Julieta, una diseñadora gráfica que vive al ritmo del caos y la creatividad, jamás imaginó que una noche de tequila en Malasaña terminaría con un anillo en su dedo y un marido en su cama. Mucho menos que ese marido sería Marco, un prestigioso abogado cuya vida está regida por el orden, las agendas y el minimalismo extremo.
La solución más sensata sería anular el matrimonio y fingir que nunca sucedió. Pero cuando las circunstancias los obligan a mantener las apariencias, Julieta se muda al inmaculado apartamento de Marco en el elegante barrio de Salamanca. Lo que comienza como una farsa temporal se convierte en un experimento de convivencia donde el orden y el caos luchan por la supremacía.
Como si vivir juntos no fuera suficiente desafío, deberán esquivar a Cristina, la ex perfecta de Marco que se niega a aceptar su pérdida; a Raúl, el ex de Julieta que reaparece con aires de reconquista; y a Marta, la vecina entrometida que parece tener un doctorado en chismología.
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El Desafío de la Verdad
El sol de la mañana se colaba por las ventanas del apartamento de Marco, dibujando patrones geométricos sobre las paredes blancas. Julieta observaba divertida cómo su "marido" —la palabra aún le provocaba una mezcla de risa y vértigo— intentaba ordenar su corbata frente al espejo por tercera vez consecutiva.
—¿Seguro que no quieres que te ayude? —preguntó, conteniendo una sonrisa mientras sorbía su café con leche.
Marco la miró a través del reflejo, con ese gesto de frustración que ella había aprendido a encontrar adorable.
—No necesito ayuda, necesito una excusa creíble para explicarle a mi madre por qué no puedo ir a la cena familiar del domingo... por cuarta vez consecutiva.
El nudo de la corbata volvió a quedar torcido.
Julieta dejó la taza sobre la encimera de mármol y se acercó a él. Sus dedos, manchados de tinta del último proyecto de ilustración, deshicieron el nudo con delicadeza.
—Podrías decirle la verdad —sugirió con tono juguetón mientras rehacía el nudo—. "Mamá, me casé con una chica que conocí en un bar después de perder un duelo de tequila. Por cierto, es diseñadora y tiene el extraño hábito de dejar pinceles en el lavaplatos".
—Muy graciosa —Marco intentó mantener su expresión seria, pero las comisuras de sus labios lo traicionaron con una sonrisa—. ¿Sabes? A veces me pregunto cómo terminé en esta situación.
—Fue el tequila —respondió ella con un guiño, dando un paso atrás para admirar su obra. El nudo de la corbata ahora lucía impecable—. O el destino. O ambos conspirando juntos.
El sonido del timbre interrumpió su momento de complicidad. La voz chillona de Marta, la vecina, atravesó la puerta:
—¡Marco! ¡Julieta! ¿Están en casa? ¡Tienen que ver esto!
Julieta rodó los ojos. Desde que se había mudado al edificio, Marta parecía tener un sexto sentido para aparecer en los momentos menos oportunos.
—Si nos quedamos muy quietos, tal vez se vaya —susurró Julieta.
Pero Marta era persistente:
—¡Es sobre ese chico guapo que estaba cantando ayer frente al edificio! ¡El que decía ser tu ex, Julieta!
El rostro de Marco se tensó visiblemente. Julieta sintió un escalofrío al recordar la escena del día anterior...
El episodio se había desarrollado frente a su oficina en pleno Barrio de Salamanca. El sol de mediodía caía implacable sobre el elegante Barrio de Salamanca, donde los tacones de Manolo Blahnik repiqueteaban contra el pavimento y las conversaciones sobre bolsa y arte moderno flotaban como burbujas de cava. Fue entonces cuando el rugido de una vieja furgoneta Volkswagen naranja interrumpió la refinada atmósfera, derrapando frente al edificio de cristal donde Julieta intentaba concentrarse en los deadlines que Don Francisco le había recordado tres veces esa mañana.
—¡No me digas que es...! —Julieta se hundió en su silla ergonómica al reconocer la melena despeinada de Raúl emergiendo del vehículo, con una guitarra acústica que había visto mejores días en los noventa.
—¡Oh. Dios. Mío! —chilló Sofía, prácticamente saltando de su escritorio—. ¡Esto es mejor que Netflix!
Como si fuera una coreografía ensayada (aunque claramente no lo suficiente), Carlos saltó de la furgoneta con lo que parecía ser una caja de ritmos de juguete. Varios transeúntes comenzaron a detenerse, algunos con esa mezcla de vergüenza ajena y fascinación que solo los espectáculos no solicitados en la vía pública pueden generar.
—¡JULIETA! —la voz de Raúl resonó por toda la calle Serrano, haciendo que una señora con un pequinés casi dejara caer su bolso de Hermès—. ¡ESTA CANCIÓN ES PARA LA MUJER MÁS ESPECIAL DEL MUNDO!
