Mariel, hija de Luciana y Garrik.
Llego a la Tierra el lugar donde su madre creció. Ahora con 20 años, marcada por la promesa incumplida de su alma gemela Caleb, Mariel decide cruzar el portal y buscar respuestas, solo para encontrarse con mentiras y traiciones, decide valerse por si misma.
Acompañada por su hermano mellizo Isac ambos inician una nueva vida en la casa heredada de su madre. Lejos de la magia y protección de su familia, descubren que su mejor arma será la dulzura. Así nace Dulce Herencia, un negocio casero que mezcla recetas de Luciana, fuerza de voluntad y un toque de esperanza.
Encontrando en su recorrido a un CEO y su familia amable que poco a poco se ganan el cariño de Mariel e Isac.
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Capítulo 8
El primer día de “Dulce Herencia”
La puerta se cerró con un leve golpe tras ellos y ambos hermanos soltaron un suspiro al unísono.
—¡Eso fue más emocionante de lo que pensé! —exclamó Mariel, dejando las bolsas sobre la mesa.
—Y más pesado. El carrito ese dejó de ser divertido en cuanto se llenó. —bromeó Isac mientras comenzaba a sacar cuidadosamente los moldes, bolsas y cintas decorativas.
La cocina se llenó pronto del dulce aroma de frutas frescas y especias suaves.
Mariel se colocó un delantal y ató su cabello en una trenza mientras comenzaba a preparar la masa para las tartaletas y los pastelillos.
—Empezaré con las tartaletas de crema y frutas. Después las galletas de lavanda.
Si todo va bien, mañana podríamos probar con los panes rellenos.
Isac ya había despejado una mesa cerca de la entrada, donde colocó con cuidado los empaques que armaría.
Colocaba etiquetas escritas a mano con el nombre del emprendimiento: "Dulce Herencia".
Había escrito con trazos firmes y decorado con pequeños pétalos secos que encontraron entre las cosas de su madre.
—¿Y si nadie pasa por aquí? —preguntó Mariel, mientras vertía crema en las bases de masa.
—Entonces tú y yo nos comemos todo. No veo fallas en ese plan. —respondió Isac con una sonrisa.
Ambos rieron.
Horas después, los postres estaban listos: tartaletas relucientes con frutas de colores vivos, galletas aromáticas con forma de flores y pequeños pastelitos de limón envueltos en papel decorativo.
Isac colocó una mesa de madera al frente de la casa, bajo la sombra de un árbol frondoso.
Cubrió la mesa con un mantel blanco bordado que encontraron en una caja de recuerdos.
Encima, colocaron los postres con cuidado, como si fueran obras de arte.
Mariel salió con una bandeja en las manos, sus mejillas sonrojadas del calor del horno pero sus ojos llenos de emoción.
—Listo. Ya están todos.
El mostrador de “Dulce Herencia” está oficialmente abierto.
El viento suave agitaba las hojas mientras el dulce aroma comenzaba a flotar por el aire, atrayendo a los curiosos.
Y entonces…una pareja de ancianos que caminaba por la acera se detuvo.
—¿Eso que huele tan bien lo venden aquí? —preguntó la mujer con curiosidad.
—Sí, señora. Todo hecho en casa, con recetas de nuestra madre. —dijo Mariel con una sonrisa cálida.
La mujer tomó una tartaleta, la probó, y sus ojos se iluminaron.
—¡Esto es una delicia! ¿Cómo se llama su negocio?
—Dulce Herencia. —respondieron los dos a la vez, orgullosos.
Y así, con una venta sencilla, pero significativa, el primer día de Mariel e Isac como emprendedores comenzó.
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El sol comenzaba a bajar en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos mientras una suave brisa agitaba el mantel blanco sobre la mesa.
Mariel e Isac estaban sonrientes, recogiendo las últimas bandejas vacías y empaques doblados.
Habían vendido todo. Cada tartaleta, cada galleta, cada pastelito.
—No puedo creer que nos quedáramos sin nada. —dijo Mariel, acomodando las cintas sobrantes—
—Fue un buen comienzo, ¿no?
—El mejor. Y sin tener que pelear con espadas.
Aunque admito que vender dulces también requiere agilidad. —bromeó Isac.
Ambos reían cuando una sombra se proyectó sobre la mesa.
Mariel alzó la vista y su sonrisa se desvaneció un poco, no por miedo, sino por sorpresa.
Caleb estaba ahí.
Vestía informal, su saco colgado sobre un brazo, el rostro visiblemente agotado, aunque sus ojos se suavizaron al verla.
—¿Aún queda algo… para mí? —preguntó con voz baja, casi temerosa.
Isac bufó, rodando los ojos.
—Claro, justo guardamos una tarta especial para el que le rompió el corazón a mi hermana.
**Mariel lo miró de reojo, y aunque seguía dolida, su corazón no era cruel.
Se giró hacia una pequeña caja que había dejado aparte y, con cuidado, sacó una tarta de manzana.
