Esther era la hija ilegítima de una familia acaudalada, cuya hermana decidió irse por "amor" con el hombre que ella tanto amaba. Él contra de Arthur, un vaquero muy apuesto, era su pobreza y cuando su hermana sintió en carne propia lo que era el hambre, decidió abandonarlo junto a su hija recién nacida, para irse con su amante.
Pese a que su cuñado intentó por todos los medios salir adelante, no tuvo de otra más que recurrir a ser un bandido, encontrando así su muerte y la de su hija. Por eso, usando su habilidad secreta, Esther hará un trato con el mismo diablo y si logra traer de regreso las almas de ellos, que han reencarnado en otro mundo, dentro de la historia de "La amante del embajador" este haría que por fin ellos tuvieran un final feliz.
¿Logrará darle una nueva vida a su cuñado?
¿Podrá su sobrina al fin tener una existencia tranquila?
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CAPÍTULO 9
Alexander, sin dudarlo, la alzó en brazos y la llevó a su alcoba. Allí, bajo la luz tenue del sol, que se filtraba por las cortinas, se entregaron a una mañana de pasión desenfrenada. No le importaba que faltara por primera vez a un día de trabajo o el malestar del alcohol, lo único que deseaba era seguir haciendo suya a su cuñada.
Penélope sabía que cada caricia, cada beso y cada susurro calculado eran un paso más hacia su objetivo. Sin embargo, a veces le costaba aguantar el ritmo del cuerpo de su cuñado. El tamaño de este era cuatro veces más que el de ella, apenas si lograba rodear su espalda con sus brazos.
—Lo siento—susurró mientras la tenía en misionero—bésame... hazme olvidar... mi dolor.
Suplicándole, sometió sus labios, mientras seguía embistiéndola hasta volver a correrse dentro de ella por una quinta vez. Su vientre se sentía tan lleno de su semilla, que estaba segura, desbordaba de lo más profundo de su feminidad.
Observando que faltaban media hora para las doce del medio día, siguió comiéndose a Penélope. La joven mujer, roja a más no poder, estaba debajo de él, mordiendo su almohada, mientras él seguía embistiéndola.
—¡Mi señor!—la nana de su hijo tocó la puerta—¡El joven amo despertó!
—¡Enseguida, voy!—respondió con la voz ronca.
Besando desde atrás a Penélope, la pequeña jovencita sintió como el oso encima de ella descargaba lo último que le quedaba de su semilla. Observándola temblar ante la sesión que había tenido, le dio dos nalgadas, haciendo que su retaguardia quedara con sus palmas marcadas.
—Pediré que traigan tus cosas—susurró mientras mordía su oreja—partir de ahora, me servirás en la cama todas las noches y cada momento del día que quiera… ¿Entendiste?
Penélope solo asintió, le faltaba el aire y estaba muy cansada. Quedándose dormida, Alexander se cambió y fue rumbo a la habitación de su hijo. El sonido de la puerta cerrándose hizo que Penélope volviera en sí, girándose ante lo sudorosa que estaba.
—¡Duele!—espetó mientras intentaba sentarse.
La imagen que podía ver del espejo de cuerpo completo, enfrente de la cama de Alex, la dejó sin palabras. No solo estaba llena de sus marcas, sino que hasta en su cabello había la semilla blanca de este. Las marcas de sus dedos se podían ver en su delantera.
Estaba consciente que el ser la amante de su cuñado implicaría servirle en la cama y darle lo que su hermana no le daba al embajador, pero jamás se había imaginado que Alexander tuviera tanto contenido. Inclusive, al abrir sus piernas, podía notar como la semilla de él no dejaba de emanar de su interior.
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Al otro lado del pasillo, Alexander se acercó a la cama del hijo de su esposa. El pequeño tenía varios hematomas y su brazo con un cabestrillo debido a la caída; sin embargo, al tocar su frente, pudo notar que esta comenzaba a ceder.
—¿Papi?—preguntó el pequeño con un ojo morado—¿papi, yo soy un niño malo?
—¿Por qué crees que eres un niño malo?—preguntó sentándose al lado—¿qué está aquejando a mi hijo?
—Tenía mucho miedo ayer, me sentía mal. Mi tía no estaba, papá no estaba—respondió al borde del llanto—quería dormir con mamá, pero ella me apartó...me miraba con odio, ¿papi, hice algo malo?
—¡Shh!—lo consoló con un beso en la frente—no lo hiciste... un niño bueno como tú jamás haría nada malo...
Alexander sintió un nudo en el pecho al escuchar las palabras de su hijo. La confusión y el dolor en los ojos del pequeño le rompieron el corazón. Se inclinó hacia adelante y abrazó al niño con cuidado, tratando de no hacerle daño en su frágil estado.
—Eres un niño maravilloso, y nada de esto es tu culpa —dijo suavemente, acariciando su cabello con ternura—a veces, los adultos cometen errores, y eso puede hacer que las cosas se sientan confusas y dolorosas.
El niño sollozó, aferrándose a su padre como si fuera su único salvavidas. Alexander apretó los dientes, tratando de contener su propia ira y frustración. Sabía que algo había ido terriblemente mal y que su esposa, la madre del niño, no estaba actuando como debería.
El niño asintió débilmente, sus lágrimas mojando la camisa de Alexander. Después de un rato, el pequeño empezó a calmarse, su respiración volviéndose más regular.
—Papi...me quiero ir—le suplicó el pequeño—no quiero ser hijo de mami... odio al abuelo rey también.
—¿A su majestad?—preguntó curioso.
—El abuelo vio cuando mamá me golpeaba en el palacio—respondió con la voz baja—y él solo me ignoró cuando lloraba...
El embajador tuvo que contener una blasfemia, sintiéndose culpable, puesto que su rol como embajador le pedía mucho tiempo en la embajada. Sin embargo, su corazón anhelaba que ya todo acabara, así fuera que tuviera que dejar su vida y empezar una nueva de cero.
—¿Si comenzáramos de nuevo, donde te gustaría ir?—le preguntó acurrucándolo en su pecho—¿qué te gustaría?
—¡Quiero ser como el llanero solitario!—respondió somnoliento—¡Un gran vaquero!
El niño se durmió gracias a los latidos del corazón de su padre, no sin antes mostrarle su cuento favorito. Al parecer, su hijo era fanático de un cuento ambientado en las tierras del Nuevo mundo, un vasto continente descubierto por la corona hacía doscientos años.
—¿Será posible ir allá?—preguntó analizando sus posibilidades.
Si era cierto lo que la misteriosa mujer le había dicho la noche anterior, entonces era cuestión de tiempo para que los insurgentes hicieran un golpe al reino y derrocaran a la familia real.
Siendo así, le convenía aliarse, no solo para salvarse junto a su hijo, sino para luego huir y comenzar de cero. No sin antes vengarse por todo lo que su maldita esposa había hecho.
Alexander miró al pequeño que dormía pacíficamente en su pecho, con el corazón, latiéndole con fuerza por la mezcla de emociones. Sabía que no podía permitir que su hijo siguiera sufriendo.
i puedan ser felices cuando todo termine😮💨😮💨