Alana, una joven de 21 años, lleva tres años comprometida con Nick, el hombre que siempre creyó sería su único amor. Criada en una familia rica y protegida, su vida parece perfecta: un futuro asegurado junto al hombre de sus sueños, un matrimonio en tres meses y una graduación que la llena de orgullo. Pero todo se desmorona cuando decide celebrar en Eclipse, un bar recién abierto en la ciudad. Lo que parecía una noche común, pronto se convierte en una pesadilla al descubrir que Nick tiene un oscuro secreto, uno que podría destruir todo lo que ella creía saber.
Mientras Nick juega un doble juego, Alana empieza a cuestionarse todo. ¿Será su amor verdadero o solo una fachada? Y en medio de su dolor, un misterioso empresario, Dante, aparece en su vida, dejando una marca profunda en su corazón.
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Capítulo 23: El fin del juego
Camila Jiménez entró en la oficina de Dante Salvatore como si el edificio le perteneciera. Su andar era arrogante, su sonrisa confiada. Había llegado el momento de reclamar lo que, según ella, le pertenecía.
—Buenos días, Dante , dijo con voz melosa, cerrando la puerta con cuidado.
Dante no levantó la vista de los papeles frente a él. Su voz fue neutra.
—Camila.
Ella se sentó sin pedir permiso, cruzó las piernas y lo miró con superioridad.
—Vengo a recordarte nuestra conversación pendiente y que has estado aplazando e ignorando.
Dante finalmente alzó la mirada, sin expresar emoción alguna.
—Te escucho.
—Quiero el ascenso ,dijo sin rodeos. Y quiero que saques a Alana de aquí.La cual por cierto tengo días sin verla Ya no tiene sentido que siga trabajando a tu lado. Ocupa un espacio que no le corresponde.
Dante entrelazó los dedos sobre el escritorio.
—¿Tan importante es para ti que se vaya?
—Sí. No la soporto , crees que no se que tenian cierta cercanía, ella esta interesada en ti, respondió con una sonrisa fingida. Y no es como si no tuvieras razones para despedirla. Todo esto… hizo un gesto amplio, me lo debes. Si no fuera por mí, no estarías aquí, vivo ni con todas tus empresa.
Dante inclinó apenas la cabeza, mirándola como si analizara una pieza defectuosa en su colección.
—Sí, me lo recuerdas seguido.
Camila se inclinó hacia él, rozándole el brazo con su uña perfecta.
—Y deberías recordarlo siempre. Te salvé. Me debes la vida. Y ya es hora de que empieces a pagar con hechos, no solo con silencios. Quiero que prepares todo para la próxima semana.
—¿Todo?
—La fiesta de compromiso. Quiero algo grande. Lujos. Invitados de prensa. Quiero que el mundo sepa que estoy por convertirme en tu esposa, con el tiempo me amarás y ya veras.
Dante la miró unos segundos, su rostro impasible.
—Está bien dijo con voz grave. Si eso es lo que quieres, así será.
La sonrisa de Camila fue inmediata, amplia, triunfal.
—Sabía que sabrías cumplir tu palabra.
Se levantó despacio, con la seguridad de una reina coronada. Caminó hacia la puerta, pero antes de salir, giró para mirarlo una vez más.
—Recuerda: lo que eres, me lo debes a mí.
Dante no respondió. Solo la miró irse, mientras su mandíbula se tensaba apenas. Cuando la puerta se cerró, exhaló con lentitud.
—Se acabó el juego, Camila susurró. Estás a una semana de caer.
Esa noche, en la mansión, Alana revisaba un diseño en su laptop mientras acariciaba su vientre. El bebé ya comenzaba a moverse con frecuencia. Le encantaba esa sensación de vida creciendo dentro de ella.
Dante llegó pasadas las ocho. Se quitó el saco y la besó en la frente antes de sentarse a su lado.
—¿Cómo estás? —preguntó ella.
—Listo respondió él. Ya le dije a Camila lo que quería oír.
Alana lo miró con preocupación.
—¿Hasta cuándo vas a seguirle el juego?
Dante la miró fijamente. Le tomó la mano con fuerza, pero sin brusquedad.
