Enfrentando una enfermedad que amenaza con arrebatarle todo, un joven busca encontrar sentido en cada instante que le queda. Entre días llenos de lucha y momentos de frágil esperanza, aprenderá a aceptar lo inevitable mientras deja una huella imborrable en quienes lo aman
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Capitulo 9
El cielo de Suiza era amplio y claro, un lienzo azul salpicado apenas por nubes que se deslizaban lentamente sobre los Alpes. Aliert y Daniel caminaban juntos, sus pasos crujían sobre la nieve fresca mientras subían por un sendero de montaña. Cada bocanada de aire que inhalaban les traía un frescor vivificante, un contraste refrescante con el ambiente pesado de los hospitales que Aliert conocía tan bien últimamente.
—No puedo creer lo hermosa que es la vista -comentó Aliert, deteniéndose para observar el valle que se extendía más abajo. A lo lejos, las montañas cubiertas de nieve parecían tocar el cielo.
Daniel, a su lado, sonrió al ver la expresión de Aliert. Hacía tiempo que no lo veía tan lleno de vida, con esa chispa en sus ojos que hacía olvidar, aunque solo fuera por un momento, todo lo que estaba pasando.
—Es increíble, ¿verdad? –respondió Daniel, sin dejar de mirarlo-. A veces uno olvida lo especial que es este lugar. Solo caminamos por ahí, como si siempre fuera a estar aquí... pero compartirlo contigo lo hace diferente.
Aliert se sonrojó levemente y bajó la mirada. Sentía su corazón latir con fuerza, no solo por la caminata, sino por el peso de la cercanía de Daniel. Había algo en este día que hacía que todo pareciera posible, como si nada en el mundo pudiera arrebatarles este momento.
—Gracias por estar aquí -dijo Aliert en voz baja, intentando que su agradecimiento no se convirtiera en una súplica.
Daniel le sonrió, acercándose un poco más.
—Siempre estaré aquí, Aliert. -La frase salió tan natural, tan sincera, que ninguno de los dos dudó de su veracidad.
Después de caminar un rato más, encontraron un lugar tranquilo, rodeado de árboles y con una vista aún más impresionante de los Alpes. Se sentaron sobre la nieve, y aunque hacía frío, el silencio y la paz del entorno los envolvió en una especie de calidez inusual.
—¿Alguna vez te has preguntado cómo sería todo si las cosas fueran diferentes? -preguntó Aliert, mirando a Daniel con una mezcla de tristeza y esperanza.
Daniel asintió, sin apartar la vista de él.
—Lo hago todo el tiempo -respondió, y su voz llevaba un toque de melancolía-. Pero luego pienso que... que incluso con todo lo que está pasando, tenerte aquí es lo que más importa.
Aliert lo miró, sus ojos llenos de emociones encontradas. No sabía qué responder, así que en lugar de palabras, simplemente dejó que el momento hablara por sí mismo. El silencio entre ellos se volvió más denso, más significativo, hasta que, sin pensarlo, sus manos se encontraron, entrelazándose casi de manera automática.
Daniel sintió el calor de la mano de Aliert en la suya y sintió su corazón acelerarse. Ese simple contacto parecía quebrar una barrera invisible entre ellos. Sus miradas se encontraron de nuevo, y esta vez no hubo necesidad de palabras. Todo estaba dicho en ese instante.
Entonces, casi sin darse cuenta, Daniel se inclinó hacia Aliert, y sus labios se rozaron, primero con timidez, luego con una intensidad que ambos desconocían. Fue un beso dulce, tierno y dolorosamente necesario. Un beso que contenía todo lo que no se atrevían a decir, todo el miedo, la esperanza, el deseo y la desesperación de un futuro incierto.
Cuando el beso terminó, ambos se miraron en silencio, como si acabaran de cruzar un umbral invisible. Sin embargo, esa realidad volvió a ellos con rapidez, recordándoles que este momento era tan frágil como lo era Aliert.
—Quizás... -murmuró Aliert, bajando la mirada con una mezcla de vergüenza y confusión-. Quizás sea mejor no hablar de esto.
Daniel asintió lentamente, su corazón aún latiendo desbocado. No quería estropear lo que habían vivido, ni presionar a Aliert con preguntas o explicaciones. Quería que este momento quedara así, puro y perfecto.
—Sí, creo que tienes razón -dijo, fingiendo una sonrisa despreocupada, aunque por dentro sentía que había dejado una parte de sí mismo en aquel beso.
Se quedaron sentados unos minutos más, el uno junto al otro, en silencio, con las mentes revueltas y los sentimientos a flor de piel. Al final, se levantaron y emprendieron el regreso, cada uno envuelto en sus propios pensamientos. La caminata de regreso fue tranquila, y aunque hablaron de cosas triviales, ambos sentían el eco del beso aún latente entre ellos.
Al despedirse, Aliert le dio una última sonrisa a Daniel antes de alejarse hacia su casa. Daniel lo observó marcharse, sabiendo que nada sería igual desde ese día, que esa simple caminata por los Alpes había cambiado algo en sus vidas para siempre.