Los primeros acordes de "Your Song" comenzaron a torturar el aire madrileño. El acento de Raúl convertía "It's a little bit funny" en algo que sonaba más como "Isa litul bit fani", mientras Carlos intentaba acompañar con un beatbox que parecía más bien el sonido de una tubería averiada.
Las ventanas del edificio se fueron abriendo una a una, como un calendario de adviento del horror. Los iPhone aparecieron como por arte de magia, apuntando hacia el espectáculo. Patricia, de contabilidad, ya estaba transmitiendo en directo para su Instagram.
—Bueno, al menos no eligió "Wonderwall" —susurró Sofía, dándole codazos conspirativos a Julieta—. Aunque, pensándolo bien, quizás eso habría sido menos doloroso para nuestros oídos.
Fue entonces cuando el destino, con ese sentido del humor que solo los dioses más traviesos poseen, decidió añadir la guinda al pastel. Un Audi negro se detuvo en seco frente a la escena. Marco, con su traje de tres piezas y su maletín de cuero italiano, emergió del vehículo como una aparición.
El tiempo pareció congelarse. Raúl, en medio de un falsete particularmente ambicioso, se quedó con la boca abierta, la nota muriendo en su garganta como un globo desinflándose. Carlos, perdido en su mundo de beatbox, seguía haciendo "pum-tss-pum-tss" ajeno al drama que se desarrollaba.
—Vaya —murmuró Sofía, sus ojos brillando como si estuviera viendo el final de temporada de su serie favorita—. Esto sí que no me lo pierdo.
La expresión de Marco oscilaba entre el desconcierto total y ese tipo específico de irritación que solo los abogados corporativos pueden perfeccionar tras años de práctica. Julieta, mientras tanto, consideraba seriamente las posibilidades de esconderse bajo su escritorio o fingir una repentina e inexplicable amnesia.
El Barrio de Salamanca nunca había sido testigo de un triángulo amoroso musicalizado tan incómodamente entretenido. Y en algún lugar, Marta la vecina ya estaba actualizando el grupo de WhatsApp del edificio con los últimos acontecimientos.
—¡Julieta! —la voz de Marta la devolvió al presente—. ¡También tengo que contarte sobre la llamada que escuché de Marco con su madre!
Marco palideció.
—¿Está escuchando mis llamadas? —susurró horrorizado.
—Bienvenido a mi mundo —respondió Julieta, recordando cómo la semana anterior Marta había catalogado minuciosamente sus horarios de entrada y salida.
El timbre sonó nuevamente, esta vez acompañado por el sonido del móvil de Marco. En la pantalla brillaba el nombre de su madre.
—Perfecto —murmuró él, pasándose una mano por el cabello perfectamente peinado—. Simplemente perfecto.
Julieta observó la escena con una mezcla de diversión y ternura. Hacía apenas dos meses, la idea de estar casada con alguien como Marco le habría parecido una locura. Ahora, viéndolo lidiar con el caos que ella había traído a su vida meticulosamente ordenada, no podía evitar sentir que, tal vez, esta locura tenía más sentido del que ambos querían admitir.
—Contesta a tu madre —dijo, dirigiéndose a la puerta—. Yo me encargo de Marta.
—¿Estás segura? —Marco la miró con preocupación—. La última vez que "te encargaste" de algo, terminamos casados.
Julieta le guiñó un ojo.
—¿Y de qué te quejas? Al menos ya no comes solo los domingos.
Mientras se dirigía a la puerta, el móvil de Julieta vibró con un mensaje de Antonio:
"Marco me contó lo del trovador frustrado. ¿Necesitas que contrate seguridad? ¿O tal vez clases de canto para el Romeo callejero?"
Julieta sonrió, recordando cómo Antonio, inicial escéptico de su relación con Marco, se había convertido en uno de sus más leales aliados.
Al abrir la puerta, se encontró con Marta, quien sostenía su tablet como si fuera la edición matutina de un periódico sensacionalista.
—¡Tienes que ver esto! ¡Tu ex está en Instagram cantando una versión acústica de "Can't Help Falling in Love"! ¡Y los comentarios dicen que es para ti!
Detrás de ella, la voz de Marco resonaba en su llamada:
—No, mamá, no estoy evitando las cenas familiares... Sí, sé que la tía Carmen pregunta por mí... No, no estoy en una secta...
Julieta contuvo una carcajada. Si su vida fuera una novela, este capítulo definitivamente se titularía "El Desafío de la Verdad". Aunque, pensándolo bien, la verdad era que, por primera vez en mucho tiempo, se sentía exactamente donde debía estar: en medio del caos perfecto.
—Marta —dijo con una sonrisa conspiratoria—, ¿te apetece un café? Tengo una historia que contarte...
Porque a veces, reflexionó Julieta, la mejor manera de mantener un secreto es compartirlo con quien ya cree saberlo todo.