Doce años pagué por un crimen que no cometí. Los verdaderos culpables: la familia más poderosa e influyente de todo el país.
Tras la muerte de mi madre, juré que no dejaría en pie ni un solo eslabón de esa cadena. Juré extinguir a la familia Montenegro.
Pero el destino me tenía reservada una traición aún más despiadada. Olviden a Mauricio Hernández. Ahora soy Alexander D'Angelo, y esta es mi historia.
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Una revelación inesperada
La conversación siguió ligera por un rato. Hablamos de libros, de viajes que ella soñaba hacer con los niños de la fundación, de música que ambos conocíamos. Yo seguí la corriente, pero cada respuesta que le daba era una capa más que tejía mi trampa. Elías Montenegro y el pánico económico no se mencionaron, tal como lo había prometido.
En un momento de silencio, ella se movió para mirar de nuevo la vista de la ciudad. Aproveché la cercanía.
—Alexander, te agradezco mucho esta noche. No tienes idea de cuánto necesitaba respirar un poco.
—Todos lo necesitamos —dije en voz baja. La miré y me permití que mi fachada se cayera un poco, dejando ver un toque de la sinceridad que sentía cuando estaba con ella. Era un riesgo necesario—. Y si de algo sirve, me gusta la persona que eres cuando no tienes la carga de tu apellido.
Ella volteó a verme, completamente. Su boca se entreabrió ligeramente. La luz de la sala le daba un brillo suave a sus ojos miel.
—Tú también eres diferente, Alexander —susurró—. No eres el hombre frío que vi en la oficina de mi padre.
—Ese hombre es solo una armadura —admití, acercando mi mano a su mejilla. Sentí el pánico, no de ser descubierto, sino de sentirla. El contacto fue suave, pero mi corazón se aceleró como si acabara de correr una maratón.
Ella no se echó atrás. Apoyó la mejilla en mi palma. El fuego que había estado reprimiendo desde que la conocí explotó. Mi mente gritaba "¡Venganza! ¡Destrucción!" Pero mi cuerpo solo pedía más.
Me incliné. No hubo duda en mi movimiento. Sus labios eran exactamente como los había imaginado: suaves y cálidos. Ella respondió al beso de inmediato, sin vacilar. Era un beso hambriento, desesperado, que prometía todo lo que mi vida de soledad había negado.
La sostuve por la cintura y la acerqué a mí. Ella envolvió sus brazos alrededor de mi cuello. En ese momento, no existía Elías, ni la fundación, ni los doce años de prisión. Solo existía Sofía.
Me separé de ella solo para recuperar el aliento. Sus ojos estaban cerrados y su respiración era agitada.
—No sé qué estoy haciendo —dijo, abriendo los ojos, pero sin alejarse.
—Yo sí sé lo que estoy haciendo —respondí, mi voz ronca, sin mentir, aunque el significado fuera doble. La tomé de la mano y la guié hacia el dormitorio.
El juego había terminado. La trampa estaba lista. Sofía sería mía.
Una vez en la habitación, mis manos recorrieron el cuerpo de Sofía. Ella se estaba dejando llevar por el momento. Todo iba bien hasta que ella se alejó repentinamente.
—Lo siento, Alexander, pero esto no está bien —dijo, saliendo de la habitación.
Mi plan había fallado. Tenía que actuar rápido antes de que ella escapara.
—¿Qué pasó? Todo iba bien —pregunté con frialdad.
—No puedo hacer esto. Lo siento, nunca debí haber venido.
Intentó salir del penthouse, sin embargo, la sostuve por el brazo, logrando detenerla.
—¿Qué te hace rechazarme? —pregunté.
—No entenderías —. Sus ojos se llenaron de tristeza.
—Intenta explicarlo.
Sofía me miró con culpa. Era como si estuviera ocultando un gran secreto.
—Lo siento, esto no puede estar pasando. Yo te engañé, no debí darte esperanzas, pues estoy comprometida con el hijo de la familia Andrade y pronto me casaré con él.
Su confesión solo sirvió para avivar el fuego de la venganza que vivía en mí. Ella resultó ser igual a su familia, ella era igual a su padre. Pero este engaño lo pagaría caro. Ella se arrepentiría de haberme utilizado.
—Me estás lastimando, por favor suéltame —. Sus súplicas no me importaban. Mi necesidad de pensar que ella era tan ruin como su padre era lo que me estaba controlando.
—Tú me lastimaste mucho más. Yo me estaba haciendo ilusiones contigo, quería empezar una relación. Pero ahora me doy cuenta de que eres una mentirosa y que seguramente solo me estabas utilizando para apoyar tu fundación.
—Las cosas no son así, yo nunca quise...
—¡No digas nada! Ahora tú me vas a escuchar. Ya que no quisiste por las buenas, tendré que presionarte.
Pude ver el terror en la cara de Sofía. Ella estaba en pánico mientras yo la conducía de vuelta a la sala.
—¿Qué piensas hacerme? Por favor, déjame ir —. Sus súplicas no eran nada para mí. Ella iba a pagar el precio de su mentira.
—Siéntate ahí —ordené, señalando el sillón.
—Déjame ir. Sabes bien quién es mi padre y si me haces algo...
—¡Calla! Sé muy bien quién es el maldito de tu padre y déjame decirte que no le temo. Ustedes son los que deberían tenerme a mí.
La ira me estaba cegando. Sin embargo, logré controlarme y pensar con la cabeza fría.
—Te tengo una propuesta y estoy seguro de que no la rechazarás —dije, mirándola fijamente—. En este momento, tengo el poder de salvar o destruir a tu familia. Y está en tus manos su destino.
Sofía se quedó en silencio, sopesando mis palabras. En sus ojos se podía ver que estaba incrédula ante lo que le estaba diciendo.
—Diga lo que tenga que decir rápido —. Su mirada de odio me había hecho sentir una punzada en el pecho.
Sofía se quedó en silencio, sopesando mis palabras. En sus ojos se podía ver que estaba incrédula ante lo que le estaba diciendo.
—Diga lo que tenga que decir rápido —. Su mirada de odio me había hecho sentir una punzada en el pecho.
—Tú —dije, acercándome a ella, mi voz convertida en un susurro gélido, pero cargado de poder—. Tú eres el precio.
Ella parpadeó, sin entender.
—No te estoy pidiendo dinero ni acciones. Te estoy pidiendo a ti. Deja al hijo de Andrade. Cancela esa boda de mierda. Quiero que te conviertas en mi mujer, públicamente.
El pánico en su rostro se transformó en pura repulsión.
—¡Estás loco! ¿Crees que puedes obligarme?
—Puedo. Y lo haré. Ahora mismo, tu padre está de rodillas, rogando que lo salve de la ruina que le ha provocado la firma de abogados Mauricio Hernández. Yo soy el único que tiene el capital para rescatarlo, y él me lo va a entregar todo a cambio de un puesto como asesor.
Hice una pausa. La dejé asimilar la información.
—Pero, antes de firmar el rescate, necesito una garantía adicional. Necesito asegurar que la familia Montenegro y la familia Andrade jamás volverán a unirse. Y tú, Sofía, eres el mejor seguro. Acéptame, cásate conmigo, y el imperio de tu padre vivirá. Ni la prensa ni tus cómplices sabrán la verdad.
Me acerqué y levanté su barbilla con mi dedo, forzándola a mirarme.
—Recházame, y Elías y el bastardo de Andrade perderán todo mañana. Su apellido será sinónimo de cárcel y de estafa. ¿Entiendes ahora quién tiene el poder?