Valeria pensaba que la universidad sería simple, estudiar, hacer nuevos amigos y empezar de cero. Pero el primer día en la residencia estudiantil lo cambia todo.
Entre exámenes, fiestas y noches sin dormir, aparece Gael, misterioso, intenso, con esa forma de mirarla que desarma hasta a la chica más segura. Y también está Iker, encantador, divertido, capaz de hacerla reír incluso en sus peores días.
Dos chicos, dos caminos opuestos y un corazón que late demasiado fuerte.
Valeria tendrá que aprender que crecer también significa arriesgarse, equivocarse y elegir, incluso cuando la elección duela.
La universidad prometía ser el comienzo de todo.
No imaginaba que también sería el inicio del amor, los secretos y las decisiones que pueden cambiarlo todo.
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8. Una mezcla que funciona
Todos los alumnos del primer año estaban en el aula de prácticas jurídicas. Las hojas de casos simulados estaban apiladas sobre el escritorio de la profesora y los murmullos de los estudiantes llenaban el ambiente, era uno de los cursos que solía poner en aprietos a los estudiantes.
Valeria revisaba su cuaderno cuando escuchó su nombre junto a otro que no esperaba oír.
- “Torres y Sotelo”, anunció la profesora, sin levantar la vista.
Valeria alzó la cabeza, confundida. A pocos metros, Gael la miró con la misma expresión que pondría alguien al descubrir que lo habían condenado a cadena perpetua. Lucía, desde otra fila, casi se atragantó riendo.
- “Debe ser un error del sistema”, dijo Gael con calma tensa.
- “Lo siento, fiscal del siglo”, respondió Valeria, sin perder la sonrisa, “parece que hoy el destino no leyó tu objeción”.
Algunos compañeros rieron. La profesora los miró con esa paciencia limitada que solo los docentes veteranos dominan.
- “¿Algún problema con el orden al azar?”, preguntó ella.
- “Ninguno”, dijeron los dos al unísono.
Y así, sin apelación posible, quedaron oficialmente emparejados.
Media hora después, Valeria ya entendía por qué todos decían que Gael Sotelo era tan insoportable como brillante. Su cuaderno estaba dividido en columnas, subrayado por colores, con una letra tan perfecta que parecía salida de una impresora.
Ella, en cambio, trabajaba a su modo, con flechas, notas rápidas y frases incompletas que solamente ella comprendía.
- “No puedes improvisar en un alegato, Torres”, dijo Gael, sin levantar la vista del texto.
- “Y tú no puedes vivir con una regla pegada al alma, Sotelo”, replicó Valeria.
- “Se llama disciplina”, insistió Gael.
- “Yo lo llamo aburrimiento con corbata”, comentó Valeria.
Él levantó la vista, por primera vez, con una ceja arqueada.
- “Interesante concepto. ¿También improvisarías frente a un juez?”, cuestionó Gael.
- “Depende del juez”, respondió ella con una sonrisa. “Si es de los que bostezan, seguro agradece un poco de emoción”.
Un par de compañeros en la mesa de al lado disimularon una carcajada. Lucía les sacó una foto a escondidas y tecleó algo en su celular con una sonrisa maliciosa.
-;“¿Qué haces?”, le susurró una chica.
- “Documentar historia”, respondió Lucía. “Esto va directo al grupo: Choque de titanes, episodio uno”.
Mientras tanto, Gael y Valeria seguían enfrascados en la estrategia del caso. Entre frases rápidas y miradas de reto, empezaron a descubrir que no trabajaban tan mal juntos. Donde uno era metódico, el otro era intuitivo. Donde él exigía precisión, ella encontraba un enfoque más humano. Y, sin que ninguno lo dijera, esa mezcla funcionaba.
El silencio se instaló durante unos minutos. Solo se oían las hojas pasar y el tecleo de laptops.
- “¿Y si usamos el argumento del principio de proporcionalidad en lugar del de equidad? Encaja mejor con la sanción propuesta”, dijo Valeria de repente.
Gael se quedó en silencio un instante.
- “Eso es exactamente lo que iba a decir”, dijo Gael, bajando el tono.
- “¿Ah, sí?”, preguntó Valeria, cruzando los brazos.
- “Sí, pero lo dijiste tú primero”, afirmó Gael.
- “Entonces lo llamaré empate técnico”, comentó Valeria.
Él asintió apenas, y ella sonrió. Fue una sonrisa leve, casi imperceptible, pero real.
Cuando entregaron el ejercicio, la profesora los detuvo antes de salir.
- “Buen planteamiento, Torres. Y usted también, Sotelo. Sorprendentemente equilibrado para ser su primera colaboración”, expresó la profesora.
Valeria ocultó la sonrisa detrás de una mueca modesta. Gael simplemente inclinó la cabeza, aunque en su mirada brillaba una mezcla de respeto y resignación.
En cuanto salieron al pasillo, Lucía los estaba esperando, apoyada en la pared con expresión triunfal.
- “¿Y bien?”, preguntó Lucía. “¿Firmaron el acta de divorcio o la de sociedad jurídica?”
Valeria resopló.
- “Sobrevivimos al apocalipsis académico, eso ya es un logro”, respondió Valeria.
Gael metió las manos en los bolsillos.
- “Sí, pero no te acostumbres”, afirmó Gael.
- “Tranquilo, no planeo casarme con tu método”, dijo ella, sonriendo.
Lucía alzó su celular y mostró la foto que había tomado.
- “Perfecta para la portada: El día que la ley unió a Gael Sotelo y Valeria Torres”, dijo Lucía de manera graciosa.
Valeria la fulminó con la mirada.
- “Lucía, bórrala”, dijo Valeria.
- “Demasiado tarde”, respondió Lucía. “Ya tiene reacciones”.
Gael la observó un segundo más, con esa calma que parecía contener algo más que paciencia.
- “Buena defensa hoy, Torres”, dijo Gael al fin.
- “Gracias, fiscal del siglo. Nos vemos en la próxima audiencia”, expresó Valeria.
Él asintió y se alejó pasillo abajo, mientras Lucía soltaba una carcajada. Valeria lo siguió con la mirada, sin entender por qué, justo en ese momento, algo en el ambiente se sentía muy diferente.