Emma creyó en aquellos que juraron amarla y protegerla.
Sus compañeros, los príncipes alfas, Marcus y Sebastián, con sonrisas falsas y promesas rotas, la arrastraron a su mundo, convirtiéndola en su amuleto.
Hija de la Luna y el Sol, destinada a ser algo más que una simple peón, fue atrapada en un vínculo que… ¿la condena? Traicionada por aquellos en quienes debía confiar, Emma aguarda su momento para brillar.
Las mentiras que la rodean están a punto de desmoronarse, y con cada traición, su momento se acerca, porque Emma no está dispuesta a ser una prisionera.
Su destino está escrito en las estrellas y, cuando llegue el momento, reclamará lo que le pertenece. Y cuando lo haga, nada será lo mismo. Los poderosos caerán y los verdaderos líderes surgirán.
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7. Retrospectiva: Desafiar Cualquier Norma
...POV Omnisciente...
Emma pasó la noche desvelada, envuelta en una mezcla de ansiedad y tensión. Las palabras de aquel hombre resonaban en su mente, sobreponiéndose a las amenazas de los príncipes. ¿Acaso sus palabras tenían algo de verdad? Algo en su interior le decía que debía confiar en él, pero la preocupación por sus padres aún persistía.
El amanecer iluminó la pequeña cabaña y Emma, inquieta, se había dedicado a ordenarla compulsivamente, intentando que el tiempo pasara más rápido. Cuando el sol estaba en lo alto, su incertidumbre se transformó en una frustración amarga.
Los príncipes no habían aparecido como prometieron. Entonces, mientras se debatía entre escuchar las palabras de aquel hombre o arriesgarse a actuar, un leve toque en la puerta interrumpió sus pensamientos.
Con cautela, Emma fue a abrirla, y al hacerlo, se encontró con dos figuras desconocidas: una mujer que aparentaba unos cuarenta años, de presencia serena y un aire tranquilizador, y a su lado, un hombre de aparentaba la misma edad, pero con un porte diferente, imponente y autoritario, como alguien acostumbrado a ser obedecido.
La pareja vestía de manera sencilla, casi humilde, con ropas que no correspondían a la dignidad que ambos transmitían.
—Emma —dijo la mujer, con una voz suave que parecía envolver el lugar en calma. Y Emma no pudo evitar preguntarse porque todos sabían su nombre. —Mi nombre es Aurora, y él es mi esposo, Leónidas.
—¿Podemos pasar? —añadió ella, mostrando una leve sonrisa.
Emma, todavía confundida, les concedió el paso, al ingresar, ambos tomaron asiento con una naturalidad que desentonaba con la tensión del momento. Emma, queriendo ser cortés a pesar de su desconfianza, les ofreció una bebida. Ya en la mesa, Leónidas fue el primero en romper el silencio.
— Emma, somos los padres de Marcus y Sebastián.
Esas palabras cayeron como una roca en su estómago. Su cuerpo se tensó de inmediato, su postura se volvió defensiva y una oleada de ira se apoderó de ella. ¿Así que los príncipes habían enviado a sus padres en su lugar? ¿Qué estaban tramando esta vez?
Aurora, notando el cambio en la expresión de Emma, se apresuró a intervenir.
—Emma, sabemos que son tus compañeros —dijo con una voz calmada, como si pretendiera apaciguarla —y también sabemos que no se han portado bien.
Emma no pudo contenerse más; el dolor y la frustración de todo lo vivido escaparon de sus labios en un reproche firme.
—¡Se llevaron a mis padres y amenazaron con hacerles daño si no iba con ellos! ¿eso es “no portarse bien”? —preguntó con fiereza.
Ni Aurora ni Leonidas parecían ejercer ningún tipo de poder sobre ella, nadie se atrevía a hablarle así a los reyes alfas. Algo en la mirada de Leónidas reflejó una chispa de reconocimiento ante la resistencia de Emma, como si estuviera confirmando algo que ya sospechaba. Ella no era una simple loba; Esa joven, sin saberlo, proyectaba una fuerza interior que escapaba del control habitual.
Aurora observó a Emma, impresionada por su firmeza. A pesar de no ser como ella, sentía una atracción inexplicable hacia su carácter y deseaba calmarla antes de que algo empeorara.
—Emma, no estamos en tu contra —le aseguró Aurora, inclinándose ligeramente hacia ella. —Nos enteramos de lo que ocurrió y, créeme, tus padres están a salvo. Además, he dado instrucciones claras para que Marcus y Sebastián no te molesten. No se los permitiremos. Si no estás de acuerdo, no podrán obligarte a ir con ellos.
Emma se relajó un poco al escuchar que sus padres estaban a salvo, aunque seguía recelosa. Pero luego comprendió que por eso se habían llevado a su padres para que ella vaya “voluntariamente” con los príncipes y su postura se volvió a endurecer.