La preferida de Caleb.
Se la ofreció sin decir palabra, sus ojos firmes, pero sin rencor.
—Está tibia aún.
Caleb recibió la tarta con ambas manos, sorprendido por el gesto.
Su mirada se cruzó con la de Mariel por unos segundos… y no necesitó decir nada.
La gratitud se le notaba en el rostro.
—Gracias… —susurró—Por no cerrar la puerta por completo.
**Mariel no respondió.
Solo volvió a girarse para seguir recogiendo.
Y aunque no lo miraba, su corazón… lo escuchaba.
Y lo evaluaba.**
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Mariel entró a la casa con una caja en brazos, dejando que la puerta se cerrara tras ella con un leve crujido.
Tenía que ordenar todo antes de que la brisa de la tarde se convirtiera en frío de noche.
Y aunque no lo dijo, sabía que ese momento entre Caleb e Isac estaba por llegar.
Isac se quedó afuera, con los brazos cruzados y la mirada fija en el atardecer.
Caleb, aún con la tarta en la mano, lo observaba con una mezcla de respeto y culpa.
Pasaron varios segundos en silencio, hasta que Caleb se atrevió a hablar:
—Sé que no tienes motivos para tolerarme.
Y que cada palabra que diga puede parecer vacía después de todo lo que pasó…
pero no quiero que me odies, Isac.
Isac no se movió. No lo miró. Pero respondió.
—No te odio, Caleb.
Te respeto… o al menos, te respetaba.
Por cómo tratabas a mi hermana, por cómo hablabas de ella cuando aún no la tenías.
Se giró lentamente, ahora sí fijando sus ojos dorados en él.
—Pero luego desapareciste.
Y volviste con una historia, una mujer embarazada, y palabras que no compensan años de ausencia.
¿Y tú esperas que todo se borre con una disculpa y una tarta?
Caleb bajó la mirada, aceptando el peso de sus errores.
—No.
No espero que se borre nada.
Solo… quiero reconstruir lo poco que quede.
Y sé que si tú, su hermano, no confías en mí,
entonces nunca tendré un lugar real en su vida.
Isac guardó silencio, su expresión endurecida.
—Entonces no hables más. No prometas nada. No llores ni te arrastres.
Haz lo que dijiste que harías. Demuéstralo.
Porque mi hermana no necesita palabras dulces.
Lo que necesita… es alguien que se quede. Y que no la vuelva a romper.
Caleb asintió, apretando la caja con la tarta.
—Lo haré.
Aunque me tome toda la vida.
Mariel observaba en silencio desde una ventana, sin que ellos lo notaran.
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La noche había caído con suavidad, cubriendo la ciudad con un manto tranquilo.
Dentro de la cocina, el ambiente era cálido, lleno de aromas dulces y el suave murmullo de utensilios en movimiento.
Mariel estaba concentrada mezclando la masa para los pastelillos, su cabello recogido en una coleta alta y las mejillas ligeramente rosadas por el calor del horno.
Isac, a su lado, se encargaba de preparar las cajas decorativas y las etiquetas de “Dulce Herencia”.
—¿Estás segura de que quieres hacer doble cantidad esta vez? —preguntó él mientras ataba una cinta.
—Hoy se vendió todo.
Y si mañana nos instalamos en una zona más transitada, como la avenida…
probablemente necesitemos más.
Isac asintió con una sonrisa.
—Bien pensado.
Además, el puesto de hoy llamó la atención. Si lo movemos al cruce de la avenida principal, cerca de los cafés y tiendas, tendremos el doble de oportunidades.
Mariel lo miró mientras colocaba con cuidado una bandeja en el horno.
—¿Crees que mamá estaría orgullosa?
Isac se encogió de hombros, con una sonrisa cálida.
—¿Orgullosa?
Estaría llorando mientras ofrece tartaletas gratis a los vecinos y diciendo que su hija lo heredó todo.
Ambos rieron, compartiendo ese momento de paz tan merecido.
La casa estaba en silencio.
Caleb se había ido hacía rato sin promesas ni reclamos.
Solo con una tarta en la mano… y una deuda pendiente.
—Gracias por quedarte a mi lado, Isac. —dijo Mariel de pronto.
Él se giró, fingiendo indignación.
—¿Estás bromeando? No pienso dejar que el drama de Caleb te aleje de tu brillo.
Además, alguien tiene que cuidar que no te olvides de comer mientras horneas como hechicera loca.
Mariel sonrió, con los ojos un poco húmedos.
—Entonces mañana, nueva ubicación. Más postres. Más trabajo…
Y quizás, un nuevo comienzo.
—Así se habla, hermana.
Vamos a conquistar esta ciudad a fuerza de dulzura.
La mezcla siguió batiéndose, el horno tintineó suavemente, y entre risas y preparativos,
Mariel e Isac continuaron con su meta: ser dueños de su destino, paso a paso, tarta a tarta.