En la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una serie de desapariciones misteriosas aterra a la comunidad. A pesar de los esfuerzos de la policía local, las víctimas desaparecen sin dejar rastro. Héctor Ramírez, un detective experimentado, es llamado para investigar. Mientras avanza en su pesquisa, descubre que las desapariciones están conectadas por una serie de pistas inquietantes que parecen ir más allá de lo criminal. Atrapado en un misterio que desafía su comprensión, Héctor se enfrenta a fuerzas que no pueden ser explicadas por la lógica. A medida que el caso avanza, la atmósfera de la ciudad, cargada de historia y superstición, se convierte en un campo de juego para lo sobrenatural.
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13 de Abril 2024
Bitácora del Inspector Héctor Ramírez
La madrugada me encontró revisando los documentos relacionados con los casos de Mariana y Santiago. Los hallazgos más recientes parecían reforzar la idea de que ambos incidentes estaban conectados. Sin embargo, cada nueva pista solo añadía más preguntas, como si alguien estuviera jugando un elaborado juego de sombras con nosotros.
A primera hora, el equipo recibió la confirmación de que el análisis químico de la sangre de Santiago revelaba rastros de una sustancia poco común, similar a ciertas plantas alucinógenas usadas en ceremonias rituales. Aunque los médicos no pudieron determinar cómo la sustancia había llegado a su sistema, la conexión con el cuaderno encontrado en el edificio abandonado se hacía cada vez más evidente.
La siguiente parada fue el archivo histórico de San Cristóbal de las Casas. Clara y yo pasamos horas revisando documentos antiguos en busca de información sobre el edificio colonial donde apareció el cuerpo de Mariana. Lo que encontramos fue inquietante: en los registros de la época, el lugar era referido como La Iglesia de las Sombras.
Según los documentos, la iglesia había sido clausurada a finales del siglo XVIII después de que se descubriera que su congregación practicaba rituales considerados herejía por la Inquisición. Aunque no se detallaba en qué consistían exactamente esas ceremonias, un informe mencionaba símbolos extraños en las paredes y el suelo, similares a los que encontramos en el edificio.
Además, los archivos incluían un nombre que resonó de inmediato: Aurelio Morales. Aunque el nombre en los documentos hacía referencia a un sacerdote de aquella época, no podía ignorar la coincidencia con el nombre del actual propietario del taller de reparaciones en la ciudad.
Por la tarde, decidí visitar nuevamente a María Herrera, la madre de Santiago, para preguntarle si recordaba algo más que pudiera ayudarnos. Cuando llegué, su semblante reflejaba el agotamiento de días de preocupación, pero me recibió con la misma amabilidad de siempre.
Durante nuestra conversación, mencionó algo que inicialmente había pasado desapercibido. Dijo que, unos días antes de la desaparición de Santiago, él había recibido una visita de un hombre mayor, alguien que ella no reconoció. El hombre, según describió, tenía una presencia inquietante, vestía de forma sencilla y llevaba un rosario con un símbolo que no parecía religioso, algo que ella describió como una estrella con puntas alargadas.
La descripción me recordó inmediatamente los grabados en el pecho de Mariana y las marcas encontradas en el suelo del edificio abandonado.
Antes de que terminara el día, regresé al taller de Aurelio Morales, decidido a interrogarlo una vez más. Lo encontré trabajando en una vieja motocicleta, como si el mundo exterior no existiera. Cuando le mencioné el nombre La Iglesia de las Sombras, un destello de reconocimiento cruzó su rostro, pero lo ocultó rápidamente detrás de una sonrisa calmada.
—Inspector, no sé de qué me habla. Yo solo reparo cosas aquí, no soy hombre de historias antiguas —dijo con un tono neutral, aunque sus ojos decían otra cosa.
Mientras hablábamos, noté algo que no había visto antes: un libro encuadernado en cuero descansando en una mesa cercana. Aunque no pude ver el título, el diseño en la portada era inquietantemente similar a los símbolos encontrados en el edificio abandonado.
Aurelio desvió mi atención antes de que pudiera mencionarlo, preguntándome sobre el progreso del caso de Santiago. Sus preguntas, aunque aparentemente inocentes, me dejaron con la sensación de que sabía más de lo que dejaba entrever.
Por la noche, mientras organizaba mis notas, recibí una llamada urgente de Clara. Había encontrado algo más en el cuaderno recuperado del edificio: una lista de nombres. Entre ellos estaban Mariana Gómez y Santiago Herrera, pero también había otros que no reconocía.
Lo que más me perturbó fue el título que encabezaba la lista: “Los Elegidos para el Vínculo”.
Aunque no sé exactamente qué significa, está claro que esto es más grande de lo que imaginábamos. Las piezas están comenzando a encajar, pero el panorama que forman es cada vez más oscuro.