El maltrato que sufrió Alessandro en toda su niñez se verán opacada cuando un chico de otra ciudad, lo empieza a tratar de una manera distinta.
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Capítulo 11 vuelo
Después de clases, Lucas y yo caminamos juntos por las calles, pero me detuve en la plaza. —¿Podemos ir un ratito? —pregunté.
—Sí —respondió Lucas con una sonrisa.
Le agarré de la mano y corrimos hasta la hamaca. Me senté y me hamaqué, él también hizo lo mismo. Los pajaritos volaban y el sol caía para dar paso a la luna. El silencio se rompió cuando Lucas me preguntó algo.
—¿Por qué dejaste que te lastimara Belén? —me preguntó con curiosidad.
Lo miré y después observé al cielo. Suspiré y lo miré otra vez.
—La verdad quería pegarle, pero no lo hice. Ella es una mujer y yo un hombre, no está bien hacer eso —dije.
Él me miró y arrugó la cara.
—Te entiendo, pero no por eso te vas a dejar golpear así. No todo se resuelve con diálogos, algunos son intransigentes que sólo entienden a los golpes —dijo Lucas.
—Lo sé —hice una pausa—. Gracias por ayudarme hoy —le agradecí.
—Vamos, que ya está muy oscuro —dijo Lucas mientras agarraba mi mano y nos fuimos a casa.
En casa, estaba Flor, la hermanita de Lucas, que me sonrió con su sonrisa de seis años. Tenía un diente menos en la parte delantera, lo que la hacía parecer aún más adorable. Su cabello castaño oscuro brillaba en la luz de la sala.
—¿Y cómo les fue hoy? —preguntó Flor con curiosidad.
—Muy bien, gracias por preguntar —dijo Lucas.
Yo solamente la miré y me acerqué a ella. Saqué algo de mi mochila. Era un dibujo de una flor.
—Ten, es para ti —le di el dibujo.
Ella se puso contenta y le mostró el dibujo a su papá, Antonio, que sonrió y me agradeció. Antonio era un hombre alto y fuerte, con el mismo cabello castaño oscuro que Flor y Lucas. Tenía ojos azules que brillaban con amabilidad.
Después, fui a la habitación de Aruto, el hermano mayor de Lucas. Arturo era un joven alto y delgado, con gafas y una mandíbula marcada. Tenía el cabello rubio claro y ojos verdes que parecían brillar con inteligencia.
—¿Quieres jugar un juego conmigo? —me preguntó Arturo.
—Claro —dije.
Jugamos juegos de pelotas y zombies en su computadora. No entendí mucho, pero sí gané. Aturo me miró con envidia.
—Jamás había visto a mi hermano tan feliz y atento a alguien —dijo Arturo mientras jugábamos—. Parece que de verdad le importas.
—¿Cuídalo, sí? —me dijo él.
Me reí un poco.
—Lo voy a cuidar siempre —le dije con una sonrisa.
Azur, la mamá de Lucas, entró en la habitación con una sonrisa amable. Tenía el cabello rubio claro y ojos verdes que brillaban con bondad.
—¿Qué están haciendo? —preguntó Azur.
—Estamos jugando un juego —dijo Arturo.
Azur sonrió y se sentó en la cama con nosotros.
—¿Quieres jugar con nosotros? —le pregunté.
Azur se rió.
—Claro, pero no sé si podré ganar —dijo.
Jugamos juntos hasta que se hizo tarde. Luego, nos fuimos a cenar y pasamos el resto de la noche hablando y riendo juntos.
En la cena me abrí un poco más y conté de mi día, ellos escuchaban atentos y se veían interesados, después hice una pregunta.
—Me gustaría ir al museo, ¿les gustaría ir conmigo? —pregunté y ellos se miraron para después sonreír, todos dijeron que sí, aunque a algunos no los entendí.
Cada vez Lucas era más apegado que siempre me abrazaba y ponía un pie sobre mis piernas, no podía evitar sentir cariño, sin embargo él era más grande que yo en cuerpo y a veces me aplastaba.
