Tres reinos fueron la creación perfecta para mantener el equilibrio entre el bien y el mal.
Cielo, Tierra e Infierno vivieron en una armonía unánime durante millones de años resguardando la paz.
Pero una muerte inocente, fue suficiente para desatar el verdadero caos que amenazara por completo el equilibrio y, la existencia de todos los seres en el planeta.
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El cielo teñido de rojo
—¡Bì xià! Los seres de la ciudad infernal están inquietos desde hace unos días. Se ha propagado el rumor de la presencia de un demonio que atormenta nuestras tierras, amenazando con llevarse todas las almas que se crucen en su camino. Bì xià, le ruego que nos brinde su orden y nos encargaremos de eliminar esta amenaza —.
—¡Bì xià! No podemos permitir que alguien invada nuestro territorio y cause estragos a su antojo —.
—¡¡¡Sí!!! ¡¡¡Sí!!! ¡¡¡Vamos a derrotarlo!!!—
—Bì xià Liú, cumpliré sus órdenes —.
Liú Huó se encontraba sentado en un imponente trono hecho de huesos negros, masajeando su sien con irritación mientras escuchaba las quejas. Con calma, levantó la mano y dio una señal a su guardia personal sin necesidad de levantar la mirada. Con un simple gesto, el servidor hizo una reverencia y partió para ocuparse de ese pequeño dolor de cabeza. De vez en cuando, algún demonio temerario se aventuraba en sus tierras, creyendo poseer suficiente poder como para desafiar su autoridad.
Liú Huó se levantó lentamente después de que las puertas principales se cerraran. Observó al grupo de seres que se inclinaban ante él y caminó con calma hacia una de las numerosas puertas que rodeaban el gran salón real, sin pronunciar una sola palabra. —¡Despídanse de Bì xià Liú!—
El eco de sus palabras resonó antes de que un silencio sepulcral se apoderara del lugar y la oscuridad se extendiera a través de la puerta, desconcertando a todos aquellos que ingresaran al palacio con la intención de profanar los grandes tesoros que el rey infernal había acumulado a lo largo de los siglos.
Liú Huó sacó lentamente un pequeño pétalo de loto de su túnica. Era una hermosa y delicada joya de jade, meticulosamente tallada por el artesano más hábil. En las elegantes manos blancas del emperador, brillaba como una de las gemas más preciosas. Ese objeto no era más que la llave que permitía salir del palacio una vez se ingresaba a las oscuras dimensiones creadas por el gran Huáng dì de Dì Yù.
El emperador Huó contempló el pétalo por un momento antes de insertarlo cuidadosamente en el pequeño tallado de la puerta, encajando perfectamente con aquella magnífica obra de jade blanco. Entró lentamente, dejando atrás la oscuridad de aquel sombrío espacio.
Cuando las puertas se cerraron por completo, una luz deslumbrante iluminó el lugar. En cuestión de segundos, Liú Huó se encontraba en lo más alto del palacio. El ala estaba completamente iluminada por pequeños lotos flotantes, como almas diminutas volando en el salón. Era una tranquilidad desconocida para los habitantes de Heiyu. Era como adentrarse en una dimensión alterna, alejada del bullicio cotidiano de la ciudad infernal
, donde las almas danzaban y celebraban en una festividad interminable. Tan animados y ruidosos como cabría esperar en una ciudad sin ley.
Huáng dì Liú caminaba lentamente entre esas pequeñas luces hasta llegar a unas cortinas blancas de chifón de seda, decoradas con un exquisito bordado de oro. Cerró los ojos mientras apartaba con delicadeza esas cortinas, revelando una cama forjada completamente en el cristal más puro y reluciente. Sobre ella reposaba un hermoso hombre con largos cabellos platinados y un pequeño lunar en forma de flor en su frente, que le otorgaba un aire especial. Huáng dì de Dì Yù se sentó lentamente junto a aquel ser, aparentemente dormido en un apacible sueño, y con una adoración sublime en sus ojos, acarició su pálida mejilla. Había tanto amor como tristeza en su mirada mientras lo observaba, una mirada que revelaba un profundo anhelo.
Liú Huó tomó la suave tela que cubría parte de aquel cuerpo y, con delicadeza, la acomodó para mantenerlo cálido. Sus acciones reflejaban una devoción inconmensurable, un cariño que desbordaba amor en una imagen digna de admirar. Huáng dì de Dì Yù se levantó lentamente después de unos minutos contemplándolo en esa intimidad cercana. Se inclinó y depositó un suave beso en su frente.
