Santiago Jr. y Maggie se casaron en una noche de copas en Las Vegas. Ella desapareció después de la noche de bodas y Santiago Jr. comenzó a buscarla para corregir su error y divorciarse. Pero Maggie después de esconderse por meses viene dispuesta a sacarle a Santiago Jr. hasta el último dólar a cambio de darle su libertad.
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CAPÍTULO 8
Maggie terminó su trabajo y se cambió para regresar a su casa. Su pequeño koala está muy triste sin ella.
En ese momento, Maggie recibió una llamada. Ella tomó su teléfono y su corazón se paralizó al ver el número en la pantalla. Sus manos comenzaron a temblar y sus pies se quedaron pegados del piso. No lograba moverse, mientras el repique se intensificó.
Maggie reaccionó por un segundo y llevo el teléfono a su oído.
—¡Tienes que venir! —Fue lo único que le dijo su amiga antes de colgar.
Maggie tragó grueso, tomó su bolso y corrió por el pasillo hasta salir a la calle. Necesitaba un taxi. Cómo extrañaba su motocicleta en este momento, pero la había vendido hace un año para solventar algunos gastos.
Maggie miró de un lado al otro, sin ver ningún taxi. Su cuerpo se llenó de ansiedad y angustia.
—Señora Santibáñez —le dijo un hombre detrás de ella. Maggie sonrió dejando salir algunas lágrimas.
Nunca se había sentido tan feliz de ser llamada así.
—¿Dónde está el auto? —le preguntó Maggie y el hombre le señaló hacia el frente.
Ella había estado tan angustiada que no había visto el auto que estuvo todo el tiempo frente a ella.
—¿Qué necesita, señora? Estoy aquí para servirle —le preguntó el hombre sintiendo compasión por la joven mujer. Era evidente que estaba pasando por un mal momento. Esa risa llena de lágrimas era evidencia de que ella estaba en un choque emocional.
Maggie limpió sus lágrimas y corrió hacia el auto. El hombre corrió junto a ella, la ayudó a subirse y caminó rápidamente hasta el puesto del chófer.
—Conduce hacia el hospital central —le dijo Maggie y tomó su teléfono para tratar de llamar a su amiga. Pero los nervios se apoderaron de ella y decidió guardarlo en el bolso. Entonces tomó entre sus dedos una medalla que colgaba en su pecho y comenzó a pronunciar una oración.
El hombre la miraba disimuladamente por el espejo retrovisor.
Quería avisarle a su jefe, pero no sabía cómo reaccionaría Maggie. Prefirió esperar llegar a su destino.
Maggie apenas vió la entrada del hospital. Le pidió a Freder detenerse y bajó del auto. Solo dos escoltas lograron seguirla.
Freder sacó su teléfono y le escribió un mensaje a su jefe. Al no recibir respuesta, decidió llamarlo.
Santiago Jr. estaba aún dormido. Había amanecido tomando con su hermano y el dolor de cabeza era insoportable. El teléfono sonó y Santiago Jr. lo miró con odio y trató de ignorarlo, pero el insistente sonido lo hizo levantarse, para responder.
—Dime
—Señor. La señora me pidió traerla al hospital central, al parecer tiene un familiar aquí. Está muy angustiada.
Santiago Jr. frunció el ceño y miró su reloj.
—Voy para allá y Freder. No la pierdas de vista.
Freder solo asintió como si su jefe pudiera ver su gesto y colgó el teléfono para salir del auto y seguir a su patrona.
Maggie comenzó a correr por el hospital y los dos escoltas detrás de ella. Era muy gracioso ver a una mujer vestida de manera sencilla ser perseguida por dos gorilas en traje negro.
Pero en ese momento, Maggie solo quería llegar a la habitación y segundos después estaba ahí. De pie junto a la puerta, paralizada sin tener el valor suficiente para girar la perilla. Los hombres llegaron hasta ella, pero no se acercaron, decidieron darle su espacio.
Maggie tomó una gran bocanada de aire y abrió la puerta.
—Que bueno que llegaste. —le dijo su amiga, acercándose a ella y abrazándola —Maggie tienes que calmarte.
Maggie observó a su amada aún acostada, conectada a sus equipos, y fijó la mirada en su amiga, buscando una respuesta a esta actitud tan desconcertante.
—¿Qué te ocurre? Termina de hablar de una vez. Casi me matas de un susto —le reprochó Maggie, zafándose de su agarre.
La chica la miró con vergüenza, pero después sacó su teléfono y le mostró un vídeo.
Maggie fijó la mirada en el dispositivo y miró a su amiga.
—¿Cuándo pasó eso? —le preguntó sonriendo entre lágrimas nuevamente.
—Apenas te llamé. La estaba aseando y la escuché gemir. No lo odia creer, entonces saqué mi teléfono y comencé a grabarla por casi una hora. Después de verlo con calma, me di cuenta.
—Movió los dedos. ¡Oh por Dios! No estamos locas, está aquí documentado —le decía Maggie, mirando una y otra vez el video.
—Ahora creo que vamos por buen camino. Hay esperanzas, Maggie.
Maggie se acercó a la paciente y le besó la frente.
—Maggie, ¿crees que sea necesario mantenerla en el anonimato? De todas maneras solo le pongo el gorro, porque con todos esos aparatos en su nariz y su boca, solo se le ven los ojos y los tiene cerrados —le preguntó su amiga y Maggie asintió.
—Ahora más que nunca. No he logrado descubrir quién intentó asesinarla y en este estado ella es muy vulnerable.
—Maggie ¿que va a pasar si reacciona? o sea me refiero a ¿Cómo le vas a explicar a tu madre la verdad?
Maggie volvió a besar la frente de su hermana y después miró a su amiga.
—Un problema a la vez. En tres años es la primera reacción que tiene. Así que vamos despacio.
Maggie estaba tan feliz que beso la mejilla de su amiga y le dió dinero para comprar una cámara de video y ponerla para grabar a su hermana.
—¿Estás segura? Maggie.
—Claro. Tal vez haya dado otras señales y no la hemos visto. Quiero estar segura. ¿Qué te dijo el médico?
—Que no te dijera nada, hasta tener más señales. Pero fue un buen comienzo.
Maggie besó la frente de su hermana y le susurró.
—Regresa con nosotros. Deja la flojera.
Maggie sintió su teléfono vibrar y sabía que era su pequeño que estaba ansioso por verla. Entonces se despidió de su amiga y salió.
En ese momento, Maggie se paralizó al ver a los escoltas acordonando el lugar. Definitivamente, la angustia la llevó a cometer una gran imprudencia. Ella llegó hasta Freder
—Vámonos. Mi amiga se está recuperando. Llévame a mi casa.
Freder observaba el reloj. No entendía porqué su jefe no llegaba. Pero conocía el carácter de su jefa y no podía arriesgarse a qué ella se fuera sin él.
Freder le pidió a dos de sus hombres quedarse a esperar a su jefe y se marchó con Maggie.
Mientras tanto, Santiago Jr. llegaba al hospital. Sus hombres lo pusieron al tanto y aún así él decidió caminar hacia la habitación de la supuesta amiga de su esposa. Para ofrecer su ayuda y apoyo a los familiares.