Una Historia De Amor Inmortal

Elena se despertó en medio de la noche, sudorosa y con el corazón latiendo a mil por hora. Había tenido otro sueño sobre él, el vampiro solitario. Desde la noche en que sus amigos le habían contado las historias sobre Adrian, el misterioso habitante de Ravenwood, no había dejado de pensar en él. Su mente parecía estar atrapada en un bucle de curiosidad y temor.

Trató de calmar su respiración y se recostó de nuevo, cerrando los ojos con fuerza. Sin embargo, las imágenes del sueño seguían claras en su mente. Se encontraba en un bosque oscuro, el aire frío y denso a su alrededor. De repente, sintió una presencia detrás de ella. Se giró lentamente y lo vio, de pie entre los árboles, mirándola con unos ojos que parecían ver directamente a su alma.

"Elena," su voz era un susurro suave pero cargado de una autoridad antigua. "Elena, ven a mí."

En el sueño, sus pies se movían por voluntad propia, llevándola más cerca de él. La distancia entre ellos se acortaba, y cada paso parecía resonar en el suelo del bosque. A medida que se acercaba, pudo distinguir sus rasgos. Era increíblemente guapo, con una belleza que parecía más allá de lo humano. Su piel era pálida como la luna, y sus ojos, profundos y oscuros, la observaban con una intensidad que le hacía sentir tanto miedo como atracción.

"Elena," volvió a llamarla, extendiendo una mano hacia ella. "Te he estado esperando."

Elena se despertó de nuevo, jadeando, sin saber si era la voz de su sueño o un eco en su habitación. Miró alrededor, esperando ver alguna sombra o figura en la oscuridad, pero no había nada. Solo estaba ella, sola en su cama, con el latido de su corazón aún resonando en sus oídos.

Por la mañana, mientras se preparaba para ir a la escuela, no pudo quitarse de la cabeza el sueño. Sus amigos notaron que estaba más callada de lo usual, pero no preguntaron. A lo largo del día, las imágenes del sueño seguían volviendo a ella, distrayéndola de sus clases y conversaciones.

Durante el almuerzo, Sarah finalmente rompió el silencio. "Elena, ¿estás bien? Pareces estar en otro mundo."

Elena se encogió de hombros, tratando de parecer despreocupada. "Solo he estado teniendo sueños extraños últimamente. Probablemente solo sea mi imaginación."

"¿Sueños sobre qué?" preguntó Emily, siempre la curiosa del grupo.

Elena dudó por un momento antes de responder. "Sobre el vampiro solitario."

Sarah y Tom se miraron con interés. "¿Qué tipo de sueños?" preguntó Tom.

Elena les contó sobre el sueño del bosque y cómo Adrian la llamaba por su nombre. A medida que hablaba, podía ver cómo sus amigos se volvían más serios.

"Eso es muy extraño," dijo Sarah finalmente. "Ravenwood tiene una forma de colarse en tus sueños. He oído que otros han tenido sueños similares, aunque no tan específicos."

Emily asintió. "He leído sobre eso en algunos libros. Se dice que los vampiros pueden comunicarse a través de los sueños, especialmente si tienen una conexión especial con alguien."

"¿Conexión especial?" repitió Elena, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. "¿Qué significa eso?"

"No estoy segura," admitió Emily. "Pero podría significar que hay algo en ti que lo atrae. Algo que lo hace querer comunicarse contigo."

Elena no sabía si sentirse halagada o asustada. "Pero eso solo fue un sueño, ¿verdad? No significa nada en realidad."

Tom se encogió de hombros. "Quizás. O quizás hay más verdad en los sueños de lo que pensamos. De cualquier manera, deberíamos estar atentos. Si empieza a pasar más a menudo, podríamos intentar descubrir qué significa."

Elena asintió, aunque no estaba segura de querer saber la respuesta. Esa noche, se acostó con una mezcla de miedo y curiosidad. ¿Qué significaban esos sueños? ¿Y por qué Adrian la estaba llamando?

Se quedó despierta hasta tarde, mirando el techo de su habitación, tratando de encontrar alguna lógica en todo esto. Finalmente, el cansancio la venció y se quedó dormida. Como había temido, el sueño regresó.

Esta vez, estaba en un gran salón con paredes de piedra y techos altos. Había velas encendidas por todas partes, lanzando sombras danzantes en las paredes. Al fondo del salón, lo vio a él, sentado en un trono de madera oscura. Sus ojos la seguían mientras se acercaba.

"Elena," dijo de nuevo, su voz resonando en el gran salón. "Ven a mí."

"¿Por qué?" preguntó ella, sintiendo una mezcla de valentía y miedo.

Adrian se levantó y caminó hacia ella, su movimiento fluido y elegante. "Porque tenemos un destino entrelazado, tú y yo. Hay cosas que debes saber, cosas que solo yo puedo mostrarte."

"¿Qué cosas?" susurró Elena, su voz temblando.

"Verdades ocultas," respondió él, ahora de pie frente a ella. "Sobre tu pasado, y sobre el mío. Sobre este lugar y su historia. Pero para saber más, debes confiar en mí."

Elena lo miró a los ojos, sintiendo una extraña sensación de paz a pesar del miedo. "¿Cómo puedo confiar en alguien que ni siquiera conozco?"

Adrian extendió una mano y tocó suavemente su mejilla. "Porque en lo más profundo de tu corazón, ya me conoces. Solo necesitas recordar."

Con ese toque, una corriente de recuerdos y emociones inundó a Elena. Vio destellos de momentos y lugares que no reconocía pero que se sentían familiares. Sintió una conexión profunda y antigua con el hombre que estaba frente a ella.

Se despertó bruscamente, su respiración rápida y su corazón latiendo con fuerza. Se llevó una mano a la mejilla donde él la había tocado, esperando encontrar alguna señal de su presencia, pero no había nada.

Se levantó y miró por la ventana. La luna brillaba intensamente en el cielo nocturno, bañando Ravenwood en una luz pálida. Sabía que había algo más en esos sueños, algo que debía descubrir. Y aunque tenía miedo, también sentía una extraña determinación. Adrian la estaba llamando por una razón, y ella iba a descubrir cuál era.

Mientras se recostaba de nuevo, se prometió a sí misma que encontraría las respuestas, sin importar lo que eso significara. Y aunque el camino podría ser peligroso y lleno de incertidumbres, estaba lista para enfrentarlo. Porque en lo profundo de su corazón, sabía que su destino estaba entrelazado con el de Adrian, y no podía ignorar ese llamado.