Luego, se levantó y dejó caer las cortinas que ocultaban aquel cuerpo. Caminó hacia el balcón y contempló la imponente ciudad de Heiyu. Levantó lentamente su mano y la observó mientras una pequeña luz blanca brotaba de su palma. Un pequeño objeto brillante tintineó inquieto, como si tuviera vida propia. Huáng dì de Dì Yù miró con melancolía aquel pequeño objeto, guiando su dedo índice hacia la punta de uno de los pétalos y ejerciendo una leve presión. Finas gotas de líquido carmesí cayeron lentamente, tiñendo completamente ese artefacto de rojo. Una vez cumplida su tarea, el pequeño objeto en forma de loto absorbió ávidamente el líquido en su interior y volvió a ser blanco. Su brillo se intensificó, tornándose aún más radiante y sereno que antes. El tintineo nervioso se calmó y Huáng dì de Dì Yù sonrió ante tal acto. Acarició ese artefacto como si fuera un gran tesoro y, envuelto entre sus manos, volvió a guardarlo.
Cualquier observador de tales acciones pensaría que ese artefacto era el tesoro más preciado del gran Huáng dì de Dì Yù. Si bien no estaría equivocado, aquel pequeño loto de cristal significaba aún más para él que su propia vida. Casi mil años le había llevado completarlo, con mares de sangre y batallas interminables en las que su cuerpo quedó mutilado innumerables veces, marcado con las cicatrices de la guerra más que cualquier mapa de batallas.
El Emperador de los Infiernos, conocido como Huáng dì de Dì Yù, había vivido casi mil años en busca de un enigma. Nadie conocía verdaderamente el propósito de su existencia, su misión o sus planes, pero muchos sabían que aquel pequeño loto de cristal estaba íntimamente relacionado con ello, con la profunda importancia que se ocultaba en la sombría oscuridad del Palacio Bēi guān.
Todos conocían su nombre, no había individuo en la tierra, el infierno o el cielo que no temblara al oírlo. Si bien era cierto que en las últimas décadas solo se habían escuchado rumores sobre él, esos rumores hablaban de su inmensa fuerza y su ferocidad, lo que generaba un miedo imparable ante su nombre. Aunque hacía años que el Emperador de los Infiernos había dejado de intervenir en el reino mortal, nunca estaba exento cuando se trataba de un ser celestial que ingresaba a las tierras intermedias o cuando algunos humanos, lo suficientemente valientes, desafiaban las leyes que él mismo había impuesto.
De todos los rumores que circulaban sobre él, solo uno era completamente cierto: el Huáng dì de Dì Yù, Liú Huó, odiaba a los seres celestiales con toda su existencia. Su odio no era normal, según cuentan las historias, el terror que inspiraba este ser surgió después de que hace cientos de años desafió a los mismos cielos y luchó contra el propio Yù Huáng Dàdì, el dios supremo. Una guerra infernal estalló entre el cielo y el infierno, pero se dice que Bì xià Huó, un semidiós desterrado, hizo un pacto con Liú Huó y lo proclamó como el segundo Emperador de los Infiernos de Dì Yù. De esta manera, ambos seres infernales arrasaron los cielos en una batalla épica, y aunque el Huáng dì de Dì Yù no logró derrotar por completo al gobernante supremo, se habla de un empate y un pacto. El nuevo gobernante de Dì Yù juró vengarse y destruir a cada uno de los seres celestiales.
Los mortales, ante tal inminente poder, se sumieron en el temor. La debilidad y el miedo los llevaron a consumirse en rumores mientras se encontraban en medio de la disputa entre el cielo y el infierno. Guerras y plagas se desataron rápidamente en el plano mortal, otorgando una infame reputación al gran nombre del Huáng dì de Dì Yù. Todo mal que acontecía era atribuido a él durante mucho tiempo, hasta que gradualmente se formó una división entre los tres imperios.
Los mortales abrieron lentamente los ojos y, con el paso del tiempo, notaron la inminente hipocresía de los seres celestiales a quienes solían adorar.
...~○~...
La luz del sol golpeaba su rostro con fuerza, sin ninguna pizca de clemencia hacia aquel desdichado ser. Liu Huo había pasado días vagando por el vasto desierto, huyendo desesperadamente de los tormentosos recuerdos que lo acosaban. No le quedaba más que unos huesos envueltos en los despojos de lo que una vez fue la parte más reluciente de su armadura: una capa negra y flamante que solía infundir grandeza en cada paso que daba. Pero para Liu Huo, esos eran solo recuerdos, y si era sincero consigo mismo, eran ingratos recuerdos que rogaba olvidar.
