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La Rebelde Y El Rey De La Mafia

La Rebelde Y El Rey De La Mafia

Status: Terminada
Genre:Venganza / Matrimonio contratado / Mafia / Completas
Popularitas:154
Nilai: 5
nombre de autor: ysa syllva

Júlia, una joven de 19 años, ve su vida darse vuelta por completo cuando recibe una propuesta inesperada: casarse con Edward Salvatore, el mafioso más peligroso del país.
¿A cambio de qué? La salvación del único miembro de su familia: su abuelo.

NovelToon tiene autorización de ysa syllva para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 8

La brisa de la noche golpeaba el rostro de Julia mientras intentaba controlar la respiración en el balcón.

Las manos le temblaban.

Odiaba admitirlo, pero aquel beso la había removido. No solo por su fuerza. Sino porque, por un instante, se entregó.

Sin pensar.

Sin luchar.

Y eso la asustaba más que cualquier amenaza.

—¿Huyendo de la propia confusión mental? —dijo la voz que ya comenzaba a reconocer incluso sin mirar.

Julia giró el rostro y vio a Edward apoyado en el marco de la puerta, con las manos en los bolsillos y aquel maldito aire de control absoluto.

—Si crees que puedes besarme y después fingir que nada pasó...

—Yo no estoy fingiendo. La cuestión es: ¿tú lo estás?

Ella arqueó una ceja.

—Eres el tipo que me compró con chantaje. No intentes romantizarme.

—Yo no soy romántico, Julia. Nunca lo he sido. Pero tampoco soy ciego.

Él se acercó despacio. Los zapatos resonaban en el suelo de piedra.

Cuando se detuvo a centímetros de ella, podía sentir el perfume amaderado mezclado con el olor a peligro que él exhalaba naturalmente.

—Lo sentiste —dijo él, encarando los ojos de ella—. En el beso. La conexión. La tensión. El fuego.

Ella respiró hondo, cruzando los brazos, intentando mantener la pose.

—Eso no significa nada. Es biología. Hormonas. Ira acumulada.

Él rio, bajo.

—Entonces deja de mirarme como si quisieras de nuevo.

Ella abrió la boca para replicar, pero se calló. Porque... él tenía razón.

—No confundas calentura con sentimiento —dijo ella, firme—. Una cosa no tiene nada que ver con la otra.

—Aún —completó él.

Silencio.

Ella lo encaró por un largo tiempo, intentando descifrarlo. Él parecía siempre tener una carta bajo la manga. Siempre un paso adelante. Y eso la irritaba.

—No me conoces —murmuró ella.

—Aún —repitió él.

—Ni sabes de lo que soy capaz.

Él sonrió, despacio. Una sonrisa torcida, peligrosa, llena de promesa.

—¿Ah, sí? Porque tengo la impresión de que tú tampoco lo sabes.

Antes de que ella pudiera responder, él se giró y se fue, dejándola allí, sola de nuevo.

Pero ahora... el aire parecía más denso.

Más caliente.

Más de ella.

Y en aquel momento, Julia entendió algo peligroso:

ella podía haber entrado en aquel juego obligada.

Pero, poco a poco, estaba comenzando a jugar por voluntad propia.

Julia se despertó con la sensación de que algo estaba a punto de cambiar. No era una intuición cualquiera. Era el presentimiento de que la vida que había intentado construir, hasta entonces, se estaba desmoronando poco a poco, y Edward Salvatore estaba en el centro de esa tempestad.

Ella se levantó de la cama y caminó hasta la ventana, observando el cielo gris del inicio de la mañana. La mansión estaba en silencio, pero dentro de sí, todo parecía un caos. El beso de la noche anterior todavía ardía en sus labios, y los pensamientos sobre Edward la consumían más de lo que le gustaría admitir.

El timbre sonó.

Ella se giró, el corazón latiendo más rápido. Rosa entró, como siempre, con una bandeja de desayuno.

