o Photoshop en otros casos—, el brazo de Félix incrementó su tamaño. Las venas parecían estar a punto de romper su piel y explotar; los músculos hicieron un trabajo sobrenatural intentar romper la cadena aunque el grosor de tal objeto metálico no cedió.
El rubio alzó la mano y con la misma expresión tranquila de siempre cerró el puño.
No capté sonido, pero sus labios formaron una palabra.
Subyugar.
Dagan cerró los ojos y ví varias venas marcarse cerca de la clavícula cuando el crujido de la cadenas chocando entre si golpearon mi rostro.