Esa noche, ambos se acostaron con la mente hecha un caos. Daniel no dejaba de recordar la sensación de los labios de Aliert, su calidez, su fragilidad. Sabía que el camino que tenían por delante sería difícil, lleno de incertidumbres y miedos, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que no estaba solo en esa lucha.
...ALIERT ...
Aliert estaba en su cuarto, recostado en la cama, con la mirada fija en el techo. Era casi medianoche, y el mundo a su alrededor estaba en completo silencio, salvo por el eco del beso que había compartido con Daniel. Había cerrado los ojos, intentando encontrar calma, pero su mente seguía volviendo al momento en los Alpes, a la forma en que los labios de Daniel se habían sentido contra los suyos, a la calidez de su mano y la suavidad de ese instante que parecía tan irreal. Fue como si, por un instante, el mundo hubiera dejado de girar, y él se sintió libre.
Pero ahora, de vuelta en su habitación, la realidad le golpeaba con dureza. Recordó todas las veces que había oído a sus padres hablar en voz baja sobre su enfermedad, sobre el tiempo incierto que le quedaba, y sobre cómo, pese a las mejoras, su salud seguía siendo frágil. Sentía un nudo en el estómago al pensar que estaba permitiéndose sentir algo que no merecía, algo que no debía... No era justo.
"¿Cómo puedo estar pensando en enamorarme cuando cada día es una batalla para despertar?", se decía a sí mismo, en voz baja, casi con amargura. La idea lo llenaba de culpa. ¿Por qué tenía el derecho de aferrarse a esos sentimientos, de pretender que era normal cuando sabía, en el fondo, que su tiempo era limitado? Su vida, su futuro, todo estaba en pausa. Y Daniel, con su sonrisa, con su ternura, no merecía cargar con esa tristeza, con esa incerteza.
Cerró los ojos, sintiendo una presión creciente en el pecho. Una parte de él anhelaba volver a esos instantes de paz junto a Daniel, a esa conexión que parecía desafiar toda lógica. Pero la otra, la parte herida, la que vivía con el miedo de no ver el siguiente amanecer, le gritaba que era un error. Que era injusto. Sabía que sus padres habrían dado cualquier cosa para que él tuviera una vida normal, para que pudiera preocuparse solo de cosas pequeñas, como los exámenes o las amistades, en lugar de tratamientos y efectos secundarios. Y ahora, justo cuando su vida pendía de un hilo, el amor había decidido aparecer, como si quisiera burlarse de su situación.
Un suave golpe en la puerta lo devolvió a la realidad. Era su madre, Camille. Abrió la puerta solo un poco, asomándose con una expresión de preocupación.
—¿Aliert? -su voz era suave, como si temiera asustarlo-. ¿Estás bien? Te noto... distante. No has querido cenar, y te ves muy cansado.
Aliert quiso responder, decirle que estaba bien, que solo era una noche más complicada, pero las palabras parecían atorarse en su garganta. Camille avanzó un poco más, y en su mirada vio la preocupación que sus padres llevaban cargando desde el día en que le diagnosticaron.
—Si necesitas hablar... -intentó decirle, acercándose para acariciarle el cabello. La mirada de Aliert se suavizó, pero no dijo nada. No podía hablar de Daniel, ni del beso, ni de la tristeza que lo embargaba. Porque sabía que su madre se preocuparía aún más, y no quería añadir otra carga a los problemas que ya llevaban.
Camille suspiró y, tras un rato en silencio, se retiró. La habitación volvió a sumirse en la oscuridad, y Aliert se sentó al borde de la cama, sintiéndose cada vez más pequeño, más perdido.
Su cuerpo todavía resentía los efectos de la última quimioterapia. Su estómago estaba revuelto, su piel pálida, sus ojos hundidos de un cansancio que no podía describir con palabras. Las náuseas aparecían sin previo aviso, y las fuerzas se le iban cada vez con más rapidez. Era difícil encontrar un sentido cuando el dolor y el cansancio parecían su única constante. La idea de un futuro parecía un sueño tan lejano que dolía, y el amor... el amor era una fantasía que no debía permitirse. No quería que Daniel se atara a él solo para terminar herido cuando llegara el inevitable final.
Sin embargo, por más que lo intentaba, no podía borrar el recuerdo de la sonrisa de Daniel, ni de sus palabras en los Alpes: "Siempre estaré aquí". Era irónico, porque esas palabras, que deberían haberle dado esperanza, ahora le producían una tristeza profunda, una sensación de pérdida anticipada. Quería aferrarse a esa promesa, pero al mismo tiempo, sabía que, si quería proteger a Daniel, debía ser fuerte y mantenerlo a distancia. Porque cuando el final llegara, no quería que nadie sufriera por él.
"Tal vez... tal vez no deba decirle nada más," pensó, tratando de convencerse. Pero algo en su interior no quería dejar ir ese pequeño atisbo de felicidad, por más breve y frágil que fuera.