Erick un antiguo detective retirado es una persona obsecionada con un caso de desapricion del pasado resibe una misteriosa llamada anonima que lo llevara a volver al caso, el inicio que comenzo con esta llamada lo metera a los planes de una organizacion que nos dice que el secuestro de laura no es tan simple como parece
La historia está hecha para que te preguntes si hubieras seguido las decisiones que Erick toma a lo largo de la historia
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Lucha por sobrevivir
El dolor punzante en mi costado me roba el aliento, un grito ahogado se pierde en la garganta. La sangre, salada y caliente, me quema la boca. Su fuerza es sobrehumana, una fuerza bruta que se estrella contra mi defensa, cada golpe una onda expansiva de dolor que recorre mi cuerpo. Mis años de entrenamiento en artes marciales, las lecciones de mi padre, me permiten esquivar algunos golpes, contraatacar con precisión, pero es una lucha desigual. Sus músculos se contraen y relajan con una velocidad inhumana, una potencia que no había visto antes, ni siquiera en las peleas clandestinas de mi juventud. No hay técnica, solo fuerza pura y desenfrenada, una avalancha que amenaza con aplastarme.
Mi resistencia se agota, los músculos arden, el cansancio se apodera de mi cuerpo con una velocidad alarmante. Cada golpe es una batalla, cada esquivada un triunfo efímero. Siento que mis fuerzas flaquean, que mis movimientos se vuelven más lentos, más imprecisos. Él lo nota, lo percibo en la forma en que su rostro, aunque impasible, parece relajarse ligeramente, en la seguridad fría que se filtra en sus ojos rojos.
Entonces llega el golpe que me dobla por completo. Un gancho al hígado que me deja sin aire, un dolor que se extiende como una llama por todo mi cuerpo. Me arrodillo, la sangre brotando de mi boca, los pulmones en llamas. El sabor metálico se mezcla con el amargo del fracaso. Veo el suelo acercarse, el mundo desvaneciéndose en un borrón de dolor y oscuridad.
Pero aún así, sus ojos me miran con frialdad, una frialdad que va más allá del simple desprecio, que trasciende la brutalidad del combate. Es una frialdad glacial, la mirada vacía de un depredador satisfecho, que espera a que su presa deje de respirar antes de consumarla. En sus ojos rojos no hay triunfo, no hay rabia, solo una vacía, gélida contemplación. No hay rastro de humanidad; solo la contemplación inmóvil de un monstruo.
El golpe nunca llega. Un silencio ensordecedor, roto sólo por el agudo silbido del aire que se escapa de mis pulmones, reemplaza la expectativa inminente de la muerte. El recuerdo fugaz de María, un destello de su sonrisa en medio del torbellino de la agonía, se desvanece. El sonido, un disparo seco y contundente, resonaba todavía en mis oídos.
Al abrir lentamente los ojos, la imagen que se presenta ante mí es grotesca y surrealista: un agujero sangrante, enorme y horrible, se abre en el rostro del gigante rojizo, manchando su piel enfermiza con un nuevo y violento color escarlata. Cae hacia atrás sin un sonido, como un árbol gigantesco derribado por un rayo. Detrás de él, temblando incontrolablemente, está Eleanor. Mi arma, humeante todavía, descansa en su mano, inestable, casi cayendo.
Sus ojos, desorbitados y llenos de una mezcla de terror y alivio, se encuentran con los míos. El silencio se mantiene unos segundos, roto solo por la tos seca que me sacude violentamente. El olor a pólvora y sangre llena el aire, un aroma brutal que contrasta con el pánico palpable que emana de Eleanor. El mundo, por un instante, se ve nítido, en un silencio brutal.
Una rápida ojeada al coloso caído, una confirmación silenciosa de su muerte. No hay tiempo para el remordimiento, solo para la acción. La escena es un macabro cuadro de violencia y muerte, pero el peligro aún no ha pasado. "Vámonos," le digo a Eleanor, mi voz ronca, entrecortada por la falta de aire y el dolor persistente. "Ellos vendrán por el ruido.
Trae el arma". Mis palabras parecen romper el hechizo de terror que la paralizaba. El temblor en su cuerpo disminuye ligeramente, un leve cambio perceptible en su postura. Se recompone, toma el arma con una mano temblorosa, pero firme. Con mi brazo apoyado en su hombro, un apoyo más que un obstáculo, nos movemos con una sincronía sorprendente hacia el coche, un punto de luz lejano en la oscuridad del bosque.
La urgencia del momento, la sensación de ser perseguidos, guía nuestros pasos. El coche se presenta como una promesa de escape, un refugio contra la amenaza inminente. La noche se cierne sobre nosotros, oscura y silenciosa, un testigo silencioso de nuestra huida. El motor ruge al encenderse, rompiendo el silencio de la noche. El escape ha comenzado, pero el peligro, sin duda, aún nos acecha.
El motor ruge, un rugido salvaje que se funde con el silbido del viento en nuestros oídos. La carretera, oscura y vacía bajo la luna, se extiende ante nosotros como una promesa de escape. Aceleras, el asfalto se convierte en un borrón bajo las ruedas, y el silencio de la noche, roto solo por el motor, nos envuelve. Siento la tensión en mi cuerpo, un eco del combate recién terminado. El arma en mis manos es fría, pesada, un peso familiar que me ancla en la realidad.
En el asiento del copiloto, Eleanor tiembla. Veo la angustia en sus ojos, la palidez de su rostro. El peso de la vida que ha quitado se posa sobre sus hombros, una carga visible en su respiración entrecortada. Entiendo su miedo, el horror de haber quitado una vida, aunque esa vida fuera… diferente.
"Eso no es un humano," digo, mi voz baja, intentando transmitir calma sin perder la vigilancia. "Eso… eso es parte de la investigación. Una pieza más del rompecabezas." Miro por el retrovisor, la oscuridad impenetrable detrás de nosotros solo intensifica la sensación de ser perseguidos. El silencio de la noche es engañoso, puede esconder mil amenazas.
Mis palabras parecen tener poco efecto. Sus temblores continúan, aunque ligeramente disminuidos. Le pongo una mano en el hombro, un gesto ligero, sin presión. "No te culpes," añado, mi voz suave como una caricia en la tormenta. "Hiciste lo que tenías que hacer para sobrevivir. Ambos. Él nos estaba matando."
El silencio vuelve a instalarse entre nosotros, un silencio pesado cargado de emociones. No necesito palabras para saber que el trauma del encuentro nos ha marcado a ambos. El coche, nuestra burbuja de seguridad, se mueve rápidamente entre la noche. La carretera se curva, se extiende, un camino sinuoso hacia un futuro incierto. De vez en cuando miro el retrovisor, pero solo veo oscuridad. Aún no estamos a salvo.
¿Qué hacemos ahora? ¿A dónde vamos? La respuesta no está en la carretera que se extiende ante nosotros, sino en la memoria USB, en el conocimiento que contiene, en el siguiente paso de nuestra investigación. El peligro se ha aplazado, pero no ha desaparecido. La sombra de la Corporación Quimera, de la Sociedad Áurea, aún se cierne sobre nosotros. Y la pregunta sigue ahí, silente pero persistente: ¿Quién es el Sujeto N°002?