—¿Liberarán a mis padres? —preguntó, con una pequeña esperanza brillando en su voz.
Pero la mirada de Aurora esquivó la suya, y fue Leónidas quien respondió. Su tono era firme, cargado de autoridad cuando habló.
—No podemos liberarlos, —dijo, y el peso de sus palabras llenó el ambiente. —No estoy seguro de que sobrevivan si lo hacemos. Estarán seguros con nosotros. Podrás verlos cuando quieras; ellos serán nuestros invitados, ¡debes confiar en tus reyes!.
Su voz resonó con la fuerza de un mandato, como una orden que cualquier lobo habría obedecido sin cuestionar. Pero en Emma tuvo el efecto contrario. Las palabras de Leónidas parecieron despertar algo en su interior, algo que no se sometería, ni siquiera ante los reyes Alfas.
—¿Y en qué se diferencian ustedes de sus hijos? —replicó con furia, y sus ojos ardiendo con una intensidad que hizo retroceder a Aurora. —Esto es lo mismo. ¡Me están manipulando, disfrazando sus intenciones con palabras bonitas!
Los reyes intercambiaron una mirada, como si se comunicaran en silencio. Leónidas permaneció estoico, pero Aurora se levantó, acercándose con cautela.
—No es así, Emma, no somos tus enemigos… Solo escúchanos —dijo, mientras extendía una mano y tomaba la de ella.
Emma sintió que el contacto la relajaba, una calma inesperada la cubrió como una manta tibia. Un aroma peculiar y suave emanaba de la reina, y entonces, de repente, Emma lo entendió.
—Eres una omega —dijo en un susurro, con los ojos abiertos por la sorpresa.
Los omegas solían ocupar el escalón más bajo en la manada, considerados débiles y destinados al servicio perpetuo. La mayoría de los lobos los miraban con desprecio, ignorando sus verdaderas cualidades. En realidad, los omegas eran leales hasta la muerte, y algunos poseían el poder único de calmar a quienes los rodeaban, usando su olor y su tacto como un bálsamo natural. Emma jamás habría imaginado que la reina fuera una de ellos.
—Mírame pequeña, y escúchame, solo escúchame. —Pidio Aurora sin soltar su mano.
Emma quería apartarse, pero el tono de Aurora era como un ancla.
—Está bien. — respondió
—En nuestro reino, las cosas no son tan simples como aceptar a nuestra pareja y ser felices. Si mis hijos te hubieran aceptado desde el primer momento, es muy probable que ni tú ni tus padres estuvieran con vida ahora —dijo Aurora, suspirando. —Ellos no podían soportar rechazarte, Emma. Pero tampoco habrían soportado ser rechazados por ti. Sabían que debían encontrar una forma segura de tenerte en sus vidas, de poder protegerte. Sin embargo… las cosas se les salieron de las manos. No los justifico, pero entraron en pánico cuando desapareciste.
Entonces, Leónidas intervino con un tono bajo y severo.
—Marcus y Sebastián nunca quisieron rechazarte. Tienen responsabilidades que tú aún no comprendes, y eso los ha forzado a actuar de manera que ni siquiera ellos querían. Aún así, eres importante para ellos. Ambos te buscaron sin descanso, y lo hicieron sabiendo que si el Concejo descubriera la verdad, la consecuencia sería una sola.
—¿Qué tiene que ver el Concejo? ¿Consecuencia? ¿De qué hablan? —preguntó Emma, con cautela.
—Que eres la compañera que sus almas eligieron —dijo Leónidas, casi en un susurro, inclinándose hacia ella. —Y que están dispuestos a desafiar cualquier norma, cualquiera, con tal de estar contigo y protegerte.
Emma sintió un nudo en la garganta. Quiso creerles, pero las dudas seguían clavadas en su corazón como espinas.
—¿por qué deberías confiar en ustedes? —murmuró, alejándose de los reyes, no quería que Aurora afecta su estado de ánimo —¿Que me garantiza que no mienten?
Aurora asintió con comprensión, leyendo la desconfianza y cautela que emanaba de ella.
—Es natural que sientas dudas, Emma. Te daremos tiempo para que puedas pensar tranquila. Nos quedaremos unos días. Si necesitas hablar, o si quieres saber más… estaremos aquí.
Emma asintió con lentitud, pero en su mente el torbellino de dudas seguía rugiendo. Si quisieran hacerle daño, podrían hacerlo sin necesidad de fingir. Eran los reyes, después de todo. Nadie se atrevería a oponerse si decidieran llevársela por la fuerza. Entonces, ¿por qué todo este teatro? ¿De verdad intentaban ganarse su confianza, o simplemente jugaban con ella para cumplir los deseos de sus hijos?