Nick era el típico chico popular, arrogante y seguro de sí mismo, mientras que Rafaela era sencilla y sin pretensiones, un blanco fácil para sus burlas. Una fiesta inesperada crea una conexión improbable entre ellos, pero el orgullo y los temores de Nick hacen que la aleje.
Años después, incapaz de olvidarla, se da cuenta de que Rafaela fue la única capaz de cambiar su corazón. Ahora, Nick está dispuesto a hacer cualquier cosa para encontrarla de nuevo y demostrar que el tiempo no ha borrado lo que siente por ella.
NovelToon tiene autorización de Drica Samoura para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 8
Nicolás había cumplido 27 años y era un hombre marcado por la responsabilidad y el peso de decisiones que no siempre fueron suyas. Había seguido los planes trazados por su padre y estaba en la cima de su carrera como CEO de una multinacional, exudaba éxito y competencia, pero los rasgos de cansancio en su rostro y la amargura discreta en su mirada revelaban un vacío que nadie percibía. Tenía todo lo que muchos anhelaban: poder, riqueza, influencia, pero sentía como si algo esencial hubiera quedado atrás.
En su lujosa casa, en uno de los condominios más caros de la ciudad, había una estantería repleta de premios, certificados y libros de negocios, pero lo que llamaba la atención de Nicolás eran las cámaras fotográficas que descansaban en el estante más alto, casi escondidas. Siempre que cogía una de las cámaras, una ola de melancolía lo golpeaba. Sentía el peso en las manos como si sostuviera una parte de sí mismo que había sido abandonada. Fotografiar era su pasión en la adolescencia, un refugio donde encontraba libertad y propósito. Pero, al seguir los planes de su padre, ese sueño fue dejado de lado, así como tantas otras cosas que le importaban.
Ahora, su vida era un ciclo de reuniones, metas y exigencias, donde necesitaba probarse constantemente, no a sí mismo, sino a su padre y al mundo corporativo que lideraba con manos firmes, pero un corazón inquieto.
A veces, Nicolás se permitía recordar al chico que un día fue. Se veía más joven, con una cámara colgada del cuello, registrando momentos comunes con la puesta de sol, la naturaleza, momentos únicos que nunca más se repetirían. Entre esos recuerdos, una figura surgía con más nitidez, la de Rafaela, a quien nunca pudo tomar una foto.
Ella era diferente de todas las personas que él conocía. Despretensiosa, libre, de una autenticidad que lo hacía cuestionar todo lo que él creía saber sobre sí mismo. Rafaela lo desafiaba, lo hacía sentir y desear cosas que iban más allá del éxito o del poder. Pero él la perdió, como se había perdido a sí mismo, hundido en las decisiones que lo llevaron hasta donde estaba ahora.
Fue hasta la estantería y cogió una de las cámaras. Después de tanto tiempo, quería saber si aún era capaz de capturar el mundo a través de las lentes. Tal vez, con suerte, podría redescubrir lo que había perdido.
Mientras sostenía la cámara, sus dedos tocaron un detalle en el lateral: una pequeña inscripción que él mismo grabó años atrás.
_ Rafaela... Aquella era la única cámara entre tantas que Nicolás poseía a la que le había dado un nombre. No era la más moderna, ni la más cara, pero tenía un significado único. Grabó el nombre de ella en el lateral de la cámara poco tiempo después de la noche que marcaría su vida para siempre.
Nicolás escuchó el teléfono sonar viendo el nombre de su abuela en la pantalla.
_ Hola nona... Contestó, le gustaba hablar con su abuela, la única que siempre lo incentivaba a seguir sus sueños.
_ Hola bambino, te olvidaste de tu abuela, ¿verdad? Reclamó Francesca, abuela de Nicolás.
_ No diga eso nona...
_ Hace tres meses que me mudé y hasta ahora no has venido a verme, y no te he visto en las comidas familiares en casa de tus padres.
_ Perdón nona, el trabajo me ha absorbido por completo, y en cuanto a las comidas en casa de mi padre, no he ido, mi relación con él no anda nada bien, pero prometo que iré a verte.
_ ¿Hoy?
_ Hoy no puedo, tengo que asistir a un evento importante para la empresa.
_ ¿Lo ves? Te olvidaste de tu abuela... solo piensas en el trabajo.
_ Prometo que voy a pasar todo el fin de semana contigo, ¿está bien?
_ Está bien, mañana voy a comprar los ingredientes para hacer tu comida favorita, así que no dejes de venir, y tengo un regalo para ti del viaje que hice a Italia para visitar a mi hermano. Te traje una cámara más para tu colección.
_ Gracias nona... me encantan tus regalos.
_ Lo sé... Nos vemos el sábado. Besos bambino.