Habían transcurrido aproximadamente diez años desde la caída de su imperio, y poco después de aquel fatídico suceso se había dado cuenta de que no podía morir. ¿Cuántas veces había intentado acabar con su vida? ¿Veinte veces? ¿O tal vez más de cien? No lo recordaba con precisión, simplemente habían sido innumerables intentos. Intentos que habían dejado horribles cicatrices en su alma, pero nada de eso importaba, nada tenía sentido. Así que, con el dolor de los recuerdos palpando en lo más profundo de su ser, se embarcó en una vida de tormentos sin fin, en un viaje interminable. Durante esos diez años deambulando por el árido y abrasador suelo, esperando que su exhausto cuerpo finalmente cediera ante la fatiga, no hubo piedad que le brindara consuelo. Su conciencia seguía despierta y no le concedía ni un solo segundo de paz. Solo cuando el hambre y el cansancio se volvían insoportables, el agotamiento extremo le permitía sumergirse brevemente en un sueño, una breve tregua en su propio infierno.
Y así, jamás lo esperó, en aquel día maldito, en aquel desierto árido y ardiente como las llamas del averno, fue cuando todo comenzó...
...
Desperté de mi fatigada inconsciencia en un entorno oscuro y frío. Mis últimos recuerdos eran del árido desierto y del sol abrasador que quemaba mi rostro. Aunque mi mente se aclaró y traté de ver a mi alrededor, mi ser no tembló ni sintió la más mínima pizca de miedo, a pesar del dolor que me invadía. ¿Qué temor puede tener alguien que no puede morir ni tiene nada que perder? Mi conciencia me gritaba que merecía cualquier tormento, cada día, y que nunca suplicaría clemencia, incluso si se tratara de otro castigo.
Traté de explorar mi entorno lentamente mientras me incorporaba. Todo estaba sumido en una oscuridad aún más profunda y silenciosa que las noches sin luna. Palpé suavemente la superficie donde me encontraba, desesperado por encontrar los restos que llevaba conmigo. Esa era mi única preocupación, esos huesos habían sido mi única compañía durante estos tortuosos años.
En medio de la desesperación por no encontrar esos restos, no me percaté de su presencia hasta que su lúgubre risa resonó en la oscuridad y en mis oídos. Antes de poder siquiera respirar, su voz penetrante caló hasta lo más profundo de mi alma. —General Liú, oh, pequeño y pobre general, mira cómo te han dejado, mira en qué estado te encuentras. ¿Por qué no te rindes?—, dijo con una voz suave pero altiva. Intenté mirar hacia la dirección del sonido, pero solo encontré un eco constante en la oscuridad. Sus risas lúgubres esperaban pacientemente mi respuesta y, sin saber por qué, me sentí obligado a complacerle, con una necesidad asfixiante de responder a su pregunta. —Me rendí hace mucho tiempo, pero por más que lo intente... no puedo morir— le respondí.
No entendía por qué hablaba con tanta desesperación, pero lo hacía. Sentía que necesitaba responder, desde lo más profundo de mi corazón. —¿Realmente lo has intentado? ¿Realmente lo deseas? Yo puedo concederte ese deseo si lo que buscas es la muerte—, susurró con burla cruel. Pude percibir que sus palabras eran sinceras, a pesar de la crueldad que transmitían, y aunque me congelaba por dentro, una chispa de esperanza comenzó a arder en mi pecho. —Si realmente puedes matarme, entonces hazlo. No me resistiré— le desafié.
Su risa se hizo más y más fuerte, aunque sonaba lejana. —¿Realmente quieres morir? ¿Ese es tu verdadero deseo? Aun desde esta lejanía, puedo escuchar a tu corazón clamando venganza. ¿Por qué te engañas, mi pequeño general?— preguntó retóricamente.
Mi cuerpo tembló involuntariamente y sus palabras resonaron en lo más profundo de mi inconsciente. Me sentía completamente expuesto, pero no sentía miedo. Su voz simplemente avivaba la llama rebosante de odio que había mantenido desde la partida de su Alteza. —¿Cómo podría vengarme? Apenas me mantengo en pie y mis enemigos no son mortales, están por encima de cualquier ser en estas tierras. Porque mi enemigo es el poder supremo en los cielos—.
Apreté fuertemente mis puños, debatiendo en mi mente aquellos deseos, y de repente sentí una mano gélida en mi cuello, tocándolo suavemente. Miré a mi alrededor, no había más que oscuridad, pero la sensación de aquellas manos y la fría respiración que rebotaba en mi cuello me decían que, sea lo que sea, estaba allí. La suave risa se hizo presente de nuevo y no pude evitar escuchar los susurros en mi oído, aquellos susurros que seducían fácilmente mi alma. —Si lo que quieres es poder, puedo darte eso y mucho más. Puedo darte tanto poder como desees, puedo hacerte un emperador, un ser supremo, alguien que haga temblar las piernas de aquellos que te han humillado—.