—Señorita, su marido la espera para el café. Él pidió que usted esté lista en una hora.

Julia frunció el ceño. Aquellas palabras nunca dejaban de sonar extrañas, como si ella estuviera viviendo una pesadilla que no conseguía controlar.

—¿Qué es lo que quiere? —preguntó, intentando mantener la calma.

Rosa la miró con una expresión que era difícil de leer. No parecía sorprendida, ni siquiera incomodada. Tal vez, incluso, fuera una expresión de connivencia. Como si estuviera viendo algo que Julia todavía no entendía completamente.

—Algo que él todavía no ha explicado —respondió Rosa—. Pero él dejó claro que la señora debe comparecer.

—Claro —murmuró Julia, ya pensando en cómo ese nuevo juego de Edward sería jugado.

Una hora después, ella estaba en la sala de estar. Edward estaba sentado en la silla de cuero negra, con una bebida en las manos, mirando por la ventana. Su traje estaba perfecto como siempre, pero había algo diferente en él. Algo... más tenso. Más sombrío.

—Siéntese —dijo él, sin mirarla.

Julia hizo lo que él mandó, sentándose en el sillón frente a él. La tensión en el aire era palpable, y ella sintió el peso de sus ojos sobre ella, como si él estuviera analizando cada reacción suya.

—Entonces... —ella comenzó, intentando mantener la postura—. ¿Qué es lo que quieres de mí ahora?

Él se giró hacia ella, sus ojos oscuros brillando con una intensidad que la hacía sentirse vulnerable.

—No es lo que yo quiero de ti, Julia —respondió él con una calma mortal—. Es lo que tú puedes ofrecerme.

Ella arqueó la ceja, sorprendida por la respuesta.

—¿Qué estás insinuando? —preguntó ella, intentando mantener el control de la situación.

Él la observó en silencio por un momento, como si estuviera evaluando la mejor forma de responder. Entonces, con un suspiro bajo, él habló.

—Cuando yo te elegí... no fue solo por el contrato. No fue solo porque yo necesitaba una esposa para este juego. No, Julia. Yo te elegí porque tú tienes algo que nadie más tiene. Y yo vi eso en ti desde el comienzo.

Julia sintió la sangre hervir. Él estaba removiendo algo más profundo, más personal.

—Yo no soy tu elección. Yo soy una moneda de cambio. Tú me compraste —repuso ella, su tono de voz más ácido de lo que pretendía.

Él rio, un sonido bajo y amargo.

—No es solo eso. Yo sé que tú tienes una rabia que podría destruir a cualquiera. Una rabia que... puede ser peligrosa. Y eso, mi querida, es algo que yo necesito para lo que viene por delante.

Julia sintió su estómago revolverse. Ella no sabía si estaba más asustada o curiosa. La sensación de estar jugando un juego con reglas hechas por él, pero sin saber cuál sería el próximo movimiento, la dejaba incómoda. La pieza en movimiento era ella, y eso la consumía por dentro.

—Entonces, ¿me elegiste por causa de mi rabia? —cuestionó ella, incrédula.

—Exactamente. Y también porque tú no te sometes fácilmente. Yo necesito eso. Necesito que tú aprendas a jugar conmigo, Julia. No soy el tipo de hombre que se contenta con poco.

Ella sintió una onda de rabia mezclada con algo más. Algo que ella no quería admitir.

—Vas a manipularme hasta que yo no sepa más quién soy —dijo ella, la voz tensa. Pero algo dentro de ella ya sabía que él estaba en lo cierto.

Él sonrió, como si supiera de algo que ella todavía no entendía.

—Y tú vas a aprender a que te guste eso —dijo él—. Porque, al final, tú vas a percibir que nadie tiene tanto poder sobre ti como yo.

Julia intentó ignorar las palabras de él, pero ellas se arraigaron en su mente. Él estaba jugando un juego de poder, y ella era la pieza principal. La cuestión era... ¿ella iba a jugar con él o contra él?

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