Se despidieron, y Nicolás miró la hora en el reloj, dándose cuenta de que estaba retrasado para el evento de esa noche. A regañadientes, dejó la cámara en su lugar y salió, ajustándose la chaqueta mientras intentaba librarse de los recuerdos que aquel objeto insistía en despertar.
Nicolás vio su reflejo en el espejo mostrando a un hombre impecable, pero no pudo evitar notar el vacío en sus propios ojos. Suspirando, cogió las llaves del coche y salió, sumergiéndose de nuevo en la rutina que parecía no darle nunca una tregua.
El salón estaba impecable, repleto de detalles que reflejaban el trabajo cuidadoso de Ava y Rafaela. Pero, en ese momento, la atención de Rafaela estaba lejos de cualquier arreglo o luz estratégicamente posicionada.
Rafaela estaba ajustando los últimos detalles de la decoración del evento, cuando un murmullo comenzó a extenderse por el salón. Al levantar la vista, siguió las miradas curiosas y encontró a alguien que reconoció inmediatamente, era Nicolás que acababa de llegar. Él estaba impecable, exudando confianza en un traje que parecía hecho a medida, pero fue la forma en que caminaba, con pasos firmes y mirada penetrante, lo que la dejó sin aliento. El aire a su alrededor pareció cambiar, cargado por una presencia que no podía ignorar. Rafaela sintió que un calor le subía por el cuerpo y una mezcla de sorpresa y ansiedad se apoderó de sus pensamientos. Por un instante, el entorno a su alrededor desapareció, y se quedó solo con el recuerdo vívido de aquel rostro que ahora tenía rasgos más maduros e intensos. El cabello oscuro, ligeramente despeinado a propósito, y la barba bien cuidada le añadían un aire de madurez e imponencia.
Por un momento, Rafaela se quedó paralizada. Su corazón se aceleró, viendo que él no era solo el chico que había conocido en el instituto. Ahora, parecía mucho más intenso, casi inalcanzable. Su presencia dominaba el ambiente de forma natural, y los susurros a su alrededor solo confirmaban el impacto que causaba. Aun así, algo en sus ojos, casi imperceptible, parecía cargar una sombra de inquietud, como si el peso de los años lo acompañara.
Nicolás, por su parte, sintió una sensación extraña al cruzar la entrada. Un olor familiar, que no sentía hacía años, pareció invadir sus sentidos, trayéndole de vuelta el recuerdo que amaba. Era como ser transportado a un momento del pasado, trayendo consuelo y nostalgia. Se detuvo por un instante, frunciendo levemente el ceño mientras trataba de localizar el origen de aquel olor, preguntándose si era solo una coincidencia o un recuerdo perdido intentando emerger. Sus ojos recorrieron el lugar, pero todo lo que encontró fueron rostros desconocidos. Con un leve suspiro, siguió su camino, ajustándose la corbata, aunque ese resquicio de recuerdo aún permanecía en el fondo de su mente.
Rafaela intentó mantener la compostura, pero el torbellino de emociones era inevitable.
"¿Me reconocerá?" Pensó, mientras se ajustaba inconscientemente un mechón de pelo. Su mente se inundó de recuerdos de la última vez que lo vio, del chico que la fastidiaba, pero también de la noche que tuvieron. Ahora, él estaba allí, y el contraste entre el pasado y el presente la dejó momentáneamente vulnerable.
Intentando disimular, Rafaela se apartó discretamente, concentrándose en una mesa al fondo del salón. Mientras se movía, su corazón aún latía acelerado, y una sensación de vacío la invadió. Sus manos temblaban ligeramente mientras organizaba los arreglos, y se obligó a respirar hondo para contener las emociones. Sin embargo, por mucho que intentara desviar los pensamientos, el impacto de verlo de nuevo parecía mayor de lo que había imaginado. Pero, incluso mientras organizaba los arreglos, sentía la mirada de Nicolás atravesando la multitud, como si buscara algo o a alguien.
Nicolás se detuvo junto a un grupo de empresarios, saludándolos con sonrisas educadas, pero su mente estaba lejos. Algo le incomodaba, algo que no conseguía definir. Sus ojos continuaron vagando por el salón, e intentó ignorar la inquietud que se apoderaba de su pecho. Sin embargo, cuando sus ojos finalmente se posaron en la mujer que arreglaba la mesa del fondo, aunque distante, sintió que el corazón le daba un vuelco. No sabía por qué, pero algo en su silueta, en la forma en que sus dedos tocaban delicadamente las flores de la mesa, le resultaba tan familiar. Pero cuando su mirada llegó a su larga cabellera, rápidamente perdió el interés.
Nicolás, 27 años.
Comenzando una historia más, espero que les guste.