"Me gustaría tenerte así siempre" dije casi susurrando.
—Yo también —susurró Lucas.
En mis sueños soñé que corría de ese dolor que me consumió desde infante, sólo corría sin ningún rumbo, todo era tan oscuro que tropecé y me rendí, pero de repente una luz refusiló y cuando miré hacia ahí vi a Lucas quien corría hacia mí y me abrazaba, miraba si estaba lastimado o no, y al haberme caído me raspé la rodilla entonces él se dio la vuelta y se arrodilló.
—Subí —me dijo, subí y él caminó hacia la luz conmigo en su espalda, no podía evitar ver lo fuerte que era su espalda.
Muy temprano en la mañana me desperté, bajé a la planta baja y me encontré con el señor Antonio y la señora Azur, quienes charlaban y preparaban el desayuno. Me uní a ellos y, cuando terminé, subí a buscar a Lucas para que bajara a desayunar.
Entré en su habitación y lo encontré durmiendo, con sus pies sobresaliendo de la cama. Su gran cuerpo estaba relajado. Me acerqué e inhalé aire, y él se movió un poco.
—Lucas, despierta, que vamos al museo hoy— le dije.
Él balbuceó y se quejó.
—Un ratito más, nomás— dijo.
—Entonces voy con Arturo— le dije.
Él abrió los ojos y me miró. Se sentó en la cama y me miró con cara de dormido.
—Dame cinco minutos y ya estoy— dijo.
Entró al baño y pude escuchar cómo caía el agua. Me acosté en la cama, mirando al techo, esperando a que saliera. Él salió con una toalla por la cintura.
—Me olvidé la ropa— me dijo.
Me limité a mirarlo. Él agarró su ropa y volvió al baño para cambiarse. Después salió ya cambiado.
Bajamos a desayunar y luego subimos al auto para irnos. No me puse el cinturón y Lucas lo hizo por mí.
—No te olvides del cinturón— me dijo con melancolía.
—Muchas gracias— agradecí y le di un beso en el cachete.
Él se apartó y miró hacia la ventana. Logré notar que una sonrisa se le formaba, y sonreí aliviado.
Llegamos al museo y recorrimos todo. Luego fuimos al parque cercano y disfrutamos todo el día. Cuando volvíamos a casa, la mamá de Lucas recibió una llamada. Era su hermana, quien la invitó a pasar las vacaciones de invierno allí. Ella aceptó.
Miré a Lucas y él también me miró, me tenía de la mano. Terminé la cena y agradecí, fui directamente a la cama. Me tiré en ella y me dormí totalmente. Lucas entró y me sacó los zapatos, la camisa. Me tapó con las mantas. Él también se sacó el calzado y su ropa, se puso un pantalón corto y se acostó conmigo.
Hacía mucho calor y no aguantaba, me moví y la piel de Lucas, que me abrazaba, estaba muy pegada a la mía debido al sudor. Me liberé y me tiré al suelo, donde dormí. Lucas se despertó y me buscó. Cuando me vio en el suelo, me movió con el pie.
—Todavía no estoy muerto— le dije de mala manera.
Él se reía y se acostó en el suelo también, intentó abrazarme y me negué.
Al otro día, ya estaban preparando las maletas y pasaportes. Yo miraba todo sin entender. Lucas ponía su ropa y la mía en su maleta.
—¿Y por qué mi ropa? —pregunté.
—Vas con nosotros, es obvio —me respondió.
—¿Y a dónde? —pregunté.
—A Bariloche —dijo.
—¿Tan lejos? —hice una pausa—. ¿En qué vamos?
—En avión —se puso perfume y también me lo puso a mí—. Vamos —me agarró de la mano y bajamos. Ya nos esperaban en el auto.
Fuimos en auto hasta el aeropuerto y allí subimos al avión. Estaba nervioso y mareado. Lucas me sujetó de la mano.
—Tranquilo —dijo—. El avión es lo más seguro que hay.
—No creo —dije, las turbulencias sólo hacían que me diera nauseas y mareos.