Me congelé completamente ante sus palabras. Podía palpar la maldad en aquel ser invisible, podía sentirla en mí cada vez que sus manos tocaban mi piel, pero aun así, sus propuestas y el veneno en mi corazón eran más fuertes que cualquier cosa. Ese ser lo sabía, podía ver dentro de mí, y fue por eso que me trajo aquí, para pactar un trato que jamás podría rechazar. —¿Qué es lo que deseas a cambio?—.
El ser apareció frente a mí como un alma sin rostro y extendió su mano en mi dirección. —Si aceptas, lo sabrás. Lo que quiero es tan pequeño como un grano de arena comparado con el regalo que te daré—.
No tenía planeado rechazarlo, no tenía motivos, pero aun así, quería saber por qué a mí. —¿Cómo puedo creer tus palabras? ¿Cómo puedo saber que no me engañarás?—
El ser rió estruendosamente, adivinando mis pensamientos, pero incluso de esa forma jugó a mi juego. —¿Engañarte? Pero si no eres nada. ¿Qué tienes tú que yo no pueda tener?—
Había verdad en sus palabras, pero también una gran contradicción entre ellas. Sonreí levemente, fijando mis ojos en aquel ser frente a mí, y pregunté con altivez. —Entonces, ¿qué puedes necesitar de un ser tan insignificante como yo? Incluso ofreces cumplir mi deseo para conseguir lo que ameritas—.
El ser me rodeó y posó sus manos en mis hombros antes de susurrar, mientras reía con zozobra. —Muy inteligente, mi joven general... bien, muy bien. Te daré un pequeño regalo adicional si aceptas el trato. Estoy seguro de que es algo que anhelas con todo tu corazón—.
Un chasquido resonó en el aire y el pequeño loto blanco de cristal brillo intensamente. Guarde nuevamente de entre mis túnicas la pequeña flor marchita que había llevado conmigo desde aquel fatídico día y una pequeña sensación de paz apareció en mi pecho por alguna razón. —Este es un extractor de almas. Si logras obtener las suficientes, podrás traer de vuelta a tu ser amado, aquel a quien has anhelado desesperadamente durante tantos años —sus palabras resonaron, seguidas de una risa que parecía crecer en intensidad.
Con extremo cuidado, tomé aquel artefacto en mis manos, sintiendo la cálida sensación que se apoderaba de ellas. No necesité pensarlo más, si había la más mínima posibilidad de traerlo de vuelta, no importaba lo que me pidiera a cambio. —¿Qué quieres a cambio? —repetí desesperadamente, mientras él extendía su mano frente a mí y sus ojos parecían arder, aunque su rostro permanecía oculto. —Quiero mi libertad.
Soy el dios de las tinieblas, el Huáng dì de Dì Yù, pero mi cuerpo fue arrebatado hace miles de años, dejando mi alma encerrada en este lugar. Te daré todo mi poder, toda mi fuerza. Serás el próximo monarca del Dì Yù y vengarás la muerte de esa Alteza en tu corazón. A cambio, cuando desafíes a los cielos, quiero que traigas mi cuerpo y me otorgues mi libertad —su voz resonó imponente, mientras una llama negra y brillante brotaba de su mano.
—¿Sellaremos el pacto, general Liu Xin? ¿O debo llamarte Huáng dì de Dì Yù, Liu Huo? —desafió, mostrando su mano hacia mí.
Extendí mi mano sin temor ni duda, y el pacto quedó sellado con una sola gota de sangre. Aquella llama envolvió todo mi ser. —Lo haré —afirmé con determinación.
Repetí esas palabras en mi mente, grabando el pacto en lo más profundo de mi memoria, antes de volver a decirlo en voz alta, asegurando el trato. En ese momento, él se dejó ver por completo, sonriendo gélidamente. —Tienes todo mi poder, Liu Huo, pero debes saber que si no cumples el trato, no solo tú, sino también tu ser amado, arderán en el infierno —sus palabras helaron mi sangre, pero esta era la única oportunidad de salvarlo y redimirme ante su alteza. No pensaba fallar, sin importar el costo. —El trato está sellado —declaré con firmeza.
—Muy bien, mi joven general. Es hora de regresar a tu realidad. Ve por ellos y regresa a mí —su risa resonó en mis oídos, mientras todo volvía lentamente a un silencio sepulcral. Mis ojos se cerraron gradualmente, dejándome vagar en la inconsciencia de aquel lugar.
Bì xià: 陛下: Su majestad.
Huáng dì: 皇帝: Emperador (Huáng dì de Dì Yù: Título que significa "emperador de la tierra oscura".)
Palacio Bēi guān: 悲观: Palacio penumbroso.
Gélida: Muy fría.
Altivez: Actitud orgullosa o arrogante.