Santiago es el director ejecutivo de su propia empresa. Un ceo frío y calculador.
Alva es una joven que siempre ha tenido todo en la vida, el amor de sus padre, estatus y riquezas es a lo que Santiago considera hija de papi.
Que ocurrirá cuando las circunstancias los llevan a casarse por un contrato de dos años,por azares del destino se ven en un enredo de odio, amor, y obsesión. Dos personas totalmente distintas unidos por un mismo fin.
⚠️ esta novela no es para todo publico tiene escenas +18 explícitas, lenguaje inapropiado si no es de tu agrado solo pasa de largo.
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La reunión.
****NARRADO POR SANTIAGO****
La empresa ha crecido mucho en estos últimos ocho años. Sé que lo que le duele a mi abuela es sentimental, pero lo de Beltrán es otra historia: para él todo se reduce a pérdidas materiales. Mi familia le quitó el liderazgo absoluto en el mercado, y eso lo enferma. Nuestra empresa sobrepasó a la suya en un cien por ciento. Por eso quiere que mi abuela desista, que desaparezcamos del mapa. No tolera tener competencia, menos si viene de una mujer que lo enfrentó sin miedo.
Quiere aparentar que nada pasó. Pero fue él quien la manipuló desde el principio, quien la envolvió con promesas, ofreciéndole seguridad, incluso cediéndole simbólicamente a su propia hija como garantía, para ganarse su confianza. Y ahora, cuando las cosas no le resultaron como planeó, pretende borrar todo rastro.
Me sirvo un vodka, no por gusto, sino para calmar el maldito dolor de cabeza que no me deja desde hace días. Por cosas como estas detesto a hombres como él: cobardes que se aprovechan del corazón de personas nobles como mi abuela.
Miro la hora. Ya es madrugada. Subo a cambiarme; tengo una reunión importante con unos socios en menos de una hora.
Salgo de casa y abordo el auto, pero apenas arranco, mi hermano sale corriendo desde la entrada. Tengo que frenar de golpe para no atropellarlo.
—¿Qué mierda te pasa? —le grito, molesto—. Tus padres solo necesitan un pretexto para acabarme y tú casi me lo das.
—Quizás eso te haría perdonarlos —responde, agitado, con una sonrisa sarcástica en los labios.
—Bájate. Que te lleve el chófer. Hoy no tengo paciencia para nadie, y eso te incluye.
—Siempre es así. No haces excepciones, ni siquiera por mí. Vamos, antes de que se haga tarde —dice mientras se acomoda en el asiento.
Conduzco en silencio hasta que paramos en un semáforo. A nuestro lado se detiene un coche deportivo, llamativo, con música demasiado fuerte para mi gusto.
Mi hermano me codea con entusiasmo.
—Mira eso —dice, señalando discretamente.
Miro con desinterés. Hay tres mujeres dentro del coche. La que conduce mantiene la vista fija en el semáforo, seria, imperturbable. Las otras dos ríen, asomándose un poco para ver hacia dentro, pero los vidrios polarizados de mi auto no permiten que vean nada.
—¿Cuándo vas a quitarle los vidrios blindados al carro? —pregunta.
—Con tu coche puedes hacer lo que quieras —respondo seco.
Él se ríe y baja la ventanilla justo cuando el semáforo se pone en verde. Acelero sin mirar atrás.
—Lo hiciste a propósito —dice divertido.
—¿Quieres que nos metan a la cárcel? Parecían menores de edad.
Llegamos al restaurante y apenas bajamos, él ya empieza:
—Tenemos que salir esta noche. Conozco el nuevo bar de un amigo, ideal para distraernos.
—No, gracias. La última vez que me llevaste a uno de esos regresé con más dolor de cabeza del que ya tenía. Tus "distracciones" son puro ruido y mujeres vacías. Mejor haz algo de provecho.
—Estoy joven todavía. Ese pensamiento lo tienen los viejos… como tú, comprenderás —responde burlón, adelantándose hacia la entrada del restaurante.
Mirna, mi asistente, me espera y camina detrás de mí mientras nos conducen a la mesa. Mauricio Torres ya está ahí.
—Queremos tu asesoría —dice directamente.
—¿En qué área?
—Finanzas. Es un caso especial con uno de nuestros socios —explica.
Asiento. Acepto el caso. Mientras hablamos, mi hermano está atento a todo, y Mirna toma nota de cada detalle.
—Ya que el trato fue un éxito, ¡hay que ordenar! —dice Mauricio. Tomamos la carta y pedimos.
En eso, mi hermano vuelve a codearme y sigue su mirada con disimulo. Tres jóvenes entran al restaurante y se sientan en una mesa cercana. Son las del coche. No hay duda.
—Dicen que las jóvenes iluminan el día... y cuánta razón tienen —murmura con una sonrisa idiota—. Ya se siente diferente el ambiente.
—Jóvenes ricas que solo gastan el dinero de sus padres —comento con desdén—. ¿Usted qué opina, señorita? —le pregunto a Mirna, notando su incomodidad.
—Prefiero no opinar. Si es todo por ahora, me retiro —responde con una sonrisa diplomática. Le hago una señal para que se vaya.
—Yo quiero una secretaria así —dice Mauricio—. La mía me resonga y hasta me cela.
—Debes aprender a separar los negocios del placer —le aconseja mi hermano, alzando la copa.
—Pero es más divertido mezclarlos —responde, riendo estruendosamente. Su risa hace que algunas personas volteen, incluida la conductora del coche llamativo.
Nuestras miradas se cruzan. Ella se queda quieta, como si hubiera visto un fantasma. Sus amigas la codean, riendo, pero ella no reacciona. Solo me observa… como si me conociera.
—Es la del bar… la que chocó con nosotros —me susurra mi hermano.
En ese momento, entra un joven, elegante, buscándola con la mirada. Ella se pone de pie y lo abraza. Él parece encantado de verla.
—¿Qué tal el restaurante de mis padres? —le pregunta.
—Nos perdimos, pero logramos llegar —responde ella, aún con la vista esquiva.
—¿Cómo sigue su abuela? —pregunta Mauricio.
—Mejor, gracias a que ya llegó su nieto favorito —interviene mi hermano, apuntándome con el pulgar—. Y cuando digo eso, me refiero a mí.
—Ajá...
—Los invito esta noche a la inauguración de mi nuevo bar —dice el joven que la acompañó.
—Ahí estaremos —responde mi hermano sin dudar.
Dejo dinero sobre la mesa a pesar de que Mauricio insiste en pagar. Al salir, siento la mirada de la joven aún clavada en mí, como si no pudiera evitarlo.
—No te quitaba los ojos de encima, ¿lo notaste? —dice mi hermano.
—No —respondo, queriendo cerrar el tema.
—Ten cuidado… porque a Leo Beltrán no creo que le guste.
—¿Cómo?
—La que tú dices que te miraba es su hija. La del restaurante. Muy bonita, muy joven… pero con un padre como el suyo, mejor de lejos.