—Una semana más. Solo una semana. En su fiesta… voy a acabar con todo. sabes que solo te quiero a ti, no ha pasado nada entre ella y yo.
Ella frunció el ceño.
—¿Qué vas a hacer?
—Voy a anunciar lo que de verdad importa: que estoy comprometido contigo. Que vamos a casarnos. Y que estás esperando a nuestro hijo. Ya no hay razón para esconderlo. No más mentiras. No más Camila.
Los ojos de Alana se llenaron de lágrimas, pero esta vez eran de alivio.
—¿Estás seguro de que es el momento?
—Es ahora o nunca. He fingido suficiente. No porque ella me tenga en sus manos… sino porque quería protegerte a ti. Pero ya entendí que lo mejor que puedo hacer por ti es dejar de esconder lo que somos.
Alana lo abrazó, hundiendo el rostro en su cuello.
—Gracias… por elegirnos.
Dante cerró los ojos. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió en paz.
Mientras tanto, Camila mandaba a confeccionar su vestido, reservaba el salón más exclusivo de la ciudad,le decía a sus amigas y a todos lo de la empresa que estaban invitados a su fiesta de compromiso y firmaba contratos como si ya llevara el apellido Salvatore.
No sabía que en siete días, todo ese mundo de fantasía caería como un castillo de naipes.
No sabía que Dante Salvatore ya había elegido.
Y que esa elección nunca fue ella.
Dante Salvatore
Cuando abrí la puerta del hospital, no estaba preparado para lo que vi.
Matías… mi amigo, mi hermano de la vida, estaba en esa cama como si le hubieran pasado por encima una jauría de demonios. Tenía el rostro golpeado, el brazo enyesado y moretones que ni siquiera imaginaba posibles. La rabia me atravesó el pecho como un disparo. Me tomó un segundo entender lo que sentía: impotencia, furia... y sed de justicia.
Me acerqué a su cama con los puños apretados.
—¿Quién te hizo esto, Matías? Aunque ya lo sabía había escuchado cuando Sofía llamó a alana, pero no me explicaba como alguien podría ser tan cruel con una persona solo por considerarlo humilde, le murmuré, aunque él apenas podía hablar. Solo alzó los ojos, buscando algo… o alguien.
Entonces entraron ellos. Sus padres.
Sabía que venía de una buena familia, pero los padres de Sofía no y no se imaginaban el nivel. El señor Agustín Montenegro, presidente de un holding internacional, y su esposa, una mujer de carácter fuerte, entraron al cuarto como una tormenta de invierno. El rostro de ambos se transformó al ver a su hijo en ese estado. Ella lloró, pero él… él se volvió piedra.
—¿Quién le hizo esto a mi hijo? —rugió, y por un segundo sentí que el suelo temblaba.
Sofía estaba en la esquina, sin hablar. Temblando. Yo la vi dar un paso al frente, con los ojos rojos y la voz quebrada.
—Fue por mi culpa… dijo apenas. Fue mi padre.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Todos los ojos se posaron en ella.
—Yo solo quería presentarles a Matías… nunca imaginé que mi padre fuera capaz de algo así. Lo siento, lo siento tanto…
La señora Montenegro la miró de arriba abajo, conteniendo una furia que solo una madre herida puede entender.
—Lo lamentas, sí… dijo en voz baja. Pero tu padre no sabe con quién se metió.
Sacó el celular y marcó. Su voz cambió, ahora era hielo.
—¿María? Sí, soy Cecilia Montenegro. Necesito hablarte. Si tu esposo, Manuel Rivas, no sabe aún con quién se metió… que se prepare. Se está salvando por tu hija. Pero esto no va a quedar así. Nadie toca a mi hijo y queda impune.
Colgó, sin esperar respuesta.
Su esposo no dijo nada. Solo miro a Matías, jurando en silencio que si la justicia no lo protegía, el mismo lo haría.
Porque a veces no basta con ser rico, poderoso o influyente.
A veces, lo único que basta es tener a alguien que esté dispuesto a quemarlo todo por ti.
Y sus padres estaban listos para prenderle fuego al mundo.